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Homenaje a Enrique Pichon - Riviere

01/08/2007- Por Andrés Rascovsky - Realizar Consulta

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A cien años del nacimiento de Enrique Pichon Rivière (1907–1977), en reconocimiento a su trayectoria en el psicoanálisis, siendo uno de los fundadores del freudismo argentino, quien difundió la obra de Freud, textos de J. Lacan, y realizó sus aportes teóricos y clínicos por medio de la enseñanza. Junto a sus discípulos colaboró en la expansión del mundo psicoanalítico y de la cultura en “psi” en general, favoreciendo la creación de instituciones y de la psicología social. Casado con Arminda Aberastury durante veinte años; ambos eran colegas y amigos de Marie Langer y de Arnaldo Rascovsky. El Dr. Andrés Rascovsky comparte con nosotros recuerdos infantiles junto a los pioneros del psicoanálisis en Argentina.

Conocí a Enrique Pichon Rivière como el tío Enrique, y su esposa en aquellos  tiempos era la tía Negra. Compartíamos con Pinto, Quino y Marcelo (sus hijos) una tribu, un club o una logia marginal que mucho tiempo después, comprendimos era consecuencia de una formación diferente.
En nuestro transcurrir, éramos a veces cowboys en un saloon que habían creado en aquel departamento de Santa Fe 1379 donde habitaban los Pichon ,y donde la magia se extendía; otras, éramos los buenos en combate con los enemigos imaginarios.
Luego algunas confidencias de esas cosas difíciles de creer…
En aquel saloon, con puertas vaivén, espacio rediseñado escenográficamente, había un teléfono interno que nos permitía pedir más y más provisiones de cowboys a la cocina. Habíamos recreado la película.
A su lado la habitación donde transcurrían los cuarto oscuro…mixtos, tópica del miedo y lugar de los enigmas donde empezamos a avivarnos, era una infancia diferente, clima de alegría y cercanía con algunos aliados; Fede Aberasturi, Juanjo Goldemberg, Tommy Langer, los padres propios y los “tíos”.
Las amonestaciones y las reprimendas de la escuela no se continuaban en nuestras casas como, si, sucedía, en las casas de otros compañeros, nuestros padres no formaban parte de nuestras preocupaciones y obstáculos, el autoritarismo y las sanciones transcurrían afuera, en un mundo más normativo y severo. Nuestro entorno parecía posibilitarnos, facilitarnos  y acceder a confianzas y alianzas que en los otros hogares estaban censurados.
¡Nos podíamos acostar a horas en que los otros no podían!
Organizábamos nuestro día y nuestros intereses, las estrategias para organizar juegos se multiplicaban, el acompañamiento de nuestros padres era constante y eran nuestros aliados.
Pero en aquel tiempo recuerdo el mundo infantil escolar y cotidiano como plagado de obstáculos y prohibiciones permanentes, el “no”, el “no se puede”, o lo prohibido era el horizonte de cada día.
Salir con los nuestros era una forma festiva y en aquella infancia dorada por los ideales de una generación que comenzaba a comprender la dinámica de la vida infantil, el contacto, el juego, el respeto y la alegría eran nuestro hábitat cotidiano.
En aquella casa de Enrique iniciamos los juegos de descubrimiento, las verdades de la vida se compartían, accedíamos a un saber que los otros chicos no tenían; nos avivaron tempranamente. Éramos parte de los chicos con pocos límites.
A mi mirada extrañada mis compañeros me relataban con temprana angustia y pavor la vigilancia que padecían, sus días estaban plagados de obediencias y castigos.
Los temas que eran enigmas apetecibles estaban vedados, prohibidos y eran motivo de severas reprimendas si por acaso se mencionaban, ¡¡Qué extraño era el mundo!! en nuestras casas, la de los Pichon y la mía , los temas, en otras latitudes escabrosos  eran  risueñamente explicitados y los tabúes anulados, las palabras eran esclarecidas y los mitos o los rituales demolidos.
La inteligencia, el saber, la creación, eran la luz que sostenía aquella certeza de verdades que se esbozaban en su valiosísimo contenido, que luego se iría develando, pero mientras tanto éramos personas o personitas con múltiples derechos: a conocer, a cierta autonomía, a deseos y caprichos propios …
Nosotros pertenecíamos a otra galaxia.
Los temibles hijos de psicoanalistas; éramos también habitualmente los maleducados, los que preguntaban lo que debía callarse, los que dudaban de las ceremonias más diversas, los que sin saber contestaban, irreverentes, sin horarios, divertidos con demasiado temprano acceso al conocimiento, con demasiado temprano permiso.
¿A vos te dejan?  Era el encuentro habitual con nuestros sorprendidos compañeros.
No sabremos si aquello tuvo luego, con el transcurrir de los años, el efecto deseado, limitar el ocultamiento, reducir las angustias infantiles, crear una generación con más acceso a la libertad y levantar la barrera de las represiones innecesarias.
Enrique era, en mi imaginación, la estirpe del hombre serio, su reflexión sombría me sorprendía, una serena afirmación y una calida inseguridad me inspiraban respeto, sus pipas eran para mi un objeto de pasión, sin duda un enigma viril, de ese hombre interesante y no siempre accesible. Recuerdo su imagen mirando un cuadro que sostenía entre sus manos mientras apretaba entre sus labios, la pipa humeante, era para mi; uno de los sabios.
Tenía la serena dignidad del intelectual, rodeado de textos, poemas, y pinturas; la actividad que yo veía, transcurría en aquel cerrado consultorio misterioso, una incursión peligrosa era gatear entre todos para intentar escuchar a través de la puerta. 
En otras ocasiones era la participación en reuniones de los ”grandes“ deambulábamos entre pintores, escultores, proyectos de intelectuales bohemios, amateurs del surrealismo y también algún ser extraño o claramente perturbado, la interminable noche y la fervorosa actividad se extendía hasta las madrugadas en un desorden que nos incluía. También incluía la advertencia de mi madre sobre los excesos, el interés por la pintura, el poema y los escritos impregnaban el transcurrir diario, quizás por ello pintar, esculpir, armar o inventar historias parecían guiar la actividad diaria, el clima era de juego desordenado y sin fin, y también frecuentemente caótico donde la realidad convencional se debilitaba o extinguía. Nos comandaba, como aquel hechicero cuya magia se torna incontrolable, nuestra imaginación, y el mundo fantástico comprimía las exigencias del “otro mundo“. Ese explosivo y quizás peligroso hechicero, el  fértil mundo de la  fantasía se sostenía y toleraba más allá de lo habitual, formal y respetable.
De aquella infancia compartida y en vivencias y atribuciones seguramente diferentes aquellos vientos internos que empujan los destinos nos condujeron a puertos, aventuras y producciones diferentes.
Muchos años más tarde, mucho más tarde en todo, Oscar Massota me relataba, el tiempo de recuperación, en el que había vivido en la casa de Enrique, ahora ya era la calle Copérnico; y ahí, se había repuesto de graves episodios regresivos que había padecido luego de la muerte de su padre. Enrique lo cobijó y le dio acceso a los textos que Lacan le enviaba, recordando aquel clima de la infancia aquella tópica de la creación infantil, entre estímulos enigmáticos, excesos, caos y libertad, pude quizás aventurar algunas de las condiciones que le permitieron recuperarse, y  simultáneamente erigir, a través de Enrique, la figura y obra de Lacan que seguramente reemplazó al padre perdido de Oscar.
Durante mi formación psicoanalítica lo escuché con atención sorprendido y entusiasmado por su forma y cultura tan distinta de la que circulaba en el ámbito analítico, pero cercana a mis recuerdos de la infancia, una pasión intelectual, una forma de iconoclasta creativo y singular. También recuerdo su presencia y participación cuando W. Bion concurrió a la A.P.A, estaba conmovido con la exposición de quien había sido, seguramente para él, un autor admirado.
Compartí luego con un Enrique ya mayor y, a pesar de las consecuencias del desgaste y los encuentros con la tragedia que la vida le impuso, las luchas  por el desarrollo de una perspectiva social y psicoanalítica.
Era en tiempos de revueltas en la Facultad de Medicina, debilitado físicamente, conservaba para mi, aquella calidez humana de mi infancia y paradójicamente asomaba su lucidez revulsiva, un talento en forma de calidoscopio; en cada movimiento asomaban nuevas formas y organizaciones conceptuales. Luego reflexioné acerca de los espacios creativos y transformadores que tantas veces había creado y lo seguía realizando. Fue internamente un reencuentro vital, una rememoración, y también una despedida.
Poco tiempo después en épocas del Proceso Militar, retorné por pocos días  del exilio obligado y pude acompañarlo en su destino final.


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