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La sensibilidad en niños, niñas y analistas

20/07/2019- Por Julián Ferreyra - Realizar Consulta

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La sensibilidad interpretada como desarreglo, déficit o problema es a mi entender una de las fuentes de malestar más claramente presentes —y al mismo tiempo más omitida— en el trabajo cotidiano con niños y niñas. Los pibes y pibas terminan padeciendo a causa de la impotencia de los adultos por escuchar dicha sensibilidad. La sensibilidad en cuestión no debe entenderse de manera exagerada, idealizada, peyorativa ni en términos morales. Por el contrario, una sensibilidad cercana a la sensatez de apreciar y sentir —aunque angustie— eso que en general no es dicho ni a medias: la verdad. La sensibilidad: un rasgo a utilizar en pos de armar un síntoma más o menos propio. Quizás resulte necesario sensibilizar el deseo del analista: apelar a una estética y a una política nada infantilistas.

 

 

                             

                                        Pablo Picasso, “Niño con Paloma”*

 

 

  Es harto frecuente, tentador y hasta popular ir al lugar de quien describe y anuncia tales o cuales “nuevos síntomas” o “síntomas de época”; y más aun al tratarse de niños, niñas y adolescentes. Biomedicalización y ontologización mediante —incluso desde discursos con semblantes psicoanalíticos— se apela a “nuevas” formas del malestar que vendrían a explicar pero también a acallar todo atisbo de conflictividad.

 

  Por el contrario, quizás en nuestros días el mayor problema sea la renegación de la dimensión sintomática, donde paradójicamente se anhela que el “niño problemático” no implique problemas. Es decir, tal vez el mayor problema en torno a las infancias en este momento sea la degradación del propio síntoma, el constante intento de eliminar lo más propio de las infancias y juventudes: su carácter profundamente conflictivo, que es también su ulterior potencia, y que resiste cualquier reduccionismo.

 

  El nuevo síntoma: reasegurarse que no haya síntoma. Así las cosas, se omite la diversidad inherente a un tiempo y a una estética particulares, inyectando interpretaciones adult[er]izadas. Porque no hay nada más saludable que entre los niños y niñas y los adultos exista una radical diferencia, incluso antagonismo.

 

  En este ensayo propongo situar lo que a mi entender constituye una de las fuentes de malestar más claramente presente —y al mismo tiempo más omitida— en la clínica con niños, niñas y jóvenes: cuando la sensibilidad es interpretada como desarreglo, déficit o problema. De ahí que los pibes y pibas terminen padeciendo a causa de la impotencia de los adultos —incluyendo a psicólogos, psicólogas y psicoanalistas— e instituciones por escuchar esa sensibilidad.

 

  La misma no está en una esencia infantil, sino que es testimonio de la radical diversidad de la posición de los pibes y pibas con respecto al mundo adulto-“normal”. Quizás para trabajar con niños y niñas —y con adultos— resulte necesario sensibilizar el deseo del/de la analista, ya que en general los niños y niñas padecen no por el déficit sino por modos más sensibles de posicionarse frente a su realidad y los otros. La sensibilidad, de este modo, puede ser pensada como un rasgo a utilizar en pos de armar un síntoma más o menos propio, no sin haber ofrecido una escucha y alojamiento.

 

 

I. Sensibles al sufrimiento de los otros

 

  La sensibilidad en cuestión no debe entenderse de manera exagerada ni peyorativa, desde la idealización del clisé, ni en términos morales. Niño o niña sensible no equivale a “niño o niña-Heidi”, o “buenito”, “altruista”, “la que hace caso y no se queja”, etc. Incluso a veces se homologa niño o niña sensible a niño o niña tonto. Tampoco sensibilidad como sinónimo de irracionalidad.

 

  Resulta mucho más conveniente e interesante jugar con la traducción ida y vuelta al inglés y su aparente equívoco: allí sensible es en nuestro castellano “sensato”, y curiosamente sensitive es nuestro “sensible”. La aparente no coincidencia, o la traducción cruzada, nos permite pensar en una sensibilidad no reductible al terreno del sentido común, en donde ser un/a niño o niña sensible es en general repudiado por el Otro.

 

  Por el contrario, la sensibilidad de la que hablamos estaría más cercana a la sensatez de apreciar y registrar —aunque angustie— eso que en general no es dicho ni siquiera a medias: la verdad. Como el refrán: “los borrachos, los locos y los niños [¿y los psicoanalistas?] dicen la verdad”. Retomaremos esto luego.

 

  La sensibilidad es una cualidad humana, en tanto facultad de sentir. Según Aristóteles (1), de los cinco sentidos el tacto es el más fundamental, el más propiamente humano. Interesante equívoco: muchos niños y niñas son considerados como “faltos de tacto” —por decir malas palabras, tener malos modales, portarse mal, pegar o responder bruscamente, decir cosas fuera de lugar—, cuando en verdad se trata de personas por demás sensibles.

 

  En el mismo sentido, se nombra a muchos niños y niñas como “ADD” o con “déficit de atención”, mientras que acontece justamente lo opuesto: niños y niñas por demás concentrados y preocupados en otra cosa diferente a, por ejemplo, lo escolar. Porque la atención no se pierde sino que, nos lo enseña la lógica del acto fallido, se está concentrado en otra cosa (2).

 

  El niño freudiano es un niño sensible, ya que su ética discutió y combatió a uno de los monstruos de la época: el llamado “niño masturbador”. El mejor ejemplo es Juanito: un niño preocupado no por su pene sino por la relación sexual de los padres: “el niño según Freud quiere saber de eso que casualmente nada [ni nadie] quiere saber” (3). Un niño que le hacía preguntas incómodas a su papá, interpelándolo en su verdad.

 

  Esto es muchas veces interpretado por los adultos como “una provocación”, como si lo hicieran a propósito o metiesen el dedo en la llaga. Juega así un prejuicio adulto de una acción que de malintencionada no tiene nada, y que es mucho más cercana al amor y la preocupación genuina. No sabemos si Freud era sensible. Sí diríamos que, incluso a pesar de sí mismo, nos transmite un deseo y una experiencia por demás sensibles.

 

 

II. Del “niño sensible” al “varón adulto salvaje”

 

  ¿Qué lugar en Freud para la sensibilidad? Un breve repaso de cómo se sirvió de dicho concepto. En “Primeras publicaciones psicoanalíticas” (1893-1899) aparece la pérdida de sensibilidad en determinadas zonas del cuerpo; por ejemplo en relación a parálisis propias del síntoma conversivo, o incluso en relación a afecciones neurológicas tales como la siringomielia. Elocuente: enfermarse implica y tiene como consecuencia —¿y/o como causa?— sentir menos, no sentir.

 

  Aun cuando dijimos que el niño freudiano es sensible, al mismo tiempo Freud autoconfirma que somos los varones a quienes en general más nos cuesta la sensibilidad (4). En el historial del Hombre de las Ratas se refiere a la presencia de una sensibilidad de complejo (5): la reminiscencia a ciertos dichos del Capitán Cruel o de su padre tocaban ásperos lugares en su inconsciente —en su caso, no casualmente el ano—, provocándole exageradas reacciones.

 

  Interesante, ya que dicha sensibilidad de complejo es situada, a su vez, como lo propio de una palabra-estímulo, vislumbrando así, por un lado, a la sensibilidad como el reverso del tabú del contacto; y por otro lado una peculiar relación entre sensibilidad, significante, afecto, Edipo y novela familiar.

 

  En solidaridad con esto último, “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” incluye nuevamente la alusión a la idea de sensibilidad de complejo para situar la escisión del objeto efectuada por muchos varones: “cuando aman no anhelan, y cuando anhelan no pueden amar. Buscan objetos a los que no necesitan amar, a fin de mantener alejada su sensualidad (…) y si un rasgo a menudo nimio del objeto elegido (…) recuerda al objeto que debía evitarse, sobreviene (…) esa extraña degradación que es la impotencia psíquica” (6). Verbigracia: rechazar el sentir, evitarlo, genera impotencia.

 

  Por último, también la (in)sensibilidad es trabajada en “Tótem y Tabú”: “... los neuróticos obsesivos se comportan en un todo como los salvajes. Muestran la plena sensibilidad de complejo para pronunciar y escuchar determinadas palabras y nombres...” (7), implicando esto un franco empobrecimiento yoico, inhibición mediante.

 

  ¿Habrá pagado un costo ese niño otrora sensible devenido en varón adulto salvaje que evita todo sentir? Se trataría de sintomatizar la (in)sensibilidad, alojando la angustia y procurando evitarse el empobrecimiento de la inhibición: ese colosal y vetusto museo donde ni el conflicto ni el sentir tienen lugar.

 

 

III. Rechazo adulto a la infancia [sensible]

 

  Muchas veces el mencionado “adulto salvaje” es la madre o más frecuentemente el padre de un/a “niño o niña sensible”. Antes de proseguir, ni se trata de culpabilizar al adulto ni de idealizar o angelizar al niño o niña: no haríamos más que subestimar. Se trata de conceptos que intentan dar cuenta de algunos desencuentros en la crianza de la vida cotidiana. El psicoanálisis se ha extraviado mucho por esta clase de aseveraciones morales al estilo de “el problema son los padres”.

 

  Advertidos de ello y a modo de ejemplo, puede suceder que ante la sensibilidad infantil las únicas opciones de crianza sean o la sobre protección, o el intento de “virilización”, y/o incluso el rechazo; y los discursos psi no están exentos de reforzar o montarse sobre sendas ideas de sentido común.

 

  Existen también formas sutiles, nada monstruosas y políticamente correctas de rechazar lo infantil: un ejemplo es la noción de “millennial” como llave maestra para dar cuenta de todo el acontecer de los niños y niñas de nuestra época, que escenifica un niño o niña idiotizado por la pantalla y, por supuesto, desprovisto de sensibilidad alguna. Quizás sea al revés: “los millennials son los padres”, no los niños y niñas.

 

  Otro ejemplo es el abuso de la categoría anglosajona “bullying”: una simplificación de situaciones de violencia o maltrato que desconocen lo propio de la escena escolar, o que reducen todo a lo intramuros. Se da consistencia a un esquema moral donde un “malo” molesta a otro que es “buenito, medio tonto e impotente para defensa alguna”. El molestado es despojado de la potencia de su sensibilidad, o incluso también se obtura que el denominado “malo” sea escuchado: no olvidemos que muy frecuentemente el malo de la película resulta el más sensible o incluso el más moral.

 

  En más de una oportunidad he escuchado adultos aquejados porque su hijo o hija “no se sabe defender”, o que “todo le afecta”. Sin recaer en un axioma, muy frecuentemente dichos niños y niñas responden a la escena fantasmática de sus padres o parientes: al trabajar con dichos adultos los encontramos profundamente despojados de toda palabra frente al imperativo del Otro.

 

  Adultos que no hablan, no responden ni se defienden desde la palabra; niños y niñas que “no se defienden” por estar profundamente sensibilizados con la problemática de sus padres. Niños y niñas por demás pendientes de la defensa del mundo adulto próximo. En otro sentido, el rechazo a la sensibilidad infantil resulta a veces de una dificultad adulta para asumir la pérdida de ese hijo o hija, de ubicarlo como una persona distinta a sí, con rasgos e incluso una personalidad en formación francamente diversa.

 

  En niños, niñas y adolescentes, se tratará aquí de leer a la sensibilidad como un modo, a veces fallido, de quebrar en parte la alineación al Otro: la sensibilidad como un intento de subjetivación, de diferenciarse en pos de cierta autonomía.

 

 

IV. Niños y niñas sensibles en películas y series

 

  Quizás sea más fructífero evitar la alusión a tal o cual caso clínico, y apelar al cine o series en las cuales, intencionalmente o no, aparece la cuestión de las infancias/adolescencias y la sensibilidad en la vida cotidiana. La serie Stranger Things (2016), por ejemplo, relata cómo un grupo de niños nerds resultan los únicos anoticiados y sensibles a una situación por demás paranormal y evidente.

 

  La protagonista, la niña con “poderes” Eleven, de tan sensible casi que no sabe o no puede hablar, encontrando luego en este grupo de amigos a sus únicos interlocutores; y los pocos adultos que escuchan a éstos niños, que se sensibilizan, son tildados de locos.

 

  Es usual, sobre todo en producciones de Estados Unidos, que los sensibles sean tratados como nerds o losers, en contraposición a los “winners” o populares.  El joven sensible de la dramática serie 13 reasons why (2017) es psicopatologizado hasta el hartazgo; o los adolescentes sensibles de otra serie, que ya tiene sus años y tiene tintes de comedia, Freaks and geeks (1999), donde definitivamente los sensibles son los losers.

 

  Recuerdo también la serie de dibujos animados ¡Oye Arnold! (1996), donde un niño común, sin poderes pero inteligente, divertido y solidario, se posicionaba atento y sensible frente a diversos personajes, pares y adultos. En esta misma serie encontramos a Helga, quien ama en secreto a Arnold pero que debe adoptar una mascarada agresiva hacia su pequeño amado —no casualmente entre sus padres poco o nada circula del amor y de la generosidad—; o la peculiar ilustración del sentir de una niña en la película Intensa-mente (2015).

 

  Por su parte, el niño de Sexto sentido (1999) es altamente sensible: si vamos más allá de la dramaturgia y de los supuestos poderes paranormales que se le atribuyen, encontramos a un niño común, tímido, que le da una interesante lección a su analista, Bruce Willis, cuyo personaje permite cierta parodia y analogía a lo propio de la posición del muerto (8): el analista es el único muerto que ni lo asusta ni abruma, sino que lo escucha.

 

  “Ver gente muerta” es primero leído como la comprobación de un niño loco, pero luego como metáfora de lo que implica sentir el sufrimiento, los miedos y la errancia de los otros, mayoritariamente adultos: de condena o karma a cualidad.

 

  Yendo hacia la ciencia ficción y la fantasía, lo que tienen en común tanto los niños jedi de Star Wars, como el joven mago Harry Potter, la niña Matilda (1997) o el animé Gokú es que sus habilidades especiales, poderes o dones extraordinarios hunden sus raíces en una actitud por demás solidaria, desinteresada, que apela eventualmente a la travesura sin la menor intención de dañar sino más bien desde una ingenuidad coherente: son niños y niñas geniales pero sencillos, que interpelan y combaten todo el tiempo a adultos e instituciones.

 

  Por último cuatro adolescentes. Primero, el gran film El Polaquito (de Juan Carlos Desanzo, 2003) donde un joven marginal, un “pibe chorro” aparentemente monstruoso se muestra por demás sensible. Pienso también en Billy Elliot (2001), aquella película donde un joven, hijo de un minero duro y tosco, sorprende y horroriza a todos al inclinarse por la danza en vez que el boxeo, no sin ser tildado de marica.

 

  El joven manos de tijera (1991) muestra a este joven super raro pero sensible: escucha a las mujeres jóvenes y viejas, al punto que éstas últimas se le insinúan y enamoran. Su sensibilidad, bondad e ingenuidad terminan siendo repudiadas ante un accidente cualquiera, siendo tildado como peligroso, como una amenaza.

 

  Y finalmente quizás el más sensible de todos, Forrest Gump (1994). Ese niño/adolescente/adulto con mote de retardado y tonto no sólo hace las veces de analizador de diversos sucesos centrales de la historia norteamericana sino que también se destaca en todo lo que se propone. En esta película sí vemos a un adulto, su madre, que apuesta a su sensibilidad como acto de amor y de subjetivación.

 

 

V. Sensibilidad y verdad

 

  Antes dijimos que los niños y niñas, sensibilidad mediante, dicen la verdad. En más de una ocasión me sucedió que niños y niñas a quienes atiendo me han preguntado —e interpretado— acerca de mi estado de ánimo. Cierta impunidad, mezclada con lo genial que resulta morigerar los filtros o el pudor, y con la sinceridad que los caracteriza, les permite señalamientos e interpelaciones por demás sensibles y certeras.

 

  “¿Hoy estás cansado, no?”, “la vez pasada estabas enojado”, o “yo ya sé que jugar a esto no te gusta”; o incluso comentarios, preguntas o preocupaciones genuinas sobre algún/a paciente con el que se cruzan en la sala de espera. Siempre tienen razón. Sus comentarios son certeros no porque sean adivinos, sino porque la sensibilidad, y el arrojo, les permiten tocar una verdad que, aunque no se condiga exactamente con “la realidad”, sí es por demás elocuente, significante.

 

  Los niños y niñas sensibles se comportan, sin saberlo, como un/a psicoanalista: se agencian como objeto y preguntan, causando el deseo y al mismo tiempo la división en el Otro, haciendo caer un significante Amo (9). Así, muchos de los desencuentros ocurren cuando esta secuencia se juega con adultos que no están dispuestos a suponerle un saber a un niño o niña ni a soportar su propia división: angustia en vez de pregunta, tal como sucede con una interpretación por fuera de la transferencia.

 

  De ahí que el vector de la intervención de un/a psicoanalista con dichos padres, madres o parientes implique dar lugar a dicha angustia y su causa, vehiculizando una transferencia desde niño o niña a adulto que produzca como efecto a un sujeto sensible. Porque nada más difícil para un adulto que responderle a un niño o niña sensible. En paralelo, una verdad que no es dicha a medias se convierte en lo incestuoso.

 

  Por ello, sin ánimos psicoeducativos, se tratará también de producir junto a los adultos formas de sinceridad y de apertura que le eviten al niño o niña algo que no les corresponde: verse en posición de responder (10) ante la complejidad adulta. Porque la negligencia es mucho más común y sutil que lo que se piensa, ya que no necesariamente implica maldad.

 

 

VI. Estética, política y deseo del analista

 

  En el comienzo dijimos que se trataba de sensibilizar el deseo del analista. Si según Lacan el inconsciente es la política, el deseo es político. Para el filósofo Jacques Rancière la política implica en lo fundamental lo sensible, en tanto hace visible aquello que no lo era, permite escuchar como a seres dotados de palabra a aquellos que no eran considerados sino como animales ruidosos. Mientras que, corre por mi cuenta, ejercer la política desde la insensibilidad produce estragos.

 

  Pienso por ejemplo en el berrinche, y cómo ya el hecho de nombrarlo así implica una posición política. Es una decisión política escuchar eso que apresuradamente signamos como berrinche, suponerle una estética. Para Rancière lo sensible es una categoría fundamental de la estética, pero no sólo en lo atinente al mundo del arte sino también con el mundo en general: político y social, porque implica un conjunto de realidades que afectan nuestra percepción cotidiana.

 

  La política es para el autor estética ya que tiene que ver directamente con la configuración del sensible común: así “la política (…) como el sistema de formas a priori que determina aquello que se da a sentir. La política se apoya sobre aquello que se ve y aquello que se puede decir, sobre quién tiene la competencia para ver y la cualidad para decir...” (11)

 

  Las infancias sensibles implican una estética que incluye pero que no se agota en el infantilismo de la neurosis; y esta indicación refiere al trabajo con niños, niñas y adolescentes pero también resulta pertinente para el análisis con personas adultas. Porque después de todo, un psicoanálisis le permite a un adulto una relación más sensible y menos neurótica con su propia infancia.

 

  Decidir no atender niños, niñas o adolescentes es una decisión posible; rechazar lo infantil al escuchar pibes y pibas da cuenta de un fracaso en la política de una cura. En otro sentido, asumir que un psicoanalista, sobre todo si es varón, “es sensible porque atiende niños y niñas” implica una pa/maternalización que poco tiene que ver con nuestro oficio. Un/a psicoanalista es sensible al deseo, empezando por el propio.

 

  Se trata de servirse de la sensibilidad de las infancias, o quizás más bien de estar a la altura de ésta. Después de todo, la intervención sobre la transferencia es un subterfugio que se vale de la sensibilidad para alojar y operar sobre el sufrimiento, al tiempo que quien está en posición de analista transmite algo de su sensibilidad. Rechazar la sensibilidad, condenarla como peyorativa, habrá sido también rechazo del sufrimiento.

 

  No sé si un psicoanálisis produce que alguien se sienta mejor, pero sí definitivamente hace que alguien sienta más. Un/a psicoanalista sensible es, ante todo, alguien que desea desontologizar su propia práctica, evitarle el vicio de los viejos vinagres (12). Valga así una crítica fundada hacia todo intento de situar al psicoanálisis con niños y niñas como una “especialización”, degradación de las infancias sensibles mediante.

 

 

APÉNDICE: “Me gusta el arte”

 

  Hace unos años se viralizó y ridiculizó maliciosamente y hasta el hartazgo a un niño a quien circunstancialmente le pusieron un micrófono y le empezaron a hacer preguntas por demás triviales y zonzas. Éste sorprendió diciendo que le gustaba el arte, dando cuenta de intereses sensibles —al menos por lo diametralmente opuestos a las estúpidas preguntas y expectativas del periodista y del televidente promedio—. Porque a veces lo sensible es simplemente lo que no es lo banal, lo que sobresale a la normalidad.

 

  Luego el entrevistador quiso hacerle responder sobre qué iba a ser/hacer cuando fuera grande, tal como si la existencia de un marcado interés actual implicara un convencimiento de lo vocacional futuro: el niño, con toda su sensibilidad y también su paciencia, le respondió “no lo sé, todavía no soy grande, debo esperar”. Ante esto el entrevistador replicó: “¿y qué materias de la escuela te gustan?”, a lo que el niño respondió desde la mayor genialidad: “el humor me gusta”.

 

  Casualmente uno de los motivos de consulta de los adultos es suponer, con angustia, que un/a niño o niña sensible no va a encontrar trabajo o profesión; o clisé mediante, que si es sensible necesaria y trágicamente “va a ser artista”.

 

  Además de la burla no faltaron tampoco opinólogos “calificados” que efectuaron diagnósticos silvestres: “ese niño habla y responde así porque seguramente sea tal o cual diagnóstico”. “Psicopatologizar es para algunos políticamente correcto ya que implica hacer el bien” (13). Valga este ensayo como homenaje a este y a todos los niños y niñas sensibles.

 

 

Julián Ferreyra es psicoanalista, director de multiespacio “Hacer-Clínica”, docente en Salud Pública y Salud Mental II (Facultad de Psicología, UBA), docente de posgrado en UNPAZ y en el Posgrado de Niños y Adolescentes en el Hospital Tobar García. Correspondencia a: julian_ferreyra@hotmail.com.

 

 

Imagen*: óleo realizado en 1901. Obra clave en la transición de estilos del artista.

                Pablo Picasso (1881-1973) Pintor y escultor español. Cubismo.

 

Notas

 

  (1)   Cf. ARISTÓTELES, Metafísica, Gredos, Madrid, 1994, Libro VIII.

      (2)   Cf. FERREYRA, J. A. (2018). Del déficit al acto: una reflexión freudiana crítica sobre el “ADD”. Ponencia presentada en las V Jornadas de Psicoanálisis y Educación, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y la Asociación Psicoanalítica Argentina el día 22 de noviembre en la C.A.B.A.

      (3)   Cf. MASOTTA, O., Lecciones de introducción al psicoanálisis, Gedisa, Barcelona, 1996, p. 40.

      (4)   Excede a este ensayo, pero de más está decir que una masculinidad insensible ni es destino ni es esencia, sino uno de los tantos efectos de la normativización edípica en su relación con el patriarcado.

      (5)   El término acuñado por C.G. Jung y utilizado en los experimentos de asociación de palabras. Cf. FREUD, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. X, pp. 164-165 y 169.

      (6)   Cf. FREUD, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XI, pp. 176-177.

      (7)   Cf. FREUD, S., “Tótem y tabú”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XIII, p. 62.

      (8)   Idea que J. Lacan propone en La dirección de la cura y los principios de su poder para ilustrar la posición del analista, en analogía al juego de cartas Bridge. En dicho juego es el muerto quien juega con las cartas del otro.

      (9)   La analogía niño o niña-psicoanalista se apoya en lo propio del discurso del analista formalizado por Lacan en el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis:

                  a $

                 __    __

                 S2        S1

 

      (10) “Responder” es aquí una utilización amplia de lo trabajado por J. Lacan en Dos notas sobre el niño. De este breve escrito resulta interesante un señalamiento sobre los efectos del niño como objeto del fantasma de los adultos: el niño realiza en acto la presencia del objeto a en el fantasma, revelando su verdad. Una sensibilidad no trabajada ni acompañada.

      (11) Cf. RANCIERE, J., Le partage du sensible. Esthétique et politique, La Fabrique, París, 2000,  pp. 13-14.

      (12) Alusión a “Los viejos vinagres” de Sumo (Llegando los monos, 1986).

      (13) Referencia al Seminario VII, La ética del psicoanálisis, de J. Lacan.

 

 

Bibliografía

 

ARISTÓTELES, Metafísica, Gredos, Madrid, 1994.

FERREYRA, J. A., Del déficit al acto: una reflexión freudiana crítica sobre el “ADD”. Ponencia presentada en las V Jornadas de Psicoanálisis y Educación, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y la Asociación Psicoanalítica Argentina, 22.XI.2018.

FREUD, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. X.

FREUD, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XI.

FREUD, S., “Tótem y tabú”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XIII.

LACAN, J., “Dos notas sobre el niño. En: Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 2001.

LACAN, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En: Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

LACAN, J., El Seminario, Libro VII. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2000.

LACAN, J., El Seminario, Libro XVII. El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1999.

MASOTTA, O., Lecciones de introducción al psicoanálisis, Gedisa, Barcelona, 1996.

RANCIERE, J., Le partage du sensible. Esthétique et politique, La Fabrique, París, 2000.

 

                        


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