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Entrevista a Juan Vasen17/04/2007- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

El psicoanalista Juan Vasen ha puesto sobre el tapete una problemática que desde hace varios años viene afectando la infancia: la psicopatologización y la medicalización. Al decir del entrevistado “el ADHD es un constructo clasificatorio que pierde la dimensión de la práctica del diagnóstico que rescata la singularidad y la alteridad en el sujeto...”. Los fantasmas de época que un niño de hoy debe conjurar, el lugar del juego en la práctica clínica y el análisis de la experiencia que el Programa Cuidar-cuidando viene desarrollando en el zoológico de Buenos Aires desde 1990 son algunos de los otros temas abordados.
-Usted es co-fundador del programa Cuidar Cuidando, que en el año 1990 comenzó a funcionar en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, ¿Cómo surge la idea de trabajar con un grupo de niños y adolescentes en ese ámbito?
-Surgió de varias fuentes, la puntada inicial la dio Hugo Massei que volvió de un viaje a España habiéndose entrevistado con gente que tenía la intención de hacer algo parecido en un zoológico, creo que en Sevilla. El trabajaba en el Hospital Tobar García y se juntó con una serie de prácticas que desarrollábamos allí. En ese momento yo estaba en psiquiatría social y había otra gente que también estaba haciendo cosas que apuntaban a prácticas que fueran más allá del hospital, por ejemplo que tomaran en cuenta la enorme dificultad con la que se encontraban los chicos cuando salían de alta de una internación. Para esclarecer vale la siguiente anécdota: una chiquita, llamada Mariana, a la que le hacían un festejo por cuanto salía de alta de una internación pregunta: ¿por qué me hacen tanto festejo si yo en dos o tres semanas voy a estar de vuelta?
La idea era pensar el alta no como un momento si no como un largo proceso, que implicaba trabajar con el afuera para que este tuviera una cualidad más receptiva, porque ese afuera familiar, escolar, social y demás había sido de alguna manera eje de cierta expulsión. Veníamos trabajando todo eso en escuelas, en villas, en distintos tipos de instituciones y se potenció con la posibilidad de articular zoológico y hospital. Esa fue como la puntada inicial: zoológico más hospital.
Podríamos decir que hace mucho tiempo que vienen chicos al zoológico, que vienen chicos con dificultades severas y sin embargo esto no constituye de por si una experiencia de la cual pudiera haber efectos terapéuticos, es un paseo, es lindo y además entraña un núcleo interesante de conexión con la alteridad. Esto es lo que luego comenzamos a pensar con el programa, ¿por qué a los chicos les gustaba venir al zoológico?, ¿por qué a los chicos les gustan los animales?, ¿por qué les interesan?, ¿por qué les gusta conectarse con ellos?
A partir de ahí empezamos con otro colega, con Vicente De Gemmis (que ya estaba trabajando en el zoológico) y con otra gente del hospital a armar un mini-equipo que le dio nombre al programa y comenzamos a diseñar que iban a hacer los chicos en el Zoo.
Iniciamos con un grupo de ocho chicos de internación, que vinieron a hacer una actividad en distintos sectores del zoológico ayudando a los cuidadores y a partir de ahí, –estoy hablando de noviembre de 1990–, esto se fue diversificando, ampliando. Luego de algunos años ya teníamos varios cuidadores que se comprometían con la tarea. En un principio el eje central para nosotros –más visible– era la actividad de los cuidadores, porque los chicos establecían una conexión muy fuerte con ellos, se generaba una suerte de intercambio entre la curiosidad que al chico le despierta el animal y la trascendencia que el cuidador podía poner en la relación con el chico que era su discípulo, era como “su pollo” y esto propiciaba un vínculo muy intenso donde en general el cuidador pasaba a ocupar una suerte de lugar del Ideal del Yo, una suplencia con situaciones que tienen que ver con la paternidad. Hay todo un linaje de cuidadores y un totemismo puesto en juego del lado de los animales, porque el zoológico está organizado a través de lobos, osos, tigres, leones, como si hubiera distintos tótem y además cada uno tiene un valor relativo. No es lo mismo ser cuidador de suricatas que son chiquititos que de leones.
Así empezamos a pensar varias cuestiones: el totemismo como matriz de inclusión, como cosa muy potente de re-enlace del chico con una dimensión de pertenencia que además no negaba la “animalidad“, entendida como aquello que la cultura en general reprime o deja afuera. Que chicos que pueden ser autistas, reprimidos o suprimidos, replegados o desorganizados se vuelvan un poco más salvajes, encuentren ejes organizadores a partir de esto, era muy bueno.
Un par de años más tarde comenzaron a venir chicos de cinco o seis años, ya que en un primer momento solo venían chicos de catorce o quince años, así empezamos a abrir una franja de niños más chicos que en vez de trabajar con los cuidadores lo hacían en la granja en grupo y con uno o dos cuidadores que se ocupan de ese espacio. Allí básicamente el contacto se dio con los animales y con los otros chicos, ya no con los cuidadores con los que no tienen tanto que ver. El animal pasó a funcionar como una alteridad, una terceridad, una fuente de misterio, de curiosidad, de proyección. Un chico que le tiene miedo a un pato es porque está proyectando en el animal otra figura. Poner algo intermedio entre el pato y él -como puede ser un alimento, entonces el pato no se lo come a él- da cuente de la posibilidad de poder atender a la demanda del Otro con una intermediación y no que se te venga encima, con todo lo que además implica que los chicos empezaban a saber más de los animales, entonces es distinto saber de ese otro. Conocer ciertos misterios y secretos los posicionaba de otro modo.
Últimamente lo que incorporamos son chicos que están entre los doce y los catorce años que hacen una especie de pasaje de estar jugando a estar trabajando.
Para mí la metáfora más linda sobre que lugar ocupan los animales para los chicos la encuentro en las palabras que el Sub-comandante Marcos brindaba en un reportaje que le hacía Eduardo Galeano, el escritor uruguayo, donde le preguntaba por qué usaban pasamontañas a lo cual le respondía: primero por coquetería, pero básicamente porque detrás de estos pasamontañas estamos ustedes. Lo que yo digo es que los animales les pueden decir a los chicos: detrás de estos vidrios, de estas cercas estamos ustedes, háganse cargo de esto que está en nosotros pero que es de ustedes. Hay una posibilidad de ida y vuelta y de interjuego.
Hay una imagen muy linda en un video que muestra como un tigre sigue el trayecto de un chico por el costado de su recinto, en determinado momento quedan enfrentados y en el cristal se superpone la cara del chico con la cara del tigre. Ahí hay una suerte de vaso comunicante.
A mi me gusta mucho la idea que tiene Derrida referida a que no hay una frontera tajante, absoluta entre lo animal y lo humano. El dice que hay una diferencia fundamental, pero que hay pequeñas fronteras y zonas donde hay una posibilidad de recaptura desde lo humano de aquello que ha quedado del otro lado y en ese punto los pibes se enriquecen, porque se vitalizan, se pulsionalizan y encuentran modos de regulación ante su propia pulsionalidad, porque empiezan a manejar a los animales y a tenerles menos miedo y a tenerse menos miedo entonces.
-Resulta interesante su postulación que destaca la importancia de que aparezca algo salvaje en chicos autistas o con patologías graves, cuando muchas veces lo que se plantea es que son chicos que no han accedido a lo simbólico.
-Que un chico autista, un chico que está efectivamente en un páramo simbólico, pero además en un páramo pulsional, que está en una situación si se quiere ligada a la pulsión de muerte, pueda constituir un recorrido pulsional, generar algo al rededor de un cierto objeto oral, por ejemplo, o visual, permite empezar a armar otra cosa y el pibe se humaniza. Paradójicamente se humaniza a partir del contacto con el animal, por diferencia y por contagio y se produce una suerte de enriquecimiento mutuo.
Hay un ejemplo muy lindo que tomo en uno de mis textos referidos a un cuento llamado “El espejo que tenía hambre”. Es un cuento que leímos en el zoológico allá por el año 1991, traído por una nena, donde un príncipe va recorriendo el palacio y se encuentra con un espejo viejo que estaba arrumbado y cuando pasa por adelante es tragado por el espejo por cuanto este último tenía hambre de imágenes. El chico queda del otro lado del espejo y el rey –por supuesto– está desesperado por cuanto no sabían como sacarlo. Luego entra un muchachito y se pone a jugar con el príncipe a través del espejo, entonces en determinado momento el príncipe le propone al chico que entre en su lugar a cambio de lo cual él le daría lo que el chico le pidiera. El chico le pide juguetes, pero como el espejo ya había saciado su sed de imágenes finalmente los libera a los dos. La idea es que ahí hubo algo que se pudo romper. Hay que jugar como a través de la especularidad, ir más allá de la imagen en ese punto. Si el pibe queda congelado en imagen está frito, la idea es que esto se mueva a través del juego, que es un juego simbólico que tienen los chicos con los animales, de proyección, donde les ponen nombre, los bautizan, los adoptan, los cuidan. Se da toda una situación, más en algunos chicos que en otros. Además los posiciona en un lugar de ser ellos los que cuidan, mientras que –y este es un dato institucional importante– en el hospital ellos son objeto de cuidado. Nosotros decimos que en el Zoo no son ni pacientes, ni alumnos, son aprendices y tienen un maestro y un objeto sobre el cual trabajan que son los animales, que se convierten en algo poroso para ellos.
Hay un libro de Derrida, un ensayo que aún no fue publicado que se llama El animal que yo soy, que tiene que ver con no quedarnos con una cosa esquemática donde tenemos por un lado lo simbólico y todo lo demás por otro lado, entonces el acceso a lo simbólico es una cosa unívoca y totalizadora y del otro lado nada. Eso en chicos no va.
-Por otra parte, en el programa están todo el tiempo acompañados por otros, los cuidadores, que están muy dispuestos a simbolizar estas situaciones y a incluirlos en una especie de filiación en consonancia con la secuencia generacional, la filiación a un linaje de trabajadores y la trascendencia, tal como usted relata en Contacto Animal. ¿Cómo se trabaja con ellos y de qué manera ingresan al programa?
-Ellos eligen trabajar con nosotros. El Zoo dispuso la posibilidad de que los cuidadores participen de la experiencia y ellos participan de acuerdo a su interés. El Lic.Vicente De Gemmis es quien se ocupa de tantear la disponibilidad, porque así como lo planteaba Winnicott tiene que haber una disponibilidad, una disposición del cuidador a prestarse, a prestar algo de él en el vínculo con el chico y esto ocurre. Y cuando no ocurre nosotros hacemos que el chico vaya con otro cuidador, porque hay una cosa de elección mutua, nosotros intentamos que el chico pueda elegir al cuidador así como también pueda elegir al animal dentro de ciertas limitaciones, no pueden ir todos con la jirafa, por ejemplo. Esa posibilidad de elección mutua genera un vínculo deseado, electivo, que tiene como cierta miga, se sostiene.
-¿Los cuidadores reciben algún tipo de capacitación, algún lineamiento de trabajo?
-No, reciben un acompañamiento. Esto es una premisa institucional. Yo digo que en las instituciones de salud mental hay tres corrientes: una asilar, una tecnocrática y la posibilidad de creación de alternativas. Lo asilar es la corriente manicomial de acallamiento; lo tecnocrático es el recorte, es lo que se expresa en un graffiti que un chico llamado Marcelo puso en una pared de internación del hospital que dice: en este lugar todo encuentro casual es una entrevista. Todo se decodifica, se transforma, se tematiza como recurso técnico, lo que sucede en el Zoo es que eso fluye, el encuentro del chico con el cuidador es justamente un encuentro, no una entrevista, el encuentro del chico con el animal también es un encuentro, no le hace una entrevista al pato. Lo que nosotros pretendemos es que ese núcleo no disciplinario que constituyen los animales y los cuidadores no sea fagocitado por nuestras disciplinas, que sea una alteridad, una extranjeridad dentro del programa. Esa alteridad funciona como motor, lo que hacemos es acompañar a los cuidadores, estar dispuestos a charlar, a acercarnos, ellos ya saben más o menos lo que hacemos.
-En la actualidad la experiencia tiene diecisiete años de desarrollo, ¿pero qué sucedía en los inicios?
-Al comienzo fue uno a uno. Ahora, como hay muchos cuidadores nuevos, anualmente hacemos una charla de presentación del programa al conjunto de los cuidadores, de manera que ellos sepan de qué se trata, por qué vienen los chicos y luego lo que hacemos es acompañar el vínculo. Los cuidadores los tratan a los chicos -como decía alguien- como un compañero más, pensemos que quienes van con los cuidadores son chicos de trece o catorce años en adelante, los más chiquitos no porque justamente los cuidadores no son una niñera. Hace mucho en el Zoo había un cartel que decía: Roberto es hijo de cuidadores, es quien cuida a los elefantes, si lo encuentran pregúntenle porque tiene muchas cosas interesantes para contar. Mi interrogante fue: ¿Y si no lo encuentran?, ¿y si nadie le puede preguntar nada? Hay un desperdicio fenomenal de material humano, eso que el cuidador no puede volcar y que se le queda como la libido estancada, angustia. La idea es que ese cuidador tenga a quien contarle, tenga quien le pregunte y entonces ahí se genera un vínculo que es de ida y vuelta, porque el cuidador necesita que alguien le devuelva algo del asunto. Nosotros decimos que es una sociedad de responsabilidad limitada pero no anónima, entre el cuidador y el chico. Si no hay un ida y vuelta, si el chico labura muy mal o si el cuidador no ve en el chico alguien en quien proyectarse de alguna manera hay que hacer algo, no funciona, habrá que buscar otro cuidador, hacer alguna rotación. A eso estamos atentos, esa es nuestra función, nuestras intervenciones en el Zoo.
-¿Cuáles son los criterios que se toman en cuenta al momento de decidir la inclusión de un chico al programa?
-En general la demanda que parte de la escuela, de los terapeutas o a veces del chico cuando tiene algún interés muy particular en los animales. Frecuentemente se trata de chicos que tienen una dificultad muy particular para establecer lazo social con sus pares, para insertarse socialmente en un espacio de infancia como puede ser la escuela, o cuando tiene dificultades serias con la familia, pero básicamente que no entiende los códigos como puede suceder con un chico muy desorganizado y entonces queda afuera de las situaciones de su edad. El programa es de reinserción social, promueve y potencia las posibilidades del chico de entablar lazo social con otros y genera un marco común que es la pertenencia a una institución, el uniforme le da esa pertenencia. Los pibes más grandes tienen un uniforme y los más chicos una camiseta, se sienten parte, reconocidos, la gente les pregunta cosas sobre los animales y a los más grandes los ven como protocuidadores. Esto les da una fuerte pertenencia y dentro de esa pertenencia se tendrá que recortar la singularidad de cada uno, pero hay un marco, un fondo, de lo contrario no es posible recortar algo. A estas dificultades que tienen tanto los más chiquitos como los más grandes, se le suma a estos últimos la convicción de que la semana próxima estarán nuevamente en el hospital por cuanto en el afuera no tienen donde anclar, se han quedado en el aire. La finalidad apunta ahí a que se abra en el afuera un nuevo lugar para ese chico que el propio chico tendrá que contribuir a producir, porque el lugar del cual provino ya no sirve, caducó, es nocivo, es un lugar en el que el pibe tenía un posicionamiento que le hacía daño. Por ejemplo un posicionamiento en la fantasmática de los padres –como muchas veces sucede– de chicos que son vividos como un cacho de peceto con ojos. Hay una serie de situaciones muy dramáticas, muy graves, chicos con dificultades muy serias en el vínculo con sus padres producto de donde los ponen sus padres y donde se ponen ellos cuando son más grandes. Todo esto apunta a que puedan ir encontrando otros canales de relación con otros y en general se logran, diría que en la totalidad de los chicos hay un efecto vitalizante muy fuerte, de conexión, de estímulo, de curiosidad, de enriquecimiento simbólico, aún en chicos muy graves, se observa que empiezan a hablar mucho más. Por ejemplo, un chico que se incluyó en el año 2006, que no hablaba prácticamente nada, en el verano la madre le dice: ¿sabés qué tenemos que hacer el lunes?, a lo cual el responde: “oco”, que era zoológico, y la mamá pregunta: ¿Y qué más?, “Upe” que quería decir Guadalupe que es su acompañante. Los otros días otro chico que no hablaba una palabra iba caminando y dice: “pato” le preguntan donde está el pato y contesta: “otro lado”, se trata de chicos que no decían ni su nombre. Obviamente el lazo social está mediado por el lenguaje, si el chico no tiene una apropiación de la lengua, está como siempre decimos hablado por Otro pero él no tiene la dimensión de enunciación, por eso estos chicos no dicen yo, me o mi, y hay algunos que hablan en tercera persona, hablan bastante pero como radios. La experiencia del Zoo los convoca en primera persona, tienen que estar ahí. Otro aspecto importante es el contacto y la mirada con los animales. Había un chiquito muy grave que no miraba, nosotros no nos habíamos dado cuenta del cambio pero un fotógrafo que vino unos seis u ocho meses después de su incorporación al programa nos dijo: ahora mira. Este pibe que antes no miraba empezó a mirar a partir de que también le compraron un perro en la casa, entonces miraba al perro. Eso le posibilitó que pudiera andar en bicicleta dado que el mirar le generó todo una cuestión de coordinación y esto a su vez le permitió andar en bicicleta con los chicos del barrio, es decir que se produjo una secuencia de inserción social importante a partir de la conexión que el pibe tuvo a raíz de algo que le interesa. Hay un autor, muy inteligente, que se llama Franco Rella que dice que hay una otredad que nos interesa por sobre cualquier otra cosa. En este caso podríamos decir que el pibe se encontró con una conexión con algo que le arma misterio, enigma y ahí empezó a mirar, empezó a interesarse.
Lo que es muy importante tener en cuenta es que lo que logramos tiene límites. Los chicos tienen una mejor inserción social pero no una mejor integración social. Esta última es efecto de una política que favorece el despliegue de todos los derechos de una persona en sociedad, de un ciudadano. La inserción social es un modo más precario de tener cierto acceso a alguna instalación, pero no el ejercicio pleno de derechos. Los chicos no pueden -a veces por dificultades de ellos y otras del medio- tener por ejemplo, una capacitación o una formación más acabada, tener acceso a un trabajo bien remunerado, lo tienen pero hasta ahí, siempre en un nivel de menos que no podemos soslayar, porque son chicos graves y uno a veces se hace la ilusión. Nosotros hemos creído fervientemente que se iba a poder lograr que se integren socialmente, pero en un país donde hay millones de personas que no están realmente integradas socialmente si no insertas, que le queda a chicos que tienen además como efecto de una problemática severa un daño en algún tipo de lo que podríamos llamar funciones en sus posibilidades de lazo social, de aprendizaje, de conexión con otros y es lógico que en algún punto eso haga menos.
Esto tiene que ver con la capacidad de que haya una recepción sociocultural distinta y una política de integración social que no la hay para millones de personas, más allá que pueda haber logros parciales desde el 2001 a esta parte, sin duda que los hay, pero hay una cantidad de gente excluida, algunos con la sensación de excluidos para siempre del acceso a determinadas instancias socioculturales de vida. Ese es un tema, nosotros nos hicimos muchas ilusiones y laburamos mucho con esto. Por el programa pasaron quinientos y pico de chicos, no son pocos. Durante el verano hicimos con Hugo Massei un relevamiento en el cual promovimos un seguimiento de cien chicos (del cual salió publicado en Vertex un comentario, aún no se divulgó el estudio por una cuestión metodológica que tenemos que pulir), y ahí se muestra claramente el nivel de dificultad que tienen los chicos para integrarse socialmente, verificamos que tenían una inserción social pero no una integración. Había chicos en tratamiento, algunos en instituciones, otros en escuelas especiales, algunos tenían trabajo pero sobre cien una minoría. Los demás transitan, muchos mejor que antes pero todavía por la banquina.
-¿Podría pensarse siguiendo a Winnicott la propuesta del programa como un espacio transicional?
-Absolutamente. Nosotros planteamos que el Zoo es un espacio transicional, es un dentro fuera. No pertenece al dominio de la salud mental porque está fuera del dominio, pero está incorporado al campo de la salud mental, entonces forma parte y a la vez es un afuera donde hay gente de salud mental que trabaja, entonces es un afuera que tiene algo de adentro pero sería muy diferente –y es con lo que nosotros no acordamos– llevar animales al hospital y poner un minizoológico o una minigranja en el hospital. Eso para nosotros sería un error craso, porque lo que haríamos sería institucionalizar a los animales y no sacar a los chicos de las instancias de institucionalización que si se eternizan los dañan, así como dañan a los profesionales cuando están eternizados en las instituciones, estas te tragan. Creo que el punto es armar un afuera, un afuera que es transicional. El juego, el aprendizaje y el trabajo para nosotros son los medios transicionales de conexión con esa alteridad que son los animales y ahí hay una zona de creación porque el chico pone en el animal cosas y el animal responde generando algo totalmente fuera de serie. El subtítulo de mi libro Contacto Animal es “un lazo fuera de serie”, esto surgió a partir del comentario de un cuidador que dijo: lo que pasa entre chicos y animales es fuera de serie. Un cachorrito es lo contrario de un autómata. Yo digo que lo que hace ese espacio transicional, de conexión es acercar al chico a su dimensión de cachorro y alejarlo de la dimensión de autómata, eso es generador de riqueza, de espontaneidad. Nosotros tenemos muy presente a Winnicott en el modo de pensar la experiencia. Esta experiencia tiene una característica y es que se trata de un conjunto muy vasto de ideas. La idea de Hugo de traer chicos del hospital al zoológico es una parte de la cuestión, sin eso no habría programa, a la vez eso no es el programa. El programa es eso más un lugar de inserción particular, un acompañamiento fundamentalmente distinto al que podía haber, una conexión con personajes que específicamente se prestan a esto, el lugar de los animales, el lugar de todo lo que significa el contacto con la naturaleza, el lugar transicional de la institución. Vale decir que hay muchas ideas que conforman un programa y que tiene para nosotros un carácter valiosísimo, porque la creación de alternativas en Salud Mental tiene que contemplar esto, para mí es central la salida de la gente de las instituciones asilares.
-¿Han habido réplicas de esta experiencia en el interior del país o en otras latitudes?
-Réplicas no podría haber. Lo que planteamos es que no se puede replicar sino transfigurar porque en cada lugar hay condiciones totalmente diferentes. Hay un trabajo que he hecho sobre qué se puede transferir de esta experiencia a otras y hay muchas cosas que se pueden transferir, algunas son estas que estoy diciendo y también hay obstáculos importantes para que esto se produzca. Hay experiencias con las que he estado en contacto, en escuelas especiales, por ejemplo en Glew llevaban chicos a un pequeño zoológico cercano, hay gente que trabaja con animales de otra manera, pero no hay un Zoo que haga otra experiencia como esta. En Estados Unidos hay algunas experiencias en granjas, inclusive hay un libro de Mark Haddon que escribe personificando a un chico psicótico que se llama El curioso incidente del perro a medianoche y el chiquito dice: a mi lo que me va a pasar es que me van a mandar a una granja a palear mierda de burro. Hay experiencias en otros lugares donde los chicos trabajar pero no en un zoológico y el tema central está ubicado en la ecología. Por otro lado hay gente que sospecha de la posibilidad de daño a los animales y está el tema del riesgo, el tener que tener cobertura de seguro para los chicos pone luces amarillas y entonces la gente no se quiere meter.
-En Contacto Animal dice que “los fantasmas de época que un niño de hoy debe conjurar” son diferentes a los de la época del totemismo o del medioevo, ¿cuáles son esos fantasmas?
-En general me parece que son los fantasmas que aporta la ciencia ficción, el mejor ejemplo podría ser algo así como la película de Steven Spielberg Inteligencia Artificial. Desde la modernidad en adelante un niño urbano, que son los niños predominantes, tiene que entrar en un ritmo de adquisición de aprendizajes, habilidades y tiempos que requieren de él en general respuestas rápidas y a veces automáticas. Antes las metáforas sobre lo no humano en el hombre estaban ligadas a la naturaleza, por ejemplo: es una bestia, es una fiera, es un demonio, o a la mitología religiosa y ahí encontramos a las brujas, el medioevo estaba lleno de esto. Lo que aparece ahora como fuente de conjuro más importante son todas las cosas que tienen que ver con la constitución del autómata, del chico programado. En La atención que no se presta me ocupo justamente en un capítulo de la reprogramación de la infancia, donde se plantean todas las adquisiciones nuevas de una tecnociencia lanzada –dice una autora– como una especie de pacto fáustico donde se acaban los límites, no hay sagrado, se avanza sobre todo. Se avanza sobre lo que sería la reformulación de lo humano, esto es las terapias genéticas, la fantasía de intervención a través de los genes para que ya no por “evolución” si no por ingerencia técnica se pueda programar a los humanos de otra manera. Esto además viene acompañado de proyectos re-educativos y de una falange psicofamacológica, donde los chicos lejos de ser escuchados en sus síntomas son reeducados y acallados para que funcionen. Lo que aparece como paradigma de época es la funcionalización, la integración a partir de una funcionalización, la que se muestra iconicamente representada en la figura del robot o del cyborg. Por supuesto esto no abarca todo pero ese sería uno de los puntos a conjurar. En este momento tengo en consulta cuatro o cinco chicos graves que son muy parecidos, que hablan como radios y su texto es el de los personajes de la televisión, léase Power Rangers, RoboCop, Buzz Lightyear, todos personajes donde la dimensión de lo autómata está presente. ¿Cómo eso arrasa con la posibilidad de la subjetividad?, el alma no está en la máquina. La idea es que justamente eso nunca va a arrasar con todo pero es la tendencia. Me parece que lo que se le propone a los chicos como tarea epocal es conjurar esto rescatando una dimensión subjetiva de apropiación, sumado a la aceleración de los tiempos en que tienen que hacer algo con eso. La información fluye a través de nosotros y hay algo así como paremos la pelota, déjenme jugar a mi un rato con lo que si no juega conmigo. Para que la imaginación tenga su lugar tiene que haber una instancia de desaceleración previa. Para constituir un espacio de juego con un chico hay que desacelerarlo primero y después podrá poner en obra su imaginación, esto lo dicen Cristina Corea e Ignacio Lewkowitz. La imaginación como liberadora proviene de cuando había una represión de la imaginación, hoy lo que tenemos es un desparramo desorganizativo de reglas e instancias normativas que hacen que las cosas vayan y vengan, entonces para generar una subjetividad allí hay que parar la pelota. Hay una metáfora que me sirve para pensar esto y es la siguiente: si a un chico que está en el arco le patean un penal cada segundo no va a poder atajar prácticamente ninguno, hay que parar el ritmo y darle la posibilidad de que vaya agarrando alguna pelota de todas las que le patean. Generar la posibilidad de que los chicos hagan algo con eso que si no los pulsa, se inscribe en ellos o no termina de inscribirse y está allí insistiendo y ellos no se pueden apropiar de eso, ahí no son quienes juegan si no que son jugados por. Recuerdo el caso de un chico que estaba en el consultorio representando (aparentemente jugando) una escena de una película y él se acordaba tan bien de la escena que se corría para que pase un personaje inexistente, pero que él se imaginaba, mientras dialogaba con el personaje que pasaba. Era un eco en ese momento, porque en la escena de la película sucedía eso, volviendo a lo anterior él replicaba esa escena.
-¿Esta deshumanización de la que habla, que toma como modelo lo robótico no tiene que ver con la despersonalización que desde años se atribuye y observa en las psicosis?
-Creo que si pero no únicamente en relación a la psicosis. Creo que la psicosis
podría ser como un subconjunto de esto que está presente en chicos normales.
-¿Esto es lo que ubicaría como novedoso?
-En Post-mocositos hablaba de chicos que son instituidos desde lugares que no son los padres, el Estado, la familia, la escuela, la iglesia si no desde la publicidad, el consumo, el mercado, el modo de lazo social que eso genera, la relación con lo simbólico puro, es decir con las marcas, la caída de la posibilidad de una apropiación que va mediada siempre por lo imaginario de las cosas, esto es para que un chico aprenda lo que es un número dos se lo viste como un patito. Acá hay una inscripción a veces en crudo de cosas que la publicidad además dice claramente. Antes la publicidad armaba escenas envolventes e inclusivas, actualmente para mi el mejor ejemplo es “hacele caso a tu sed”, pero si vos le tenés que hacer caso a tu sed para tomar Sprite, esa no es tu sed, es la sed de ellos. Están metidos en las dimensiones pulsionales, la publicidad nos constituye pulsionalmente también. Considero que los chicos que no son psicóticos tienen como tarea epocal también hacer algo con eso, los que son psicóticos, si es que podemos convenir que hay psicosis infantiles, son los que no pueden hacer nada, quedan a merced de eso entre otras cosas por supuesto. Esto es lo que está pasando con un sector de la infancia actual, porque el otro está excluido y ese sector excluido queda con la ñata contra el vidrio. Los chicos pobres lo que quieren es incluirse en el consumo porque es lo único que les aparece como generador de inclusión. Recuerdo otra publicidad, en este caso de Coca Cola que era fantástica donde aparecían gordos, flacos, altos, bajos, negros y surgía un envase de coca cola que se iba modificando, se agrandaba, se achicaba y terminaba diciendo luego de una cantidad de adjetivos enormes: Coca-cola es para todos y te emocionaba esa sensación porque el es para todos no aparece por ningún lugar o aparece muy poco. Por esta forma de inclusión el chico que está fuera del consumo, fuera del circuito de adquisición no está fuera del circuito de lazo que el consumo promueve. Además lo anhela y puede ser mucho menos crítico porque está desesperado por acceder a eso, o lo rechaza y se va a robar pero para tomar de otra manera esos objetos. No puede ser crítico de un modo de lazo social que sacraliza, una forma de pertenencia ligada a marcas, a inclusión diferenciada, ligada a una cuestión que es estar primero y no estar con otros. Cualquier publicidad está marcando todo el tiempo: vos tenés esto los otros no lo tienen, vos sos diferente, vos valés, el consumo no genera igualdad, genera asimetría. Es lo opuesto a la igualdad ante la ley, es la desigualdad porque es la desigualdad ante la marca. Ahí se genera una modalidad de constitución subjetiva muy fuerte que además se ve en los reclamos que los chicos les hacen a los padres. El consumo educa a los padres y los chicos reclaman que los padres sean educados por el consumo. La propaganda de Patyviena, de las salchichas, muestra a los padres reunidos en la escuela hablando de los hijos y a los hijos congregados hablando de los padres, luego cuando se reúnen a comer y la madre le da la salchicha la nena le dice: todos estamos mejorando, porque la mamá accedió a darle de comer esas salchichas, pero si la mamá no le hubiera comprado las salchichas no habría mejorado, estaría empeorando y la que le pone la nota es la nena y el boletín en el cual la nena inscribe la nota lo hizo la sociedad de consumo que califica a los padres como proveedores bien o mal. Los padres se desesperan porque tampoco pueden poner freno al consumo en ellos porque es lo que hay, es lo que aparece como productor de bienestar y de pertenencia. Ahí es donde se dan vuelta las cosas y nos encontramos con un montón de chicos déspotas que tratan a sus padres mal porque no les pueden comprar lo que ellos quieren y chicas que se identifican con las celebridades haciendo un despelote atrás de otro, ubicándose por fuera de las reglas dado que hacen lo que quieren como Madonna o Britney Spears, personajes que a su vez tienen algunas cosas interesantes porque son iconoclastas, rompen con tabúes morales. En un reportaje que hicieron en una villa de emergencia se puede ver a un chico que estaba tuerto y tenía una pierna paralizada porque lo había agarrado a tiros la policía diciendo: yo robo porque mi viejo laburó toda la vida y es un pelotudo y no quiero eso para mi, yo quiero tener cosas, no quiero vivir como vive mi papá. Hay una descalificación porque el padre no pudo proveerlo de aquello que él quería, creo que la publicidad en ese sentido llega a todos lados y genera una ñata contra el vidrio universal. Creo que las migraciones a Europa tienen algo que ver con eso, antes que sabían los sur saharianos de lo que pasaba en España, ahora lo ven en la tele. Volviendo a lo que hablábamos anteriormente considero que no hay que pensar que el autómata es un psicótico si no que hay que tener en cuenta esta dimensión presente en todos nosotros. Lo que se plantea es un vínculo adictivo y compulsivo y la figura clásica es “¡cómo no sos fanático de algo!” Ser fanático tiene una parte linda, ligada a la pasión, otra compulsiva, de que no se puede estar sin eso, de consumir desesperadamente determinada cosa y también de pertenencia, creo que se han diluido las otras pertenencias. En referencia a la escuela el chico que se siente perteneciente a este ámbito es una especie de nerd, un idiota. Es cierto que si un chico se queda solo con eso se empobrece, pero antes la escuela era como la formadora, ahora yo digo que los chicos tienen con la escuela, incluso con la escuela pública –en la ciudades no en la puna porque ahí y en muchos lugares la escuela hace patria o restituye patria– una relación casi clientelar, son usuarios de servicios educativos y ahí empiezan los problemas de disciplina porque el cliente siempre tiene razón. La escuela se olvida que la disciplina surge del discipulazgo. Disciplina viene de discípulo y la escuela ya no forman discípulos. El alumno tendría que tener una cualidad de discípulo, tendría que poder poner al maestro en un lugar de Ideal del Yo garantizador de algo y el maestro no puede garantizar nada en este momento, porque la escuela no puede garantizar mucho, esto visto muy críticamente por los pibes. En general el maestro ha perdido su investidura lo cual genera la falta de respeto y la investidura de otras cosas que todo el tiempo están ofertadas, aparecen otras figuras que desplazan a las del maestro. Luego la cabeza del pibe se convierte en una licuadora, entonces cuando un padre le viene a poner una norma a un chico este se pregunta: ¿qué está diciendo? Hay un libro de marketing para niños de un tipo que se llama James McNeal que dice algo así: a veces los chicos pueden tener problemas con sus padres porque estos no les quieren comprar lo que ellos quieren, son situaciones muy desagradables que tendríamos que tratar de evitar; los padres tendrían que poder consultar con los comerciantes interesados conocidos para ver como resuelven este tema.
Hay que educarlos a los padres, el chico le dice al padre: vos no entendés.
-Con lo cual se invierte el lugar de quien ejerce la autoridad
-Completamente. Esto genera una situación donde el piso se mueve y los padres, los maestro no hacen pie. Quienes hacen mejor pie son los chicos porque están criados en el consumo, saben manejarse mejor y naturalmente para ellos tendrían que producirse ciertas cosas, pero cuando los padres no responden a eso los decepcionan y los padres se sienten muy culpables por decepcionar a sus hijos, entonces se complica todo. Lo que antes era autoritarismo, represión, neurosis, ahora es otra cosa, es en general dificultad de armar a la familia como nucleadora, más allá de todo lo que podamos discutir sobre la familia, se ha convertido en un espacio de encuentro de vidas privadas. Yo digo que es más bien de desencuentro. En muchas familias bajo un lugar común hay una falta de experiencia en común. No siempre es así, creo que nosotros argentinos, latinos y demás tenemos mucho puesto ahí y hay un permanente intento de hacer algo con eso, un permanente ruido que se produce con todo esto. A veces los padres sienten una especie de arrebato autoritario pero es porque no hacen pie y con los maestros sucede algo similar. Hay que pensar primero que el arrebato autoritario no sirve y segundo que se parte de una situación de desventaja que hay que reconocer para poder partir de ahí y posicionarse de otra manera, si no ese arrebato autoritario no dura nada.
-A partir de considerar que la noción de infancia ha estallado y que los modos en que los niños se presentan ya no encajan con la infancia tradicional señala que “la infancia y la consulta ya no son lo que eran”, ¿los niños diagnosticados con ADHD serían un emergente de esta nueva infancia?
-Totalmente. El ADHD no es un diagnóstico, no es una enfermedad, es el resultado de una práctica clasificatoria que reúne aspectos heterogéneos en una especie de “misma bolsa”, que como constructo recupera esta dimensión de nueva infancia acelerada, dispersa y demás, la formatea como síndrome, la ancla en bases pseudo-biológicas y pseudo-genéticas y la reúne en combo con dos R que son la re-educación y la Ritalina. Al registrar este existente lo aplana y lo convierte en un producto de circulación masiva. La forma más común de “diagnóstico” de ADHD son las escalas que tienen un margen de error sideral. Para poner un ejemplo las escalas de Keith Conners que se usaron hace poquito en Neuquén en una población de mil trescientos alumnos (mientras se desarrollaba paralelamente el congreso de pediatría) arrojaron que sobre esa cantidad el cuarenta y siete por ciento de los chicos respondía a las pautas del ADHD. Tengamos en cuenta que la media de la Academia América de Psiquiatría es que el ADHD es el cuatro por ciento de la población escolar, cosa que sigue siendo algo muy discutible, lo cual hace sospechar que el instrumento es una especie de profecía auto cumplida. Primero los modos de clasificar apuntan básicamente a la inquietud y no a la desatención y segundo el ADHD sitúa el acento –así como dije biologista, normativizante, etc. – en lo cuantitativo, habla de déficit de atención cuando en realidad no hay ningún déficit de atención, no hay que pensarlo en términos cuantitativos si no cualitativos. Lo que planteo es que la atención que no se presta, porque el chico no presta atención a lo que se le propone como objeto de atención, es porque está destinada a otra cosa. En todo caso el cuestionamiento será por qué no presta atención a lo que yo le propongo, no se trata de un déficit biológico ante lo cual la solución sea darle dopamina, con la idea de que se termina el problema, porque entonces tenemos doscientos mil chicos en la Argentina que en lugar de plantearnos problemas y preguntas sobre la situación escolar y familiar, los tiempos de aprendizaje y demás están medicados. Y doscientos mil como poco para la gente que piensa que tendrían que ser el doble. El ADHD es un constructo clasificatorio que pierde la dimensión de la práctica del diagnóstico. El diagnóstico es una práctica que rescata la singularidad y la alteridad en el sujeto, la clasificación es una técnica homogeneizante que agrupa dentro de un conjunto cosas heterogéneas, en vez de registrar la diferencia lo que hace es aplanarla. Entonces ante la pregunta de si hay chicos desatentos diría que si, y desde esa perspectiva el noventa por ciento de los chicos escolares debe ser desatento de acuerdo a la pauta que se espera. Si nos preguntamos si hay chicos inquietos la respuesta también será si, porque los chicos son mucho más inquietos ahora de lo que eran antes. Antes el niño era formado como futuro ciudadano, soldado, obrero, “comé y quedate quieto”.
-Y callate
-Hoy no acepta el quedarse quieto porque está permanentemente estimulado, movido, pulsado, seducido, atraído, entonces le es muy difícil quedarse quieto y esa inquietud puede ser absolutamente valiosa si se traduce en curiosidad, si se traduce en una cantidad de cosas que pueden llevarlo al pibe a la búsqueda. Esa desatención supuesta debería ser pensada para ver en que está y a partir del universo y del mundo que el chico habita traerlo más cerca del que queremos que habite y compartir con él esto, hay que generar una zona intermedia entre el mundo del pibe y el mundo del maestro, por así decirlo.
Este diagnóstico pareciera que se hace para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, se despliega el formulario ahí y se anota. Estoy al tanto de chicos que han pasado por el consultorio y que han sido diagnosticados con ADHD antes de que los viera un neurólogo o quien hizo el diagnóstico, a partir de los relatos de la madre se les decía “su hijo es ADHD”. Además la formulación es así: “es ADHD”, ahí lo que se pierde es la dimensión de padecimiento, la dimensión de que algo le está pasando y no que ese chico “es”, hay una entificación. En las sociedades tecnocráticas es mucho más cómodo reemplazar prácticas por técnicas, es mucho más fácil resolver técnicamente un problema, la sociedad busca darle formato técnico a los problemas que la conmueven, entonces el leitmotive permanente es vamos a darle un formato técnico y por ende una solución técnica y con esto pasa igual. Los chicos con ADHD tendrían genéticamente déficit de un neurotransmisor, lo cual nunca se pudo probar, ante lo cual la solución es darles una pastilla. Efectivamente todos los que tomemos metilfenidato vamos a estar más atentos, se trate de chicos desatentos o atentos, si tomamos Viagra todos vamos a estar más erectos y si tomamos esteroides todos vamos a tener mayor rendimiento deportivo. Todo el tiempo se está planteando la suplementación protésica para lograr un rendimiento mayor, esa suplementación protésica es un modelo social, de esto dan cuanta el éxtasis o el alcohol. Qué de raro hay en que si la mamá toma tranquilizantes y el papá toma cualquier otra cosa, el chico tome algo para aprender, es lo más natural del mundo y lo que se produce es una naturalización del recurso al psicofármaco, entonces nadie termina sorprendiéndose y esto es lo peor que puede pasar porque ya nadie se pregunta nada. Es como lo que sucede en la película El Mundo feliz, donde dos gramos de soma, eliminan dos sentimientos desagradables; tomamos soma que era una droga, una especie de éxtasis y listo, estamos todos contentos, para qué te vas a calentar. El ADHD en ese sentido es como el registro de una infancia distinta, aplanada, formateada tecnocráticamente y mercadotécnicamente para que la solución a eso que se convierte en un mercado más sea un bien de consumo, una pastilla y se pierde absolutamente la densidad del problema, de lo que pasa con los chicos hoy y qué de bueno le aportan a la cuestión, porque chicos más inquietos también tienen una cuota de vitalidad que se puede aprovechar.
-También demandan más
-Exactamente. Y lo extraordinario del asunto, así como Borges decía que cada escritor se crea sus propios predecesores, es que los que se dedican a esto inventa para atrás todos los ADHD que hubieron a lo largo de la historia de la humanidad desde Einstein hasta no se quien. Ahora la nueva estrella del asunto son los niños bipolares, a los cuales en lugar de darles Ritalina, cuando fracasan les dan antidepresivos, y también nos encontramos hacia atrás con un montón de bipolares, entonces estamos nada más en una cuestión que es la continuidad de lo que hubo siempre, lo único es que ahora le encontramos la solución que es una pastilla, por supuesto. Los bipolares son otro flagelo, porque para poder hacer realmente un diagnostico de bipolaridad se requiere un tiempo donde se desplieguen una serie de episodios, donde los chicos hayan tenido momentos de excitación y momentos de depresión en forma secuencial, por supuesto que hay varios grupos de bipolaridad, pero el diagnóstico en muchos caso se hace con gran velocidad, temeridad e imprudencia.
Por otro lado lo que se propone como tratamiento es la Ritalina y la re-educación donde de lo que se es de aplanar re-educativamente, donde no hay que preguntarse ni interpretar nada, las terapias interpretativas no sirven dicen los neurólogos y los cognitivistas, hay que hacer re-educación y psicofármacos. Hay una población de millones de chicos que han tomado durante años Ritalina en quienes los efectos benéficos a corto plazo se ven, los chicos inmediatamente están más atentos, pero los efectos a largo plazo no demuestran que hayan aprendido más. Por otro lado hay chicos que han tomado durante siete años Ritalina, lo cual produce un desajuste neuroquímico en el cerebro de estos chicos y se ha observado que muchos de ellos (de los cuales además se ha pasado por alto la posibilidad de diagnosticarlos, no de clasificarlos) en la pubertad se brotan y se descompensan. La Ritalina como las anfetaminas han producido, y esto no es nuevo, muchísimos brotes psicóticos cuando se utilizaban para adelgazar, por ejemplo, o para estudiar; ahora han sido reemplazadas por los estimulantes tipo Red Bull. Hay pruebas nítidas de que la toxicidad de la Ritalina no es pavada, es cierto que no es altísima la frecuencia pero hay muchos chicos muertos relacionados con su consumo, en general por muerte súbita o cardiomegalia. También hay, por lo menos dos documentados, chicos que se han suicidado y que estaban medicados uno con Ritalina y otro con antidepresivos, es decir que es un medicamento riesgoso pese a que se dice que es muy seguro, sí seguro porque se da a pasto pero es un medicamento potencialmente riesgoso, que genera la idea, la expectativa en el chico de que es a través de la pastilla que se va a curar y se olvida algo que es una máxima para mí y es que ningún medicamento enseña absolutamente nada. Si un pibe quiere aprender algo nuevo para posicionarse de un modo diferente en la vida no lo va a obtener de una pastilla, y si bien es cierto que lo pone en mejores condiciones para aprender hay que preguntarse cual es el costo y la artifiosidad del dispositivo, en un chico al que debe estar pasándole alguna otra cosa y que sería bueno tratar de llevarlo a que esté en mejores condiciones de aprender sin la utilización (por lo menos casi de largo plazo por no decir crónica a veces) de un psicofármaco. Por supuesto que cuando no hay más remedio uno puede utilizar psicofármacos pero con un criterio distinto al que se implementa para esto.
En El mito del ADHD, Thomas Armstrong –docente norteamericano– restringe a tres situaciones la utilización de Ritalina, yo las analicé y ninguna de las tres justifica su uso. Una es en situaciones donde la hiperactividad es muy intensa e incoercible, pero entonces no estamos hablando de un chico simplemente disperso o desatento, si tenemos un chico con estas características estamos hablando de una caso muy grave y ahí darle Ritalina hasta podría estar contraindicado. La otra circunstancia es cuando se utilizada únicamente como algo breve, yo creo que todos los medicamentos tienen que ser utilizados sobre la base de un tratamiento que se platee su disolución, así como hay que disolver la transferencia en el tratamiento psicoanalítico hay que disolver la transferencia con el medicamento cuando la actividad absoluta y únicamente sintomática, no curativa, del medicamento ha producido efectos que ya no hacen falta. Cuando uno instituye un medicamento tiene que estar pensando cuando lo va a sacar y tiene que pensar qué lo tiene que sacar y no estar cabalgando todo el tiempo con la idea de dar medicamentos crónicamente, porque esto se justifica en cuadros de psicosis o esquizofrenia pero no en el de chicos que tienen desatención. Por otro lado lo que es clarísimo es que entificar el ADHD produce un mundo alrededor, los padres se nucléan, reciben una identidad muy deseada. Al chico se le dan lugares diferenciados tal vez en las escuelas y en algunos trabajos y el pibe se desciudadaniza, se lo discapacita, y creo que la apuesta no tiene que ser esta, tiene que ser ciudadanizar, integrar, ir apuntando al registro de la diferencia para tratar de acortarla y para respetándola generar espacios donde el chico pueda sortear eso que le genera la diferencia y lo excluye, pero no acantonar, etiquetar, armar como cubículos donde se pone a los ADHD de una manera diferenciada. La idea tendría que ser la contraria, es decir incluirlos de una manera menos diferenciada. Un papá no va a salir a hacer grandes reclamos, como lo hacen las asociaciones de padres, en general subsidiadas por los grandes laboratorios -lo cual se ha visto y se ha denunciado- si el chico tiene una patología que produce cierto pudor, como por ejemplo una psicosis infantil. Pero el ADHD es elegante, tiene cierto encanto, puede ser presentado en sociedad, entonces genera un nudo de relaciones, una suerte de lobby a su alrededor muy importante. Cualquier político que reciba una demanda de un grupo de padres sensibles porque sus hijos tienen una patología emblemática, va a generar una respuesta social político técnica y ellos no tienen por qué saber que el ADHD es un problema técnico o no, pero si uno lo piensa como una parte de la problemática sociocultural y de época ahí hay que pensar cual es la política que nos damos hacia los chicos desatentos e hiperactivos que son un existente real. Lo que no es un existente real es el ADHD, es un constructo que pretende incorporar a la mercadotecnia y a la tecnocracia a un mercado de chicos muy importante. Hay otra situación más que se describe en el libro pero que tampoco requiere medicación. De resultas de lo cual una utilización criteriosa de la Ritalina es prácticamente nunca. Si hay otras cosas, si además el uso de estimulantes en chicos tiene riesgos que no deben ser corridos, no se justifica y se genera un vínculo adictivo del chico para con la pastilla. Además se fetichiza en la pastilla algo que él esta haciendo, favorecido por la pastilla, pero lo que no se rescata es que él está aprendiendo y él está haciendo otras cosas y que las podría hacer seguramente sin la pastilla.
-Sobre esta problemática está previsto para dentro de pocos meses un simposio, ¿cuáles son los objetivos del mismo?
-Preocupados como estamos por esto, vamos a tener un simposio entre el 8 y el 9 de junio, para tratar de salir al cruce de una situación que abarca a millones de personas. Hay en este momento organismos en varios países del mundo que están realmente preocupados por esta situación.
Creo que estamos ante un problema de la época que debería interrogarnos con mayor profundidad de lo que resulta de poner una respuesta.
El simposio está pensado como para tratar de armar un espacio de reflexión y transmisión de una posición crítica, centrada en la medicalización y la patologización de la infancia. La patologización consiste en el rotulamiento excesivo y la medicalización consiguiente. La propuesta es pensar la problemática de los chicos desatentos e hiperactivos como un problema mucho más vasto que debe ser entendido y escuchado por neurólogos, pediatras, psicoanalistas, por todos los que tienen que ver con la infancia. Invitamos también a genetistas a toda la gente que pueda desmitificar esto que se da en llamar ADHD, que es una sigla, casi una contraseña. Llamamos a un espíritu crítico respecto de las prácticas de adocenamiento que supone esta pastilla fácil, al rendimientismo que se está planteando y un replanteo cultural del lugar de la infancia actual y de los efectos que sobre la infancia tiene el lugar que se le da a los chicos hoy y a los padres como meros educandos de la publicidad, por ejemplo. La idea es no solo plantear una crítica si no también alternativas de abordaje.
Un ejemplo sencillo es que si antes nos encontrábamos con una infancia que se quedaba sentada y callada y ahora nos encontramos con una infancia a la que todo esto le resulta mucho más difícil, evidentemente hay que pensar una escuela en donde los espacios de recreo y de formación cambien. Los estilos de aprendizaje tienen que ser mucho más participativos e inclusivos y más cortos, tiene que haber una adecuación para motorizar y potenciar un aprendizaje más rico, esto no es un problema y se puede modificar como una cosa elemental y sencilla. De ahí en más hay que plantearse todo lo que implica la investidura de la escuela, del docente, de la autoridad pero una autoridad con autoría y no una especie de eco, una autoridad de alguien que pueda formar discípulos, del respeto hacia el docente que trasmite algo que al chico le sirve.
-Para esto es necesario poder trasmitir algo del deseo y la pasión puesta en juego en el enseñar, cosa que los chicos perciben. Hay docentes que promueven entusiasmo por aprender y otros ante los cuales solo hay disturbio en la clase.
-Por su puesto, además hay que saber que la escuela es una instancia difícil como tal. Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas decía: a los cinco años finalicé mi educación para comenzar la escuela. La escuela tiene un cierto contrapaso con respecto a algunas cosas y mucho más con lo que pasa con los chicos hoy. Primero hace falta una valorización a escala nacional y hasta internacional, porque si concluimos en que la escuela es insustituible porque no hay otro sistema, entonces veamos de que manera puede ser lo mejor posible y de qué modo un docente que está trabajando en ella puede sentir que él es la encarnadura de una función trascendente, que su lugar es absolutamente valioso.
-Como sucede con los cuidadores en el zoológico, la posibilidad de incluir al otro en un linaje, una trascendencia y el convencimiento de que lo que se transmite es valioso.
-Efectivamente, yo lo extraigo un poco de ahí porque veo los efectos. Al pibe le interesa, pregunta, escucha, imita, se identifica. Esto es lo que me parece que falta, pero no al docente, esto no queda solamente en manos del docente individual. Hace cuarenta años atrás un docente no conocido entraba al aula y los alumnos lo recibían en silencio, tal vez se ponían de pie, lo saludaban y el docente podía ser un idiota o un mediocre pero era el docente, tenía esa investidura. Actualmente puede ser que un docente se acerque a un aula, sea inclusive más capaz, más inteligente, más pedagógico, más simpático que el de hace cuarenta años atrás pero cuando entre va a tener que hacerlo casi cuerpo a tierra, antes que lo conozcan su investidura ya no es la que tenía aquel otro. No es que hay que volver atrás, pero sí hay que generar un nuevo investimiento libidinal del aprendizaje y de la escuela, eso genera una investidura distinta para el docente. Eso no se hace solamente desde abajo, se hace desde una política que ponga a la educación en un lugar, que si bien ha mejorado en los últimos tiempos porque seguro que hay avances, requiere un salto cualitativo para que toda esa energía que se dispersa se pueda encausar hacia el enriquecimiento, la apertura de nuevos mundos y la curiosidad.
-Usted ubica el jugar como una traducción creativa del fantasma y agrega que una escena lúdica puede soportar y modificar una escena fantasmática a la vez que permite intervenir sobre ella, ¿siempre será posible para un chico jugar, incluso en cuadros muy graves?
-Es posible lo cual no quiere decir que sea probable. La probabilidad depende de ciertas determinaciones que llevan a la constitución subjetiva de ese niño y de lo que podríamos pensar como función con todo el trabajo que se le supone, así como Freud hablaba del trabajo que le supone la corporalidad al aparato psíquico, la pulsión como fuente de trabajo psíquico. La pulsión en el niño es indesligable del Otro, es un constructo nuestro que surge –al menos como lo pienso– en primer lugar de la ubicación fantasmática que tiene el niño para los padres, de donde vendrá el modo de recepción de ese niño, de inscripción en el niño de una serie de cuestiones que tienen que ver con el trato y con la palabra. Lo que se inscribe en el niño como signos de percepción, por ejemplo en el esquema de la carta 52 de Freud, tiene que ser reformulado y ligado libidinalmente, ligado por el placer. Esta ligadura requiere permanentemente del auxilio ajeno, del auxilio parental y la época a través de ellos y no a través de ellos porque esto también pasa, las temporalidades de cada época no las regulan los padres, la regula la época, en eso los hijos se parecen –como dice un dicho– a veces más a la época que a los padres. Ahí hay una inscripción de distintos lados, pero si tomamos aunque sea un poco esquemático el modelo de la inscripción y el de la “carta 52”, los padres son fuente de inscripción que pasa a través de ellos, que incluso es inconsciente y que ellos tienen que contribuir a ligar y ayudar a configurar esas inscripciones en algo. Esto es, para decirlo de una manera que solía usar Fukelman, si el modo de inscripción de un deseo parental fantasmático es que ese chico nace para darle una mano a sus padres y ese chico no puede darle una vuelta lúdico metafórica (porque el juego es matriz de metáfora) a esa inscripción, lo que va a haber es una automutilación psicótica, se va a cortar la mano o tipo Van Gogh se va a cortar la oreja.
Un nene chiquito muy grave, que concurría al programa en el zoológico, cuya madre entró en una depresión grave a los dos años y medio o tres de vida de él dejó de hablar y empezó a hacer ruido, todo el tiempo hacía ruidos. Varios años después quedó claro en el curso de un tratamiento que este chiquito temía por la vida de la mamá. Eso que parecía una especie de constructo, en una oportunidad estando en el Zoo estaba por tirarse de un tobogán y se acerca otro nene al que deja pasar pero le pregunta: ¿no te vas a suicidar, no? Una pregunta totalmente sacada de contexto. ¿Cómo queda tomado un chico por toda esa expectativa que se inscribe en él, más allá de él y que no cesa, inclusive podríamos decir, de no inscribirse en él? Tiene que construir una escena fantasmática, eso es lo que se inscribe en el inconsciente como escena fantasmática y lo que tiene que hacer con eso es salir del lugar de ser objeto de ese fantasma, ser el que tiene que sacrificarse para salvar a otro. A eso llamo un pasaje de pasivo a activo y una reformulación metafórica de lo que se ha inscripto en él y que lo antecedía, depende de eso, de la tensión que se genere en esa situación, de las líneas posibles, de la apertura, de la rigidez, que el pibe pueda jugar. Lo que planteo es que el fantasma construido por nosotros y el juego del niño tienen una estructura semejante. Hay un verbo, en general en el caso del fantasma tiene que ver con situaciones vergonzantes, con situaciones de sadomasoquismo y humillación. El fantasma impone un modo único de goce, el jugar propone distintos modos del placer, ahí se produce ese desplazamiento que también es una ruptura y que deja del otro lado algo de ese goce. Freud dice que la libido tiene que ser transformada, sacada del síntoma y recuperada para el sujeto, entonces la libido que gira en un circuito de goce tiene que ser retomada para el placer y este placer es producido en la vida del niño a través del juego que es una matriz de metáfora, de placer y de subjetivación.
-¿Qué herramientas es posible poner en juego cuando el niño no juega?
-El juego. Voy a citar el caso de un chico muy grave que está en tratamiento a quien aparentemente lo único que le interesa es abrir mi despensa, mi heladera y sacar cosas para comer. Hay en la prehistoria de este chico un secreto que no se revela y que está reconocido como tal, es algo que el abuelo le dijo al padre en su lecho de muerte que el padre no quiere revelar, ni a mi me lo quiere revelar. El padre está en análisis y hay en esta familiar una mamá muy frágil. Este pibe viene al consultorio y la sesión se podría convertir en un forcejeo, yo teniendo que decirle que no. También puedo entender precariamente que la heladera y la despensa son como el cuerpo materno, que esta mamá se muestra como siempre disponible y el pibe no deja de demandarla, ¿de quién es la demanda de que la demanden?
Lo que yo pude armar con este chico es que si el abre o intenta abrir la puertita de la despensa salen bichitos que se le meten a él debajo de la ropa y le hacen cosquillas. De a poco lo que va pasando es que cada vez más el viene, se sube a una mesita para acceder a la despensa y me mira, después de lo cual me pide que lo lleve a upa, recorra todo el cuarto y le haga caballito, luego como lo persigo él se esconde y yo lo tengo que empezar a buscar. Él que queda fijado a demandar al Otro todo el tiempo empieza a poder esconderse, empieza a poder defenderse de la demanda del Otro, a buscar algo que le produce placer y no solamente algo con lo que llenarse la boca, que debe ser para este pibe un agujero. De lo contrario cuando se ponía muy pesado entraba en situaciones donde gritaba y pataleaba, un chico que con cinco años y sin ser un autista no dice una palabra. Es un chico que se conecta, mira, tiene una expresividad extraordinaria, te agarra de la mano. Idea, por ejemplo me lleva de la mano para alejarme de la heladera, me empuja y sale corriendo para abrir la heladera, me hace como una trampa. La posibilidad de que él ahora esté ligando su experiencia conmigo, algo que tiene que ver con las cosquillas, con el placer, con los bichitos, con el esconderse ya tiene un carácter de juego. La apuesta es cómo llevar esa insistencia pulsional a un carril en el que pueda simbolizarse, en el que pueda abrirse una red de significantes más amplia, abrirse una escena distinta.
-¿Diría que aquello que no está instaurado en el niño puede advenir por vía del Otro, ocupado ese lugar del Otro por el analista que le ofrece una escena de juego, que le propone incluirlo en ese juego y jugar?
-Creo que en este chico el juego es estructurante, hay ahí una dimensión fundante de esta experiencia en donde el pibe puede empezar a armar un circuito en su cabeza –por ponerle un nombre– por el cual empezar a pensar que las cosas funcionan de esta manera y no de aquella otra. Eso tiene un carácter neurobiológico si se quiere, al pibe le abre un circuito distinto en su cabeza, yo digo que los circuitos de goce no son neurológicamente, neuropsicofarmacologicamente los mismos que los circuitos de placer, hay que habilitar otros. No es lo mismo si alguien ante un grito responde o se queda ensimismado, el cerebro funciona distinto, los neurotransmisores que se liberan son otros, pienso que ahí se produce algo nuevo. Para que pensemos como funcionan actualmente algunos abordajes, estos papás habían concurrido a un centro
re-educativo y les dieron setecientas ochenta y cuatro pautas de cómo tenían que hacer con el chico, ante lo cual terminaron mareados. Al hablar con ellos me cuentan que el chico hacía caca en cualquiera de los baños de la casa, no lo podían ver y se limpiaba mal. Me dicen que él quería ir al baño como una pauta de autonomía pero que se limpiaba mal y volvía todo sucio, ante lo cual les digo que cierren con llave la puerta de todos los baños excepto uno, donde la mamá esté cerca, entonces cuando el chico quiera ir al baño va a ir a ese, con lo cual se evita que el chico ande dando vueltas.
-Su planteo apuntaba a poner diques cerrando puertas para acotar vías de descarga, al modo del tercer tiempo del Edipo en Lacan diciendo acá no, allá.
-De descarga y de goce, porque ahí hay un goce interdicto que limita la posibilidad de generar otra cosa. No es solamente cuartando el goce, es generando en concreto la alternativa, porque si no el goce es lo único que tiene y no lo va a soltar. No es una cuestión de interdicción, es una cuestión de interdicción y posibilidad y solo se va a instituir una interdicción cuando haya una posibilidad y no al revés. Si no hay otra posibilidad no hay interdicción posible. Si yo estoy agarrado de una balsa o de un salvavidas en el medio del mar y me dicen soltalo y no se nadar no lo suelto nunca aunque me lo prohíban, pero si aprendo a nadar lo voy a poder soltar. Ha habido toda una formulación, incluso en pacientes graves, donde el planteo era por la vía de la interdicción, donde se decía hay que coartar el goce, pero hay que coartar el goce si uno habilita la posibilidad de que empiece a aparecer otra cosa que uno no la puede imponer, tiene que surgir, que ser construida por el chico. Entonces si va a poder coartar el goce porque tiene otro lado donde pararse, sino no tiene donde ir, es como ponerlo ante la desesperación.
-Pero creo que aquello que puede generar el niño es solo a partir de que operó un no, solo a partir de allí el chico intentará arreglárselas de otra manera. Si no hay no, por más que se le den distintas alternativas el chico va a seguir con lo que tiene, Freud lo plantea en “El poeta y el fantaseo”, donde justamente trabaja el tema del juego y la fantasía, cuando dice que es muy difícil la renuncia pulsional cuando se ha alcanzado la satisfacción, es más nunca se renuncia, se buscan sustitutos.
-Exactamente, pero lo que yo digo es que no nos podemos quedar únicamente con el no, si no que ese no tiene que ir acompañado por una práctica que haga un si otro, porque de lo contrario lo que hace es una pura represión artificiosa e ineficaz. Pero si uno está generando, en la construcción del juego se modifica el fantasma. En la construcción del juego empieza a aparecer una acción sobre el fantasma que hace que ese no sea el único goce posible impuesto, si no que empieza a haber un otro placer posible que puede hacer pasar ese goce anterior a una plano detrás de la escena, ese goce insistiendo va a ser el motor del juego pero tras las bambalinas y la escena de juego va a ser otra. Va a haber una escena de juego, en el otro caso no hay escena de juego y si hay escena de juego hay niño, si no, no hay niño en algún punto.
Jorge Fukelman dice que el juego es un espejo que le devuelve al niño su carácter de tal. Si no hay juego no hay niño, no es que el niño juega, el juego hace al niño.
En nombre de elSigma le agradezco que nos haya habilitado un espacio para difundir su postura respecto de una problemática que crece continuamente y que es la vinculada con la psicopatologización y la medicalización de la infancia. Sus conocimientos, reflexiones y transmisión de una experiencia son un campo fértil para nuevos cuestionamientos e interrogantes.
Juan Vasen es psicoanalista y especialista en Psiquiatría infantil. Miembro Fundador del Programa de Reinserción Social “Cuidar-Cuidando” que por un convenio entre el Hospital “Carolina Tobar García” y el Jardín Zoológico de la Ciudad se realiza allí desde 1990. Es autor de ¿Post-mocositos? Presencias fantasmas y duendes en la clínica con niños de hoy. Lugar Editorial. Buenos Aires 2000; Contacto Animal: Un lazo social fuera de serie. Letra Viva. Bs. As. 2004; Fantasmas y Pastillas: Intervenciones psicoanalíticas y psicofarmacológicas con niños. Letra Viva. Bs. As. 2005 y coautor de Del invento a la herramienta. Una experiencia diferente en Salud Mental con niños y adolescentes en el Zoológico de Buenos Aires”. Editorial Polemos. Bs. As.1995. www.forumadd.com.ar
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