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La moda a la letra

20/08/2012- Por Esmeralda Miras - Realizar Consulta

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Esta es una investigación, que intenta trazar un arco, que tensa posiciones. La de Hegel, en uno de sus extremos y el singular testimonio de Erté en el otro. Siendo Baudelaire y Barthes ese intermedio necesario entre el universo de significados y el goce hecho letras. Delimitando la textura de Lo femenino, que circula, intentando escribirse. En Arte y modernidad, Charles Baudelaire, ensaya sobre una muestra de Guillaume Sulpice Chevalier y Honoré Daumier, dibujantes y litógrafos de su época. Se pasea por el salón describiendo, al dandy, al militar, los carruajes de su tiempo, pero se detiene en particular, sobre la mujer, para decir que, es ella, la fuente de los más vivos y voluptuosos desarrollos filosóficos, de los más durables gozos y el ser, para el que tiende el hombre, todos sus esfuerzos. Es para las mujeres, que poetas y artistas, componen sus joyas más delicadas. Dirá también, sin embargo, que la mujer es, un ser terrible, e incomunicable, como Dios.

 

 Quién osaría separar a la mujer de sus prendas

 

El desgarro de la naturaleza

“Todo lo que adorna a la mujer, todo lo que sirve, para ilustrar su belleza, forma parte de ella misma; y los artistas que se han aplicado en particular al estudio de ese ser enigmático, adoran tanto el mundo muliebris como a la mujer misma. La mujer, es sin duda, una luz, una mirada, una invitación a la dicha , a veces una palabra: pero sobre todo es una armonía general, no sólo en su porte y el movimiento de sus miembros,   sino también, en las muselinas, las gasas, las vastas y tornasoladas nubes de tejidos con los que se envuelve, y que son como los atributos y el pedestal de su divinidad; en el metal y el mineral que serpentean en torno a sus brazos y cuello, que suman sus destellos al fuego de sus miradas, o que parlotean dulcemente en sus oídos. ¿Qué poeta osaría, en la pintura del placer, ocasionado por la aparición de una belleza, separar la mujer de sus prendas? ¿Quién es el hombre que, en la calle, en el teatro, en el bosque no ha gozado de la forma más desinteresada de un vestido sabiamente dispuesto, y no se ha llevado una imagen inseparable de la belleza de aquella a la que pertenecía, haciendo así de ambas, la mujer y la ropa, una totalidad indivisible?

La mujer y la moda serán para Baudelaire, representaciones del ideal de una modernidad que es lo que fluye, lo transitorio, y lo contingente. Pero sobre todo lo no natural. El adorno, lo artificial y la mujer, son el desgarro de la naturaleza.

La moda, dirá, es un síntoma del gusto por el ideal, un esfuerzo en pos de lo bello, una aproximación cualquiera de un ideal, cuyo deseo cosquillea sin cesar, al espíritu humano insatisfecho, pero para degustarla hay que imaginarla revitalizada, vivificada, por las bellas mujeres que la llevan puesta.

Estos escritos, están en la línea de las ideas de Hegel, acerca del espíritu que desgarra la naturaleza y toma al vestido como su representante.

 

Cherchez la femme

Roland Barthes en Lo Obvio y lo obtuso, dice, refiriéndose al signo, que Hegel, hizo notar que el vestido, garantiza el paso de lo sensible del cuerpo, al significante.

Es a partir de este autor que llego con mi investigación a Erté, ya que en su ensayo Erté o al pie de la letra se refiere a la serie de mujeres que Erté dibujó, en lo que llamó, su abecedario.

Podemos adscribir a Erté, dirá Barthes, a un nombre común, a un ligero purgatorio, la mujer.

Ha dibujado mucho a las mujeres, quizás, incluso, mujeres, es lo único que ha dibujado, como si no pudiera separarse nunca de ellas, como si las mujeres, fueran la firma fiable a sus cartones, su nombre, más que su firma.

En sus composiciones y embrollo decorativo, en la exuberancia precisa y barroca, sus líneas nos dicen, a la manera de un jeroglífico, “Cherchez la femme”.

Sin embargo, este dibujante de la moda, se desarrolla, a lo largo de miles de mujeres, que no son idea o esencia, ni secreto, sino, una marca. Una inscripción, es un creador de signos, para hablar de una época, un logoteta Platónico.

Pero como es imposible, el sacrifico absoluto del cuerpo, en su somatografía, se incluyen puntos fetiches, dando lugar a la silueta.

Erté dirá Barthes, emprende el camino contrario al señalado por Hegel, el cuerpo está significado por la silueta, para que el vestido, se vuelva sensible. Para que el vestido, exista.

La mujer completamente socializada gracias a sus galas, obstinadamente materializadas, por el contorno de la mujer.

Luego, va a referirse, al tratamiento que Erté da al cabello femenino, mítico elemento fetiche de trenza y primer tejido. Señalando que aquí también, se cede, al peinado. La cabellera, cede, al peinado.

Ese objeto nuevo, que crea silueta, contorno de mujer y peinado es la Letra, literalmente, alfabeto espacio, para ser leído en la moda. La moda está obsesionada por la inscripción del cuerpo en un espacio sistemático de signos.

Tema que Barthes desarrolla en extensión, en su libro Los signos de la moda.

Pero, ¿qué dice Erté de sus dibujos?, encuentro esto, con el hallazgo de Cosas que recuerdo, la autobiografía de Romain de Tirtoff.

Realizo una lectura de la misma, siguiendo los hilos que nos llevan al ABC de Erté. Porque el ABC para Erté son las mujeres. Su abecedario de mujeres en el que cada letra está representada por una mujer y sus vestiduras.

Vestiduras, que para las mujeres, serán, una segunda piel. Entre el cuerpo y los otros, entre el cuerpo y el Otro. Esas que lo arroban, desde el beso de su madre, que envuelta en tafeta, sellará su destino y su elección. El arte de vestir a las mujeres.

Una historia plagada de divinos detalles. Detalles que eleva hacia la creación. Ama sobre todas las cosas su arte. Tomo de J.-A. Miller su significante “divinos detalles” eco de las condiciones eróticas freudianas, porque tienen en Erté todo su peso.

Romain de Tirtoff, Erté, decide escribir sus memorias, publicadas en 1975, en Londres, cuando tenía 83 años. Autobiografía, que es, un pasaje por el siglo veinte, a través del arte, la música, la danza, la pintura, la moda, las costumbres y sus grandes acontecimientos históricos. Con la particular mirada de un artista, que se detiene ante cada mujer, como ante una perla que va enhebrando para ir haciendo su propia vida.

 

Un recorrido, sobre los dichos y los hechos de Erté

Nació en 1892, en San Petersburgo, ciudad en la que vivió la niñez y la adolescencia. De una familia noble de origen tártaro. Por la línea paterna, lo antecede una tradición en la marina. Pero él desestimará el destino de ingeniero naval que esperaba su padre. Amante de la paz, dice haber hecho su primer manifiesto, a los 5 años, cuando le regalaron, soldaditos de plomo a los que tiró, inmediatamente por la ventana. Mientras otros chicos jugaban con ellos, él prefería, hacerlo con los frascos de perfume de su madre, de los cuáles, recuerda todavía sus nombres. Con los que imaginaba escenas dramáticas, teatrales, musicales.

Su abuela Elena, quien murió a los 102 años y daba como receta para una larga y digna vida, comer zanahorias frescas, fue quién lo incursionó en el mundo de la ópera. Habitué de los teatros imperiales, le deparó con la asistencia a la puesta de una obra de Rinsky Korsacov, la gran impresión, que lo marcó en su destino.

Recuerda los colores de cada teatro de San Petersburgo, sus paredes, sus decorados y sus cortinados. Si bien los trajes y la puesta de las escenas eran sus preferencias, disfrutaba con gran gusto de la música y de las voces en particular.

En la Rusia anterior a la revolución, pasaron por sus escenarios grandes figuras, las interpretaciones de Sara Bernard y Eleonora Ducase, y sus comentarios sobre una y la otra que él ya le hacía a su madre. Una era estudiada y técnica, la otra espontánea y creativa. Aunque tenía 11 años ya se había formado sus criterios y opiniones.

Gran parte de su infancia se desarrolla entre su mamá, su hermana, un poco mayor que él, su nana, la hija de su nana, su compañera de juegos y su abuela. La empleada que cosía los trajes de su madre, con la que el pequeño Romain llegó a diseñar ropa.

Relata con pasión, el vestido que usaba su madre, aquella vez, en que va a darle el beso de las buenas noches. Aún ve, siente todavía, el roce de la tafeta, la textura y el color de las diferentes telas, experiencia que le produce un profundo arrobamiento.

Cuando la familia advierte que su decisión de dibujar era inalterable, lo envían al taller de uno de los pintores más importantes de ese tiempo en Rusia e Ilya Repine y Dmitri Lossevsky serán sus primeros maestros. Agradece que luego de algunas direcciones básicas sobre perspectiva y otras técnicas, le hayan permitido, desarrollar con libertad su imaginación y su estilo.

Le gustaba dibujar retratos, toda su familia pasó por sus dibujos, como también, sus animales domésticos.

Piensa, que su orientación estaba dada, desde sus primeros dibujos de la infancia. En la librería de su padre, encontró textos con ilustraciones, sobre India y Persia. Los ojos de color marrón de esas exóticas mujeres, sus miradas, le causaron una impresión definitiva sobre el detalle. Así también, los dibujos miniaturas de los vasos griegos del Hermitage, museo que visitó frecuentemente.

Su hermana fue su confidente, con ella compartió el secreto de su primer encuentro sexual con un joven un poco mayor que él, a los 13 años en un lugar de verano. Escribe textualmente que su sexualidad siempre fue importante pero su mayor amor fue el arte. Como dirá más adelante, una no será sin la otra.

A los 19 años realiza su primer viaje solo, a París, recuerda la aglomeración y el bullicio de parientes, y amigos que van a despedirlo. Un problema de visado lo retiene más tiempo de lo esperado, lejos de Rusia. Resultará un inconveniente beneficioso, ya que le permite valerse solo y afirmarse en sus ideas. Discutirá entonces con su padre, sobre su poco interés por el tema patriótico y la guerra y de su deseo de vivir en Francia, para seguir con sus estudios de pintura.  

En París, entre 1912, 1914, se instala finalmente en un hotel de la zona de la Madelaine, pequeño, económico, en el que tiene que compartir la habitación, solitario por elección, en estos primeros momentos, se refugia en los otros estudiantes rusos. Mientras estudia pintura, consigue trabajar con el famoso vestuarista Poiret. Esto mejora su condición económica y su vivienda y lo conecta con personas del arte.

Diseña vestuarios. Empieza a firmarlos, al principio con el sobre nombre que le puso su herman, “Pitch” pero finalmente, se decide por el sonido, de las dos letras iniciales de su nombre legítimo, “er” de Romain y “te” de Tirtoff, o sea “Erté”.

Participa de algunas puestas de los teatros dramáticos, de la comedia y de la ópera.  

Diseñando los trajes.

Poiret tiene un estilo recargado y oriental, para algunos, de mal gusto. Erté defiende fervientemente, que no hay buen o mal gusto, que eso es siempre, algo personal. Recuerda de este tiempo, detalles minuciosos de joyas y prendas, que mujeres y hombres llevaban a las funciones de gala de los teatros de París. También los primeros diseños que realizó para las divas de la época. Estrellas, como ya les decían. Como por ejemplo para Mata Hari de la que dice, no era bonita, pero si poseía un cuerpo sensual y que además no era inteligente por lo que concluye que no puede haber sido buena espía. Se siente en general muy atraído por la aventura de vivir en París, su mundo del espectáculo y la moda. Impresionado por las puestas de los teatros Pigalle, Chatelet, Champs Elysées o la Opera Garniere en la que finalmente en 1951 cumple el sueño de diseñar el decorado y las vestimentas, para el aniversario de la muerte de Verdi en La Traviata.

Ferviente admirador de Ida Rubinstein en Schéherazade en un momento dónde todas las bailarinas querían hacer Salomé, pero ninguna a la altura de Ida.

Son los tiempos de la locura de la danza de “el tango”, de los “tea tangos”.

La danza libre de mujeres comienza, con Isadora Duncan, opuesta, a la rígida disciplina clásica. Hablaba un nuevo lenguaje, no magistral, sino moviéndose, como nunca antes. Con intuición musical, proyectaba una interpretación visual del espíritu de la música y la danza. Era acorde a la leyenda, la mujer más hermosa.

Monte Carlo, 1914, 1922

A causa de la guerra Poiret cierra su estudio y Erté a sus 21, años con una escarlatina grave, deja París para instalarse en Monte Carlo, por recomendación médica. Encontrará mejor clima y un ambiente en el que puede seguir sus dibujos y sus diseños. Lo acompañan su madre y su primo Nicolás. Su hermana quién había compartido tiempos en París está recién casada en Rusia y su padre no puede llegar a verlo porque se cierra la frontera y al poco tiempo es detenido.

Es un período duro, los celos de su hermana hacia Nicolás, su madre, ansiosa por no saber nada del padre, lo llevan a su peregrinación al monasterio de la Madona milagrosa de Laghet, su creencia, a partir de ese tiempo, se manifestará en reflexiones en Catedrales vacías, no asiste a servicios. Todo pasa, entre La Madona y él.

En esta ciudad, decide trabajar para tapas de revistas Vogue y Harper´s Bazaar. Envía dibujos todos los meses. Su primera tapa es de 1915. Recibe contratos y como de Harper’s le ofrecen uno por diez años queda en exclusiva con ellos. Diseñará decoración accesorios, zapatos, paraguas y parasoles entre otros artículos. Se destaca por un estilo nuevo, siendo uno de los fundadores del art decó.  

Opina de su trabajo, “la moda está en todo lo cotidiano, pero yo soy un individualista, en las creaciones de ropas para mujeres ‘el estilo debe ser para cada mujer’, para algo de su tipo de belleza, que siempre será fuera de lo corriente”.

 

Quise detallar estos primeros años de su carrera, para acompañar, su modo de decir y de hacer, luego, su arte pasará, por casi todos los teatros importantes de la cultura de occidente del siglo XX, Nueva York, Londres, París, Barcelona, Milán, Chicago y terminará diseñando, para el mundo del cine, en la Golden Meyer. Se reconoce como uno de esos viajeros a los que admiraba en su niñez aunque prefiere dibujar.

Así, cualquiera sea el país en el que estaba, se refugiaba por la noche en su mesa de dibujo, su gato sentado en una esquina, quieto, sereno, acompañaba, el silencio que su dueño necesitaba. Trabajaba entonces, hasta el amanecer.

La mayoría de sus dibujos terminó siendo patrimonio de los museos de las grandes ciudades.

 

Finalmente, sus mujeres letras

En 1929, comenzó a trabajar en su abecedario, para una muestra de dibujos en la Galería Carpentier, dice, que quería incluir un alfabeto humano, cosa, en la que venía pensando desde hacía largo tiempo. No recordaba en principio, cómo había llegado a esa idea, pero sabía, que no fue inspirado ni en letras medievales, ni en los decorados antiguos.

Pero, para su sorpresa, no pudo terminarlo para esa vez y le llevó muchos años realizarlo, incluso en 1967 para una exhibición en la Grosvenor Gallery de Londres, no lo había todavía logrado, faltaban aún, dos letras.

Enigma, en un dibujante, tan prolífero.

Pero el dirá, algo, que será casi, la interpretación inversa a la que da Barthes de sus letras mujeres.

Descubrió tardíamente, no mucho antes de escribir sus recuerdos, que su fascinación por las formas del cuerpo humano en movimiento, tienen origen en sus 7 años. Cuando asiste a su primer ballet, El Caballito Jorobadito, basado en el viejo cuento de hadas ruso, desde el palco de su abuela, en el teatro Marinsky.

Se excitó tanto, con esta experiencia, que comenzó a soñar y a fantasear, con la romántica idea de danzar, quería, bailar.

Tanto pidió e insistió a sus padres, que consiguió, que lo envíen a estudiar ballet clásico Fue un tiempo en el que iba, de la danza al dibujo y del dibujo a la danza.

Finalmente al ver que no tenía posibilidad de llevar adelante ambas formaciones, hace de la danza un hobby y de la pintura su carrera, pero la   una fue motivación, para la otra.

Durante el período en que trabajó con Paul Poiret, utilizó sus coreografías, sus ensayos de danza. En cada dibujo. Recuerda una improvisación de las Gymnopédies con Satié acompañándolo en el piano. Sus sensaciones. El amor a la danza. La dicha de la expresión y la expansión del cuerpo humano en movimiento, el mayor motivo para su trabajo.

Así también, amaba la forma de las letras, esas, con las que las que aprendemos a leer y a escribir. Y le fascinaba, introducir en cada una, dentro de cada una, el arabesco del movimiento, el contorno, el borde del cuerpo, romper con la monotonía de lo estático.

El cuerpo humano exaltado por la danza con la gráfica forma de las letras. Su propio goce dibujado, en una letra mujer. Un dibujo extensión de su cuerpo. En cada letra hay el cuerpo exaltado, sensible, en la definición de sus contornos. Cuerpos que remiten a su propio cuerpo, sus goces del movimiento y de la danza.

Que además sean cuerpos de mujeres, agrega algo del propio sentir femenino.

En algún momento de sus últimos recuerdos Erté cita a Barthes escribiendo sobre su abecedario, y menciona alguna misteriosa interpretación mitológica. Pero él, ya había dado la suya.

 

Bibliografía:

Charles Baudelaire, Arte y modernidad, Prometeo libros. Buenos Aires, 2009

Hegel, Estética, Losada, Buenos Aires, 2008

Roland Barthes, Lo obvio y lo obtuso, Paidós, Barcelona, 1986

Jacques Alain Miller, Los divinos detalles, Paidós, Buenos Aires, 2010.

Romain de Tirtoff, Erté, Cosas que recuerdo, Quadrangle, New York, Times Book, 1975.

Eric Laurent, La carta robada y el vuelo sobre la letra, conferencia pronunciada en el curso de Jacques Alain Miller de 1998. La experiencia de lo real en la cura analítica.

                                                                                                                         


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