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El pequeño Herbert: los albores del análisis freudiano con niñ@s y el dispositivo con parientes

24/11/2018- Por Julián Ferreyra - Realizar Consulta

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No hay psicoanálisis sin historización, ni caso clínico sin historia ni construcción. Resultaría interesante ir más allá del disciplinamiento técnico que pone a Juanito como mito fundante… El psicoanálisis comenzó necesariamente atravesado por el familiarismo y por la endogamia (los primeros discípulos, seguidores y/o admiradores de Freud se analizaban con él, y le derivaban a amigos, conocidos o incluso parientes muy cercanos)… La lectura clásica omite el más allá del niño en cuestión, incluyendo a la madre y al padre como simples imagos deductibles de la edípica en cuestión, pero Freud fue pionero en el trabajo con los adultos a propósito del acontecimiento infantil.

 

 

 

                      

                                     Freud con Herbert Graf (“Juanito”)

 

 

  I. Herbert, “Juanito”, se instituyó como el caso paradigmático para la apertura a posteriori del psicoanálisis con niñ@s. Una lectura en sí del caso, no contextualizada, nos muestra a un Freud analizando de manera silvestre notas de un padre en transferencia con él, siendo el objetivo uno teórico: dar cuenta in situ de sus tesis sobre la sexualidad infantil y del complejo de Edipo, aportando a su vez un gran tratado sobre la sintomatología infantil, tematizada aquí en la fobia[i]. Es decir, un niño que sirviera como mera confirmación de una teoría[ii].

 

  No obstante, una lectura historiográfica de las condiciones del caso y de los actores en cuestión -el niño pero también su padre, su madre y la relación de éstos con Freud- permite complejizar el problema desde una lectura clínica y evitar, así, una reducción del análisis con niñ@s de nuestros días a un mero ejercicio psicoeducativo de adultización de las infancias.

 

 

  II. El psicoanálisis comenzó necesariamente atravesado por el familiarismo y por la endogamia. No sólo los primeros discípulos, seguidores y/o admiradores de Freud se analizaban con él -o entre sí-, sino que también derivaban a amigos, conocidos o incluso parientes muy cercanos.

 

  La Sociedad de los Miércoles -el primer grupo de estudio en psicoanálisis- se desarrollaba bajo discusiones y exposiciones clínicas en las cuales, en ese entonces, Freud tenía siempre la última palabra:

 

“cuando hablaban de sus casos clínicos se referían las más de las veces a sí mismos (...) constituían en cierta forma una familia extensa y se asemejaban a sus pacientes, quienes, por lo demás, pertenecían a su misma clase social”[iii].

 

 

  III. La derivación a Freud de parientes, esposas o amantes incluyó luego también a hijos e hijas: tal fue el caso de Herbert Graf, más conocido como el pequeño Hans o Juanito. Herbert era hijo de Max Graf -musicólogo e integrante de la Sociedad- y de Olga Hönig. Ella fue paciente de Freud durante 1897, allí cuando éste abandona la teoría de la seducción: dato no menor, ya que Olga había sido víctima de abuso sexual por parte de sus hermanos. Ellos se suicidaron y ella padeció una fuerte neurosis.

 

  Max conoció a Freud por intermedio de Olga, y consideró naturalmente necesario consultarle si el estado mental de ella le permitiría proponerle matrimonio. Freud, en su semblante de patriarca, ofreció una doble bendición: dio el visto bueno por lo del casamiento y también lo admitió en 1902 en la Sociedad de los Miércoles. Así fue que, unos años después y bajo su autorización, Max comenzó a tomar y llevarle notas a Freud sobre el peculiar comportamiento de su hijito Herbert.

 

  Dicho sin eufemismos, Max comenzó a tratar a su propio hijo y, con esta experiencia piloto, inauguró el psicoanálisis con niñ@s. En resumen, Freud había analizado previamente a la madre y luego tuvo al padre como discípulo y supervisante:

 

“en esos inicios, la historia del psicoanálisis no fue otra cosa que la de una familia recompuesta”[iv].

 

 

  IV. La lectura clásica omite el más allá del niño en cuestión, incluyendo a la madre y al padre como simples imagos deductibles de la edípica en cuestión. En paralelo, una lectura banal de los susodichos aportes historiográficos podría llevar a una indignación técnica: ¡qué irresponsable Freud por haber atendido previamente a la madre y luego por habilitar sugestivamente al padre a emprender la cura de su hijo!, se podría decir.

 

  Desde una u otra lectura se imposibilita a priori la pregunta por la relación entre el sujeto y el Otro, ya que se reducen dichas categorías a la imaginarización de las personas en cuestión, quedando el síntoma o la fobia condenadas a la especulación psicologista o metapsicológica.

 

  El síntoma en el niño y su relación con los adultos en cuestión, o pensar al niño como síntoma de la pareja, se reemplaza en dichas lecturas por un tratado en psicología o psicopatología infantiles, en la cual el centramiento está exclusivamente en el niño, siendo los padres/adultos actores secundarios o, incluso, accidentes ambientales.

 

 

  V. No hay psicoanálisis sin historización, ni caso clínico sin historia ni construcción. Así, resultaría interesante ir más allá tanto del disciplinamiento técnico que pone a Juanito como mito fundante, como también de la indignación amarillista que nos recuerda la relación del chisme con lo inconsciente.

 

  Si Freud no estaba dedicado ni causado por el deseo de analizar niñ@s, al menos hay una huella para pensar una clínica freudiana con niñ@s. Esto, a condición de extraer lo más interesante y potente del mencionado historial: que la construcción del sujeto y del problema -la latente angustia, fobia o síntoma en cuestión- fueron producidos por Freud no sin el paso previo de haber circunscripto la coyuntura de la pareja, del lugar del hijo en ella y, sobre todo, de haber producido y operado en transferencia el síntoma de dichos adultos en cuestión.

 

  Esto es, construir el caso Hans implicó, por analogía, lo propio del proceso de las entrevistas preliminares. Dicho de otro modo, la condición de posibilidad para producir el caso no fue una mera relación sugestiva entre un padre chupamedias que quería aportarle material y así congraciar a su Maestro, ni sólo por saberse Sujeto Supuesto Saber de esa madre otrora abusada, histérica y tan atractiva.

 

  Si lo deseamos, hay aquí el preludio de una clínica freudiana con niñ@s que, sin lugar a dudas, incluyó a los padres/parientes/adultos en cuestión: Freud habrá sido, así, pionero en el trabajo con los adultos a propósito del acontecimiento infantil, por haber esbozado lo que hoy podríamos situar como dispositivo de presencia de padres y parientes [v]. El sujeto en la clínica freudiana no se confundió ni subsumió a la individualidad del niño: el sujeto también fueron los padres.

 

 



[i] De hecho algunas reflexiones sobre Hans ya habían sido expuestas por Freud previamente en “El esclarecimiento sexual del niño” (1907) y en “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908), pudiendo pensar lícitamente que el historial tuvo el objetivo de ser una continuación y consolidación de diversos objetivos teóricos y metapsicológicos allí comenzados.

 

[ii] El caso Hans como mera confirmación es así descripto por Colette Soler: “Se encuentran con el psicoanálisis porque los padres son unos adeptos al psicoanálisis. El padre de Hans es un adepto de Freud, muy feliz por poder decir al profesor: por fin, aquí tiene usted un niño que se presta a su doctrina y la confirma” (Lo que Lacan dijo de las mujeres. Buenos Aires: Paidos, 2015, p. 156).

 

[iii] Roudinesco, E. (2015). Freud en su tiempo y en el nuestro. Debate: Buenos Aires (p. 131-132).

[iv] Ibídem, p. 132.

[v] El concepto surge de una propuesta clínica de Pablo Peusner. 


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