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Los males y el mal. Su dimensión antropológico-religiosa27/04/2006- Por Francisco García Bazán -

En este excelente trabajo Francisco García Bazán recorre la antigüedad helenística, que marca de manera más evidente el encuentro entre Oriente y Occidente desde los siglos IV a. de n. e. hasta el siglo el II de n. e., y en la que la cuestión del mal reviste el mayor relieve, donde los textos que sirven de referencia para múltiples reflexiones filosóficas y religiosas son el Timeo de Platón, los primeros capítulos del Génesis bíblico y el Avesta iranio. Entendiendo este amplio contexto se puede comprender mejor la concepción cristiana del mal que se forjó en los primeros tiempos del cristianismo.
Introducción
De forma general se
puede decir que el mal es lo contrario del bien; que el bien es por esencia
benefactor y que el mal es por esencia malhechor. Que el mal físico es el mal
que se padece, mientras que el mal moral es el que se comete y que el mal
metafísico sea la deficiencia o exceso ontológico por la que se puede explicar
que haya mal en el mundo y que el hombre lo sufra y lo cometa.
Se puede sostener
también que los males físicos los sufren los hombres, los animales y la
naturaleza, que los males morales son sólo obra del hombre, y que igualmente en
este último caso hay que distinguir entre la falta y el acto malvado. Porque el
hombre que comete el mal ignorando o desconociendo lo que no debe querer comete
una falta. Pero el hombre que con conciencia de lo que no debe querer asiente
en realizar tal acción comete una maldad, pecado, transgresión, etcétera.
En cualesquiera de los tres
casos de males indicados al comienzo, el mal se muestra como lo que no debería
ser y que, sin embargo, existe, aunque con un modo de existencia que es no ser
en tanto que también es negación o limitación del ser, o bien, oposición total
al ser1.
El breve planteamiento
propuesto contiene el clásico enfoque sobre el mal que se interroga en primer
lugar y con premura por el origen del mal y de los males (gr. póthen ta kaká, lat. unde malum?) para desde aquí poder
extraer una solución, tratando después de definir el mal e incluso el bien
dentro de la inseparable relación divinidad-mundo. En la antigüedad
helenística, la que marca de manera más evidente el encuentro entre Oriente y
Occidente desde los siglos IV a. de n. e. hasta el siglo el II de n. e., la
cuestión reviste el mayor relieve y los textos que sirven de referencia para
múltiples reflexiones filosóficas y religiosas son el Timeo de Platón, los primeros capítulos del Génesis bíblico y el Avesta
iranio. Entendiendo este amplio contexto se puede comprender mejor la
concepción cristiana del mal que se forjó en los primeros tiempos del
cristianismo. Veamos rápidamente.
I.
Los griegos, el cosmos y el mal
Platón sostiene en el Timeo
que si el cosmos es bello y bueno como lo afirma el demiurgo o artífice que lo
ha producido, es porque tres factores o principios han intervenido en su
fabricación: 1° el demiurgo o artesano como la causa eficiente de la creación;
2° un modelo (causa formal) según el cual se ha plasmado, que debe ser
perfecto, ajeno y anterior al mundo y sus partes, para que éste como su imagen
(ágalma) sea bello y 3° un estado
material de desorden que pueda ser llevado al orden (causa material) por un
agente ordenador. De este modo el artesano ha puesto lo inteligible (noetón) en el alma (psykhé) –principio de vida y de movimiento- y el alma en el cuerpo
(sôma) –materia (hýle) viviente ordenada-. De esta manera si el intelecto y el alma
son anteriores al mundo y al hombre en él, la materia que siempre ofrece
resistencia al demiurgo –porque tiende a permanecer en su estado propio- tanto
sea bajo el aspecto de necesidad (anánke)
como de khôra –espacio general con
disposición para recibir los lugares (tópoi)
simultáneos y sucesivos por la expansión de la vida del alma (el tiempo)-, es
el sustrato receptor (hypodokhé) de
la imperfección del mundo y de su devenir, así como de la imperfección y
mudanza de sus entes interiores. La materia sensible es de este modo: «amorfa,
indefinida, sin figura, sin cualidades, invisible, nodriza receptora insaciable
de todas las formas y concepto espurio imposible de definir»2 y
asimismo, coherentemente, la fuente última de todas las deficiencias y de los
correspondientes males. Frente a esta posición sólo a primera vista dualista
respecto de los principios primeros, hagamos una pregunta que se debe aclarar
¿Cuál es la causa final a la que no nos hemos referido hasta ahora, capaz de
orientar al cosmos y a los seres intracósmicos? ¿Acaso es el modelo
inteligible, las ideas, como se suele decir? No creemos que sea así, porque el
fin del cosmos, su télos, lo alcanzó
el demiurgo al hacer la copia más perfecta posible por su plena semejanza con
el lugar inteligible; por eso declaró que es una obra buena, lograda, y por eso
el hombre se autorrealiza cuando «se hace semejante a Dios» -la homoíosis theô de otros diálogos-,
cuando llega a reflejar intensamente a lo divino como su imagen brillante,
porque de no ser así la finitud y temporalidad del mundo concluiría y no sería
«imagen móvil de la eternidad», sino que en algún momento sería la misma
eternidad. La premisa griega respecto de la cosmología y el tiempo es, que
siempre que hay modelo hay imagen, y si hay modelo eterno, la copia será
generada, pero nunca deja de existir.
En Platón, por lo tanto, el mal como la materia -que es su
condición- es inherente al mundo, como reflejo imperfecto del arquetipo
inteligible e inseparable de él y esto explica la presencia de los males
físicos y del mal moral en él, condicionados por la cuasi realidad de la
materia que inhiere en toda entidad (on)
y hecho (prágma). En el primer caso
explicables en su maldad particular y en su inocencia general por una teodicea
de carácter cosmológico y, en el segundo, por una antropología tripartita de
intelecto, alma y cuerpo, que configuran una interpretación constante en todo
el platonismo posterior y en cuyo análisis pormenorizado no es posible entrar
en este momento, porque es más significativo detenerse en el origen del mal y
de los males en la materia sensible, porque este punto sí ha merecido una doble
interpretación de los platónicos según escuelas diferentes y autores
individuales.
Efectivamente, ya desde la
Antigua Academia las aguas se han dividido al respecto. Espeusipo, el sobrino
de Platón y el primer escolarca, seguido por los platónicos que pitagorizan
(Eudoro de Alejandría, Nicómaco de Gerasa, Moderato de Cádiz, los Oráculos
Caldeos) y, finalmente, Plotino consideran –y nos parece que con las mejores
razones- que si bien la materia sensible como alteridad última es no ser,
fealdad y maldad en sí, esto resulta ser así porque es la última huella del
Bien/Uno, sustrato postrero carente en absoluto de luz, sobre el que se
proyectan unas formas sobre otras, encubriéndose con ellas, de acuerdo con los
diversos niveles de realidad que para Plotino llegan a ser tres hipóstasis y
nada más que tres. Con lenguaje diferente, pero paralelo, la enseñanza
equivalente basada sobre la aritmología pitagórica acerca de lo Uno y la díada
indefinida (o materia), pertenece al mismo rango y corriente de
interpretaciones.
El segundo escolarca de la
Academia, Jenócrates, sin embargo, y familiares con él una cadena de filósofos
del platonismo medio como Ático, Plutarco de Queronea, Harpocración, Máximo de
Tiro, Apuleyo de Madaura e incluso un platónico que pitagoriza como Numenio de
Apamea, van a considerar que la materia origen del mal y de los males no
proviene del primer Principio o de la divinidad, sino que existe y subsiste por
sí misma y que irrumpe por la peculiaridad de su misma naturaleza en el ámbito
de lo que es bueno. Por el contenido polémico que encierran sus palabras, se
puede ilustrar esta posición con un pasaje del mismo Numenio. Dice así en Sobre el Bien, libro tercero:
«Pitágoras denominó a Dios
con el nombre de Mónada y a la materia con el de Díada. Dice que esta díada
indeterminada es no generada, pero que una vez determinada es generada, es
decir, que antes de ser adornada y de adquirir forma y orden, es sin nacimiento
ni generación, pero que adornada y embellecida por el dios demiurgo es generada
y así, dado que la generación es un acontecimiento posterior, esto, sin belleza
y no generado, debe considerarse de la misma edad (aequaevum) que el dios por el que es ordenado. Pero que algunos
pitagóricos que no han comprendido rectamente la significación de esta teoría
dicen también que esta díada indeterminada y sin medida es producida por la
Mónada única una vez que ella alejándose de su naturaleza única cambia al
estado de díada».
Esta transformación, según
Numenio, es fantasiosa e imposible, porque contiene una autocontradicción, que
de la naturaleza monádica provenga la naturaleza diádica. Y prosigue:
«Por lo tanto Pitágoras
considera que la materia es fluida y sin cualidad... y abiertamente
perjudicial. Porque Dios, como también le parece a Platón, es principio y causa
de los bienes y la materia de los males y, por otra parte, lo que es a partir
de forma y materia... es el mundo compuesto de la bondad de la forma y la
maldad de la materia...Para Pitágoras la materia es maligna. Y a la pregunta:
“¿De dónde, entonces, provienen los males?... Dice que al existir la
providencia también deben por necesidad subsistir los males, puesto que existía
una materia y ésta estaba provista de maldad. Que si el mundo está hecho de
materia, ciertamente está hecho de una materia mala ya existente, por lo que
Numenio alaba a Heráclito cuando censura a Homero...ya que éste deseaba destruir
su mundo, pues exterminaba la materia que es la fuente de los males. El aludido
Numenio alaba a Platón, porque consideraba dos almas del mundo, una muy buena y
la otra mala, es decir, la materia que, aunque se agite sin orden, empero,
porque se mueve con un movimiento íntimo y propio, es necesario que viva, y que
un alma le dé vida, conforme a todo lo que se mueve con auténtico movimiento
material. También ella genera y controla a la parte sensible del alma, en la
que hay algo material, mortal y corporal, como la parte racional del alma tiene
por autor a la razón y a Dios»3.
¿Qué pudo haber sucedido
para que esta incompatibilidad de interpretaciones se impusiera en el
influyente mundo filosófico del platonismo? La respuesta se encuentra en las
mismas fuentes. La gravitación potente, aunque mal asimilada, de la teología
zoroástrica de los magos persas que venían reflexionando sobre los principios
del bien y del mal con anterioridad a Platón y del que éste -como otros
escritores atenienses- sufrieron la influencia en diferentes planos de su obra
como en el ler. Alcibíades, la República y el Filebo y que se continuó extendiendo por el mundo de la koiné por diversos motivos, y esto no
sólo entre los griegos, sino asimismo entre los hebreos, como enseguida se verá4.
II.
La sabiduría persa y el mal
Expresa un antiguo texto ritual, la Yasna 30, 3:
«Por otra parte, los dos
Espíritus del origen que en un sueño (persa antiguo xvafna, sánsc. svapna) se
han conocido como gemelos son, uno, el mejor, el otro, el mal en pensamiento,
palabra y acción. Y entre estos dos, los que conocen eligen bien, pero no los
necios».
Es decir, el Espíritu es
doble por naturaleza desde el principio, dentro de quien lo establece, Ahura
Mazdâh (el Señor Sabio), por eso han sido oníricamente vistos por Zarathustra
como “gemelos”. Iguales, pero con disposición a diferenciarse, porque así es la
conciencia como naturaleza libre. Y la diferencia será la consecuencia de las
respectivas decisiones que instauran el doble camino, el del bien y el del mal.
Zarathustra ha percibido
agudamente que en los orígenes mismos de lo que es distinto de Dios, una vez
que emerge de sí, en su mismo seno se inicia el conflicto implícito en lo
diferente, la de afirmarse y proclamarse como diversa de él. Lo diferente del
Señor Sabio, se ofrece como poder doble: elegir absolutamente y conocerlo todo
como de Dios o elegir todo y conocerlo todo como diferente. La decisión total
conoce plenamente: optar por el Dios absoluto con total omnipotencia, o elege
con idéntica potencia total, conocer en el vacío. De esta manera el Espíritu (Mainyu, sánsc. Manu), se transforma por una única decisión de su libre albedrío en
Spenta Mainyu (Espíritu Benefactor) y
Angra Mainyu (Espíritu Hostil) y se
abren por este acto de elección y de conocimiento primordial las vías de la
aceptación y del alejamiento, del bien y del mal, con todos sus efectos. Y
sobre esta base se pueden comprender dos ideas que textos posteriores del
mazdeísmo siguen enseñando.
1° Cuando el Bundahisn, en noticias que llegan a
través de autores cristianos, sostiene que ambos gemelos residían en el
interior de Ahura Mazdâh, como Padre-Madre, distinguiéndose como vástagos
engendrados por el sacrificio y la duda, respectivamente, se ilustra la misma
lección, porque el conflicto se inicia en el pensamiento paterno y allí queda
configurada la elección. Por eso aunque Ahriman (=Angra Mainyu) quiera
beneficiarse de la oferta paterna apareciendo el primero a la luz, pues su
creación precede a la del Espíritu del Bien, su intención queda malograda.
2° El Skand-Gumânîk-Vicâr (“Solución decisiva de las dudas”) distingue
dos tipos de polaridades que también se registran en las gâthâ: dualidad de opuestos que se excluyen y anulan entre sí por
sus esencias irreductibles (bien-mal, luz-oscuridad, conocimiento-ignorancia,
vida-muerte) y dualidades que son complementarias, diferentes no por
naturaleza, sino por función. Ellas pueden favorecerse ligando sus funciones
(macho-hembra, sol-luna-estrellas, colores y olores...). Por este motivo es
imposible que el mal provenga del bien, y viceversa, y que ambos se originen en
Dios. Con esta doctrina se esta confirmando la enseñanza del dualismo
primordial que admite tanto el sentido de los opuestos complementarios como el
de los opuestos excluyentes y deduce la imposibilidad de que opuestos
irreductibles deriven unos de otros. Por ese motivo el origen del bien y del
mal, de la luz y de las tinieblas y de los caminos que provienen de cada uno
que nada tienen en común, no proceden de Ahura Mazdâh, que como posibilidad o
potencia infinita en sí misma nunca se relaja, ni tampoco de dos principios
originales de poder igual al del Sabio, pues ¿cómo podrían existir dos
principios primeros sin caer en la contradicción de los términos y agraviar la
singularidad soberana del Señor? No, la realidad del bien y del mal procede de
una potencia electiva próxima, pero externa al Señor Sabio, de una posibilidad
limitada por la capacidad de elegir, de una libertad libre que es diferente de
la libertad de la libertad, se trata del libre albedrío del Espíritu que por su
naturaleza no simple, sino dual, fija el nacimiento de los opuestos
inconciliables y de sus correspondientes vías o efectos.
Efectivizada, por lo tanto,
la posibilidad de elección, hay para siempre potencia y contrapotencia
espirituales. Una dócil y benefactora; la otra, díscola y malhechora. Y la
cuestión que se plantea en relación con la problemática del mal es cómo será
posible que lo que es inmodificable por elección soberana y no puede extinguirse
en su ser, pueda, sin embargo, transformar su acción de modo que concluyan sus
ofensas. Interesa según tal punto de vista al alma irania explicar y actuar de
modo que lo contrapotente se transforme en impotente, para que lo potente
brille por sí mismo sin resistencias. Este es el segundo acto de la cosmovisión
dramática que Zarathustra ofrece con la enseñanza de los Amesha Spenta (los benefactores inmortales) y de la creación de los
mundos espiritual y sutil, límite de la exposición en el que debemos pasar a
nuestro tercer apartado5.
III.
Judíos y cristianos: la creación y el mal
Los dos relatos bíblicos sobre la creación del mundo y del hombre son la
escritura más antigua dentro de la que aparece el tema que tratamos. Ambos
relatos tienen debajo una tradición oral de naturaleza religiosa y poética
–como puede advertirse por las simetrías numéricas y los rasgos de figuras de
himnos y poemas que aparecen en su prosa (contradicciones internas,
asistemacidad, conceptos y términos arcaicos)- y pertenecen a dos etapas
cronológicas diferentes, más reciente el texto bíblico que ha sido ordenado
sacerdotalmente en primer lugar, el denominado elohista, y anterior el que
aparece en segundo lugar, designado como yahvista. Expresa, pues, taxativa y
prioritariamente el texto más reciente:
«En el principio creó Dios
(theós/’elohim) los cielos y la
tierra». Se narra a continuación el contenido de la creación de los seis días
(el hexámeron), agregándose al final de cada jornada creadora la expresión: «Y
vio Dios que estaba bien (kalón/tôb)»,
con excepción del día sexto en el que aparece el hombre y proclama la
divinidad: «Vio Dios todo cuanto había hecho y he aquí que estaba muy bien» (kalá lían). Pero entre las obras
realizadas aparecen asimismo en relación con el hombre dos formulaciones
fundamentales dentro del día sexto: «Dijo Dios: “Hagamos (poiésomen/weyirdû...’ôtâm...) al hombre a imagen nuestra (eikón/zelem), según nuestra semejanza (homoíosis/demût)», para concluir en
relación con lo mismo: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios
lo creó, macho y hembra (ársen-thêly/zâkâr-neqêbâ)
lo (autón/’ôtâm –que se refiere a ‘âdâm como nombre colectivo-) creó» (Gén
I, 26-27). Si el mundo y el hombre son criaturas y buenas a los ojos de Dios,
el hombre, además, es creado a su imagen y semejanza. El séptimo día el Dios
creador descansó6.
El segundo relato según la
organización de la Biblia, el yahvista, muestra rasgos de ser más arcaico, como
se ha dicho, y es también más extenso, toma por eje narrativo la antropología y
aporta datos sobre el origen de la presencia del mal en el mundo. En este
sentido en un caso hay más factores ontológicos y físicos y en el otro,
antropológicos y éticos. Expresa:
«El día en que hizo Yahvé Dios (kýrios ho theós/Yahvé Elohim) la tierra y los cielos, no había aún
en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había
germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni
había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotó de la tierra, y regaba
toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del
suelo (éplasen ho theós ...khoûn apó tês
gês/hâfâr mîn hâ ‘âdâmâh), e insufló en sus narices aliento de vida (eis to prósopon pnoén zoés/nišmat jayyîm),
y resultó el hombre un ser viviente (psychén
zôsan/ nefeś jayyîm). Luego plantó Yahvé Dios un jardín (paradeíson/gan) en Edén, al oriente,
donde colocó al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda
clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del
jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. De
Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro
brazos7. Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de
Edén, para que lo labrase y cuidase (ergáxo
kai phylasso/hâbad- śâmar). Y Dios impuso al hombre este mandamiento:
“De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin
remedio (thanáto apothaneîsthe- thnetós
ése(trad. de Símmaco)-/môt tâmût)...”.
Dijo luego Yahvé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada...»8. Inserta el relato la creación de los animales
de la tierra común (ek tês gês/mîn hâ
’âdâmâh) y la imposición de los nombres por el hombre y prosigue: «Mas para
el hombre (’âdâm) no encontró una
ayuda adecuada (boethós hómoios
autô/hêzêr kenegdô). Entonces Yahvé Dios hizo caer un sueño profundo (ékstasin/tardêmâh) sobre el hombre, el
cual se durmió. Y le quitó una de las costillas (mía tôn pleurôn/šela) rellenando el vacío con carne. De la costilla
que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer (gyné/iśâh) y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó:
“Esta vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne (ostoûn...sarx/zezem...bâśâr)9. Ésta será
llamada “varona” (iś→iśâh-gyné-[vir→virago]), porque del
varón (anér/iš) ha sido tomada”. Por
eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una
sola carne (kai ésontai hoi dýo heis
sárka mían/...śenahim...lebâśâr ’ehâd). Estaban ambos desnudos (gymnoí/’ârûmmîm), el hombre y su mujer,
pero no se avergonzaban uno del otro»10.
Comienza el capítulo 3° del
Génesis contando a continuación la
tentación de la mujer por la serpiente11.
–“No moriréis... seréis como
dioses (hos theoí/ke ‘elohim)”- y su
consentimiento. «Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer,
apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría (katánoesai/lehabhîl), tomó de su fruto y comió y dio también a su
marido que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos y se
dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron
unos ceñidores»12. Seguidamente el hombre y la mujer se esconden
avergonzados y asimismo se excusan ante Dios. Yahvé Dios maldice a la serpiente
y amonesta a la mujer y al hombre: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus
embarazos: con trabajo parirás a los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia (apostrophé- hormé (Símmaco)-/tešûgâtef)
y el te dominará. Al hombre le dijo: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y
comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por
tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida.
Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de
tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo (gê/‘âdâmâh) y al
polvo tornarás”»13. Se concluye con la expulsión del paraíso
vestidos con las túnicas de piel (khitônas
dermatínous/bategot (h) zor) y el ingreso vedado por los ángeles querubines14.
San Agustín en el Comentario literal al Génesis y en La ciudad de Dios teniendo en cuenta el
relato bíblico ha proporcionado una interpretación que es familiar en relación
con el mal, y que tiene en cuenta a todos los personajes que aparecen en la
narración y el drama que desatan: Dios, los ángeles, la serpiente, Adán y Eva y
la creación, la tentación, la desobediencia humana y la irrupción del mal y de
los males.
Dios autor de la creación múltiple
y Sumo Bien ha creado desde la nada (ex
nihilo) a los seres que son buenos o bienes con diversos grados de
perfección y sometidos al cambio y la sucesión. Entre los seres creados que
están naturalmente dispuestos hacia el Bien, están los que poseen intelecto (mens) y razón (ratio) y asimismo libre albedrío o autodeterminación y la opción a
un bien inferior con preferencia a otro superior, es una mala decisión que
depende de las criaturas y no de Dios. El mal de este modo -siguiendo a los
neoplatónicos- es privación de bien y carece de sustancialidad en sí, como
parece haber interpretado san Agustín a los maniqueos. La expresión “privación
de bien” encierra, por consiguiente, un doble sentido: fuerte, porque se
menosprecia un bien mayor; débil, porque hay una jerarquía de bienes en la que
se puede practicar el don de la libertad. Tanto los ángeles como los hombres
caen bajo esta descripción. La primera prevaricación ha sido de algunos ángeles
encabezados por Lucifer el que habiendo elegido su propia voluntad antes que la
de Dios ha caído de manera inexorable, pues los ángeles son espíritus
inmateriales que carecen de mutabilidad sucesiva. Sus decisiones son completas
e irrevocables. Contrariamente, obedeciendo al tentador bajo la figura de
serpiente Eva y Adán han cometido la primera falta humana, primordial y
universal, porque es producida originalmente sin antecedentes humanos, por eso
su influencia posterior abarca y debilita a todos los seres humanos
individuales por nacer: es el pecado original el que ha sumergido al hombre en
el devenir ciego de la generación y para ser rescatado de él se necesitará una
entrega a la voluntad de Dios, inédita y total y que sea paralela a esa primera
rebeldía, la de Jesucristo, segundo Adán. Surge de este modo la historia como
escenario del conflicto temporal de las dos ciudades: la Ciudad de Dios, la
celestial, comunidad de santos basada en el amor o entrega a la voluntad divina
y la Ciudad del Diablo, la terrena, ciudad de malvados que se apoya en el
egoísmo del que es guía, por su primordialidad, el Angel caído, Satanás. El mal
tiene un origen espiritual y humano, se nutre de la mala voluntad inspirada en
última instancia en el egoísmo humano que impide de este modo que la creación
brille con su propia bondad, porque con pleno ejercicio de su libre albedrío se
niega a participar de esa tarea, en la que entregado a la voluntad de Dios es
realmente libre.
Pero desde luego que el
texto bíblico que sirve de base subyacente al Obispo de Hipona fundamento de la
teología latina, ha recibido en los primeros siglos cristianos,
interpretaciones más realistas e independientes de la elaboración filosófica15.
Pablo de Tarso influido por
una orientación del pensamiento religioso judío en la que probablemente se ha
formado toma igualmente como base de su doctrina sobre el mal en relación
asimismo con la precariedad del mundo, la fornicación, el matrimonio y el
celibato, cierta enseñanza de Jesús de Nazaret, pero su base para la exégesis
son los pasajes de Gén 1, 26-28 y Gén 2, 16-3, 24 que se han examinado. Y en
tres epístolas sucesivas a los Gálatas, la Primera Carta a los Corintios y la
Epístola a los Romanos lo va confirmando.
En
este sentido y ante la expectativa de los tiempos definitivos del mundo la
escatología apocalíptica de Pablo incluye en su interpretación rasgos de
encratismo. Es de este modo –aunque moderadamente- el primer encratita
cristiano, pues en él el rechazo del matrimonio –ya que éste es un recurso en
última instancia contra la fornicación- es más acentuado que su aprobación
intrínseca. Pero ya en la tradición didáctica de los sabios judíos encontramos
este elemento temático, pues en el Testamento
de los doce patriarcas, el Testamento
de Rubén interpretaba la fornicación como el peor de los siete espíritus
del error16. Lo mismo muestra el Manual
de disciplina entre los textos de Qumrân17 y lo ratifica Filón
de Alejandría18. Se trata siempre de rescatar la etapa en la que la
muerte no existía y en la que, por lo tanto, la sexualidad y el nacimiento
carecían de sentido.
Pero entre cristianos contemporáneos de Pablo como lo son los
judeocristianos, los cristianos palestinos judaizantes seguidores directos de
Santiago el Justo, que interpretarán el bien y el mal como syzygías o parejas
de opuestos complementarios que serán superados en su división al fin del mundo19;
o bien, otros cristianos, los gnósticos, que siendo connaturalmente docetistas
y extraños a una escatología apocalíptica, aportarán otra solución, aunque a
ella subyacen las mismas intuiciones fundamentales. Brevemente:
Entre las familias de gnósticos como se confirma por manuscritos
directos de la biblioteca de Nag Hammadi como el Tratado tripartito y Sobre el
origen del mundo, la causa del mal es anterior a la producción del mundo y
tanto el mundo –totalidad viviente- como la naturaleza que permite su
conservación, son malos. El origen del mundo y el origen de los hombres que
carecen de espíritu (pneûma) es la
frustración del Eón Sabiduría o bien del Logos, límite de la plenitud o
Pleroma, cuya función y finalidad era dar gloria al Padre de común acuerdo con
su consorte, pero que habiendo tenido el propósito inconsulto de conocer
directamente al Padre, su intento no alcanzó su fin, sino que ofuscada le
produjo las pasiones de la ignorancia, la duda, la perplejidad y el miedo.
Éstas la envolvieron, pero cuando se liberó de ellas por la conversión hacia sí
misma y el arrepentimiento (epistrophé-metánoia)
surgió del propósito transformado lo psíquico y de las pasiones la materialidad
que solidificada según los elementos de cualidades afines formaron una masa
sobre la que el demiurgo –cabeza del dominio psíquico- construirá al mundo y al
hombre, siguiendo sin saberlo los dictados de Sabiduría. Ella obra así, como
providencia oculta, para liberar a su mismidad, los pneumáticos o gnósticos, en
tanto que el vástago principal del demiurgo, el arconte o príncipe de este
mundo –terminología que conserva el Evangelio
de Juan- pondrá en Adán y Eva cuando son arrojados del paraíso por
infringir el mandamiento de Yahvé, el Demiurgo, de no comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal, una quinta pasión, la de la procreación, para
que la partícula pneumática pase de un cuerpo a otro y que de esta manera su
imperio sobre el mundo nunca concluya. Intento inútil porque el designio oculto
de Sabiduría se irá cumpliendo gradualmente hasta que todos los espirituales
sean rescatados y advenga la conclusión del universo que viene de la nada, es
puro delirio fantaseado por el demiurgo, y volverá a la nada. Es interesante
tener en cuenta la en apariencia extravagante cosmogonía, cosmología y
antropología gnósticas derivadas de una caída precósmica universal –la que
siguiendo el hilo del relato paradisíaco en relación con los protoplastos
alcanza su plenitud en Gén 3, 4-5 y 7 invirtiendo su significado (katanoseîn/yâdaz=gnôsis)-, porque ella
encierra en la propia visión corrigiéndolos y adaptándolos todos los elementos
en relación con el mal que se han visto hasta ahora, permitiendo alcanzar
algunas conclusiones20.
En primer lugar en ninguna
de estas posturas se presenta un dualismo absoluto de principios infinitos que
se opongan ab initio, lo que sería
una contradicción. Lo que sí aparece en un segundo momento son dos naturalezas
irreductibles respecto del bien y del mal. El mal una vez que aparece tiene
autonomía propia y esa autonomía puede mitigarse, pero no desaparecer. En
efecto de la divinidad que es el Bien absoluto proviene bien sea por emisión,
creación o plasmación una realidad que no posee su perfección, pero que no se le
opone ontológicamente, puesto que participa de la bondad de su fuente, aunque
con propiedades inherentes que le dan identidad evitando que se confundan con
el Principio. De esta identidad jerárquicamente inferior proviene la voluntad
de adhesión a Dios o de alejamiento, lo que es la verdadera fuente del mal. Los
platónicos son muy claros, por eso sostienen que la alteridad es el principio
de la materia y esa alteridad puede ser inteligible, psíquica y sensible. Las
diferencias entre todos ellos está en determinar en qué momento surge la
instancia de separación y cómo se justifica. Entre los iranios la decisión del
alejamiento emerge en el mismo seno de Ahura Mazdâh, así se abre la posibilidad
de un mundo del bien y un mundo del mal y la hostilidad de ambos dominios.
Entre los platónicos se ofrece primero la condición ontológica de separabilidad
de manera perfecta, puesto que la materia es el sustrato que permite la
multiplicidad en el mismo orden inteligible, pero deficientemente en la
ordenación sensible que puede llegar al límite del caos, pero sin principio ni
fin por eso se tiene la impresión externa de que la materia desordenada
coexistiera eternamente con el Bien, coexiste pero subordinada como su última e
irreductible proyección. Entre los judíos y cristianos la obra creada es buena,
igualmente, pero es la voluntad de oposición satánica, antes que humana, la que
origina el mal y la misma teodicea, -como entre los platónicos- quiere hacer
comprender que no entender el orden que gobierna a los bienes y males aparentes
en relación con el todo, es obra en el fondo de tentación satánica que obnubila
el entendimiento. Lo que entre los helenos es tendencia cosmológica, entre los
hebreocristianos es orientación histórica. Por otra parte, la adhesión de la
voluntad humana al designio del Adversario que se opone al de Dios, está
presente por imitación en la falta original que debilita todas las decisiones
del hombre en la historia. En el fondo se trata de un conflicto surgido entre
la potencia divina que manifestada produce y crea y una contrapotencia que se
levanta desde los productos generados o creados, pero que no pueden ser
destruidos -porque esto sería admitir que el mal viene del Principio y no de la
obra producida-, sino reducidos a impotencia. Los gnósticos han experimentado
esta realidad del mal con tal desesperación que han advertido que la raíz ya
está presente en la primera conducta contrapotente -anterior a la actividad
creadora del Dios hebreocristiano- en el límite de la plenitud, por eso hablan
del mundo como una ilusión que sólo oculta a la realidad, que se mantiene
incólume en el hombre y por encima de él, en la Plenitud, como sucede con el
oro manchado por el barro, que en nada lo influye. Los escritos subapostólicos
como la Didakhé, la Carta de Bernabé y El Pastor de Hermas se refieren a los dos caminos, instaurados
antes de que el hombre fuese creado, en el comienzo del conflicto espiritual
abierto por Satanás. Y la doctrina del Rollo
de la guerra de los textos de Qumrân describe el conflicto entre los hijos
de la luz y los hijos de las tinieblas y las inclinaciones o espíritu de vida o
de muerte que habitan en el corazón del hombre se inclinan voluntariamente
hacia una u otra dirección –derek
hajayyîm y derek hammâwet-,
especialmente en el momento del juicio del mundo en el que la voluntad de Dios
se va a revelar, están igualmente presentes en la literatura intertestamentaria
y rabínica21. Desde la perspectiva esbozada la modernidad y
postmodernidad, sin embargo, haciendo alardes de una voluntad faústica, que ha
transferido al individuo las facultades delirantes del demiurgo, sumergida en
la experiencia de los males que la acosan, hace ademanes en el vacío tratando
de dar explicaciones racionales que desplazan la realidad y eliminan o
simplemente escamotean el misterio del mal.
Nota: El presente
trabajo –cedido por el autor Francisco García Bazán (UAJFKennedy-CONICET)– es parte del Capítulo V
correspondiente al libro, Jesús el
Nazareno y los primeros cristianos. Un enfoque desde la historia y la fenomenología
de las religiones, de próxima publicación por editorial Lumen, Buenos
Aires.
NOTAS
1. Cf. H. Bouchilloux, Qu’est-ce que
le mal?, Vrin, París, 2005.
2. Timeo 49a-52d.
3. Frag. 52, cf. Oráculos Caldeos
con una selección de testimonios de Proclo, Pselo y M. Itálico. Numenio de
Apamea fragmentos y testimonios, trad., int. y notas de F. García Bazán.
Gredos, Madrid, 1991, pp. 293-298 y asimismo presentación en pp. 207-208.
4. Ver F. García Bazán, Neoplatonismo
y Vedânta. La doctrina de la materia en Plotino y Shankara, Depalma, Buenos
Aires, 1982, pp. 91-128 y Oráculos
Caldeos. Numenio de Apamea, pp. 293-298 y 215-218.
5. Cf. F. García Bazán, Presencia y
ausencia de lo sagrado en Oriente y Occidente, Biblioteca Nueva, Madrid,
2001, pp. 67-71.
6. El uso explícito del plural interpretamos que obedece a la naturaleza
andrógina de Dios que es reflejada por la del hombre (ánthropos/ ´âdâm). Ver la larga nota explicativa con las diversas
posturas a Gén 1, 26-28 de P. E. Testa, La
Sacra Bibbia. Genesi, Marietti,
Turín, 1969, pp. 263-266, que tanto debe a U. Cassuto, A Commentary on the Book on Genesis. Part One: From Adam to Noah,
trad. del hebreo al inglés por I. Abrahams, The Magnes Press, The Hebrew
University, Jerusalén, 1961 (publicado originalmente en 1944). Este autor
interpreta la forma verbal como un plural de exhortación (p. 55) y para el
hermafroditismo de la criatura primordial remite a la interpretación rabínica
de B. Berakhoth 61ª; B. ‘Erubin 18ª; Bereshit Rabba VIII, 1 y pasajes paralelos
(pp. 57-58); cf. también Gén 5, 1-2 y D. H. Aaron, “Imagery of the Divine and
the Human: On the Mythology of Genesis Rabba 8, 1”, en Journal of Jewish Thought and Philosophy 5 (1995) 1-62 y H. W.
Basser, Studies in Exegesis. Christian Critiques of Jewish Law and Rabbinic
Responses 70-300 C. E., Brill, Leiden, 2000, 110-115 en relación con el
rechazo del divorcio por Jesús. Ver asimismo N. Graetz, Unlocking the Garden. A Feminist Jewish Look at the Bible, Midrash and
God, Gorgias Press, Piscataway (NJ), 2005, pp. 162-163 y S. Croatto, El hombre en el mundo 1: Creación y
designio. Estudio de Génesis 1:1 -
2:3, La Aurora, Buenos Aires, 1974, ps. 169-192 y el capítulo VIII de este
libro. Para el texto español se ha usado la Biblia
de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967; para el original griego, A.
Rahls (ed.), SEPTUAGINTA. Id est Vetus
Testamentum graece iuxta LXX interpretes, 2 vols, Württembergische
Bibelannstalt Stuttgart, 81965 y C. Dogniez-M. Harl y otros, La Bible des Septante. Le Pentateuque
d’Alexandrie, texto griego y trad., Cerf, París, 2001; para la escritura
hebrea, R. Kittel (ed.) y colaboradores, Biblia
hebraica, Württembergische Bibelannstalt Stuttgart, 141937.
7. 2, 4-10.
8. 2, 15-18: «Una ayuda que se corresponda con él» o de la misma naturaleza.
9. Se indica el parentesco íntimo, diverso de la naturaleza de los
animales que no le son correspondientes. Por eso la pareja es complemento y
compensación. Los animales son formados de la tierra del suelo, el varón del
polvo fino de la tierra, la mujer, en cambio, de la costilla del hombre, por
eso la expresión confirmativa: «hueso de mis huesos y carne de mi carne». La
mujer es formada de la materia orgánica del varón y de este modo es su imagen:
semejante y diferente a él, semejante porque como el varón, ha sido formaba a
la imagen y semejanza del Creador, diferente, porque su sustancia orgánica es
más sutil. Es esto lo que les da características antropológicas genéricas
propias a Adán y Eva en la etapa del Paraíso, gracilidad, receptividad o apertura
espontánea tanto a lo conocido como a lo desconocido e ingenuidad ante las
situaciones de riesgo, la mujer; inversamente el varón se define por la solidez
compacta, la capacidad de dar determinación a lo indeterminado y la
responsabilidad de la vigilancia. El cuadro para que el Adversario que bajo la
forma de la serpiente, «el más astuto» o «reflexivamente intrigante/tortuoso de
los animales» (‘ârûm/phroninómatos)
entrará en acción por el flanco femenino antes de la división en sexos, queda
debidamente justificado.
10 2, 20-25. No había atracción sexual. La humanidad existía íntegra e
integrada.
11. Óphis/hannâhâś: con el
artículo definido una serpiente especial, lo que explica las referencias de
Sab. 2, 24; Apoc 12, 9; 20, 2; Ecl. 25, 24; Mt 4, 10.
12. 3, 6-7. «El abrirse los ojos» (dienoíkhtesan
hoí ophtalmoí/pâqah ‘ênayîm) corresponde a las consecuencias de la oferta:
«seréis como dioses conocedores del bien y del mal (ginóskontes kalón kai ponerón/yêde
‘ê tôb wâra»; yâdâh=ginóskein,
conocer experimentalmente, los gnósticos han exprimido al máximo la frase.
13. 3, 16-19.
14. Ver P. E. Testa, Genesi,
313y ss. Sobre el valor significativo de la Biblia griega seguida por los
autores cristianos y el espíritu crítico de Orígenes en relación con las
traducciones de Aquila, Símmaco, Teodocion, etcétera , ver J. Trebolle Barrera,
La Biblia judía y la Biblia cristiana.
Introducción a la historia de la Biblia, Trotta, 2Madrid, 1993,
ps.136-139 y 315-340.
15. Respecto de lo señalado sobre Agustín de Hipona ver F. García Bazán,
“Ley, naturaleza, derecho: Agustín de Hipona (354-430)”, en F. García Bazán y
otros, Temas de Filosofía del Derecho II,
LEUKA, Buenos Aires, 2006, ps. 5 y ss. Sobre lo que sigue véase con más
extensión capítulo VII.
16. Cf. Testamento de Rubén 2, 8-10, en A. Díez
Macho (ed.), Apócrifos del Antiguo
Testamento, Cristiandad, Madrid, 1987, V, 31. Ver capítulo VII.
17. Cf. 1QS 4, 9-11 en F.
García Martínez, Textos de Qumrán,
Trotta, Madrid, 41993, p. 53.
18. Filón, De opicio mundi I, 152 . Ver capítulo
VII asimismo.
19. Ver Pseudoclementinas
15.1-18.2 en F. García Bazán, Aspectos
inusuales de lo sagrado, Trotta, Madrid, 2000, 165, n. 9.
20. Cf. F. García
Bazán, “Gnosis”, en J. A. Tamayo (ed.), Nuevo
Diccionario de Teología, Trotta, Madrid, 2005 y “El miedo como pasión
mundanal. Reflexiones sobre la alteridad gnóstica y postmoderna”, en F. Díez de
Velazco (ed), Miedo y Religión,
Ediciones del Orto, Madrid, 2002, ps. 77-83.
21. Cf. F. García
Bazán, Presencia y ausencia de lo sagrado
en Oriente y Occidente, 138-141. Ver asimismo la universalidad cósmica de
la tentación en Evangelio de Lucas, 4
y Evangelio de Juan, en F. García
Bazán, “La ‘tentación’ como encuentro y diversificación del Sujeto: Agustín de
Hipona, M. Heidegger y Ev. de Lucas 4”, en Escritos
de Filosofía XVIII/35-36 (1999), 35-51.
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