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La asamblea como instrumento clínico

09/11/2004- Por Natalia Rodríguez Pazos y colaboradores -

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Los autores reflexionan, en este trabajo, acerca del dispositivo de asamblea en el contexto del hospital de día, y sobre diferentes intervenciones que se ordenan por una pregunta implícita: cómo sostener y modular, en este dispositivo, la política del psicoanálisis.

LA ASAMBLEA COMO INSTRUMENTO CLINICO

 El psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente... Ahora bien, toda palabra llama a una respuesta.

J. LACAN [1]

 

Introducción

 

    Este trabajo es producto de la reflexión sobre nuestra práctica como coordinadores de la asamblea de pacientes de Hospital de Día matutino del Hospital Álvarez, a partir de la cual plateamos dicho espacio como un instrumento de intervención clínica.

    El tratamiento que se brinda en el Hospital de Día es ambulatorio y está destinado a pacientes psicóticos adultos. El equipo de profesionales está conformado por psicólogos, psiquiatras, terapistas ocupacionales y profesores de distintas disciplinas. Se trata de ofertar diferentes espacios y actividades terapéuticas, como por ejemplo talleres expresivos, terapia grupal, individual, familiar y control de medicación.

 

Presentación del espacio

 

    La asamblea de pacientes es un dispositivo constituido por dos espacios diferenciados: la asamblea de apertura —al inicio de la semana— y la asamblea de cierre —al finalizar la misma. Todos los pacientes del H.D. pueden participar; no es obligatorio y, por esto mismo, el hecho de asistir o no incluye una elección y una responsabilidad, las cuales son sostenidas desde la coordinación.

    En este espacio trabajamos con la palabra. Se trata de convocar a los pacientes a que hagan la experiencia de trabajar con esta herramienta estando con otros y entre otros. Experiencia a partir de la cual se llegará tanto a acuerdos que regulen la convivencia como a hallar posibilidades de hacer con el fin de semana.

    Asimismo, se lleva un registro escrito en un libro de asambleas, llamado crónica, el cual articula la historia de lo trabajado en cada asamblea e historiza el dispositivo mismo, inscribiendo la dimensión temporal. Dicha crónica es leída en el «momento de concluir» cada asamblea.

    Nos manejamos con un ordenador: la consigna de trabajar sobre el fin de semana y la convivencia. Ésta no es enunciada por los coordinadores, sino que se convoca a los pacientes a trabajarla, por ejemplo al ingresar pacientes nuevos. Cabe destacar que el ingreso al H.D. de los pacientes es a través de la asamblea, sea ésta de apertura o de cierre.

    Dicha intervención apunta a la posibilidad de «armar» de qué se trata este espacio, diferente de otros, dentro del dispositivo de H.D. Esta dinámica la pensamos como terapéutica en el sentido de ir delimitando espacios y tiempos,  y  se dirige a producir un acotamiento del goce.

    La consigna como ordenador de la asamblea, sitúa el eje a partir del cual la coordinación interviene para darle un tratamiento propio de ese espacio a los dichos de los pacientes: hacer de una problemática o situación particular que plantea un paciente, por ejemplo con otro compañero, o las dificultades  del fin de semana,  un tema que se trabaje entre todos.

    Cuando hablamos de convivencia la situamos como la relación de los pacientes en el hospital, la de éstos con los profesionales y con los otros espacios de la institución (cocina, mantenimiento, H.D. de tarde, etc.). La intervención de la coordinación sobre esta temática, una y otra vez, apuntaría a que algo de una mediación posible se inscriba en la relación con el otro; aspira a regular algo de la presencia del otro dentro del hospital para mediatizar efectos por fuera de éste.

 

La dimensión terapéutica de la asamblea

 

    Pensamos la Asamblea como instrumento clínico, ya que supone el alojamiento de un sujeto e intervenciones que apuntan al acotamiento de goce en cada paciente a partir del tratamiento general de un tema.

    Asimismo, para pensar los efectos terapéuticos, debemos ubicar el posicionamiento de la coordinación, el cual implica suponer un sujeto ahí, no consintiendo a la posición de objeto característica de la psicosis.

    Como dice Françoise Gorog: «La función del sujeto del inconsciente, con los efectos que esta acarrea, existe en la psicosis. Nos encontramos en ella con un sujeto, no con un paciente o con un individuo, colocado en cierta estructura, psicótica ciertamente, pero con una función de sujeto. Hay que destacarlo obteniendo en ella efectos, incluso efectos imaginarios, de libertad y de elección, siendo la elección una función más lógica. Pero dicho efecto, es decir, manifestar la presencia de un sujeto, es producto del psicoanalista.»[2]

    No se trata de dar, desde la coordinación, la solución al problema que traen los pacientes, sino de posibilitar y sostener el trabajo de elaboración por parte de ellos. Llamamos a esta modalidad de intervención abstinencia que activa; se trata de un otro que no se pone en el lugar del saber, sino que habilita y vehiculiza la producción del mismo. Abstinencia que activa en el sentido de la provocación al trabajo, apostando al sujeto, a su elección y responsabilidad. Estas últimas las consideramos como efecto de la presencia de un analista ahí; función de corte y extracción para que algo del goce pueda cederse.

    Ilustramos lo dicho con el siguiente ejemplo: en una asamblea de cierre, algunos pacientes manifiestan cierta disconformidad a propósito de la franja horaria de 10 a 11 hs. de los días viernes, que había quedado sin actividad luego de la suspensión del Taller de Cine. Interrogados por la coordinación respecto de qué hacer en ese horario, una paciente comenta: «Ustedes siempre nos preguntan a nosotros; nunca nos dicen nada de lo que tenemos que hacer». Al poner a trabajar dicha posición en el espacio de la asamblea en cuestión, surge la propuesta, de parte de los pacientes, de organizar en la franja horaria «libre» un Taller Diverso, compuesto de diferentes actividades simultáneas o sucesivas. Podemos decir que la intervención apunta a abrir la vía del deseo en lugar de responder a la demanda.

    Desde la coordinación notamos que una de las particularidades de los pacientes con los que trabajamos es que tienden a totalizar sus dichos,  en el sentido de construir representaciones absolutas. En estos casos las intervenciones apuntan a relativizarlo; ponemos en cuestión los ideales social-familiares que se expresan, por ejemplo, como un deber hacer algo «productivo» en el tiempo libre. Como dijo una paciente: «Tenía un montón de cosas para hacer y no decidí hacer nada». Más tarde se refirió a la misma situación afirmando: «decidí no hacer nada». Se señala entonces desde la coordinación la diferencia, a partir de lo cual reafirmó el haber elegido. En otra asamblea un paciente comenta que consiguió un trabajo e inmediatamente sus compañeros comenzaron a aplaudir: ante esta reacción la coordinación se abstuvo.

    Apostamos y puntuamos la responsabilidad por lo dicho o no, de lo hecho o no, a fin de producir un «apropiarse del hacer» que inaugure el campo de los haceres posibles con lo que les pasa. Intervenimos incomodando al grupo para construir un eje de trabajo en común a partir de las diferencias individuales, pero rescatando lo subjetivo de cada uno de los pacientes. Este trabajo colectivo supone sostener la tensión entre el «para todos»  y el «uno por uno».

    En la Asamblea se intenta hacer la experiencia, una y otra vez, de construir una mediatización posible frente a los fenómenos que se imponen, ya sea discriminando espacios (público o privado), o posibilitando la creación de normas o reglas de convivencia, desde un lugar de terceridad, que apunta al acotamiento del goce.

    Ilustraremos con un recorte:  a partir de una situación planteada en relación a la falta de yerba, se fue interviniendo desde la coordinación a fin de problematizar esta situación y poner a trabajar este problema de convivencia. Tras diversas posturas, acordaron hacer una lista con los nombres de los pacientes, en la que se detallaba quién iba a traer la yerba que comparten diariamente entre varios.

    Es un hecho que, si bien la asamblea cuenta con una consigna, es inevitable que ésta sea transgredida. La cuestión será qué lectura se hace de esta transgresión, y qué tratamiento se le da dentro de este marco.[3] Los acuerdos realizados en la Asamblea toman valor de legalidad que regula la convivencia de los pacientes y, a su vez, estos acuerdos contemplan y respetan las normas del Hospital. Acuerdos tales como no fumar ni comer durante las actividades permanecen en el tiempo, aun cuando quienes los crearon ya no son pacientes del H.D.; estas reglas de convivencia, creadas por los pacientes, retornan por lo tanto sobre ellos como un marco legal que apacigua los efectos mortíferos de la dimensión imaginaria.

    Asimismo, aunque no estén presentes todos los pacientes en determinada asamblea, lo acordado ahí alcanzará a todos los pacientes, y el lugar para tratar las diferencias con respecto a este acuerdo será también el espacio de Asamblea. La modalidad que tome lo resuelto, y el modo de circulación, serán tratados en cada  situación en particular a partir de lo que los pacientes acuerden.

 

La crónica como intervención

 

    A partir de reflexionar sobre nuestra práctica, formalizamos la crónica como una intervención. En primer lugar ubica algo del orden de lo imposible, que atraviesa también a la coordinación: no es posible escribirlo todo. A partir de esto se hace uso de esa imposibilidad en una operación de recorte de los dichos de los pacientes, lo cual —que sea realizada por un analista ahí, en la coordinación— ubica al paciente en otra posición respecto de sus dichos.

Asimismo, ese uso implica la lectura del analista. Dicho recorte, que tiene en cuenta lo trabajado, de qué paciente  se trata,  así como del momento subjetivo en el cual se encuentra, lo podemos pensar dentro de lo planteado por E. Laurent en relación al  uso de la interpretación en sentido amplio, es decir no sólo como aquella que busca generar enigma sino generar nuevos sentidos posibles.

    Tomaremos dos recortes clínicos. Un paciente que sistemáticamente plantea no haber hecho nada el fin de semana, con una modalidad de enunciación que daba cuenta del aplastamiento subjetivo y el «abismo» que se le presentaba, luego de intervenciones de la coordinación que apuntaban a describir ese momento, ubica que había ido a visitar familiares, leído, etc. Al momento de leer la crónica, la puntuación realizada señaló: «Refiere no haber hecho nada pero luego comenta que...». Otro recorte. Un paciente despliega su decir con una modalidad minuciosa, detallista  y metonímica. Al momento de la lectura de la crónica, se reducen sus dichos acotando ese desplazamiento metonímico, donde la intervención fue situar el tema del que ha hablado.

    Pensamos diferentes dimensiones de la crónica como intervención, no sólo en la escritura sino también en su lectura: como testimonio de haber trabajado y de lo trabajado, dirigiéndose al psicótico como trabajador y no como mártir del inconsciente[4], como un producto, objeto tercero que constituye un texto en el cual están incluidos también los coordinadores, dimensión de registro que, desde un lugar tercero, aloja la palabra del paciente, se la devuelve al sujeto y la pone a circular ante otros, pacientes y coordinadores.

    La crónica ayuda a escribir una historia, tanto grupal como individual. El escrito es una terceridad que pacifica, al extraer y producir —en ese mismo acto de lectura— lo acontecido, inscribiendo la dimensión temporal de la elaboración, ya sea por haber llegado a un acuerdo, norma o regla, o por haber quedado ubicado un tema a continuar trabajando.

    La crónica, sostenida desde la materialidad significante, supone la escritura misma de «algo» que queda localizado ahí, en un libro que circula, que está en el hospital, que se puede ir a buscar, leer: se trata de un objeto tangible. Pensamos la crónica como catalizador de un efecto de extracción de goce a partir del registro y de la intervención misma que supone la lectura, ya que implica la formalización de la construcción de un simbólico a partir de un real, apuntando a una dialectización posible.

 

Trabajo realizado por Natalia Rodríguez Pazos, en colaboración con los miembros del Equipo de Grupos del Hospital de Día Matutino del Hospital «Teodoro Álvarez», que ella coordina. Colaboraron en este escrito Diana Algaze, Guido Crivaro, Florencia Eidelsztein, Florencia Kalejman, Silvia Kleiban, Carolina Neme, Gabriel Nicola y Milagros Scokin. Correspondencia a: nataliarp@ciudad.com.ar.

 



[1] Función y Campo de la Palabra en el Lenguaje.

 

[2]  ‘La presentación de enfermos: buen uso y falsos problemas”, Mesa redonda: Guy Clasters, Franqoise Gorog, Jean-Jacques Gorog, Eric Laurent, Francoise Schreiber, Daniéle Silvestre. En ‘Psicosis y Psicoanálisis”, Editorial Manantial, página 51.

 

[3] E. Laurent en Psicoanálisis y Salud Mental, dice de los “Alcances de la regla: no hay regla sin infracción de las reglas o aun, no hay reglas sin una práctica viva de la interpretación de las reglas “

[4] C. Soler


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