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En el Borda también se vive ..

15/04/2008- Por Mónica Fudin Govednik - Realizar Consulta

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Tras los muros de Barracas habita la locura. Misterio y enigma para los que no lo traspasan. Cada uno da un sentido, explicación y elaboración —de acuerdo a sus fantasmas— de lo que allí sucede. Quienes desde la cotidianeidad de un trabajo asistencial traspasamos ese muro, nos enfrentamos asombrados a medios que nos ilustran con maravillosas y rápidas teorías de “como eliminar manicomios”.

Tras los muros de Barracas habita la locura. Misterio y enigma para los que no lo traspasan. Cada uno da un sentido, explicación y elaboración —de acuerdo a sus fantasmas— de lo que allí sucede. Quienes desde la cotidianeidad de un trabajo asistencial traspasamos ese muro, nos enfrentamos asombrados a medios que nos ilustran con maravillosas y rápidas teorías de “como eliminar manicomios”.
Lo primero que impacta cuando uno entra a un hospital psiquiátrico, obviamente, es la locura, ¿y en qué consiste? En el temor de verse asediado por lo incomprensible, encarnado por sujetos que transitan salas y jardines, “sueltos”, que pueden acercarse a preguntar o pedir algo. El espanto nos habita hasta que nos damos cuenta de que sólo son personas que quieren recibir una palabra como respuesta o un saludo, o algunas monedas para yerba o cigarrillos. Luego siguen paseando su locura por los jardines.
La prensa amarillista —y no siempre bien intencionada— pone de relieve lo peor y más superficial de la imagen con la que se encuentra: pacientes revolviendo y comiendo de la basura, tirados en el piso, haciendo sus necesidades en los pasillos, desnudos en invierno y abrigados en verano... Ir mas allá sería informarse lo suficiente como para comprender lo incomprensible. ¿Esos pacientes no tienen comida? ¿Baños? ¿Sillas? ¿Asistencia?
Es la falta de límites de un reconocimiento del adentro y afuera propia de un sujeto psicótico (“loco”) lo que propicia esos actos, su caos, su desorden, propios de su estructura psíquica. Es su sensación de sentirse solo, resto, deshecho y caído del mundo, un no importarle a nadie su condición, el origen de ese comportamiento. Estas conductas marginales nada tienen que ver con la marginalidad socioeconómica o delictiva, sino con su propio padecimiento.
Contra esto luchamos los profesionales y los que allí trabajamos cotidianamente, con eso que nosotros llamamos signos y síntomas, y otros prefieren ponerles otros nombres, según la conveniencia de la nota. Intentamos hacer de ese hábitat un medio digno, para recuperar la condición humana del sufriente internado y restituirle su lazo al mundo.
Por el Borda, Hospital Interdisciplinario y Psicoasistencial, de puertas abiertas, pasan muchos pacientes para ser atendidos ambulatoriamente, pero también para internarse cuando el cuadro es grave y provienen de otros hospitales que no los pueden alojar por los motivos que fueran. Esta Hospital Escuela, asociado a la Facultad de Medicina de la UBA, recibe muchos alumnos de las carreras de medicina, psicología, trabajo social, abogacía, que vienen a formarse, así como a profesionales del exterior y del interior del país.
El Borda no es una colonia, un albergue de locos, sino que, erigido en lo asistencial trabaja para externar pacientes, evitando la marginación y el estigma del encierro. Pero el obstáculo más grave se presenta cuando en condiciones de alta el paciente alejado de su medio social, abandonado por su familia, carente de amigos y trabajo, sin poder autoabastecerse y sostenerse, encuentra en el Hospital su único lugar en el mundo. Allí encuentran profesionales dispuestos a acompañarlos en este transitar digno hacia la salida, generando espacios terapéuticos y recreativos, lugar que recobran ayudando en la sala, o a otros pacientes internados. Se les propicia la laborterapia o actividades de pequeños emprendimientos en cocina, arte, reciclaje o manualidades y tejido, o simplemente se pueden permitir deambular cuando nada de eso es posible, sin ser expulsados ni mirados como “bichos raros”. Celosos vigías  de un territorio incapaz de ser considerado valioso para quien no conozca ese terreno, su cama, su lugar en la sala, sus extravagantes pertenencias y silenciosos espacios son baluartes de su presencia en el mundo. El arte tiene su lugar de expresión en las paredes que llevan sus pinturas, en las melodías de los coros que arman, en las voces de la radio de la que participan, y hasta en el frente de artistas teatral itinerante.
No dejamos de asombrarnos cuando, espasmódica y compulsivamente, algún funcionario de turno —y fueron muchos en los años que llevo trabajando allí— convoca a “abrir las puertas del psiquiátrico y dejar a los paciente libres”, “abrir casas de medio camino u hospitales de día”, eso sí, sin nombramientos y con lugares aún virtuales. Pero ninguno de ellos estaría dispuesto a llevar a su casa a un solo paciente y sostenerlo durante el momento de tránsito.
Tras los muros la realidad es mas patética, más dura y menos rimbombante: cada profesional lleva lo que necesita para trabajar, pues el hospital “no tiene”, paga el pasaje de colectivo de algún paciente que no puede asistir a la consulta, o debe volver a su provincia de origen, y etc., etc. Trabajamos con los pocos recursos materiales que tenemos, y los muchos recursos humanos con los que contamos.
Hemos comprendido que no hay “héroes de hospital”, y que la aventura de enfrentarse a la psicosis, no puede emprenderse solitariamente: cada uno hará lo propio con dignidad y ética. Y sería maravilloso ver pasear la locura por el shopping, siempre y cuando los clientes “se la banquen”. No necesitamos sembrar miedo, ni reflotar la imagen del Atrapado sin Salida: hay salida, pero no cualquier salida, ni a cualquier precio. El Hospital Público es un recurso genuino con el que cuenta la comunidad para tratar pacientes con dificultades y padecimientos psíquicos, con inimaginables dolores del alma; no los humillemos por tener que asistir ahí. No hay misterio tras los muros de Barracas, que se ha convertido en un codiciado espacio porteño, y no precisamente para mejorar la calidad de vida de quienes allí viven y trabajan. El arduo trabajo se realiza cotidiana y silenciosamente. Todavía hay mucho por hacer, si quien lo hace sabe lo que hace.

 

Mónica Fudín es Doctora en Psicología Clínica, Jefa Sección Clínica y Medios Audiovisuales Dpto. Docencia e Investigación Hospital Borda. Directora del Programa Urgencias y Violencia Familiar Hospital Borda, Psicoanalista Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.


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