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Entrevista a Gabriel Belucci

30/04/2016- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

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Encontrarán en este recorrido una visión no sesgada, amplia y generosa, acerca de las vicisitudes que van de la clínica a la teoría como testimonio vocacional de un analista que transita praxis, docencia y escritura, sosteniendo en acto y con palabra la dimensión ética que lo alienta. Desde la residencia hospitalaria, la urgencia, la interconsulta, la formación y la docencia, el imaginario de la locura, la desmanicomialización. Psicosis y estructuras de tratamientos, estabilizaciones y “cura”, políticas e instituciones… y su aporte periodístico a través de elSigma entre tantas cosas compartidas.

 

 

 

                      

 

 

 

- Siendo Licenciado y Profesor de Psicología realizaste tu residencia en Psicología Clínica en el Hospital Cosme Argerich, también sos el creador y coordinador de la sección Hospitales en www.elsigma.com. Desde tu lectura, ¿a qué obedece la importante inserción que tienen los psicoanalistas en el ámbito hospitalario, cosa que no ocurre en otras latitudes?

 

- Esa pregunta tal vez convenga enmarcarla en una pregunta más amplia, acerca del lugar que tiene el psicoanálisis en nuestro país. Las razones en parte son históricas, y requerirían de un trabajo de investigación para formularlas. Sí creo que uno de los motivos es la particular relación que tenemos en este país a “lo que no anda”, al síntoma. A veces digo chistosamente: “La Argentina está estructurada como un síntoma”. Cada vez que parece que hay una construcción perdurable, eso se desarma. Nuestra historia es la historia de un síntoma. O sea que de movida nuestra relación a eso está más facilitada que en otros lugares, donde el éxito del capitalismo fue otro. El psicoanálisis propone, en ese punto, su vocación de hacer con eso. Creo seriamente que esa conjunción no es un motivo menor de su arraigo.

Si vamos específicamente a los hospitales, la presencia de analistas entiendo que comenzó con la experiencia de Goldenberg en los ’50, en principio en los servicios de salud mental y luego, cada vez más, en otros sectores. No está de más recordar que el hospital, antes de ser territorio del discurso y las prácticas médicas, fue un lugar social para alojar el desamparo, para instituir un lazo posible. No es tan extraño, entonces, que una práctica del sujeto y su malestar encuentre cabida ahí.

Casi más interesante que pensar los motivos de nuestra presencia, es indagar las consecuencias de eso. Lo digo de este modo: gran parte de la riqueza clínica, y también de la circulación social del psicoanálisis en Argentina, va de la mano de los distintos campos de intervención en el hospital. La atención de la urgencia, las interconsultas e incluso ciertos dispositivos comunitarios tienen la huella de los ya muchos analistas que sostuvieron su intervención en esos ámbitos. Eso, además de darle al psicoanálisis una presencia aun más amplia, merece un desarrollo teórico que sólo en parte tuvo. Lo que puede pensarse sobre la urgencia subjetiva desde una guardia —una experiencia que no me es ajena— es de una riqueza que difícilmente se encuentre en los consultorios. Al contrario, la posibilidad de leer la urgencia y de hacer con eso es otra, incluso en los consultorios, habiendo pasado por ahí.

 

- En la práctica hospitalaria, ¿qué experiencias considerás que han hecho traza en tu formación como analista?

 

- Además de la urgencia, mi encuentro con las psicosis, con todo un campo de patologías “graves”, fue en ese marco. Así que diría que, sólo por eso, mi formación como analista lleva la marca indeleble de mi paso por el hospital. En el consultorio, en las curas que tienen lugar en ese espacio, la urgencia toma una forma distinta, enmarcada por la transferencia y con la que es posible, por eso mismo, otra maniobra. Sin embargo, el haber pasado por un dispositivo como la guardia me permitió cierto matiz en la intervención, en el manejo de los tiempos, incluso en la lectura del “riesgo”, al que habría sido más difícil llegar sin pasar por ahí.

Una situación puntual que me marcó fue atravesar, estando en el Hospital Argerich, la crisis de 2001-2002. Puntualmente, estuve de guardia el 19 y 20 de diciembre, en el hospital que era el epicentro de la atención en la zona principal de movilización. Eso me permitió verificar, por ejemplo, una tesis freudiana sobre el efecto de ligadura del cuerpo: los que llegaban con heridas no estaban desbordados de angustia, sí muchas veces los que llegaban con ellos. Las pocas entrevistas que tuvimos en esa noche tan dramática fueron con acompañantes. Eso da para pensar, también, en relación con la angustia: es en el Otro donde eso encuentra su punto de inflexión. También, en ese tiempo crítico, verifiqué que, en los tratamientos, la gente seguía hablando de cuestiones que raramente se referían a la crisis social y económica. Para mí, que siempre había tenido una especial sensibilidad hacia esos temas, fue la oportunidad de constatar hasta qué punto se trata de discursos cuando nos confrontamos con “la realidad”. Es según los discursos que nos han marcado que eso resuena de un modo u otro.

 

- ¿Cómo pensás el lugar del hospital en la formación de los analistas?

 

- Hay quienes, por distintos avatares, no hacen la experiencia de la práctica hospitalaria, y eso es posible. Aun así, pienso que si existe la posibilidad de hacerla, pocas instancias tienen al comienzo un efecto de formación comparable al del hospital. A la riqueza de las prácticas, a la que ya me referí, agregaría el marco institucional y grupal, que permite desde el intercambio cotidiano con pares hasta una amplia variedad de dispositivos de discusión y supervisión, que en mi caso fueron el mayor pilar de mi formación en la residencia. También hay ahí una exigencia de dar cuenta ante otros de la propia práctica, de sus efectos y obstáculos, incluso por escrito, bajo la forma del ateneo, que yo considero un ejercicio muy valioso. Es una lástima que muchos de esos testimonios se pierdan, y que el mismo ejercicio de dar cuenta de la propia clínica y extraer de ahí una lógica no se continúe regularmente en la práctica posterior de muchos analistas. Uno de los proyectos de investigación que estoy iniciando en la Universidad Favaloro está referido, precisamente, a la construcción del caso como fundamento de nuestra conceptualización.

 

-  Teniendo en cuenta los diversos estatutos que ha tomado la locura a través de la civilización (sabiduría, magia, demonización, alienación, etc.), ¿cuál es el imaginario que pesa hoy sobre ella?

 

- Mi impresión es que, en la polis, el imaginario que más pesa hoy está pregnado del auge de la psiquiatría biológica y las neurociencias. Lo digo así para diferenciar esos campos teóricos de los discursos sociales que se asientan en ellos. La consecuencia más clara es una versión según la cual el padecimiento psíquico se debe predominantemente a la determinación genética. Eso lleva al retorno de cierto pesimismo propio de la psiquiatría anterior a Freud, a cierta idea de incurabilidad mitigada por el efecto de los tratamientos, ante todo farmacológicos, que hoy se ofertan.

Aun así, en nuestro país ese imaginario está matizado por el modo en que el psicoanálisis ha permeado los discursos sociales. Incluso en sus versiones populares, que suelen alejarse bastante del rigor teórico, hace de contrapeso a lo que de otro modo sería una hegemonía mucho más categórica. De modo que no hablaría de un imaginario uniforme, sino de la coexistencia de distintas representaciones de la locura y del padecimiento psíquico.

 

- ¿Qué efectos tienen esos imaginarios en quienes la padecen y en los profesionales que van a su encuentro?

 

- Habría que partir, si hablamos de las psicosis, del peculiar registro que puede haber en esos casos de lo que nosotros llamaríamos “enfermedad”. Haciendo esa salvedad, entiendo que los discursos y los imaginarios que apuntan a un destino ya fijado y a una incurabilidad, pueden reforzar lo que en la condición de estructura está planteado desde siempre: que el destino está escrito en el Otro y se impone al sujeto.

Nuestra práctica se sostiene, precisamente, en la posibilidad de un margen frente a lo dado en la estructura, de un trazo propio donde de otro modo habría destino impuesto por el Otro. En ese punto, la práctica del psicoanálisis va en sentido contrario al signo de los tiempos.

Eso no significa que los psicoanalistas estemos al margen de todo prejuicio. Están los que devienen de nuestras propias concepciones de las psicosis. Cuando, hace veinte años, los psicoanalistas pensaban que el tratamiento de las psicosis consistía exclusivamente en apuntalar la construcción delirante, dejaban de lado a la mayoría de los sujetos psicóticos, que —según se decía en esos años— “no tenían tela”. Está claro, hoy, que eso era un prejuicio. Hoy sabemos, del tratamiento posible, algo más, bastante más, diría. Pero el riesgo es que eso que sabemos se torne en un obstáculo para leer, cada vez, por dónde va el “tratamiento posible”. Por eso sostengo que la única buena manera de situarnos es partir siempre de una ignorancia radical. El deseo del analista, en tanto opera ante todo de nuestro lado, produce un barrimiento del prejuicio, y ahí algo se inicia.

 

- En la génesis de las instituciones manicomiales anida el ideario de segregar a la locura, incluso geográficamente. ¿Considerás que algo de esta ideología sigue vigente?

 

- El peso de ese ideal “segregativo” no se ha disuelto, en la medida en que la segregación se deriva del discurso capitalista, el modo de lazo hegemónico en nuestra época. Desde las formas concentracionarias (el campo de concentración, el ghetto) hasta las posmodernas como el country y el barrio cerrado, pasando por la relación que existe hoy a ciertos objetos como los celulares, que nos mantienen apartados aun estando con otros, se trata en todos los casos de un movimiento segregativo.

Sin embargo, ciertos discursos derivados del progresismo político, y prácticas puntuales que los han acompañado, han erosionado bastante la fuerza de ese ideal con respecto al tratamiento social de la locura. Pensar al sujeto psicótico como sujeto de derecho, si bien entraña problemas no menores, no deja de tener consecuencias difíciles de medir hoy por hoy. Creo que coexisten imaginarios de muy larga data con elementos que operan en el campo social que les restan consistencia, aunque no han dado lugar a un imaginario contrahegemónico con el mismo peso que el que viene a desalojar.

 

- ¿Cuál es tu posición respecto de la desmanicomialización?

 

- Esa posición la expresé en algunos textos que escribí en ocasión de las amenazas de cierre de los hospitales de salud mental. En primer lugar, habría que diferenciar algún hospital en el que la lógica propiamente manicomial todavía es dominante, de otros que se han transformado en buena medida de acuerdo a lógicas distintas. En el Hospital Borda, que es el que mejor conozco, existen todo tipo de experiencias coordinadas por analistas u otros practicantes “psi”, así como experiencias autogestivas como la radio La Colifata y el Frente de Artistas del Borda, y hay una importante presencia de analistas en los servicios que imprimen una dirección al quehacer con las psicosis que no tiene nada de “manicomial”. En uno de los servicios a los que fui convocado como supervisor, el 25A, la convocatoria se basó en apuntar a que pacientes hasta ese momento nominados como crónicos pudieran inventar una salida posible.

En segundo lugar, entonces, pondría de relieve que la producción de una salida ante el sin-salida de la estructura no es en las psicosis algo que se pueda equiparar al gesto administrativo del alta. El alta como tal no resuelve la encerrona de la estructura. Sólo en el marco de un trabajo paciente y altamente singular, que es del sujeto y que los analistas acompañamos, puede producirse una solución que permita al sujeto un lazo social hasta entonces impedido, de la mano de una nominación inédita y, muchas veces, de alguna producción.

En tercer lugar, los recursos materiales que requiere la puesta en acto de una salida, previstos en cierta medida por la ley, no están disponibles y es dudoso que lo estén en un plazo razonable. En estas condiciones, el gesto de cerrar los hospitales de salud mental sería, de concretarse, un acto de cinismo político. Todavía me resuenan las palabras que una colega me relató hace poco, dichas por un flamante funcionario del área que afirmó, sin más, que los internados en los hospitales monovalentes “se iban a ir muriendo”. También hay que señalar que en Río Negro, provincia en la que se llevó adelante la tan mentada “desmanicomialización”, los familiares de los pacientes psicóticos suelen cruzar la frontera e internarlos en Neuquén.

Por todo esto, soy cauto. Los ideales del progresismo no pocas veces han servido a fines muy alejados de lo que sus promotores alentaban. Como practicante del psicoanálisis, apunto a la artesanía del caso-por-caso. Si desde nuestro campo, además de eso, podemos incidir en alguna medida en las prácticas sociales y en el marco legal que las regula, sin duda es válido hacerlo y puede ser parte de nuestra incidencia en la polis.

 

- En Psicosis: de la estructura al tratamiento, siguiendo a Lacan en sus desarrollos en torno a las psicosis situás los estudios que se han realizado en los últimos años sobre topología de nudos, los que podrían cuestionar la vigencia  de la tripartición neurosis-perversión-psicosis. ¿Cuál es tu perspectiva al respecto?

 

- No recuerdo bien cómo lo pensaba en esa época. Hoy tengo claro algo: el nudo, y en particular el nudo de cuatro consistencias solidario de la escritura del sinthome, no es una nueva versión de la estructura, sino una formalización que da cuenta, precisamente, de aquello que la estructura no recubre. Si la clínica de la estructura es una clínica del Otro, de la relación del sujeto al campo del Otro, la clínica del sinthome es una clínica del Otro que no existe. El seminario que dicté en la UCES en diciembre de 2014, Clínica de la estructura, clínica de lo singular, inaugura esa investigación, que me encontré que coincide con algunas líneas de trabajo en curso, y difiere de otras. El nudo de cuatro, a diferencia del nudo de tres, es un intento de formalizar el más allá de la estructura, su carácter no-todo, y el más allá del Padre. Da cuenta de aquellas soluciones, de aquellas nominaciones que no se enmarcan en lo dado en el Otro.

 

- ¿Cuáles serían las consecuencias en la clínica de las psicosis?

 

- Son enormes, comenzando por el hecho de que Lacan formalizó el nudo de cuatro a partir de su encuentro con la “solución-Joyce”. Fue un sujeto de condición psicótica, desafiliado desde el origen de la Ley del Padre, quien le indicó el camino hacia aquellas soluciones que no se sostienen en el Padre, sino en una nominación que no le es tributaria. Mediante su escritura, Joyce horadó la consistencia de su Otro, al desarticular la lengua inglesa como conjunto. Y, como señala Lacan, esa solución no pudo transmitírsela a su hija, que desencadenó la psicosis, revelando así que no era una solución por la vía del Padre. Podemos, a partir de allí, leer en su singularidad las soluciones que los sujetos psicóticos ponen en acto ante sus reales, especialmente aquéllas que no son parte del “intento de restitución” freudiano, sino que quedan dentro de lo que Lacan nombró “suplencias”.

La potencia de esta clínica —y de su formalización— es tal que permite formular de muy otro modo nuestro quehacer en otros campos clínicos, más allá de la incidencia en la estructura del Nombre-del-Padre. No sólo la “clínica de los bordes”, sino la misma cura de la neurosis, no podrían ser pensadas hoy sin el suplemento que la clínica del sinthome aporta. Son las psicosis, aquí, las que nos enseñan. Son los desafiliados de la Ley los que abren el camino a la invención, como lo hizo Rousseau, un desafiliado de la ley recibida, al inventar el nuevo orden del contrato.

 

- Teniendo en cuenta tu inserción en el ámbito hospitalario y tu profusa lectura de la literatura sobre el tema, ¿cuáles considerás que son los tópicos centrales sobre los que hay que seguir trabajando en torno al campo de las psicosis?

 

- La cantidad de cuestiones que convocan una investigación teórica y clínica es muy amplia. Nombro sólo algunos de los puntos que hoy me parecen cruciales. En primer lugar, formular de manera más precisa una lógica de las soluciones psicóticas que, más allá de su indudable singularidad, nos permita una lectura más fina sobre la eficacia y potenciales puntos de quiebre de esas soluciones.

En la misma línea, afinar una formulación sobre las distintas temporalidades en juego, desde las psicosis infantiles a los “enganches, desenganches y reenganches”, pasando por la diversidad de trayectorias de las psicosis desencadenadas.

Otro tema a retomar es el de los fenómenos elementales. Lacan dio una definición lógica, al caracterizarlos como aquéllos que verifican la estructura misma, pero los refirió en un primer momento a la clínica del desencadenamiento. Si somos consecuentes con la definición —que es lógica— sería posible situar otros fenómenos —muchas veces sutiles— que se ajusten a esa definición, en especial en las psicosis no desencadenadas. Esa investigación está en marcha y estoy comprometido en ella.

En relación al “tratamiento posible”, la cuestión de la intervención requiere una mayor investigación clínica que apunte a definir lógicamente sus variantes, especialmente las relativas a los usos de la construcción y al acto analítico. Y son sólo unos cuantos de un conjunto de problemas muy extenso. Realmente es un campo en el que hay poco lugar para aburrirse.

 

- Al hablar de los tratamientos en las psicosis señalás que no es posible hablar de cura, haciendo alusión al texto lacaniano “La dirección de la cura y los principios de su poder”. ¿Es posible hablar de cura en la neurosis? De ser así, ¿qué entendés por cura?

 

- Creo que ésa es, en efecto, nuestra apuesta más fuerte, ya desde Freud, que señalaba tempranamente que levantar los síntomas —en el sentido que él le daba— no equivalía a curar la neurosis. Más tarde, en “Análisis terminable e interminable”, formuló la cuestión de un estado “nunca alcanzado antes” que fuera, una vez alcanzado, irreversible. Es decir, definió el fin de análisis, la cura, en términos lógicos. Sabemos que la versión que él dio de ese final lleva la marca de su posición paterna: la imposible renuncia a tener el falo, no incompatible con nuevos caminos para la pulsión. Lacan fue dando otras versiones del final, diría que tres. La primera, a fines de los ’50, como caída de la pasión por ser el falo, y encuentro con el “horizonte deshabitado del ser”, versión muy potente en sus alcances que no habría que desestimar. La segunda, a fines de los ’60, como atravesamiento del fantasma. La tercera, a mediados de los ’70, en torno del sinthome. Curar la neurosis supone, en última instancia, una caída de la pasión por el Otro, una caída tal que una vez producida no haya retorno. Curiosamente, eso no nos deja en un punto de soledad. La “levedad del ser”, para decirlo con Kundera, aliviana los lazos del peso del Otro, que Freud llamó masoquismo.

 

- En Psicosis: de la estructura al tratamiento, al hacer referencia a los posibles lugares a ocupar por un analista en la transferencia en las psicosis sitúas el “escuchante”, el “secretario del alienado”, el “testigo” y le das un lugar de particular importancia a la función de la “charla”. ¿Cómo pensás —si es que es posible— el final del tratamiento en las psicosis?

 

- Esas tres son figuras que dan cuenta de una de las posiciones posibles en la transferencia en las psicosis, que es la del destinatario. Recientemente, en un escrito publicado en elSigma, presenté una teoría de la transferencia en las psicosis como función de terceridad, en la que los desarrollos del libro se reordenan. La tesis es que hay, en el campo transferencial, algo que mediatiza la relación al analista, e impide en principio que se deslice a la posición del Otro del goce. En la dimensión que nombramos “del semejante” son ciertos objetos —materiales o no, y ahí los temas de la “charla”— los que tercerizan la relación, operando en acto una sustracción de goce. En la vertiente del “destinatario” es la palabra, o el testimonio, ese elemento tercero. En el límite, son precisos ciertos actos que Colette Soler bautizó como “orientación de goce”, que apuntan a poner coto a la presencia del goce del Otro. Sólo cuando todas esas instancias fracasan se actualiza el borde persecutorio o erotómano de la transferencia.

Pero yendo a tu pregunta, hay conclusiones posibles, es una verdad de experiencia. Si son finales en un sentido lógico, y cuáles son sus coordenadas, es algo abierto a la investigación, y cuantos más testimonios tengamos a nuestro alcance mejor podremos pensarlo. Hasta donde pude avanzar, solemos encontrar como parte de esas soluciones el advenimiento de una nominación inédita —eventualmente el restablecimiento de alguna previa—, la posibilidad de nuevos lazos, de una nueva circulación, y algún tipo de producción, de obra. Esto va de la mano, regularmente, de una ganancia de saber sobre cuáles son los reales en juego y las soluciones a los mismos, a veces también a la escritura de nuevas versiones —por ejemplo, en relación al delirio— que resultan orientadoras.

Entiendo que una conclusión, más aun un final —habría que ver cómo lo definimos acá— supondrá la producción de alguna solución que sea lo suficientemente eficaz como para sostenerse en ausencia del analista. El punto más problemático es el carácter siempre en acto de esas soluciones, que eventualmente podrían no resistir algún avatar de la existencia. Eso es lo que, a mi entender, hace obstáculo aquí a hablar de cura en el mismo sentido que en la neurosis, es decir, de un estado que una vez alcanzado sería irreversible. Pero hay soluciones “de por vida” como la de Joyce, como podría haber sido la de Schreber sin el infortunio de su nombramiento.

 

- En el texto anteriormente citado remarcás la importancia de la “pluralización de dispositivos” y situás entre algunas de las razones lo que llamás “distribución de goces”. ¿Qué sucede con la o las transferencias, sobre todo tratándose de psicosis?

 

- La importancia de pluralizar los dispositivos y las transferencias no es una novedad para quienes realizamos nuestra práctica con las psicosis. Es uno de los modos en los que contrarrestamos la posibilidad de que el goce del Otro cobre cuerpo. Incluso en el ámbito del consultorio privado conviene mantener el “al menos dos” en relación a los dispositivos. Pocos se aventuran a prescindir de eso. Sólo en el caso de psicosis no desencadenadas un campo en sí mismo podemos operar con cierta regularidad sin recurrir a esa pluralización de la transferencia, en la medida en que el goce del Otro está mediatizado por las propias soluciones que el sujeto pudo implementar. Pluralizar la transferencia, por supuesto, plantea sus propias dificultades, pero en la clínica del desencadenamiento es preferible al riesgo de concentrarla en el analista.

 

- ¿Cómo promover en los tratamientos de pacientes psicóticos que las estabilizaciones alcanzadas puedan sostenerse más allá de un analista en particular?

 

- Ante todo quisiera hacer una salvedad: el término “estabilización” corresponde a una formulación propia de la clínica de la estructura, y da cuenta específicamente de una operación sobre el delirio, en la que el Ideal viene a acotar el goce del Otro. Es una solución estrictamente paranoica. “Suplencia”, por el contrario, es un término solidario de la clínica nodal, y apunta a las soluciones sinthomáticas. Para incluir ambas vías, suelo referirme a las “soluciones” en términos amplios.

La cuestión es, entonces, qué hace que una solución se sostenga, y que se sostenga sin la presencia real del analista. Algo dije ya. Agregaría que, cuando el delirio es una vía importante para enunciar la verdad no reprimida, se trata tanto de hacer lugar a esa verdad como de inscribirla, en lo posible, en tanto no-toda. Un modo de hacerlo es producir alguna otra versión con carácter de construcción que haga enunciable esa verdad, por ejemplo un relato que venga al lugar de la historia nunca escrita. La obra también es un modo de agujerear la consistencia del delirio: el delirio de Rousseau quedó acotado en los años en los que escribió el Emilio y El contrato social. La producción de un nombre y de cierto lugar social puede ser otro camino. Finalmente, la solución delirante es problemática cuando no se acompaña de otros recursos del sujeto ante su real.

Con respecto a qué vuelve prescindible la presencia del analista, sigue siendo una cuestión abierta. La clínica enseña que puede llegarse a ese punto. Una condición no sé si suficiente, pero claramente necesaria, es que la solución elaborada en el análisis se haya constituido en una mediación eficaz frente al goce del Otro. Agregaría que el sujeto disponga de un cierto saber, y un cierto saber-hacer, con respecto a sus reales. Son dos caras de lo mismo: ese saber se resta al Otro, contribuye a su deconsistencia.

 

- Según entiendo tenés una posición algo crítica respecto de la presentación de enfermos. ¿Cuáles son tus fundamentos?

 

- Mi posición no es tan crítica como la de otros analistas que, por razones atendibles, impugnan el dispositivo en sí. Realizo presentaciones enmarcadas en la enseñanza universitaria, siempre con el cuidado de que la decisión de participar, y cómo, está en cada momento del lado del paciente.

Más allá de eso, hay un hecho que no puede pasarse por alto: muchos pacientes piden, o incluso esperan, presentarse. Eso permite pensar que el dispositivo tiene para ellos alguna función. Más allá de trabajos como el de Eric Porge, que son valiosas contribuciones a formular cuál es esa función, mucho de lo que pude pensar sobre este tema se lo debo a Daniel Barrionuevo. Él subrayó en su enseñanza cómo la presentación que él piensa siempre en acto: se produce o no se produce opera una delimitación entre lo público y lo íntimo, en verdad produce lo íntimo, que no está dado.

Sobre esto, me relataron una situación en la que un paciente, al dirigirse a la audiencia, señaló: “Estoy acá para contarles algunas de las cosas que me pasaron. Otras no, porque las hablo con el licenciado”. Ahí hay presentación. Hay lo público y se produce lo íntimo. Agregaría solamente que eso va de la mano de una restitución de la palabra propia, muchas veces con valor de testimonio.

 

- La diversidad de orígenes teóricos de tus abundantes referencias bibliográficas es notable. ¿Guardará relación con no estar adscripto a “una” escuela?

 

- Justamente, esa diversidad —no sólo de lecturas, sino de citas— es posible en la medida en que no hay “buenas o malas lecturas”. Creo que uno de los efectos más complejos de las instituciones es cierta clausura —mayor o menor según los casos— con respecto a lo que es “políticamente correcto” leer y, sobre todo, citar. Es un hecho: las citas suelen ser siempre de autores “de la parroquia”. Ésa es la razón principal por la que, aun hoy, sigo eligiendo una posición de “no adscripción”, como vos la llamás.

Sé también que eso es posible porque hay un trabajo teórico pero también político que las instituciones han llevado adelante, y que valoro. La “no adscripción” tiene también un costo, que es la mayor dificultad para el lazo y la circulación. Yo me he procurado esos lazos y esas circulaciones en ámbitos como la universidad, el hospital y, también, en el seminario que desde hace una década vengo sosteniendo. Últimamente, la Diplomatura en Fundamentos Clínicos del Psicoanálisis que dirijo en la UCES viene siendo un ámbito muy fecundo de intercambio. Eso no quita que me siga preguntando —con otros— cómo dar a esos lazos una forma que perdure y permita que algo decante. En eso estoy, en este preciso momento, inventando un modo de lazo que no se traduzca en lo posible en un efecto de clausura, sino al contrario. Sin ser ingenuo en esto, es un desafío que sigo pensando válido.

 

- Otro de tus intereses es la poesía. ¿Cómo definirías la poética del psicoanálisis?

 

- Hay un punto de encuentro fundamental entre poesía y psicoanálisis, que es la relación a lo que Lacan llamó “función creadora de la palabra”. La poesía supone una relación a la lengua que está lejos de reducirla a un mero código. Otra manera de formular la función de la poesía, sería como un modo de bien-decir la verdad. Hay modos de decir la verdad, no todos equivalentes, y hay en Lacan, hacia el final, una preocupación por el bien-decir. En tanto entrama también un indecible, ese bien-decir es por fuerza alusivo, oblicuo. El delirio, por ejemplo, sería un modo de enunciar una verdad no reprimida. Puede haber otros. ¿Qué pasa, por ejemplo, con los poetas cuya condición es la psicosis? Una pregunta que desde hace años me hago es en qué se asienta su peculiar poética, estando excluidos de la metáfora. No tengo aún una respuesta.

Con respecto a si hay una poética propia del psicoanálisis, creería que sí. Se trata de un decir que no se desentiende de lo indecible, del no-todo, un decir ligado por eso a lo femenino. Eso no hace de los psicoanalistas, o de quienes hemos hecho la experiencia de un análisis, necesariamente poetas. Sí nos acerca a un modo de decir poético que algunos sostenemos más allá del psicoanálisis. Hay en mí una apuesta en esa dirección que viene de lejos —de las huellas paternas, diría— y en la que, con todas las derivas que eso tuvo, no declino. Lo que Lacan llamó un deseo decidido. Por ahí va la vida, ¿no?

 

 

-En nombre de elSigma te agradezco el recorrido ofrecido que pone de manifiesto un posicionamiento ético en cuanto a la clínica, el respeto por las fuentes, la pluralidad de citas y tus propios postulados acerca de los abordajes posibles. Avatares de las psicosis, de los dispositivos y el Hospital, de la docencia, la escritura y la poesía.

 

 

 

Gabriel Belucci es psicoanalista, Licenciado y Profesor en Psicología (U.B.A.). Realizó su Residencia completa en Psicología Clínica en el Hospital "Cosme Argerich". Ha ejercido la docencia en numerosas materias y prácticas profesionales desde 1997.

 

Director de la Diplomatura en Fundamentos Clínicos del Psicoanálisis (UCES). A cargo de las catedras de Psicoanálisis y Psicología Clínica: Psicoanálisis de Adultos (Universidad Favaloro). Profesor Adjunto regular (UCES). Docente regular (UBA). Supervisor hospitalario. Coordinador de la sección Hospitales de elSigmaAutor de: Psicosis: De la estructura al tratamiento, Letra Viva Editorial, Argentina, 2009. Ha participado del volumen El sujeto en la estructura junto a otros autores, Letra Viva 2015.

 

 

         


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