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¿Por qué no lo dice?... Silencios y dichos sobre la sexualidad y la histeria (1885-1896)01/07/2013- Por Luis César Sanfelippo - Realizar Consulta

El presente texto tiene como objetivo indagar algunos aspectos del régimen de enunciación vigente en la neurología clínica de fines del s. XIX. A partir de esto, se analizarán las razones por las cuales Charcot no hizo mención a lo sexual en sus intervenciones públicas y las condiciones que tuvieron que darse para que Freud sí pudiera incluir referencias a la sexualidad, aunque sólo después de años de silencio. Se intentará demostrar que esos enunciados no dependían de unas restricciones o libertades morales ni de decisiones y características personales sino, más bien, de la posibilidad de adecuar esas hipótesis a algunos problemas, reglas o formas de los saberes médicos de fines del s. XIX.
La anécdota es bien conocida. En 1895, durante una velada íntima, Freud habría escuchado a Charcot pronunciar “estas palabras: ‘Mais dans des cas pareils c’est toujours la chose génitale, toujours… toujours… toujours!’ Asombrado, habría atinado a pensar: “Y si él lo sabe, ¿por qué nunca lo dice?” [Freud, 1914. P. 13]. Una respuesta posible podría ser construida desde el texto donde aparecen esta cita y muchas descripciones de los albores del psicoanálisis y de las traiciones, censuras y rechazos que su creador habría padecido a causa de sus hipótesis sobre la sexualidad… En el comienzo, Freud, enfrentándose a los molinos de la mojigatería médica. Él lo dijo, al precio del desaire; sus colegas, regidos por prejuicios, no.
Quizás estas afirmaciones sobre el silencio en torno a la sexualidad deberían ser matizadas. El mismo Freud reconoció en 1898 que su “doctrina no es enteramente nueva” pues “desde siempre, todos los autores atribuyeron cierta significatividad a los factores sexuales en la etiología de las neurosis.” [Freud, 1898. P. 257]. Por su parte, Gauchet ha señalado que a pesar del intento de Charcot de separar a la histeria de lo femenino para convertirla en una enfermedad médica, la “neurologización de la histeria alterna con la insistencia en los signos ováricos, que mantiene a pesar de todo el vínculo de la enfermedad con la esfera sexual.” [Gauchet, 2000. P. 139] Por otro lado, son conocidas las tesis de Foucault sobre la multiplicación de los discursos sobre el sexo en el campo médico y psiquiátrico del siglo XIX y, en particular, sobre la presencia de relatos sexuales en las presentaciones clínicas de Charcot. [Foucault, 1976]
Pero hay otra serie de razones que impugnan aún más la interpretación habitual sobre el papel de Freud y sus colegas en la afirmación del carácter sexual de la histeria. Si bien Charcot nunca admitió públicamente que la sexualidad fuera determinante en dicha patología, tampoco Freud lo dijo hasta, al menos, 1894 [Foucault, 2003. P. 378]. Y sólo a partir de 1896 sostuvo que todo caso de histeria debería ser vinculado con lo sexual.
¿Qué pasó en ese intervalo? ¿Acaso Freud fue presa de la misma mojigatería que la historiografía tradicional del psicoanálisis atribuye a sus contemporáneos? Si, como Charcot, lo sabía, ¿por qué no lo dijo? En el presente texto, procuraremos conjeturar las razones por las que ambos autores no hicieron entonces referencia a la sexualidad y las condiciones que tuvieron que darse para que ese enunciado tuviera lugar, pocos años después. Intentaremos demostrar que en el período de tiempo que nos proponemos investigar los discursos de Charcot y Freud estaban regidos por el mismo régimen de enunciación: el que establecía las reglas de lo verosímil en la clínica de las neurosis de fines del siglo XIX. Entonces, la decisión de afirmar que la sexualidad se relacionaría con ciertas neurosis no dependía tanto de unas restricciones o libertades morales ni de decisiones y características personales sino, más bien, de la posibilidad de adecuar esas hipótesis a algunos problemas, reglas o formas de los saberes médicos anteriores al advenimiento del siglo XX.
¿Por qué no lo decían?
Durante casi todo el siglo XIX, la histeria ocupó una posición marginal respecto de la medicina. Mientras ésta organizaba su legalidad en torno a la delimitación precisa de los cuadros clínicos, a los descubrimientos del papel etiológico de bacterias y virus, y a la instauración del método anatomo-patológico, aquella seguía vinculada a cuatro elementos que la descalificaban moral y epistemológicamente [Foucault, 2003]: la irregularidad sintomática, la simulación, lo femenino y lo sexual.
En este contexto, Charcot, que procuraba convertir a la histeria en una enfermedad verdaderamente médica, precisaba separarla de esos elementos. Relacionar a la histeria con la sexualidad equivaldría a seguir sosteniendo una concepción antigua y ajena a la medicina moderna. Lo nuevo y, al mismo tiempo, lo que contribuía a transformarla en una patología era la posibilidad de delimitar sus síntomas, atribuirle una etiología hereditaria y definirla en términos neurológicos. De ahí se deriva la imposibilidad de reconocer pública y teóricamente lo que cada día se hacía emerger en los relatos del dispositivo clínico [Foucault, 2003].
Los primeros textos de Freud sobre el tema permiten vislumbrar la influencia del maestro y el intento de separar a la histeria de su antiguo estatus. Tras su viaje de estudio, informó sobre el papel del Charcot en la superación de los “prejuicios” que pesaban sobre el cuadro, a saber: “la supuesta dependencia que la afección histérica tendría respecto de irritaciones genitales, la opinión según la cual es imposible indicar una sintomatología precisa para la histeria…y, por último, el desmedido valor que se ha atribuido a la simulación.” [Freud, 1886. P. 10 – 11] En la misma dirección, dos años después indicó la pertenencia del término a los “primeros tiempos de la medicina” y su vínculo con el “prejuicio… de que esta neurosis va unida a unas afecciones del aparato genésico femenino” [Freud, 1888. P. 45].
Ni siquiera al comenzar a hacer públicas las ideas forjadas en su trabajo junto a Breuer aparecen referencias claras a la sexualidad. La “Comunicación preliminar” [Breuer y Freud, 1893] y una conferencia dictada por Freud [Freud, 1893] tenían como objetivo explicar el mecanismo psíquico de formación de síntomas histéricos a partir del ocasionamiento, es decir, de la situación en que aquellos se manifestaron por vez primera por una falta de reacción frente a un suceso que despertaba afecto. El carácter de los sucesos ocasionadores que se incluyen como ejemplos es diverso, pero ninguno es sexual [Breuer y Freud, 1893. P. 30 – 31]. Tampoco la sexualidad parece determinante cuando se analizan las condiciones que habrían impedido la reacción. Dentro de una serie heterogénea y numerosa, tan sólo se menciona a la “vida conyugal” como ejemplo de razones sociales que impiden la reacción [Freud, 1893 a. P. 39] y al “erotismo” como un elemento que aparece en los delirios de monjas o “mujeres abstinentes” [Freud, 1893 a. P. 39; Breuer y Freud, 1893. P. 35- 36] en conexión con temas que prefirieron olvidar y por eso reprimieron.
Quien quisiera leer estos textos pretéritos a partir de elucubraciones freudianas apenas posteriores podría descubrir en ellos las huellas que “anticipan” el lugar que el autor vienés dará luego a la sexualidad. Pero, es preciso decirlo, huellas demasiado débiles, lecturas demasiado forzadas y sesgadas. En esos textos, Freud aún no otorgaba naturaleza sexual ni al trauma ni a ningún otro elemento de relevancia para el cuadro clínico.
Quizás el psicoanalista aún no lo sabía… Pero hay algunos datos que enrarecen todo el asunto. En principio, aquella vieja velada. ¿Acaso Freud no contaba desde hacía años con una información, proveniente de la fuente médica más calificada, que debió haberlo puesto en la pista de la sexualidad? Además, en la correspondencia con Breuer, se halló un bosquejo de la “Comunicación preliminar” en el que Freud escribe más de lo que finalmente publica. Allí lo sexual se convertía en el paradigma de los traumas idóneos para desarrollar el cuadro sin predisposición: “En particular, la vida sexual se prestaría para formar el contenido [de tales traumas], por la fuerte oposición en que está con el resto de la persona y por el carácter no reaccionable de sus representaciones.” [Freud, 1940-41 (1892). P. 186] Por otro lado, en la correspondencia con Fliess, aparecen referencias a la influencia causal de la sexualidad en la neurastenia “o neurosis análoga” [Freud, 1950 (1892-99). p. 216] e, incluso, a la existencia de “traumas sexuales” [Freud, 1950 (1892-99). p. 215] desde 1892. La pregunta insiste… si lo sabía, ¿por qué no lo decía?
Y luego, lo dijo.
Quizás, para responder a la pregunta que nos acompaña desde el inicio sea necesario centrarnos en el momento en que lo dijo, para poder analizar las condiciones que volvieron enunciables sus dichos en ese determinado tiempo y dominio (la clínica de las neurosis de fines del s. XIX).
Respecto de la histeria, hasta 1893 Freud parecía interesado en discutir solamente sobre la delimitación clínica del cuadro, la explicación del mecanismo de formación de síntomas y el establecimiento de una terapéutica. Para abordarlos, no necesitó recurrir a ningún elemento de naturaleza sexual que, como vimos, introducía el riesgo de descalificar la empresa por volver a vincular a la histeria con viejas concepciones incompatibles con la racionalidad médica.
Sin que nada lo permitiera predecir, en 1894 sucede un viraje. Freud decidió agrupar a la histeria con otros cuadros en los estaría en juego un mecanismo de defensa frente a una representación inconciliable para el yo. En ese contexto, afirmó que “en personas del sexo femenino, tales representaciones inconciliables nacen las más de las veces sobre el suelo del vivenciar y el sentir sexuales, y las afectadas se acuerdan… de sus empeños defensivos, de su propósito de <<auyentar>> la cosa, de no pensar en ella, de sofocarla.” [Freud, 1894. P. 49] Sus palabras no aluden a la antigua relación entre histeria y útero, pero vuelven a vincular a lo femenino con lo sexual. ¿Acaso no reaparece el riesgo de descalificación? ¿Por qué Freud hacía público entonces lo que eludió durante 1893 y que se insinuaba un año antes?
Si queremos evitar la respuesta rápida y habitual (“Al incluir la sexualidad Freud estaba dispuesto a romper con la medicina y la moral de su época”), es necesario indagar:
1-Si las referencias a lo sexual en los textos escritos entre 1892 y 1896 se incluyen o no en el marco de discusión de un mismo problema y, en el caso de que así fuera, si dicho tópico pertenece o no al dominio de la medicina de la época.
2-La conexión que Freud establece entre lo sexual y algún aspecto del saber médico legitimado entonces, aunque éste haya sido forjado en un campo diferente al de la clínica de las neurosis.
Respecto de la primera cuestión, es posible afirmar que en el bosquejo de 1892, en el texto sobre las neuropsicosis de defensa y en los trabajos de 1896 (de los que nos ocuparemos más adelante) se apeló a la sexualidad y su carácter conflictivo en un contexto muy preciso: el del debate sobre la etiología. Se trataba de un problema estrictamente médico que hasta entonces Freud había dejado de lado. Al abordarlo, se multiplicaron las referencias a lo sexual, que parecerían servir de soporte a la polémica que el psicoanalista pretendía instalar sobre la posibilidad de histeria y de neurosis en personas sin predisposición hereditaria.
Como la herencia había permitido sustituir al útero como causa de histeria, parecía difícil cuestionar a aquella sin caer en dos riesgos: o bien, el retorno a una antigua teoría anatómica sobre la influencia de los órganos sexuales; o bien, la ausencia total de explicación para el origen de la patología. Ambas posturas podrían quitarle a la histeria su estatuto de enfermedad. Quien quisiera sostener que el cuadro podría desarrollarse en ausencia de herencia y, al mismo tiempo, mantener su discurso dentro de los cánones de la precedente medicalización, debería aportar argumentos que volvieran plausible concebir el impacto etiopatogénico de una experiencia cuando no había predisposición.
En tal sentido, aún a riesgo de descalificación, las referencias a la sexualidad podrían haber sido útiles. Desde el bosquejo, Freud presentó a lo sexual como el paradigma de un trauma “idóneo” para desarrollar una escisión de conciencia en personas no predispuestas [Freud, 1892. P. 186]. Allí apelaba a un lector contemporáneo que, como él, consideraría evidente que la sexualidad estuviera siempre “en oposición al resto de la persona”. En la misma línea, en 1894 afirmó: “con facilidad se comprende que justamente la vida sexual conlleve las más abundantes ocasiones para la emergencia de representaciones inconciliables.” [Freud, 1894. P. 54.]
En otras palabras, Freud daba por supuesto que la sexualidad sería conflictiva. Pero, al mismo tiempo, sabía que sí era necesario brindar la mayor cantidad de argumentos para que su hipótesis de una histeria adquirida resultara verosímil y pudiera mitigar la pregnancia que las tesis hereditarias tenían en el campo de la neuropatología. La supuesta “naturaleza” inconciliable de lo sexual parecía servir a tal propósito.
En resumen, beneficio aportado por la sexualidad, porque volvía concebible que un conflicto produjera histeria sin herencia. Pero también, y este es el segundo punto que considerábamos necesario indagar, beneficio para que la sexualidad pueda ser incluida en el campo de la medicina, al quedar conectada con un mecanismo que, aunque psíquico, mantenía los atributos formales de un esquema dinámico forjado en la neurofisiología del s. XIX desde Laycock y Carpenter hasta Jackson, pasando por Herbart y Griesinger [Sulloway, 1992. P. 67; Gauchet, 1994. P. 43-44] De acuerdo con este modelo, las instancias superiores del sistema nervioso debían dominar e, incluso, reprimir a las instancias inferiores y pretéritas, para que la conciencia o la voluntad pudieran imponerse sobre el funcionamiento automático e inconciente. Al vincular a la sexualidad con este esquema aceptado por la comunidad médica, Freud promovía la legitimación de aquella como tema pertinente a la neurología y a una incipiente psicología clínica.
Dos años después, profundizará esta tendencia. Por un lado, conservó a la etiología como principal tópico de sus trabajos y amplió el papel de la sexualidad en ese terreno. Por el otro, volvió a conectar lo sexual con un esquema legitimado en un sector de la medicina distinto al de clínica de las neurosis.
La nueva avanzada freudiana sobre la etiología partía de la crítica al carácter difuso de la teoría hereditaria. De acuerdo con esta, cualquier patología ubicable en los antepasados podría ser causal de cualquier padecimiento del enfermo. De ese modo, se le otorgaba un potencial etiológico enorme en la misma medida en que permanecía poco clara la ley que ordenaría su eficacia. Esta situación contrastaba enormemente con el proceso que se venía desarrollando en la medicina general, a partir de los descubrimientos sobre la incidencia de virus y bacterias en la causación de cada patología.
En tres textos publicados en 1896 [Freud, 1896 a, b y c], Freud objeta a la teoría de la herencia por no poder responder ni por qué algunas personas permanecen sanas a pesar de patologías en sus antepasados, ni por qué los que enferman desarrollan determinado cuadro y no cualquier otro [Freud, 1896 a. P. 145]. Desde su perspectiva, la herencia podría ser “condición” para las neurosis pero no alcanzaría el estatuto de “causa específica”, es decir, de aquel elemento indispensable y determinante en la elección de la neurosis. [Freud, 1896 a. P. 146 y 155]
Y entonces, Freud lo dijo: cada una de las neurosis encontraría su causa inmediata y específica en un particular elemento sexual presente (neurosis actuales) o infantil (neuropsicosis de defensa) [Freud, 1896 a. p. 149]. Por primera vez en los textos freudianos, la sexualidad recuperaba su antigua extensión: la de explicar todos los casos de histeria. Sin embargo, no actuaba a través del útero sino por una vivencia sexual prematura (seducción) ocurrida antes del octavo año [Freud, 1896 a, p. 151; 1896 b, p. 164 y 166; 1896 c, p. 202]. Este postulado se alejaba de las viejas concepciones, pues si bien “siempre se admitieron los desórdenes sexuales entre las causas de la nerviosidad,… se los subordinaba a la herencia” [Freud, 1896 a. p. 149] y, sobre todo, se les otorgaba un papel difuso en la etiología (sin explicar sobre su mecanismo de acción), lo cual contrasta con el estatuto de condición específica que entonces Freud supo otorgarle.
En otras palabras, el momento en que Freud “se anima” a reconocer públicamente que la sexualidad esta siempre presente coincide con la complejización del mecanismo de defensa[1] y con la posibilidad de cumplir mejor que sus contemporáneos con una exigencia del saber médico decimonónico y, en especial, alemán: que a cada cuadro clínico diferencial le corresponda una etiología específica (y un tratamiento específico)[2]. Al conectar lo sexual con este esquema aceptado por la medicina, volvía a contribuir a la patologización plena de la histeria (que desde entonces podía contar con una causa específica) y, al mismo tiempo, a partir de ella, instauraba una vía por la que la sexualidad podría ser tolerada en el discurso médico (vinculándola con las problemáticas médicas del diagnóstico y la etiología). Por eso, la teoría de la seducción fue para Freud, por un instante, “una revelación importante, el descubrimiento de un caput nili (origen del nilo) de la neuropatología” [Freud, 1896 c. p. 202] y no, como suele creerse, el primer momento de ruptura entre el psicoanálisis y la medicina.
Consideramos que, en esos textos, la relación entre histeria, sexualidad, etiología y algún modelo legitimado en otro campo de la medicina[3] le otorga a Freud la posibilidad de formular públicamente y dentro del campo médico un enunciado como el que venimos trabajando desde la introducción. Freud, a diferencia de Charcot, pudo decirlo, pero respetando las mismas reglas y persiguiendo los mismos fines que le impedían a éste hacerlo. El alejamiento del discurso freudiano de la medicina sólo tendrá lugar unos años después.
Bibliografía citada
Breuer, J. y Freud S. (1893): Comunicación preliminar. En Obras completas. Tomo II. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Foucault, M. (1976): Historia de la sexualidad. Tomo 1. La voluntad de saber. México. Siglo XXI. Bs. As. 1977
Foucault, M.(2003): El poder psiquiátrico. Buenos Aires. F.C.E. 2005
Freud, S. (1886): Informe sobre mis estudios en París y Berlín. En Obras completas. Tomo I. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Freud, S. (1888): Histeria. En Obras completas. Tomo I. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Freud, S. (1893): Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Freud, S. (1894): Las neuropsicosis de defensa. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Freud, S. (1896a): La herencia y la etiología de las neurosis. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986.
Freud, S. (1896b): Nuevas puntualizaciones sobre la neuropsicosis de defensa. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986.
Freud, S. (1896c): La etiología de la histeria. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986.
Freud, S. (1898): La sexualidad en la etiología de las neurosis. En Obras completas. Tomo III. Amorrortu. Buenos Aires. 1986.
Freud, S. (1914): Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. En Obras completas. Tomo XII. Amorrortu. Buenos Aires. 1986.
Freud, S. (1940-1941 [1892]: Bosquejos de la “Comunicación preliminar” de 1893. En Obras completas. Tomo I. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Freud, S. (1950 [1892-99]): Fragmentos de la correspondencia con Fliess. En Obras completas. Tomo I. Amorrortu. Buenos Aires. 1986
Gauchet, M. (1994): El inconciente cerebral. Buenos Aires. Nueva Visión. 1994.
Gauchet, M y Swain, G. (2000): El verdadero Charcot. Buenos Aires. Nueva Visión. 2000.
Hacking, J. (1995): Rewriting the Soul: Multiple Personality and the Sciences of Memory. Princeton: Princeton University Press. 1995
Levin, K. (1978): Freud y su primera psicología de las neurosis México, FCE, 1985
Sulloway, F. (1992): Freud biologist of the mind. Beyond the psychoanalytic legend. Harvard University Press. 1992
Notas
[1] Porque la defensa sólo se produciría cuando una representación actual, asociada con la huella mnémica de la vivencia sexual infantil, despertaba el recuerdo de ésta y provocaba que tuviera un efecto traumático retardado [Freud, 1896 b]
[2] Ver, por ejemplo, [Hacking, 1995. P. 193]
[3] Además de los esquemas que hemos mencionados (el dinámico de la neurofisiología y el etiopatogénico microbial de la medicina general) existen al menos dos modelos más que Freud conectó con la sexualidad y que estaban legitimados en otros sectores de la medicina:
a. Un modelo fisiológico y tóxico sobre el papel patológico de ciertas toxinas exógenas (como las drogas) o endógenas (como en las enfermedades endocrinológicas). Freud utilizó este modelo para explicar el mecanismo fisiológico de una energía sexual somática en las neurosis actuales [Levin, 1985. Cap. VIII], temática que no abordamos por centrarnos en la histeria.
b. Un modelo psiquiátrico sobre el papel de los impulsos sexuales en las perversiones, presente en los manuales de psicopatología sexual. Como afirma Sulloway, Freud conocía la obra de Krafft-Ebing desde, al menos, 1890 [Sulloway, 1992. P. 296]. Sin embargo, las primeras referencias a los impulsos y a los trabajos de este autor en los escritos freudianos (públicos y privados) datan de 1897 y, por eso, exceden el período que hemos trabajado.
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