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Una ética de la virtud

10/06/2003- Por Omar Mosquera - Realizar Consulta

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En el campo de las concepciones éticas puede hacerse una distinción muy general entre éticas de la virtud y éticas de la regla; distinción que, en suma, depende del aspecto destacado en cada caso. Mientras las primeras atienden al cultivo y desarrollo del carácter, y al hecho de que el sujeto actúa de manera moralmente correcta porque su carácter está habituado a obrar de acuerdo a los dictados de la razón; las éticas de la regla, en cambio, sitúan el acento en que un agente moral hace lo correcto en circunstancias particulares, cuando se atiene a un principio cuya validez universal garantiza que el obrar sea moralmente correcto. Aristóteles y Kant pueden considerarse, respectivamente, como los dos grandes exponentes de estas dos concepciones antinómicas.

Virtud y felicidad

Virtud y felicidad

 

 

 

En el campo de las concepciones éticas puede hacerse una distinción muy general entre éticas de la virtud y éticas de la regla; distinción que, en suma, depende del aspecto destacado en cada caso. Mientras las primeras atienden al cultivo y desarrollo del carácter, y al hecho de que el sujeto actúa de manera moralmente correcta porque su carácter está habituado a obrar de acuerdo a los dictados de la razón; las éticas de la regla, en cambio, sitúan el acento en que un agente moral hace lo correcto en circunstancias particulares, cuando se atiene a un principio cuya validez universal garantiza que el obrar sea moralmente correcto.

Aristóteles y Kant pueden considerarse, respectivamente, como los dos grandes exponentes de estas dos concepciones antinómicas.

A propósito de esta distinción general, deseo destacar ciertos rasgos de la doctrina ética del estoicismo, en tanto ética de la virtud, con un marcado acento intelectualista.

El estoicismo define la virtud como una disposición estable del alma coherente consigo misma respecto de la vida total, que tiene como único fin el ser feliz. Según Crisipo, a quien suele considerarse el verdadero fundador de la doctrina estoica, la virtud es una cierta disposición de lo rector del alma que consiste en una razón coherente, segura e inmodificable. La virtud es en esencia idéntica al pensamiento, es la porción rectora, conductora del alma.

No obstante, conviene destacar que para los estoicos la virtud es una disposición, porque no pueden concebirse grados de virtud, de modo tal que no hay intermedios entre vicio y virtud. En cierto modo esta tesis explica la diferencia irreductible entre al sabio y el vicioso. No hay posibilidad de que el vil se vuelva sabio. Los estoicos, pues, no admiten la noción de "progreso moral".

Es de todo punto de vista interesante observar que, aunque la virtud tiene como único fin el ser feliz, la felicidad sobreviene toda vez que el sujeto realiza actos debidos que adquieren solidez, un carácter habitual y fijeza; sin embargo, no está garantizado que por realizar actos debidos el sujeto sea feliz, pues el vil también puede ejecutar actos debidos aunque no como consecuencia de "hábitos debidos".

Esta tesis puede aclararse si se toma en cuenta lo señalado por Plutarco, para quien la ley común prescribe todos los actos debidos como los correctos, que sólo puede llevar a cabo el sabio; aquel que realiza actos debidos coherentes con hábitos debidos.

Para los estoicos, en suma, la virtud concebida como lo rector del alma coherente consigo y en identidad con la razón, es autosuficiente para alcanzar la felicidad. La virtud reúne en sí todas las cualidades positivas, es un bien productivo y final, por cuanto produce la felicidad y la completa.

Ahora bien, si la virtud es autosuficiente para la felicidad, se debe a que cuenta con cualidades altamente destacables. Es un bien aceptable, provechoso, útil y elegible. Veamos esto con mayor detalle. En primer lugar, la virtud es un bien porque conduce al sujeto a la vida recta. Además, es aceptable porque es digna de aprobación sin reservas, y es un bien provechoso porque implica bienes que se extienden a la buena vida. Es útil porque su uso resulta beneficioso para el agente; y por último, es elegible porque de la virtud resultan cosas que desde la razón son susceptibles de ser elegidas. Este último aspecto es determinante en lo que concierne a la doctrina ética relativa a la acción, que abordamos en el próximo apartado.

Otro rasgo destacable en la doctrina ética del estoicismo es su notable aspecto intelectualista. Tal característica obedece a que, para los estoicos, las virtudes son conocimientos y habilidades. Son excelencias prioritarias del alma (prudencia, moderación, justicia, valentía), que cumplen con la condición de ser saberes de ciertas cosas y habilidades. La acción virtuosa es una unidad que presupone la posesión, en términos de conocimiento, de la totalidad de las virtudes.

Los estoicos sostienen que hay un fin final de acuerdo al cual todo debe ser realizado: la felicidad. Sin embargo, hay matices y diversas posturas para lo considerado como fin último. Zenón, por ejemplo, entiende que éste cosiste en vivir coherentemente; mientras Cleantes sostiene que el fin último de la vida es vivir en coherencia con la naturaleza; y Crisipo especifica todavía más cuando señala que el fin último de la vida consiste en vivir de acuerdo con la experiencia que cada uno tiene de las cosas que suceden por naturaleza. En síntesis, para los estoicos el fin último de la vida pasa por un aspecto clave de coherencia o concordancia entre la vida y la naturaleza o la razón.

Al respecto, vale hacer notar dos sentidos complementarios con que los estoicos antiguos emplean los términos "razón y racionalidad". Un sentido cosmológico, según el cual nada puede sustraerse a la organización racional del mundo, en cuanto todo sucede de acuerdo con el logos que rige la totalidad. De modo tal que, para los estoicos existe una enorme consustanciación entre lo natural y lo racional. Otro sentido es antropológico, e indica que el hombre tiene la facultad de hacerse conciente de su necesaria participación en el orden cósmico; ello comporta un obrar éticamente virtuoso, cuando regula su conducta con lo reconocido como lo adecuado para vivir de manera coherente.

 

 

 

 

Acción y pasión en la doctrina estoica

 

 

Como ya lo hemos indicado, la doctrina ética del estoicismo tiene un marcado acento intelectaulista. En este contexto puede comprenderse la tesis según la cual, la pasión es un movimiento irracional del alma.

Dicho esto conviene tener en cuenta la articulación de ciertas nociones (impulso, acción, asentimiento, disposición apropiada), que en su conjunto aportan precisiones para comprender la doctrina ética.

Veamos qué entienden los estoicos por impulso. En sentido general, es el primer movimiento hacia la autopreservación, y en cuanto tal, es el origen de un dinamismo tendiente al logro pleno de la propia identidad, que se alcanza mediante el ejercicio de modo de vida racional; esto es, en la virtud o excelencia. En este contexto cobra enorme significación el término "oikeíosis" (disposición apropiada), que se considera como la más legítima condición del viviente. La naturaleza determina que el primer objeto del impulso sea la constitución de la propia identidad y su permanencia en ella.

Pero, si bien el hombre participa de los principios del comportamiento animal, detenta una especial posición en el organismo cósmico, pues cuenta con un modo particular de adueñarse de su propia constitución que es superior a la simple percepción de sí mismo. El ser racional implica la posibilidad de poder hacer algo distinto de lo que debe hacer de acuerdo a su propia naturaleza. El animal sólo puede seguir el comportamiento de la especie. El hombre, en cambio, puede y debe construir su propia naturaleza ajustando su conducta a lo más apropiado de su naturaleza.

Esta especial posición de la condición humana está dada por la razón que es, según los estoicos, antesala del impulso, y conduce a quien se somete a ella hacia lo único que en sentido riguroso es un fin: la felicidad. El conocimiento racional es el principio de la acción.

La teoría estoica de la acción es compleja. Una cuestión a despejar es la relación entre el asentimiento y el impulso. De acuerdo con los testimonios clásicos la secuencia de la acción es la siguiente: presentación, asentimiento e impulso. Este último se dirige intencionalmente hacia lo que es bueno y, por tanto, elegible. Una vez que alguien da asentimiento a una presentación, aquel se convierte en impulso para la acción. Este punto merece especial atención, porque cuenta con cierta complejidad. Según Estobeo, los asentimientos recaen sobre la proposiciones, y los impulsos en cambio, se refieren a los predicados contenidos en los "decibles" (proposiciones, argumentos). De modo que asentimos proposiciones, pero los impulsos se refieren a los predicados de las proposiciones a las cuales damos asentimiento.

Para algunos estoicos, asentir una proposición implica aprobar una verdad. Pero –esto es lo interesante-, el asentimiento de una verdad es insuficiente si no se acompaña de un impulso para comportarse de acuerdo con tal verdad. Es decir, no basta con asentir la proposición "debo ejercitarme"; si tal proposición es asentida se torna imperativo "ejercítate". El imperativo es la forma lingüística correspondiente al impulso.

Según otra perspectiva, aun cuando alguien advierta que realizar determinada acción está en contra de la razón y la lleva a cabo de todos modos arrasado por la fuerza de la pasión, asiente una proposición pero actúa en contra de la razón.

Habría pues, dos tipos de asentimiento. Uno puramente teórico y el otro teórico-práctico. Pero más allá de esta distinción ha de observarse que, el hecho de saber qué hacer no garantiza que el sujeto actúe de acuerdo con tal saber. Este es el caso del incontinente, quien a pesar de conocer los principios de lo elegible, a pesar de conocer la mejor razón, obra en contra de tal razón arrasado por la vehemencia de un estado pasional. A ello se debe la importancia del énfasis puesto en el asentimiento teórico-práctico de la primera perspectiva que destacamos. En efecto, para que se de un asentimiento pleno y genuino de una proposición, por ejemplo del tipo "no hay que comer en exceso", también debe ponerse en práctica. Este es el asentimiento propio del sabio.

En el horizonte ético del estoicismo toda pasión es un impulso excesivo. El impulso es el movimiento del alma hacia determinada disposición, no es correcto identificarlo al tipo de conducta instintiva. En este aspecto, el estoico sostiene una tesis filosófica paradójica, según la cual las pasiones son juicios, opiniones o creencias malas. Tal concepción implica que no hay ningún impulso que no esté de algún modo ligado a la actividad intelectual. Un juicio, entonces, es una pasión cuando pone en movimiento un impulso excesivo o violento. Las pasiones constituyen movimientos del alma desobedientes a la razón y, por tanto, contrarios a la naturaleza. La pasión, pues, queda considerada como un movimiento irracional del alma, pero no porque se trate de algo carente de razón, sino porque se opone a ella. Para decirlo de un modo más riguroso: la pasión es un movimiento del alma contrario al impulso teórico-práctico. Esto equivale a decir que la pasión constituye un movimiento que excede la medida que supone la correcta adecuación entre impulso y razón.

En tanto movimiento del alma desobediente a la razón, la pasión está en conflicto con la razón y, por no carecer de racionalidad puede afirmarse que se trata de malas razones, creencias falsas o erróneas. El ejemplo de Estobeo resulta sugestivo. Quienes se encuentran inmersos en estados pasionales suelen advertir que no es conveniente realizar algo, pero de todos modos lo hacen. Esto implica que el conocimiento expresado en el juicio –"no es conveniente hacer esto"-, no alcanza para determinar una acción efectiva. Es decir, pese al intelectualismo en materia moral, los estoicos admiten la posibilidad de la acción incontinente: actuar en contra del mejor juicio. Puede haber impedimentos que no le permitan al agente llevar a cabo la acción conforme al mejor juicio.

La ética estoica considera que hay cuatro clases básicas de pasiones: dolor, placer, apetito y temor. Las dos primeras se refieren al presente, mientras las otras al futuro. El dolor el caracterizado como una contracción irracional del alma o la creencia vivaz de la presencia de un mal. Más precisamente es una contracción del alma desobediente a la razón, cuya causa es la creencia acerca de la presencia de un mal, ante el cual es apropiado contraerse. El placer, en cambio, es una expansión del alma desobediente a la razón, cuya causa es el creer que un bien está presente, ante el cual es apropiado expandirse. El apetito es un deseo desobediente a la razón, y su causa es el creer que un bien se aproxima. El temor, una desviación desobediente a la razón, cuya causa es el creer que un mal se aproxima.

Las expresiones "contracción" y "expansión" corresponden ala noción de "pneuma" o aliento vital. El alma es la forma en que se manifiesta el "pneuma" en los animales, y en particular, en el hombre.

Es interesante señalar cuál es el estatuto del virtuoso en al ética estoica. Una postura bastante difundida sugiere que el virtuoso, el sabio, es aquel en cuya vida prácticamente no hay lugar para las pasiones, las emociones o los sentimientos. El virtuoso tiene pasiones positivas, que no sólo no son descartadas, sino exigidas como inherentes al sabio. Las pasiones positivas son estados emocionales alineados con la razón, y en tal sentido la ética estoica promueve la racionalización de las pasiones.

 

 


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