» Psicoanálisis<>Filosofía

Bases filosóficas de la Modernidad (II): El sujeto cartesiano

11/12/2005- Por Coriolano Fernández - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

Prosiguiendo con su trabajo Bases filosóficas de la Modernidad ,Coriolano Fernández dilucida la importancia de Descartes en los fundamentos de la filosofía moderna.
Cuando el joven oficial francés se une al ejército de Maximiliano de Baviera y recalan en Neuburg, pequeña ciudad a orillas del Danubio, el crudo invierno impide las batallas y pasa sus días en un cuarto junto a una estufa de mampostería, artefacto que no se conocía en Francia. Dispone de casi todo el tiempo para pensar.

Prosiguiendo con su trabajo BASES FILOSÓFICAS DE LA MODERNIDAD ,Coriolano Fernández

 

 

 

Cuando el  joven oficial francés  se  une  al ejército de Maximiliano de Baviera y recalan en Neuburg, pequeña ciudad a orillas del Danubio, el crudo invierno impide las batallas y  pasa sus días en un cuarto junto a una estufa de mampostería, artefacto que no se conocía  en Francia. Dispone de casi todo el  tiempo para pensar.

El 10 de noviembre de 1619, habiéndose acostado lleno de entusiasmo y “ocupado por entero con el pensamiento de haber encontrado los fundamentos de una ciencia admirable”, tuvo sueños que imaginó que sólo podían provenir de lo alto.

¿Quién es este joven friolento? Se llama René Descartes, tiene 23 años, pues ha nacido en 1596 en el poblado  de La Haye, en la zona central de Francia (poblado que hoy lleva su nombre), en el seno una familia de juristas y militares. Ha estudiado en La Flèche, excelente colegio dirigido  por padres jesuitas y obtenido luego en Poitiers una licenciatura en derecho.

Pero su gran amor no es el derecho sino la matemática. Poco después deja la vida militar, viaja, durante un tiempo lleva en París una vida de gentilhombre  y se hace de varios amigos, el principal es el padre Mersenne, inquieto conocedor de las novedades intelectuales. En busca de  un ambiente retirado, se instala en Holanda. En 1635 nace Francine, hija que tiene con  una mujer llamada Elena, pero la niña muere a los cinco años, llenando de tristeza a Descartes.

En 1637 publica, en francés y sin firma, el Discurso del Método, y en 1641 las Meditaciones Metafísicas en latín, luego vertidas al francés. Conoce a la princesa Elisabeth de Bohemia, joven muy culta, calvinista, lectora del  filósofo. Nace una profunda amistad, él tiene 46 años y ella 25. En 1644 le dedica su libro Los Principios de la Filosofía. Intercambian también  muchas cartas. ¿Acaso fue ella  el  gran amor de este hombre que nunca  se casó?

Escribió otros libros y otras  cartas. Llamado en 1649 por la reina Cristina de Suecia para que insuflara vida cultural a su corte, muere de neumonía  en Estocolmo en 1650.

El joven friolento será el padre de la Filosofía Moderna y el padre del Racionalismo. ¿Y en qué soñaba aquella noche de Neuburg? En el sueño hay  alguien que aparece y desaparece, hay  un  Diccionario y un volumen  de poemas. El diccionario ofrece todos los poemas posibles con sólo coordinar adecuadamente  las palabras; más todavía, vale para cualquier libro, no sólo de poemas. El diccionario es un libro donde están todos los libros.

Del mismo modo, descubre Descartes que todas las ciencias son una  sola y para ello es menester edificar un único método. ¿Y cómo circularemos por esa ciencia y ese método? Equipados  con la razón humana, con la “luz natural de la razón”.

Esto tiene la decisiva consecuencia, señala el profesor argentino Mario Caimi, de que el ejercicio de la razón, llevado de modo coherente y prolongado, nos conducirá al conocimiento de todo lo que humanamente pueda saberse, y no quedará un sólo rincón sin la luz; el ser humano tiene a su alcance  el universo  si y sólo si lo explora mediante la razón.

La razón nos proporciona el saber. El rasgo fundamental del saber es la certeza y certeza es la imposibilidad de dudar. No en el sentido de  no  dudar hoy, pero dudar  mañana. La imposibilidad de dudar que Descartes busca  es la imposibilidad absoluta. No poder dudar es la certeza y la certeza es la verdad.

De las ciencias que conocemos, hay una donde parece que el proceder anterior se cumple: la matemática. Pero en vez de proclamar a la matemática como la ciencia única y dar por terminada allí su tarea, Descartes  deja constancia del carácter admirable de dicha ciencia, y se propone empezar a filosofar de nuevo, desechando el pasado y el presente. Por eso dice  Hegel que Descartes es un héroe del pensamiento, porque empieza  desde cero.

El pasado es el aristotelismo, que asimiló con los jesuitas, y las diversas filosofías que en el mundo han sido; y el presente es el escepticismo, cuya figura es el gran ensayista Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592).

El escepticismo consiste en sostener que la verdad y la falsedad son indecidibles, porque a toda razón se opone otra de igual peso y valor y entonces sobre la verdad y sobre la falsedad no se puede decidir.

Sea, se dirá, pero ¿por qué  los hombres toman decisiones y aseveran  que esto es verdadero y esto otro es falso? Por la  costumbre, responde Montaigne, el hombre es un animal de costumbre y las costumbres varían, en cada época y en cada comunidad. Aristóteles y los medievales decían: Yo sé. Sus críticos dicen: Yo no sé. Montaigne  pregunta ¿Qué sé yo?, porque ni siquiera estoy seguro de que no sé.

Descartes decide enfrentar a los  escépticos ¿Pero cómo? Pues haciendo lo mismo que ellos hacen: dudando. Cabe dudar de lo que veo, palpo, oigo, saboreo, huelo, los sentidos son engañosos; y si  uno de ellos me engaña, tengo el derecho de dudar de todos lo sentidos.

A ello se agrega un argumento que por entonces el teatro había retomado: es imposible discernir entre la vida real y el sueño, entre la realidad y la ilusión…o incluso la locura.

Acá se levanta una objeción. Monsieur Descartes, usted que ama la  matemática y ha descubierto la geometría analítica ¡no dudará  de la matemática!

¿Por qué no? También de la matemática se puede dudar, voy a llevar la duda, dice Descartes,  hasta la exageración. ¿Y si un ser todopoderoso y malvado me ha creado de tal índole que cuando creo estar en la certeza en realidad me equivoco? No lo llamemos Dios, pues un  Dios malvado es absurdo, digamos mejor un mauvais genie, un “genio maligno”, tan engañador como poderoso, que usa toda su habilidad en engañarme.

Pensaré  -dice el filósofo- que el cielo, el aire, la tierra los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas exteriores no son sino ilusiones de las que el genio se sirve para seducir mi credulidad. Supondré que, cuando pienso que 5+5=10, es una certeza me equivoco y acaso el genio se divierte engañándome.

Se ve Descartes como llevado hacia aguas profundas y ante una situación terrible: no puede hacer pie en el fondo, pues, al parecer no hay fondo; y no puede tampoco nadar para mantenerse a flote. Ahora bien ¿acaso Arquímedes no pedía un  punto fijo y seguro para poder mover la tierra? Podría alentar  esperanzas si hallara algo cierto e indubitable.

Y bien, cuando la duda crece hasta la exageración y se hace hiperbólica, surge una verdad: puesto que dudo de todo, no puedo dudar de que dudo y “hallo que no dejo de estar cierto de que soy alguna cosa”. Dudar es pensar. De aquí la fórmula  “Pienso, luego existo” o en latín Cogito, ergo sum, pues cogito significa pensar. Pero, ¿y si el genio me engaña? Si me engaña, soy, si me engaña existo; porque si yo fuera una nada, el genio no podría ni engañarme.

El cogito cartesiano, el punto de apoyo indubitable que él  buscaba, es el acta de nacimiento de la filosofía moderna. Si bien  escribe “Yo soy una substancia pensante” y rechaza  expresamente usar  el vocablo “sujeto”, se ha vuelto clásico -no sólo en filosofía- hablar  del sujeto cartesiano y no iremos contra la tradición.

Ortega y Gasset, explicando en un curso a Descartes, anota: el pensamiento es la única cosa del universo cuya existencia no se puede negar, porque negar es pensar. Las cosas en las cuales pienso podrán no existir en el universo, pero que las pienso es indubitable; cuando digo que algo es dudoso quiere decir que a mí me parece dudoso y todo el universo podrá parecerme a mí dudoso, pero hay algo que no es dudoso y es el parecerme a mí.

Esto implica la primacía de la mente, de la conciencia, del yo; la subjetividad es el dato primario del universo. El magnífico descubrimiento cartesiano, agrega Ortega, divide la historia de la filosofía en dos mitades: los antiguos y medievales quedan del lado de allá  y la modernidad queda íntegra del lado de acá. ( ¿Qué es Filosofía?, Lección VII).

El cogito, pues:

·                    Es conocimiento claro y distinto, o sea evidente.

·                    Es intuición racional, esto es, el  conocimiento de una verdad alcanzado por la mente o razón o intelecto, de modo  inmediato y directo.

·                    No  es producto de la inferencia o razonamiento. El razonamiento (p. ejemplo,  el silogismo)  requiere pasos, es mediato e indirecto.

·                    Es un dato radical, primer principio o fundamento, no en sentido cronológico sino en sentido ontológico.

 

Y bien, Monsieur Montaigne, viene a decir el filósofo amigo de la estufa, tengo la respuesta a su pregunta “¿qué sé yo?”. Sé que soy una cosa que piensa. ¿Y  qué es  una cosa que piensa? Es una cosa que duda, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, y también imagina y siente. Ningún escepticismo podrá arrebatarme esta  verdad.

Y sé algo más. Sé que el cogito se me ha presentado en  forma clara y distinta. ¿Me aprobaría usted, Montaigne, si  yo acepto en mis juicios solamente  lo que se presente en forma clara y distinta y es  ésta la primera regla de mi método?

Y dejamos a Descartes hasta la próxima nota, evocando la reciente reflexión  de Slavoj Zizek: “Un espectro ronda la academia occidentalel espectro del sujeto cartesiano. Todos los poderes académicos han entrado en una santa alianza para exorcizarlo”.

 

 

 

 

por Coriolano  Fernández

 coriofer@dd.com.ar


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas


Del mismo autor

» Bases filosóficas de la modernidad III
» Bases filosóficas de la Modernidad

Búsquedas relacionadas

No hay búsquedas relacionadas.