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Una lectura de los “Estudios sobre la histeria”

05/05/2021- Por Milena Caplan - Realizar Consulta

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Propongo retomar la lectura de los “Estudios sobre la histeria” para extraer de ellos su valor teórico y su potencia clínica. La riqueza de los historiales que aparecen en este trabajo permite pensar la manera en la que se presenta la histeria en la actualidad y el modo en que la abordamos en la clínica. Lacan sostiene que lo que conduce al saber es el discurso de la histeria y no es casual que el psicoanálisis haya surgido a partir de la misma. El psicoanálisis nace de la escucha de esas mujeres que indicaban que había algo en el discurso establecido de la época que no andaba.

 

           

     Foto central: Portada de la edición original de “Estudios sobre la histeria” (1895)

 

 

 

“Un lector atento podrá hallar ya en el presente libro los gérmenes de todos los agregados a la doctrina de la catarsis (…). Por añadidura, a quien se interese por el desarrollo de la catarsis hacia el psicoanálisis no podría aconsejarle nada mejor sino que empiece con los Estudios sobre la histeria y así transite por el camino que yo mismo he dejado atrás.”

 

Sigmund Freud, Prólogo a la segunda edición de Estudios sobre la histeria, julio de 1908.

 

 

  Desde tiempos remotos, histeria y feminidad se asocian inmediatamente como si fuesen equivalentes. De hecho, así lo enseñan en las universidades y en las distintas instituciones psicoanalíticas. Esto no es necesariamente así y, sobre todo hoy en día, se presentan cada vez más mujeres obsesivas en la clínica.

 

  Sin ir más lejos, si pensamos en la etimología de la palabra histeria, viene del francés hystérie, que significa útero. Efectivamente, en la Antigüedad se consideraba a la histeria como una enfermedad del útero. La histeria era una anomalía ginecológica, el útero o la matriz de las mujeres se iba desplazando por el cuerpo en un peregrinaje intercorpóreo, molestando así a los órganos anexos.

 

  De esta manera se producían los síntomas histéricos para pensadores del Mundo Antiguo como Hipócrates, Platón, Galeno y Aristóteles. Para ellos, las mujeres no eran realmente mujeres, sino hombres fallados o cobardes, que por esa razón habrían devenido mujeres. Explicaban la inferioridad de la mujer, como algo que habría querido el Creador, que la hizo imperfecta y mutilada.

 

  Platón pensaba que la matriz era un animal que desea ardientemente engendrar y cuando esta necesidad era postergada, por la causa que fuere, se desarrollaba la enfermedad, suponiendo que el matrimonio era la única forma de curar la histeria, liberándose del mal al concebir un hijo. Esta concepción platónica resuena en la salida a la feminidad normal que plantea Freud: trocar el deseo de falo por el deseo de hijo. La feminidad para Freud también está sostenida en la maternidad.

 

  En los siglos XVIII y XIX se produjo una medicalización del cuerpo de las mujeres, quedando la histeria considerada como una enfermedad nerviosa. Fue descripta como enfermedad de las mujeres sin hombre o casadas muy tarde, religiosas o viudas. Es decir, como producto de la ausencia de relaciones sexuales. Todo esto refiere a la dependencia de un hombre a quien necesitan para conservar su salud. La histeria pasó al plano fisiológico y se la llamaba “enfermedad de los nervios, idea que Freud tomó al inicio de su obra.

 

  La histeria comienza siendo una categoría de la medicina propia de las mujeres. Justamente, el mayor logro de Freud fue hacer un salto de la anatomía a la psiquis y extraer a la histeria del discurso médico, nada más ni nada menos que escuchando a sus pacientes. Freud ‒al inicio junto a Breuer‒, empezó a escuchar qué tenían para decir estas mujeres acerca de sus síntomas y su padecimiento.

 

  Evidentemente, tenían mucho para decir. La histeria dejó de adjudicarse al útero o a problemas neurológicos que afectaban al cuerpo para pasar a ser efecto y consecuencia de conflictos psíquicos reprimidos e inconscientes. En ese sentido, Freud fue revolucionario. El saber de la mujer no tenía incidencia en esa época, pero el psicoanálisis surge a partir de ellas.

 

  “Estudios sobre la histeria”[1] es el resultado de un trabajo conjunto de Freud y Breuer. En ese momento el psicoanálisis todavía no estaba formalizado como tal, pero este texto tiene carácter anticipatorio y es un antecedente fundamental. Tanto “Estudios sobre la histeria” como “Proyecto de psicología”[2], son dos trabajos que marcan su inicio.

 

  Ambos textos fueron escritos en el mismo año; sin embargo, el “Proyecto de psicología” fue publicado de modo póstumo, en 1950, por Marie Bonaparte y Anna Freud. Freud escribió el proyecto a ritmo febril y luego cuando en su vejez lo pusieron de nuevo en sus manos, hizo todo lo posible por destruirlo. Ambos textos son las primeras intuiciones psicoanalíticas de Freud cuando todavía era medico neurólogo.

 

  En los “Estudios sobre la histeria”, están esbozadas las ideas y conceptos fundamentales del psicoanálisis: el inconsciente, la represión, la asociación libre como regla fundamental y, sobre todo, la transferencia[3]. El método catártico iniciado por Breuer y luego el método de la presión sobre la frente son claros anticipos de la asociación libre, hipnosis mediante. Freud se refiere a un «pequeño artificio técnico»[4] al usar la presión sobre la frente y presenta un esbozo de lo que sería luego la regla fundamental del psicoanálisis para el paciente.

 

  Freud y Breuer empezaron a atender, en su mayoría, a mujeres burguesas de la alta sociedad de Viena, salvo por Katharina, que era la hija de una posadera con quien Freud se encontró en unas vacaciones a los montes vieneses. En ese momento, Freud aun estudiaba con Charcot en el hospital de la Pitié-Salpêtrière, donde trataban a la histeria con la presión ovárica y los masajes pélvicos o de clítoris.

 

  La masturbación era prerrogativa de los médicos, y era usada como instrumento para aliviar “la tensión y ansiedad femenina”, para relajarlas. La histeria todavía era considerada una enfermedad de las mujeres sin hombre, que en esa época solían viajar a la guerra. Es decir, aún estaba presente la concepción de la histeria como enfermedad del útero y la idea de que la mujer depende de un hombre para conservar su salud.

 

  Estas pacientes tenían síntomas en el cuerpo pero los médicos no encontraban correlato alguno a nivel anatómico. Freud y Breuer también eran médicos –Freud era neurólogo y Breuer médico clínico‒ pero su particularidad fue que empezaron a escuchar qué tenían para decir las pacientes acerca de sus síntomas.

 

  Ellos empezaron a indagar en las circunstancias de vida de las pacientes. Lo interesante fue que se toparon con el hecho de que en su relato había amnesias, es decir, no lo recordaban todo. Podríamos decir que ellos escucharon ahí al inconsciente. Lo describen de la siguiente manera:

 

“(…) los enfermos no disponen de estos recuerdos como disponen del resto de su vida. Al contrario, estas vivencias están completamente ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, o están ahí presentes solo de una manera en extremo sumaria”[5].

 

  La concepción de la neurosis que tenían Freud y Breuer en ese momento era que a causa de un gran trauma, esto es, una representación con un monto de afecto demasiado elevado, el afecto quedaba estrangulado-reprimido. Esta concepción del trauma psíquico viene aparejada con la noción del principio de constancia, es decir, mantener el aparato psíquico en homeostasis. Esa representación traumática con un afecto demasiado elevado era siempre de origen sexual.

 

  Como el afecto quedaba estrangulado en la conciencia, la solución era traerlo de vuelta a la conciencia –vía hipnosis‒ para que se tramitara de manera correcta. Que el afecto quede desalojado de la conciencia es lo que lo convierte en patológico, porque eso reprimido es lo que retorna en síntomas. Ese afecto trasladado al cuerpo se convierte en el síntoma histérico. Es el mecanismo conversivo clásico de la histeria: la representación y el afecto se dividen, desplazándose el último hacia el cuerpo.

 

  Freud y Breuer usaron la hipnosis para traer ese afecto reprimido de vuelta a la conciencia. El método terapéutico era abreaccionar de manera correcta el afecto, que se apalabre, rectificando así el afecto al introducirlo en la conciencia normal[6]. El método terapéutico era hacer consciente lo inconsciente. De esta manera, cancelaban los síntomas uno por uno.

 

  El problema fue que la hipnosis no funcionaba de manera correcta, las pacientes se volvían a enfermar. Freud mismo dijo que él era mal hipnotizador. Más tarde, se dieron cuenta de que no todos los pacientes eran hipnotizables.

 

  Por otro lado, el problema era que estas pacientes no se escuchaban a ellas mismas, y es fundamental poder escucharse a uno mismo en un análisis. Lacan decía que el neurótico se cura con la palabra y, sobre todo, con la propia. El analizante debe hablar, contar, explicarse a él mismo[7].

 

  Freud, entonces, empezó a escuchar en los síntomas corporales de estas mujeres un más allá. El problema sigue estando en el cuerpo, porque dijimos que el mecanismo de la histeria es la conversión, y el afecto separado de la representación pasa al cuerpo, pero ya no es pensado el cuerpo como un sustrato anatómico-biológico per se, sino que con Freud ahora existe un cuerpo simbólico.

 

  El síntoma histérico es un símbolo mnémico, es decir, un símbolo de eso sofocado. O como dice Freud: son recuerdos de dolor[8].

 

  A Elisabeth von R. le dolían las piernas. A partir de su análisis con Freud, descubre que sobre sus piernas descansaban las piernas de su padre enfermo, que esperaban a ser vendadas por ella. Elisabeth se sentía impotente por no poder cambiar las circunstancias y sentía que no podía avanzar un solo paso en su vida. Los dolores en las piernas eran expresiones simbólicas de esas sensaciones: palabras que le dolían en el cuerpo.

 

  Ahora bien, el problema en Freud es que esta patología se fue deslizando hacia una identidad, quedando la histeria como un atributo propio de las mujeres[9]. Freud opera un descentramiento del discurso neurológico y biológico de la histeria, pero, sin embargo, se puede leer en él todavía algo de la tradición del discurso medico occidental. Freud piensa a la mujer como castrada, en falta e incompleta.

 

  Esto es así porque la mujer fue pensada siempre en relación al hombre y de una manera especular con respecto del mismo. Nunca fue pensada en su especificidad. Por tanto, queda siempre como un enigma, continente negro o portadora de un jeroglífico a descifrar. La pregunta freudiana se convierte en un síntoma de la cultura. Lo femenino es lo rehusado y está anudado a una fantasmática cultural dominada por el sistema patriarcal que encarna a la mujer en un enigma.

 

“La gran pregunta sin respuesta a la cual yo mismo no he podido responder a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente: ¿Qué quiere la mujer?”[10].

 

  Simone de Beauvoir nos advierte algunos años después, en 1949, que la mujer fue pensada siempre en una lógica en espejo al hombre y no en su especificidad, quedando así su sexo como segundo[11]. Esto hace que la mujer quede como un complemento o suplemento del hombre, es decir, siempre en relación a él. En 1975, Luce Irigaray se refiere a una ilusión de simetría[12] especular en la que fue pensada la mujer dentro del psicoanálisis.

 

  Para Freud, la salida hacia la feminidad normal es vía la maternidad. La mujer tendría que trocar el deseo de falo por el deseo de hijo por ecuación simbólica. Tendría así que completarse teniendo un hijo para ser una verdadera mujer, porque la feminidad estaría sostenida en la maternidad. Si esto no se produce, la mujer es considerada viril, fálica o inmadura, o peor, no es una verdadera mujer.

 

  El impasse freudiano es justamente toparse con esa roca de base en el análisis: la envidia del pene para la mujer, la protesta masculina para el hombre. La curación de una mujer para algunos analistas todavía está sostenida en ser madre.

 

  Bertha Pappenhein, más conocida bajo su seudónimo de «Anna O.», fue la primera paciente tratada con el método catártico de Breuer; método que luego se convertiría en el precursor del psicoanálisis y la asociación libre. Breuer fue experimentando el método junto a la paciente, a prueba y error.

 

  Anna empezó a hablar de sus síntomas y solo después de esto se desarrolló el método catártico como técnica terapéutica. De hecho, ella misma le propuso a Breuer nombrarlo como una «talking cure» (cura por la palabra) y «chimney-sweeping» (limpieza de chimenea).

 

  Freud calificó su caso como el desencadenante del surgimiento del psicoanálisis. Bertha, más tarde, alcanzo renombre como feminista, defensora y pionera de los derechos de la mujer y los niños.

 

  Breuer afirmaba que no había elementos sexuales en la sintomatología de Anna O., cuando en realidad la paciente había desarrollado una transferencia erótica muy fuerte, ante la cual él huye. Breuer abandona a la paciente y se aleja del psicoanálisis para continuar con su carrera de medico clínico. En este momento, el concepto de la transferencia no estaba aún formalizado como tal.

 

  Cuando Freud repasa este hecho[13], pone en evidencia la incapacidad de Breuer para manejar la transferencia y lo reubica bajo este concepto. Es a partir de ahí que se empieza a construir la noción de transferencia. Freud afirma que para la curación de la enferma se le ofrecía a Breuer el más intenso rapport sugestivo[14].

 

  Luego de esto, Breuer se separa de Freud. Breuer no creía en la teoría freudiana del papel etiológico de las pulsiones sexuales para la histeria, y proponía una teoría fisiológica en la que la etiología de la histeria surgía a partir de estados hipnoides que disociaban la conciencia y generaban una condition seconde.

 

  Freud, en una carta a Fliess, describe a Breuer como un hombre inseguro, que estaba constantemente vacilando y dudando acerca de sus decisiones. Es Freud quien impulsa a Breuer a investigar y a publicar. Freud, por su parte, fue en contra de toda la moral de época a pesar de las críticas que recibía. Cuando se separan, Freud decide continuar con la investigación de su teoría, a pesar de tener que defenderse constantemente de sus opositores.

 

  Las formas cambiantes de la presentación de la histeria, como así también de las significaciones que el discurso médico de la época les da, son correlativas al entramado social y cultural. Cada época ordena y produce los cuerpos y subjetividades de hombres y mujeres de acuerdo a sus necesidades sociales cambiantes.

 

  Esta dimensión del poder, sabemos que deja a un género como superior respecto a los otros: el hombre es superior, los otros géneros inferiores. Esto no es algo natural, sino que hay entramados de poder implícitos que generalmente no son percibidos como tales.

 

  El lugar de las mujeres hoy no es el mismo que tenían las mujeres de la sociedad victoriana. La represión de la sexualidad no es la misma sino que, por el contrario, en el capitalismo lo que se presenta es un empuje al goce. El patriarcado es ley y el capitalismo es desregulación de la ley.

 

  El imperativo femenino en la actualidad parece ser el contrario del de la época de Freud. En ese momento, Freud consideraba a la neurosis como una enfermedad moral. Como la sexualidad era inconciliable con el yo, se reprimía. Resulta interesante, entonces, pensar cómo se presenta hoy la neurosis cuando la moral de la época es un imperativo superyoico a gozar de objetos.

 

  Actualmente las mujeres salen a trabajar, a formarse, pero siguen sosteniendo los cuidados maternales. Esto no es solo el hecho de tener que cuidar a sus hijos, sino que se maternalizan todos sus vínculos. Tienen que poder con todo y, sobre todo, agradar a los demás. Esta es una forma más de depender siempre del amor del otro, de preocuparse por el deseo del otro y no del de una misma, quedando su propio deseo coartado.

 

  Los discursos devienen a veces imperativos que aplastan el deseo singular del sujeto. Aun hoy existen imperativos que alcanzan a las mujeres, como por ejemplo, el amor libre, el amor propio, decir que sí a todo y, sobre todo, no ser histérica (no aparentarlo).

 

  Lacan, en su Seminario 17, cuando propone sus 4 discursos, ubica al discurso de la histeria como el que hace producir el saber:

 

“…lo que conduce al saber no es el deseo de saber. Lo que conduce al saber es –concédanme un plazo más o menos largo para que lo justifique– el discurso de la histérica”[15].

 

  Para Lacan, el amo no desea saber nada, simplemente quiere que la cosa marche. El discurso de la histeria hace síntoma en el orden establecido porque pincha y agujerea al amo, denuncia que hay algo que no marcha. Podríamos pensar, entonces, que este discurso es el que hace mover el conocimiento y el mundo.

 

  El psicoanálisis surgió a partir de las pacientes histéricas que denunciaban la represión victoriana de la sexualidad. El feminismo actualmente denuncia que hay algo de la sociedad patriarcal que es injusto. El feminismo es una posición política frente al malestar.

 

  El problema es cuando se patologiza ese malestar. Las pacientes de Freud se enfermaban porque estaban insatisfechas con su vida. Si uno lee con detenimiento los historiales, se encuentra con que todas las pacientes querían estudiar y no podían hacerlo por tener que cuidar a sus padres enfermos o a niños, o por tener que casarse muy jóvenes.

 

  Algunas de ellas tenían hermanos varones, sin embargo, las que se quedaban cuidando eran ellas, las mujeres. Desde hace mucho tiempo está presente la idea de que la mujer es más maternal, cuidadora y sensible por “naturaleza”.

 

  En el historial de Elizabeth, ella aparece caracterizada como una muchacha independiente, que no se quedaba callada, “respondona” según su padre. Elizabeth no se quería casar porque entendía al matrimonio como una coartación de la libertad. Estas eran todas características que se alejaban del ideal femenino de esa época.

 

  Casi todas las pacientes de estos historiales querían formarse, ser independientes o casarse con la persona que les interesara y no por imposición. Podríamos decir que el impasse de Freud fue operar identificándose a ese lugar de padre del patriarcado; es decir, querer encajarlas en la matriz.

 

  Más adelante, en el caso Dora, Freud empuja a la paciente a estar con el Señor K, cuando en realidad lo que a Dora le interesaba la Señora K., no en el sentido sexual, sino en tanto mujer que portaba algún saber.

 

  Incluso en estos historiales hay situaciones de abusos y violaciones que no son nombradas como tales. En el caso Katharina y en el caso Rosalia H. Freud presenta a los abusadores como los tíos de las pacientes, y luego, en el pie de página agregado en la segunda edición, aclara que en realidad eran sus propios padres.

 

  Emilce Dio Bleichmar sostiene que en el síntoma histérico hay un reclamo feminista[16], una protesta que no llega a articularse en palabras sino que duele en el cuerpo. Esta protesta radicaría en el carácter devaluado del género femenino y, sobre todo, en la reducción de su subjetividad a su sexualidad y su cuerpo.

 

  Así, el síntoma histérico sería una forma de resistencia subjetiva –y una reivindicación– de las mujeres frente a las imposiciones sociales. Esto es lo que está omitido en los historiales. Freud escuchó a las mujeres por primera vez, pero no logró ubicar esas quejas como denuncias a la sociedad.

 



[1] Sigmund Freud (1893-1895) “Estudios sobre la histeria” en Obras Completas, Tomo II, Amorrortu, Buenos Aires, 2013.

[2] Sigmund Freud (1950[1895]) “Proyecto de psicología” en Obras Completas, Tomo I, Amorrortu, Buenos Aires, 2017.

[3] En “Estudios sobre la histeria” aparece por primera vez el término «trasferencia» en el sentido psicoanalítico, aunque en una acepción mucho más restringida que en escritos posteriores de Freud.

[4] Sigmund Freud (1893-1895) “Estudios sobre la histeria” en Obras Completas, Tomo II, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, p. 277.

[5] Sigmund Freud, op. cit., p. 35.

[6] Sigmund Freud, op. cit., p. 42.

[7] Entrevista a Jacques Lacan publicada por la revista Panorama (Roma) en su número del 21 de diciembre de 1974.

[8] Sigmund Freud (1893-1895) “Estudios sobre la histeria” en Obras Completas, Tomo II, Amorrortu, Buenos Aires, 2013, p. 109.

[9] Ana María Fernández, La mujer de la ilusión, Paidós, Buenos Aires, 1993.

[10] Nota tomada en 1925 por Marie Bonaparte, alumna y analizante de Freud, en una sesión de análisis con él.

[11] Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Lumen, Buenos Aires, 2019.

[12] Luce Irigaray, Espéculo de la otra mujer, Akal, Buenos Aires, 2007.     

[13] Sigmund Freud (1914-1916) “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” en Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 2017

[14] Sigmund Freud, op. cit., p. 11.

[15] Jacques Lacan (1969-70) Seminario 17: El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 22.

[16] Emilce Dio Bleichmar, El feminismo espontáneo de la histeria, Siglo Veintiuno, España, 1991.


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