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El lugar del tatuaje en la construcción de la subjetividad

05/02/2005- Por María Julia Cebolla Lasheras - Realizar Consulta

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Llamamos tatuaje a toda práctica que implique la penetración de tinta o pigmento bajo la piel. Tatuar es alojar en el cuerpo, urgir la piel, cifrarla, pintar su interior. También es trazar, cavar, explorar. Es dibujo, a veces color bajo la piel siguiendo un dibujo. Es grafía con la que los pigmentos escriben el significante deseado. El tatuaje se vuelve un dibujo indeleble trazado en el cuerpo y siempre tiene un relato detrás. Relato que desde lo consciente, remite al momento en que la persona decidió ser tatuada, pero que histórica e inconscientemente, para la vida del sujeto, va más allá.

              El libro del tatuaje (Nachon-Sasturain)

“Mas de una historia sostiene el tatuaje. Arte y símbolo, construcción del propio cuerpo y palabra sagrada, impulso atávico y conmemoración vital. El tatuaje se vuelve un relato que transcurre en la piel del tatuado.

A veces intento de embellecer el cuerpo y otras de cargarlo de discurso, siempre fue y en este momento es, un gesto unívoco. Incluso en los negros azulados de un tatuaje carcelario estamos presenciando el impulso humano a volver lo cotidiano compromiso mágico. El tatuaje nos compromete no solo con la figura tatuada sino con el tiempo que esa figura evidencia.

Pero también está la gratuidad en la posesión de cierta belleza. El tatuaje es sentido pero en muchos también es placer y diversión. Este es otro de los relatos posibles. El del placer de la propia piel transformada en tatuaje”

Las siguientes reflexiones forman parte de un trabajo exploratorio que sobre aspectos fundamentalmente psicológicos del tatuaje, está siendo realizado por un grupo de profesionales de la Facultad de Psicología de UBA. Es por eso, que aquí  me centraré en los ejes que  remiten dentro de la temática del tatuaje a la construcción de lo individual, a la subjetividad, sin dejar de tener en cuenta lo universal implícito en el mismo y el profundo entrecruzamiento con otras disciplinas como por ejemplo, la antropología, la historia, la sociología e incluso el arte.

Llamamos tatuaje a toda práctica que implique la penetración de tinta o pigmento bajo la piel. Tatuar es alojar en el cuerpo, urgir la piel, cifrarla, pintar su interior. También es trazar, cavar, explorar. Es dibujo, a veces color bajo la piel siguiendo un dibujo. Es grafía con la que los pigmentos escriben el significante deseado. El tatuaje se vuelve un dibujo indeleble trazado en el cuerpo y siempre tiene un relato detrás. Relato que desde lo consciente, remite al momento en que la persona decidió ser tatuada, pero que histórica e inconscientemente, para la vida del sujeto, va más allá.

En  este hoy. Tiempo donde la muerte está presente en la sociedad, como real y también, como sombra de un pasado cercano en el que el caos y la angustia, dejaron en la memoria colectiva marcas dolorosas e imborrables, escuchamos voces y ecos fantasmáticos de voces reclamando memoria. “Para olvidar, es necesario recordar”. “Para poder morir es necesario que la vida esté presente”.

Son estas dualidades, que el contexto pone en primer plano, (memoria- olvido, vida- muerte, presencia-ausencia), tomadas, como dualidades  integradas en una sola. Como contrarios, no plenamente diferenciados simbólicamente, los que convoco para hablar de tatuaje. Dualidades, incluidas, inmersas en un tiempo y un espacio de cambio social e individual, como es la post-modernidad, y en consecuencia, tampoco claramente instituidos.

Freud asocia la pulsión de ver con el deseo de saber. Saber sobre la sexualidad. Saber sobre la vida y sobre la muerte.

Es tomando esta integración del ver con el saber la que me lleva a considerar  que el tatuaje en nuestra sociedad es un reclamo actuado. Actualización y representación de una vivencia donde está presente el dolor. Constituye una escena delirante, punto de atracción de la mirada y  representación  restitutiva en el hoy, de lo traumático del ayer. El tatuaje es presente que remite al pasado. Como tal, es producto, defensa y escena que se muestra en el hoy.

También, es huella cuasi simbólica y marca real en la piel.

Constituye a mi entender, una forma de memoria-olvido, que desde una posición activa, convoca a mirar y ser mirado reeditándose a través de ella, la relación inicial entre madre-hijo. Es entonces, un retorno a los fantasmas del ayer y una defensa ante el dolor psíquico que conlleva lo traumático. Cumplirá para el sujeto, la función de un  indicio, vuelta parcial de lo reprimido que dice de la existencia de la  muerte pero también dice sobre la vida, cuando actúa, como señuelo, como llamado a  un otro  a quien convoca reclamándole saber-ser, saber ver, saber-vivir y sobre todo saber enseñar a vivir.

En 1895, en el “Proyecto de Psicología”, Freud define a la  memoria como la fuerza persistente de una Erlebnis, fuerza que depende de la intensidad de la impresión producida y de la frecuencia de la repetición. Esta memoria, cuando es edificada sobre impresiones, que son susceptibles de elaboración ulterior, no es pensable en función del pasado. Ella, pertenece al pasado y permanece en parte, sino en su totalidad, incognoscible como tal. Indicios solamente, (repeticiones, reminiscencias insólitas e insistentes, reacciones y gestos esteriotipados) nos permiten deducir sus marcas. A esta memoria, nos conducirá, el intento de dar sentido al tatuaje, como acción, escena  y  producto en sí mismo.

Les hablaré ahora de Marina, joven de 21 años, mamá de una beba de 2 semanas a quien atendí dentro del marco de un programa de menores en conflicto con la ley. Estos son algunos datos de su historia.

Marina es huérfana. No conoció a su padre y su madre murió cuando ella tenía 6 años. Estuvo internada en un Instituto de Menores, por una causa de lesiones a otra menor. Actualmente se encuentra sobreseída. Retomó la escuela secundaria pero debió abandonarla por haber quedado embarazada y tener riesgo de perder el embarazo, Tiene las orejas perforadas con cinco aros argolla y un brillito en la parte  derecha de la nariz. Tuvo un piercing en la ceja que se sacó hace un año y otro en el ombligo, que se sacó meses antes de que naciera la beba. Actualmente convive con su abuela y su pareja de 23 años. Ella nos contará:

Tengo tres tatuajes. El de mi mamá que es el de la espalda, el segundo es la Kitty en el hombro derecho, y el tercero la patita, sobre el tobillo izquierdo. En realidad, antes del de mi mamá, me hice otro, era un escracho tumbero. Era una A, la A de Alejandra, después arriba para taparla me hice la Kitty. Alejandra era mi amiga, falleció cuando yo tenía 15 años. El día que falleció yo me agarré un “pedo” tremendo. Murió de sida. Éramos un grupo, yo era la más chica. Fuimos a su casa. Me puse muy mal y me tomé toda. No podía parar de llorar. Cuando me desperté al otro día, me dolía el brazo y tenía la A.

También, y éste fue cronológicamente el primero, me hice un M y M cuando estaba en quinto grado, fue por un gil que me hizo sufrir. Entonces solía hacerme letras en la piel.

Piel, lugar que en el proceso de construcción de la subjetividad, será espacio real de apuntalamiento de la pulsión, pulsión de vida, pulsión de muerte, posibilitando así, el surgimiento del yo-piel, envoltura psíquica, espacio de separación, intersección y también de unión entre un  sujeto y un objeto en proceso de discriminación. 

Cuando se le pide a Marina que describa cada uno de sus tatuajes y trate de darle un sentido a  cada uno de ellos, ella dirá:

El de mi mamá, es un corazón y lo atraviesa una rosa roja con un borde violeta. Su tamaño es el de mi mano. El corazón tiene unas cintas para ponerle el nombre de mi mamá. Las fechas en que nació y murió.

El segundo (la Kitty), es un gato que tiene alas, es muy angelical. Mide lo que mide la palma de mi mano, sin dedos. Tiene colores. Alejandra tenía una Kitty en la espalda, con la remera de Racing, mostrándola. Yo me hice una sin la remera de Racing y le puse alas, porque es un angelito. Ella tenía 19 años cuando murió.

El tercero es una patita rasguñándome la pierna. Simboliza la patita de un perrito que tenía cuando vivía con mi mamá y él se murió de hambre. Encontramos dos con mi hermano. Yo tenía 5 años, él solamente dos. Éramos muy chicos. Primero se murió el de mi hermano, luego el mío. Vivíamos en el albergue Warnes. También teníamos una gata. La gata comía lauchas, estaba gorda. 

Los tres son importantes. Cada uno tiene su importancia. El corazón es un regalo para mi mamá. La Kitty simboliza una amistad muy grande que tuve con una chica. La patita. Es el recuerdo de un perrito que tuve  y que en otro momento, hubiera podido cuidarlo. Se me murió muy chiquito. Los tres me los hice a los 18 años.

Imagen y dolor, dupla que convoca al mundo externo interiorizado y luego proyectado al afuera, pero que pareciera que solo puede ser parido en forma escindida. Representación simbólica escrita en la piel y dolor vivido en lo real en el acto de tatuarse.

Actuación que se convierte en una paradoja. Dice y no dice desde lo simbólico ya que lo vivido no puede ser expresada totalmente a través de la palabra. El sentir está ausente. Al evocar lo vivido, la voz de Marina no refleja dolor. Representación y afecto no marchan juntos. Algo del trauma asoma y nombra a través de la actuación que implicará el tatuarse, pero deja adentro el recuerdo del dolor.

Repetición que vuelve a producir ese dolor que remite a lo oscuro del trauma primitivo, ahora, dolor físico. Hemorragia liberadora de la energía desorganizante de la pulsión de muerte que lastima, pero también genera una coraza protectora a modo de cicatriz. Segunda piel que cubre el vacío de la discontinuidad dejada por la herida del trauma en el incipiente yo y toma la forma de lo tatuado.

Nada tiene que saber ese yo, de dolor psíquico. Yo, que al igual que la piel en lo real, queda marcado. Marca que funcionará como “señal de alarma”, como defensa ante situaciones de peligro. El dolor del alma no existe. La muerte como real o como abandono, tampoco. De negarlo-evocarlo se ocupa el tatuaje, fetiche inserto en la piel, que funciona a manera de  cruz que exorciza mágicamente los poderes del diablo, de aquello que hace sufrir. No hay separación. No hay muerte, hay madre-hija incorporadas en la piel, juntas, unidas para siempre en ese pacto de sangre que constituye el tatuaje.

 

“La letra con sangre entra”, la memoria puesta en juego, no tiene el registro claro del símbolo, solo esbozos de representación y recuerdos posteriores La desilusión inicial fue excesiva, el yo era demasiado frágil para asimilar la intensidad de la frustración vivida. Queda en el yo piel, congelada, anestesiada y atrapada en el tiempo, la marca del dolor, y como resto de lo vivido, un yo escindido que dice a la par que niega mediante  la magia que le otorga el tatuaje.

Trauma, punto de discontinuidad del yo, desconocimiento psíquico que es buscado en el hoy. Búsqueda de saber “aquello” sucedido, parcialmente sabido,  escindido.  Sabido y no sabido. Sabido a medias.

Por eso, el tatuaje transformado en fetiche, sería la forma dolorosa de incorporar el falo materno  como representante del saber-poder vivir-morir y un producto del intento de discriminación-indiscriminación. Solución a mitad de camino que el sujeto tiene para intentar elaborar aspectos dolorosos escindidos de su yo. También una búsqueda de sí, de encontrarse consigo mismo y poder ser

Agregará Marina.

El significado que tenían mis tatuajes en el momento que me los hice, no cambió. Lo que cambió fue la emoción que viví. Ahora por momentos me olvido que los tengo. A veces me quiero poner una remera y me digo:_  ah... no puedo ir a ese lugar con un gato.

Sí, yo me los volvería a hacer, porque es una decisión que tomé para siempre. Si volviera atrás, con la A, no me la hubiera hecho. La Kitty si.   Cambiaría el lugar del cuerpo, no el motivo. La Kitty me la haría en la espalda. A la patita le sacaría el rayón. Al corazón le agregaría cosas, por ejemplo el nombre de mi mamá, las fechas, le agregaría color. Lo único que modifiqué fue la A, la transformé en una Kitty, la tapé.

Cuando me hice la A estaba alcoholizada. Hay una profunda relación entre el tatuaje y la piel. Va impreso en la piel. También pienso que el tatuaje puede muchas veces convertirse en una adicción.

 

Es posible que el sentimiento de inquietud, de extrañeza que  genera en el no tatuado, en el espectador,  un sujeto que sí lo está, surja de ese poder percibir desde afuera, desde la realidad, el reflejo que el tatuado se niega a  sentir, es decir,  el eco del dolor psíquico, como siniestro mensajero de la presencia de la pulsión de muerte.

Concluyo diciendo, que considero al tatuaje como una escenificación defensiva, que puede en algunos casos servir para elaborar aspectos del pasado escindidos del yo. Puede jugar muchas veces, como actuación al servicio del desarrollo,  regresión  a un tiempo primitivo de la constitución del ser donde lo simbólico, no está claramente instituido.

En otros casos, cuando el vacío a nivel de la representación es muy profundo y la herida inicial muy dolorosa, el goce en la búsqueda de unión con el objeto primario será muy pasional y el acto de tatuarse puede convertirse en una adicción.

En algunos grupos,  el  acto de tatuarse,  funciona muchas veces como  rito de iniciación o señal de pertenencia  y aparece frecuentemente asociada a edades claves de la adolescencia, 15, 18, 21 años. Momentos especiales de resignificación psíquica, en los que nuevamente se pone en juego el apuntalamiento de la pulsión de vida y se busca claridad respecto a la propia identidad. Segunda oportunidad para dar sentido y para cubrir espacios de discontinuidad en el yo, de construirse un pasado y decidir respecto al futuro. Decidir si se vive o se muere, si se es en función de sí o en función del otro.

 

En tren de asociaciones, respecto a  los tatuajes de Marina, podríamos pensar, que si el tatuaje es dolor y también es cruz simbólica de una muerte que paradójicamente se convierte en vida eterna, marca de un duelo respecto a un abandono irreparable, será cuestión de tomar la cruz  simbólica, cargarla sobre la espalda y andar por la vida, viviendo-negando-buscando-sabiendo  del dolor de existir. Tal vez en el camino, la cruz del tatuaje se convierta en lo que es en lo real, un dibujo que puede adornar el cuerpo y el dolor pueda salir al afuera y ponerse en palabras, dejando atrás la memoria-olvido, convertida ahora en memoria recuerdo-repetido-elaborado. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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