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Ideal del yo y superyó como herederos del Complejo de Edipo07/03/2011- Por Facundo Iriarte - Realizar Consulta

Freud planteó en 1924 que el Edipo es el fenómeno central de la sexualidad infantil. Lacan trabajó y reformuló estas conceptualizaciones freudianas. ¿Cuál es la relación entre el Edipo y las instancias del Ideal del yo y el superyó? El autor de este texto plantea la hipótesis de que lo que se encuentra en el origen del superyó, en la declinación del complejo de Edipo, es el descubrimiento por parte del sujeto de la privación paterna, distinta del padre idealizado. A partir de estas ideas, prosigue una reflexión iniciada en artículos previos sobre la incidencia clínica de estas instancias, soportada en recortes clínicos y que interroga nuestras concepciones acerca de la dirección de la cura.
I. La declinación del Complejo de Edipo y el Ideal del yo
Freud planteó en 1924 que el Edipo es el fenómeno central de la sexualidad infantil. La anatomía determina distintos destinos para el niño y la niña. En el niño el Edipo sucumbe ante la amenaza de castración, dado que el mismo, ante la amenaza, renuncia a la madre para preservar sus genitales. En la niña, en cambio, el descubrimiento de su castración determina la entrada al Edipo, ya que pone fin a la vinculación primitiva con la madre y la dirige al padre, de quien esperará el falo del que se encuentra privada.
En el niño, la amenaza de castración determina que el Edipo sea no sólo reprimido, sino completamente destruido, quedando el superyó como su heredero. Éste se forma por la introyección de la autoridad paterna, que perpetúa la prohibición del incesto y evita el resurgimiento de las cargas libidinales de objeto. En la niña, falta un motivo análogo al del niño para la represión del Edipo. La declinación del mismo y la formación del superyó se producen en la niña por temor a la pérdida del amor de los padres.
Lacan trabajó y reformuló estas conceptualizaciones freudianas. En el Seminario 5 abordó el Edipo a través de tres tiempos. En dichas clases, Lacan no hizo referencias al superyó como heredero del complejo de Edipo. Por el contrario, puso en primer plano, a la salida del mismo, la formación del Ideal del yo.
En el primer tiempo el niño intenta ser el objeto de deseo de su madre. El niño busca ubicar lo que ella desea, identificándose en espejo con el falo. Dice Lacan que el padre ya interviene simbólicamente en este primer tiempo, aunque no sea captado por el niño.
El segundo tiempo se caracteriza por la intervención de
El tercer tiempo se caracteriza por la intervención del padre en tanto dador. Es el padre en tanto tiene el falo, tiene aquello que desea la madre, y en tanto lo tiene puede darlo. En este tiempo el padre se hace preferir a la madre, es un padre potente. En el tercer tiempo, el padre es interiorizado en el sujeto, dando lugar al Ideal del yo. Se trata, para el niño, de identificarse al padre en tanto que tiene el falo y, para la niña, de reconocer al hombre como quien lo posee. De este modo, la asunción de su sexo por parte del sujeto forma parte del Ideal del yo y es consecuencia del Edipo.
En una clase posterior del Seminario 5, Lacan ubica el Ideal del yo como la identificación a un rasgo significante paterno. El sujeto se reviste con las insignias del padre. Es así que una histérica puede decir “toso como mi padre”, identificándose a ese rasgo. El sujeto puede leer en los rasgos paternos cuál es el deseo de la madre (el deseo de la madre por el padre) y se reviste de esos rasgos significantes. La formación del Ideal del yo tiene un carácter metafórico. La metáfora paterna consiste en poner al padre, en tanto significante, en el lugar de lo que se simbolizó del enigma del deseo de la madre.
Creo necesario, en este punto, introducir algunas precisiones sobre la intervención del padre en el Edipo. Debemos distinguir dos dimensiones: el padre en tanto operador de la estructura y el modo en que esta función se pone en juego en el entramado edípico revestida por el personaje paterno. El padre en tanto operador es entonces distinto de sus versiones neuróticas, aunque se encuentre necesariamente ligado a ellas. Del lado del padre como operador de la estructura ubicamos al Nombre del Padre, que corresponde al padre simbólico. El padre en esta dimensión es el significante que instaura en el Otro la Ley, dando lugar a la castración. Es, por otro lado, en la metáfora paterna, un significante que sustituye al significante del Deseo de la Madre, permitiendo el surgimiento de la significación fálica.
Hacer hincapié en la dimensión simbólica del padre permite a Lacan, en el Seminario 5, diferenciarse del punto de vista ambientalista, que pensaba la instancia paterna a partir de las características de la persona del padre. Lacan se opone a esto, planteando que el padre es un significante y que sólo a nivel del significante puede ubicarse su carencia. Esto le permite ubicar diferencialmente a la neurosis y a la psicosis de acuerdo a la inscripción o no del operador del Nombre del Padre.
Del lado del personaje paterno, podemos ubicar en el Edipo al padre imaginario. Ubicamos así al padre terrible, privador, del segundo tiempo y al padre potente y dador del tercero. Cabe resaltar que ambos, tanto el padre privador como el padre dador, son figuras idealizadas, son padres completos, ya sea en su versión terrible o amable. Mientras el Nombre del Padre constituye una invariante dentro de la neurosis, el personaje paterno adquiere diversas formas, de acuerdo a la versión neurótica del padre que cada sujeto constituye. Mientras que la inscripción o no del Nombre del Padre dará cuenta de la neurosis o de la psicosis, la versión del padre particular del sujeto tendrá efectos en la subjetividad de cada neurótico.
El historial de Juanito, que Lacan había trabajado el año anterior, resulta ilustrativo de esta temática. Juanito se encuentra atrapado en la trampa del deseo materno, la imposibilidad de satisfacer a la madre lo enfrenta al riesgo de ser devorado por la misma. Se encuentra en el primer momento del Edipo. Es la castración la que podría sacarlo de esta trampa, al separarlo de la madre (segundo tiempo), evidenciando que es el padre quien tiene el falo (tercer tiempo).
El problema de Juanito consiste en que algo de la castración no puede realizarse por una carencia paterna. ¿De qué carencia se trata? ¿Se trata de la ausencia del Nombre del Padre? Lacan ubica más bien la carencia a nivel del padre real, diciendo que el padre real no puede dar cuerpo a la castración. La castración necesita para ponerse en juego del padre real, quien deberá ser soporte del padre simbólico en el Edipo. Por otro lado, es bajo la forma del padre imaginario, el padre terrible, como será percibido el padre en tanto castrador. El padre de Juanito se empecina en no castrar, no le dicta
La carencia parecería estar más bien en el padre en tanto personaje real que debe dar cuerpo a esta función en el complejo de Edipo. Faltan tanto el padre terrible y omnipotente que priva a la madre en el segundo tiempo, como el padre potente que tiene el falo y puede donarlo del tercero. En ambos casos el padre no aparece en un lugar idealizado sino carente. Esta carencia del personaje paterno no implica necesariamente la ausencia de la función del Nombre del Padre, que es un significante inscripto en el tesoro significante del sujeto. ¿Qué implicancias tiene esta carencia del padre a nivel imaginario?
II. La declinación del Complejo de Edipo y el superyó
A diferencia de lo expuesto sobre el Seminario 5, en las últimas clases del Seminario 7 Lacan hace referencia a la formación del superyó. Retoma en la anteúltima clase el tema de la declinación del Complejo de Edipo, para preguntarse qué quiere decir que el superyó se produzca al final del mismo. Afirma que esto es así porque en ese momento el sujeto incorpora su instancia. Pasa a referirse luego al texto Duelo y melancolía, en relación al cual plantea: “Si incorporamos al padre para ser tan malvados con nosotros mismos, es quizás porque tenemos muchos reproches que hacerle a ese padre” (1). Afirma luego que a partir de lo que para el niño es privación, se forja al declinar el Edipo el duelo del padre imaginario, es decir, de un padre que fuese verdaderamente alguien. Tras esto surge un reproche que es esencial a la estructura, siendo la función del superyó “odio de Dios, reproche a Dios por haber hecho tan mal las cosas”. (2)
Creo posible afirmar que lo que se encuentra en el origen del superyó, en la declinación del complejo de Edipo, es el descubrimiento por parte del sujeto de la privación paterna. Así, en contraposición al planteo que sostiene que en la formación del Ideal del yo el niño se identifica al padre en tanto que portador del falo, en el origen del superyó estaría el descubrimiento de que el padre se encuentra más bien privado del mismo. (3) “Se trata de ese vuelco en que el sujeto se percata, muy simplemente, todos lo saben, de que su padre es un idiota o un ladrón según los casos, o simplemente un pobre tipo”. (4) Es a partir de esto que se produce el duelo del padre imaginario, duelo que el sujeto realiza ante la pérdida de esa imagen de un padre completo, idealizado.
Pero Lacan piensa este duelo a partir del texto Duelo y melancolía, planteando que “si incorporamos al padre para ser tan malvados con nosotros mismos, es quizás porque tenemos muchos reproches que hacerle a ese padre”. (5) En dicho texto, Freud ubica para la melancolía, ante la pérdida del objeto, la identificación del yo con el objeto abandonado. A partir de esto el yo es valorado críticamente por la conciencia moral de tal modo que los reproches que el sujeto se dirige a sí mismo son en realidad reproches dirigidos inicialmente al objeto y vueltos contra el yo. Es de este modo como se transforma una pérdida del objeto en una pérdida del yo.
Hechos estos planteos, considero que ante el descubrimiento de la privación paterna, ante la caída del padre imaginario completo, la función del superyó consiste en la vuelta del reproche surgido contra el padre hacia el propio yo. Creo que esta transformación de la pérdida del objeto en pérdida del yo permite mantener oculta la falta paterna. El sujeto puede seguir sosteniendo la imagen de un padre completo, pero la falta recae entonces sobre el yo.
Nótese que esto es lo contrario de un duelo por el padre imaginario, duelo que se iniciaría ante la pérdida de la imagen del padre completo y finalizaría con la aceptación de la falta en el mismo. En este caso el duelo se encuentra evitado: ante el encuentro con la privación paterna el sujeto sostiene la imagen del padre completo ocultando su falta, falta que hace recaer sobre sí mismo. Donde, ante la caída del padre idealizado imaginario, surgiría el duelo por el mismo, el superyó tiende a sostener al padre idealizado evitando el duelo, a costa del sacrificio del yo. De este modo, el yo se sacrifica haciendo recaer sobre sí mismo la castración para preservar al padre de la misma. (6)
Un joven consulta por las dificultades que le surgen en su carrera universitaria por vivir en determinados momentos a sus profesores como figuras que lo oprimen y ante las cuales debe rebelarse. Estas figuras remiten a su padre, personaje autoritario al cual le reprocha la dureza que lo caracterizó durante su crianza. Sorprende el relato que hace en una sesión de la profunda tristeza que lo invadió al ver a ese padre terrible con el que siempre rivalizó caído en el suelo cuando tropezó en la calle. Lo que por otro lado no podía reconocer es que, por lo bajo, era claramente la “pobre madre”, sumisa y asustada por ese padre autoritario la que llevaba la batuta de la casa, incluido el padre terrible mismo.
Un hombre consulta porque lo atormenta la idea insistente de que va a perder su puesto de trabajo, el cual supuestamente le sería arrebatado por otro postulante. Sus asociaciones lo conducen a una historia en la cual su padre fue estafado por un amigo, quien le sacó un negocio que compartían, situación que impactó fuertemente en la economía familiar cuando el paciente era niño. ¿Nos encontramos frente a alguien que no puede aceptar “tener” lo que tiene por no aceptar que su padre “no tiene” o que lo que tuvo lo perdió? En las entrevistas siempre que va a decir algo anticipa que dirá “una boludez”. De “la boludez” del padre no dice ni una palabra.
Si el superyó busca velar la inconsistencia del Otro, haciendo recaer su falta sobre el sujeto para mantenerla oculta y evitando el duelo por un Otro completo, podemos pensar que el tratamiento buscará desbaratar algo de este mecanismo. Sólo por el reconocimiento de la falta en el Otro y del reproche que ésta implica por parte del sujeto, se podría dar lugar al duelo por un Otro completo. Podemos pensar que esto quitaría consistencia a la culpa originada en la instancia superyoica, al poner de manifiesto lo que esta culpa oculta. Al dar lugar a la pérdida podrá haber duelo.
Lacan plantea que el padre imaginario es el fundamento de la imagen de Dios. Freud afirmó en El porvenir de una ilusión que los dioses cumplen la función de espantar los terrores de la naturaleza, conciliar al hombre con la crueldad de su destino y compensarlo por las privaciones que la civilización le impone. De acuerdo a este texto freudiano, la creencia religiosa es una ilusión surgida del deseo del sujeto de contar con un Otro omnipotente que lo ponga al abrigo del desamparo, así como el padre lo protegió durante su niñez. El neurótico cree en un Otro completo que lo resguarda de la castración. El superyó oculta la falta del Otro volviéndola sobre el sujeto. El reconocimiento de la castración en el Otro, aquello a lo que el análisis apunta, supone para el sujeto aceptar que no cuenta con un Dios que lo proteja ante el desamparo y supone asimismo que no deberá sacrificarse a sí mismo para sostenerlo. (7)
III. El Ideal del yo y el Superyó
El Ideal del yo es un rasgo significante extraído del Otro con el cual el sujeto se identifica, rasgo que le permitirá verse amable para la mirada del Otro.
El Ideal es alienante: lo amable de la imagen del sujeto dependerá de su sujeción a ese rasgo. Por coincidir con el Ideal, el sujeto se ve llevado a renunciar al camino de su propio deseo, camino que no necesariamente coincide con el Ideal. Podemos pensar así en una oposición para el sujeto entre el Ideal del yo, que lo fija a un rasgo del Otro, y el camino de su deseo, que trasciende ese rasgo.
El deseo destituye la identificación al Ideal, supone el reconocimiento de la castración. El deseo implica un punto de libertad para el sujeto, pero también de soledad, ya que al suponer el reconocimiento de la castración —tanto del sujeto como del Otro— destituye al Otro omnipotente idealizado en el que el neurótico cree. El camino del deseo supone atravesar el desamparo. Vemos así al sujeto en una encrucijada: por un lado se rebela contra el Ideal que lo aliena y cerca su deseo, pero por el otro no acepta perder su imagen amable para ese Otro omnipotente que lo protege del desamparo.
El superyó es, según Freud, una instancia guardiana del Ideal, que vuelve contra el yo la hostilidad inicialmente dirigida por el mismo hacia el Ideal. El superyó vigila el cumplimiento del Ideal transformando en culpabilidad y necesidad de castigo el alejamiento del mismo por parte del yo. De este modo, podemos pensar que mientras que el deseo llevaría a destituir al Ideal y trascender al Otro, el superyó sostiene el Ideal haciendo al sujeto culpable por desear más allá del mismo. El superyó exige el cumplimiento del Ideal bajo la forma del mandato o bien juzga y culpa desde el Ideal al sujeto por su deseo. Por no cuestionar al Ideal el sujeto queda cuestionado por el superyó desde ese mismo Ideal. El superyó, al igual que el Ideal del yo, preserva al sujeto de la castración del Otro, permitiendo sostener la imagen de un Otro completo. Podemos pensar que este Otro completo constituye para el sujeto un bien preciado dado que lo protege del desamparo.
Desde este punto de vista, resulta comprensible la afirmación de Lacan en el Seminario 7 cuando señala que aquello de lo que el sujeto se siente culpable es siempre de haber cedido en su deseo. Es porque el sujeto traiciona su deseo por la preservación de un bien, de ese bien que es el Otro completo, que lo protege del desamparo, que se siente culpable. Esto es así porque donde el deseo implicaría el cuestionamiento del Ideal y el reconocimiento de la castración del Otro, el superyó sostiene al Ideal, preservando al Otro de la falta y volviendo al sujeto culpable por desear más allá del Ideal.
Por otro lado, podemos ver cómo el deseo es un buen remedio para la culpa. Si el sujeto consigue no ceder su deseo y atravesar la barrera del bien, renunciando a ese Otro completo que lo protege del desamparo, el imperativo superyoico perderá consistencia, al verse cuestionado el Ideal al que sostiene. Si el sujeto renuncia a su deseo para evitar enfrentarse con la castración del Otro y vuelve, vía el superyó, la falta sobre sí mismo —bajo la forma de culpa por desear—, será el reconocimiento de la castración en el Otro, —que el camino del deseo promueve— la que evitará que cargue sobre sí mismo la falta en forma de culpa.
Desde este punto de vista, resulta también comprensible la afirmación freudiana de que el superyó es más severo cuanto más moral es el sujeto. Esto es así dado que cuanto más cede el sujeto su deseo, más sostiene el Ideal a través del superyó y es por esto que el Ideal aparecerá cada vez más consistente y el sujeto cada vez más cuestionado. Cuanto más traicione su deseo, el sujeto se sentirá más culpable por desear algo distinto de lo que designa ese incuestionable Ideal.
Estos planteos no deben hacernos caer en la simpleza de postular que el sujeto debe ser alentado a llevar adelante su deseo para de este modo resolver la culpa. La posibilidad de hacerlo requiere que el sujeto pueda reconocer que sostiene a un Otro completo y la posibilidad de cuestionar a ese Otro (el cuestionamiento del Ideal). Por otro lado el reconocimiento de la castración del Otro supone atravesar el duelo por la imagen de ese Otro completo que protege al sujeto del desamparo. Por último, es necesario que el sujeto asuma el riesgo de desear sin ninguna garantía del Otro.
Un paciente consulta porque se ha dado cuenta de que sistemáticamente deja de lado las actividades que le gustan para encerrarse en los deberes laborales y familiares. Dicha constatación le genera tristeza y malestar. En sus dichos asoma la queja de verse relegado por los demás, a quienes siempre ayuda. Ser “generoso” resume su posición en los vínculos, implicando dejar de lado sus necesidades para atender a las necesidades de los otros. Rasgo Ideal que asume de buena gana, ya que es valorado por él y que le da una buena imagen ante los otros.
Lo que empieza a vislumbrarse en el tratamiento es que eso mismo que lo hace verse valioso es lo que lo lleva a dejar de lado sus propios intereses a fin de responder a la demanda del Otro. Esto lo lleva a sentirse “atado”, cuando la demanda del Otro parece no dejar lugar para nada propio. El ser “generoso” le llega a la paciente por vía paterna: como su padre siempre fue “generoso” al dejar de lado sus deseos para trabajar y cuidar a la familia, espera que él también lo sea. Así el Ideal se transmite de generación en generación, se hereda.
En el ser “generoso” no hay falta, asegura la aceptación, pero lleva a una vida vacía de deseo. El análisis comenzó a revelar que tras ese Ideal se escondía un objeto de satisfacción: la contratara de ser “generoso” era “estar atado” (o hacerse atar): sujetarse a la demanda del Otro. Cada vez que el paciente se aventuraba en actividades placenteras la culpa lo detenía. Resonaban dichos de su padre: “Solo pensás en vos y te olvidás del trabajo”. Sentencia superyoica que lo culpa de alejarse del Ideal (no debe desear nada distinto que ser “generoso”) y que evita que el Ideal sea cuestionado, cuestionándolo a él.
El cuestionamiento del Ideal no sólo implicaría la caída del brillo que “generoso” tiene para él, tras la constatación de que vive atado a una demanda. También supone el reconocimiento de que su padre no es ese padre fuerte que pudo “generosamente” dedicar su vida al trabajo para que nada le falte a la familia. Tras ese padre se encuentra otro, tan “atado” al mandato familiar como el paciente, padre que dejó de lado su vida para responder a una demanda (que provenía en su caso de su madre). Esto trae aparejado para el paciente el riesgo de dejar de lado la seguridad del “generoso”, que le aseguró la aceptación de los demás durante toda su vida y le dio la garantía de no equivocar el camino. Hacerlo lo enfrentaría a eso que teme y que evita refugiándose en lo que los otros le demandan, el tener que preguntarse que por su deseo y arriesgarse en un camino sin garantía de éxito.
IV. Algunos interrogantes sobre el superyó en las psicosis
Estas consideraciones sobre el superyó como heredero del Complejo de Edipo plantean interrogantes en relación a las psicosis. ¿Cómo pensar esta instancia en una estructura en la que el Edipo está ausente? Resulta evidente es que el superyó no funciona del mismo modo ni tiene el mismo origen en las neurosis y las psicosis.
Gabriel Belucci plantea la hipótesis de que, a diferencia de las neurosis, en las que la conciencia moral funciona anudada al Ideal, todo parece indicar que estas instancias no funcionarían anudadas en la psicosis. Tenemos entonces un superyó que no está regulado por el Ideal. Podemos pensar que tampoco estará regulado por
¿Cómo pensar entonces su origen? En la clase VIII del Seminario 1, Lacan analiza un caso de psicosis en un niño. En dicho comentario, en el que el superyó tiene un papel preponderante, vincula dicha instancia con los traumatismos primitivos que el niño había sufrido.
¿Cómo pensar dicha relación entre el superyó y los traumatismos infantiles? Creo que puede ayudarnos a pensar esta relación una pequeña referencia sobre el superyó que Lacan hace en el Seminario 4. Allí Lacan dice que cuando el niño se ve frustrado del don de amor que espera del Otro, compensa su insatisfacción por medio de la incorporación del objeto de la necesidad. El niño no solo espera ser alimentado por la madre sino que ese objeto, el pecho, será valioso ante todo como testimonio del amor del Otro, del don de su presencia. Cuando el niño se ve frustrado en relación a la demanda de amor, cuando experimenta un rechazo por parte del Otro, busca compensar la insatisfacción en ese plano por medio de la incorporación el objeto de la necesidad (el pecho). Lacan plantea que la incorporación oral del objeto como compensación de la frustración de amor da el molde a otro tipo de incorporación, la de ciertas palabras que están en el origen de la formación precoz del superyó. Lo que el sujeto incorpora como superyó es algo análogo al objeto de necesidad, sustituto del don de amor cuando este don falta.
Podemos pensar que el origen precoz del superyó surge a partir de la incorporación de la voz, como un objeto equivalente al objeto de necesidad, que se produce cuando la palabra del Otro no es portadora del don de amor. El superyó sería entonces reflejo del encuentro traumático con la voz del Otro.
Este planteo resulta coincidente con una impresión clínica que merece ser puesta a prueba: la que plantea que en sujetos caracterizados por tener padres con un fuerte deseo de muerte más o menos manifiesto en relación a ellos podemos ver esto traducido en un mandato superyoico autodestructivo. En este caso el superyó no estaría en relación a un Ideal sino que sería la resonancia en el sujeto de la incorporación de un deseo de muerte que provino del Otro. El superyó no exige el cumplimiento de un Ideal sino simplemente la eliminación del sujeto (puede ser este el caso de las alucinaciones de comando que ordenan al sujeto suicidarse). El autocastigo no es por incumplimiento del Ideal sino una exigencia en sí mismo, exigencia internalizada de un Otro gozador.
Notas
(1) Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2007, p. 366.
(2) Op. cit., p. 367.
(3) Lacan afirma en el Seminario 7 que, si bien la castración está siempre en el horizonte, no se efectúa en ningún lado: “Lo que se efectúa está relacionado con el hecho de que de ese órgano, de ese significante, el hombrecito es un soporte más vale pobretón y que aparece ante todo más bien privado de él. Aquí podemos entrever la comunidad de su suerte con lo que experimenta la niña, quien se inscribe igualmente de un modo mucho más claro en esta perspectiva”. La idea de privación es interesante ya que supone una falta en lo real, y no en el sujeto, que supone que lo real esté simbolizado: solo hay privación porque puede concebirse desde lo simbólico que en lo real podría haber algo donde no lo hay (solo porque suponemos que en la biblioteca tendría que haber un libro podemos decir que este falta). De este modo si desde lo simbólico se supusiera la posibilidad de un objeto que fuera imposible en lo real, si se supusiera simbólicamente la posibilidad de la completud o de una potencia no marcada por la castración, todos nos encontraríamos necesariamente privados en relación al mismo. Se trataría de la suposición por lo simbólico de la posibilidad de una completud que en tanto en lo real no es posible no puede más que faltar. Desde este punto de vista puede pensarse que la posición del padre en tanto que tiene el falo, como potencia absoluta, implica una impostura o un semblante de sostener un “tener” donde en realidad existe la privación universal del falo (Φ). Con este semblante de “tener” se identifica el niño en la formación del Ideal del yo. Por otro lado desde este punto de vista puede entenderse porqué la contratara del padre imaginario idealizado edípico, el que tiene el falo más grande, es necesariamente un padre privado, afectado por la falta como todo mortal. Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2007, p. 367.
(4) Op. cit.
(5) Op. cit., p. 366.
(6) Nótese que el origen del Ideal del yo y el del superyó en la declinación del Edipo son opuestos en un punto: mientras que el Ideal del yo pareciera partir de la potencia del padre, el superyó parece originarse en el descubrimiento de su impotencia. Sin embargo, del mismo modo que el Ideal sostiene la imagen del padre potente, la sostiene asimismo el superyó, en el momento del descubrimiento de su impotencia. El superyó oculta la impotencia del padre, evitando el duelo por el padre imaginario completo, volviendo la impotencia sobre el yo como un autorreproche, del modo que Freud explica en Duelo y melancolía.
(7) Podemos suponer que el reproche del niño frente al descubrimiento de la privación paterna es un “Padre ¿Por qué no eres un Dios capaz de protegerme de la privación?”. El superyó evitaría el duelo por el Padre-Dios ocultando el reproche al mismo tras un autorreproche.
Bibliografía
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FREUD, S., “La disolución del Complejo de Edipo”. En: Obras Completas, Losada, Buenos Aires 1997, vol. XX.
FREUD, S., “Un trastorno de memoria en
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GEREZ AMBERTÍN, M., “Culpabilidad y Sacrificio”. En: Imago Agenda Nº 138, Letra Viva, Buenos Aires, 2010.
LACAN, J., El Seminario, Libro 1. Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires, 1981.
LACAN, J., El Seminario, Libro 4. La relación de objeto, Paidós, Barcelona, 1994.
LACAN, J., El Seminario, Libro 5. Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 1999.
LACAN, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2007.
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