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La vigencia del psicoanálisis

13/10/2025- Por Laura Bogetti -

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A partir del dualismo cartesiano y la subversión freudiana introducida por el inconsciente y la pulsión la autora recorre la transferencia, el deseo del analista e introduce la vigencia del psicoanálisis en nuestra época.

 

                            

                          Futuro del psicoanálisis soñado por Freud según Gemini AI

 

 

  Con Descartes (1596-1650) surge el dualismo cuerpo-mente impensable hasta entonces, en la red cogita pensante reina una razón no corporal. Tal separación del cuerpo ubicado en tamaña exterioridad respecto al alma, dio lugar a descubrimientos médicos sin precedentes ya que se podía operar sobre la misma cual máquina.

 

  El concepto de inconsciente en Freud traspasa tal división ya que las representaciones que lo conforman están investidas de energía pulsional. La pulsión, situada por Freud como concepto límite entre lo psíquico y lo somático, no puede jamás devenir objeto de la conciencia y solo se halla presente en el inconsciente por medio de sus representantes.

 

 

Nuestra ética de analistas

 

“Mientras que todo el mundo quería vincular el destino del psicoanálisis al padre, al mismo tiempo que constataba su declive, Lacan dice que el padre puede declinar pero no el psicoanálisis. Y es verdad que, a pesar de este declive, buscamos cómo continuar con el psicoanálisis utilizando los residuos que nos ofrece.”[1]

 

  Me interesa partir de esta idea y retornar a sus inicios, a sus fundamentos. Sabemos que fue Freud quien inventó el psicoanálisis y que ya en su época tuvo que afrontar los prejuicios que había respecto de su método y también enfrentar las desviaciones de alguno de sus seguidores, con el objetivo de que su creación no fuera rechazada por la sociedad de aquel entonces.

 

  Dos siglos después, continuamos esa tarea inspirados en ese deseo de Freud de mantener vivo al psicoanálisis, y de dar cuenta de la vigencia que todavía tiene hoy día.

 

 

El deseo de Freud

 

  Fue por el deseo de Freud que hoy hablamos de psicoanálisis. El partió del descubrimiento de lo inconsciente, de la escucha de las aflicciones de las histéricas, de la suposición que los síntomas tienen relación con un hecho traumático sexual, que son el retorno de lo reprimido y que poseen un sentido y que al ser develado el mismo desaparece.

 

  Luego, y especialmente en el encuentro con la neurosis obsesiva, también descubre la persistencia del síntoma que lo lleva a escribir “Más allá del principio del placer”, entre otros textos en los que elabora los conceptos de reacción terapéutica negativa, superyó y masoquismo primordial.

 

  A medida que iba construyendo su marco teórico basado en su casuística, también iba modificando su método. De la hipnosis a la abreacción y a la asociación libre. En ese camino descubrió también las resistencias internas al procedimiento terapéutico mismo.

 

  Por ejemplo, en su texto “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, Freud nos relata tanto las resistencias externas, de la sociedad, como así también las que surgen en el curso de un análisis. Esos obstáculos  son la transferencia y la resistencia. Freud lo dice así:

 

“La teoría psicoanalítica es un intento por comprender dos experiencias que, de modo llamativo e inesperado, se obtiene en los ensayos por reconducir a sus fuentes biográficas los síntomas patológicos de un neurótico: el hecho de la transferencia y el de la resistencia.”[2]

 

  En su texto “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” nos dice que el amor de transferencia es producido por la situación analítica y califica a esta “demanda de amor” como la “exteriorización de una resistencia”.[3] Ubica a la resistencia en el momento en que se detienen las asociaciones, haciendo caso omiso a la regla fundamental introducida por el analista: diga todo lo que se le ocurra, sin censuras, omisiones ni miramientos sobre la importancia de sus pensamientos.

 

  De este amor, Freud dice que:

 

“no conlleva ningún rasgo nuevo que brote de la situación presente, sino que se compone por entero de repeticiones y calcos de reacciones anteriores, incluso infantiles”[4] y le otorga al mismo un carácter “compulsivo, que recuerda a lo patológico”.[5]

 

  También se pregunta sobre el valor que tiene este amor, si es que se trata de un amor genuino o de un engaño; y a esto responde, que en todo caso, todo amor es un engaño ya que toma como modelo al primer amor, el único que podría pensarse como verdadero y que todas las demás relaciones se basan en ese primer lazo amoroso. Esto es exactamente lo que le confiere autoridad al analista, en particular a lo que dice. Su consejo es que:

 

“la cura tiene que ser realizada en la abstinencia… hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.”[6]

 

  La doctrina de la transferencia freudiana como repetición, entraña que el analista es un sustituto del objeto perdido y que por esta razón atrae libido. En la 27° Conferencia, Freud nos lleva por el camino que adopta la transferencia al principio, como motor de la cura y las transformaciones que puede sufrir, a las que llamará tierna (el deseo del paciente de ser amado) y la hostil. De allí, que Freud conceptualiza a la “neurosis de transferencia”[7] como una nueva versión que sustituye a una afección antigua y donde el analista se encuentra en el centro mismo de ella en calidad de “objeto”.[8]

 

  Es por este motivo que es importante recordar la advertencia que Freud nos hace: que no es una parte integrante de la influencia analítica “dar consejo y guía en los asuntos de la vida”.[9]

 

  En estas citas freudianas, podemos ubicar entonces algunos rasgos esenciales con respecto al amor de transferencia: la repetición, la resistencia y que el analista pasa a formar parte de la serie psíquica del paciente.

 

 

El deseo del analista

 

  Fue Lacan quien sigue sus pasos luego de calificar de antifreudiano al psicoanálisis que se practicaba en aquella época. En su texto La dirección de la cura y los principios de su poder dice:

 

“bajo el nombre de psicoanálisis muchos se dedican a una “reeducación emocional del paciente”.[10]

 

  Es en este texto, que nos lleva por los derroteros y las desviaciones que sufrió el psicoanálisis y en su retorno a Freud, vuelve “a poner al analista en el banquillo”[11] y nos indica que nuestro lugar es el del “muerto”. Y bajo el nombre de táctica, estrategia y política nos conduce por la actualidad de la interpretación, la transferencia y el deseo del analista como la ética del psicoanálisis.

 

  Como mencioné anteriormente, Freud había captado esa relación entre transferencia y resistencia, y nos advertía que la misma surge cuando hay una detención de las asociaciones para poner en el centro algún pensamiento sobre el médico. También nos aconsejó no responder a esa demanda de amor y mantenernos en la abstinencia.

 

  Entiendo que es por la vía del deseo del analista como Lacan retoma esta cuestión de la presencia y de la abstinencia. En Variantes de la cura-tipo, luego de una crítica al final del análisis pensado como la identificación con el yo del analista, Lacan retoma la cuestión del amor de  transferencia y la negativa del analista a responder a esos llamados, diciendo que el discurso analítico es “reducirse al silencio de la presencia evocada”.[12]

 

  Es decir, que la posición del analista se sostiene en la ética del psicoanálisis: introducir al sujeto en el orden del deseo. Lacan nos dice en La dirección de la cura…, que el sujeto es invitado a hablar y que allí se articulan todas sus demandas y refiriéndose al amor, retoma la cuestión en términos de “transferencia primaria.”[13]

 

  Nos dirá siguiendo a Freud, que el psicoanalista no responde a esa demanda de amor, sino que:

 

“el analista da sin embargo su presencia pero creo que ésta no es en primer lugar sino la implicación de su acción de escuchar… el sentimiento más agudo de su presencia está ligado a un momento en que el sujeto no puede sino callarse, es decir en que retrocede incluso ante la sombra de la demanda. Así el analista es aquel que apoya la demanda, no como suele decirse para frustrar al sujeto, sino para que reaparezcan los significantes en que su frustración está retenida.”[14]

 

 

La vigencia del psicoanálisis

 

  Para finalizar, retomaré las dos cuestiones que planteé al iniciar: la declinación del padre y la no declinación del psicoanálisis.

 

  Siguiendo la lectura de Juan Carlos Indart, podemos pensar que al referimos a la declinación del padre, lo vinculamos a aquel que en el segundo tiempo del Edipo, tendría que poner su “pellejo” para la aplicación de la ley. Lo dice así:

 

“la decadencia está en que no hay nadie que ponga el pellejo para su aplicabilidad (de la ley), que significa a algunas cosas decirle que ‘no’, para que otras puedan ser.”[15]

 

  Las manifestaciones sintomáticas de la época, muestran ésta decadencia en la deslocalización del goce. La consecuencia es la frecuente aparición de sujetos desbrujulados y acelerados como la época, que nada parece detenerlos.

 

  Seguiremos el consejo de Lacan, que el analista tiene que estar a la altura de la subjetividad de su época, y…

 

“que conozca bien la espira a la que la época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes.”[16]

 

  Es allí donde destaca la función del deseo del analista no sólo como operativo en la experiencia analítica, sino también como aquello que habita en cada psicoanalista y que permite mantener vivo al psicoanálisis. Se lo sostiene interrogando las normas sociales, siendo “los intermediarios del deseo, o sus parteros, quienes velan por su advenimiento”.[17]

 

  También, será crucial seguir sosteniendo este deseo advertido para hacer frente a la época actual, en la que el sujeto demanda la felicidad, la satisfacción inmediata de sus deseos y también de su goce. Crear el vacío, allí donde el mercado ofrece objetos cada vez más especializados en respuesta a estas demandas, sin saber o pretendiendo ignorar que nada llenará ese agujero fundamental del ser humano.



[1] Miller, Jaques-Alain, “Introducción a la clínica lacaniana, Conferencias en España, El inconsciente intérprete”, Barcelona, Edición digital, 2018, p.410

[2] Freud, S., (1914) “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, Obras completas, Volumen XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, p. 16.

[3] Freud, S., (1915) “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, III), Obras completas, Volumen XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p.166.

[4] Ibid, p 170

[5] Ibíd., p.171

[6] Ibíd., p.168

[7] Freud, S., (1917) “Conferencias de introducción al psicoanálisis”. Parte III. “Doctrina general de las neurosis”. “27° conferencia. La transferencia”, Obras completas, Volumen XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1994, p. 404.

[8] Ibid, p.404

[9] Ibid, p.394.

[10] Lacan, J, (1958) La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos II, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2005, p.565

[11] Ibid, p. 567

[12] Lacan, J, (1953), Variantes de la cura-tipo, Escritos I, Buenos Aires, (1985) Siglo XXI Editores, p. 334

[13] Ibid, p. 598

[14] Ibid, p. 598

[15] Indart, Juan Carlos, El padre en cuestión, Olivos, Grama Ediciones, 2021, p.162

[16] Lacan, J (1953), Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, Escritos I, Buenos Aires, (1985), Siglo XXI Editores,  p.309

[17] Lacan, J, (1959) Seminario 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, (2014), Paidos, p. 537


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