» Introducción al Psicoanálisis

La barrera

28/02/2008- Por Claudio Deluca - Realizar Consulta

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En la clínica psicoanalítica, es el acto producido por un agente-analista el que diferencia un acontecimiento caprichoso del que no lo es; permaneciendo anoticiado acerca de la impotencia en relación al saber, pero a su vez, operando a partir de lo que denominamos docta ignorancia. Entonces, para no quedar sin salida: ante un dispositivo que queda librado al capricho y otro que no da lugar a la sorpresa, consideramos un dispositivo, sistema que otorgue lugar a lo contingente. Que incluya lo imposible estructural, el desencuentro con las primeras palabras, origen del trauma y a partir de allí desarrollar una praxis.

A punto de cruzar las vías de una frecuentada línea suburbana de trenes, le surge cierto apresuramiento con la intención de no quedar apresado entre ambas barreras, como tampoco quiere quedar demorado vaya a saber cuánto tiempo, ante el maltrato al que lo somete la lógica de los servicios públicos decadentes, acelera la marcha y –no sin cierto zarandeo– logra cruzar las vías y las temibles barreras.
Cuando la emoción de haber logrado ser artífice de su destino aún no había cejado, oye el sonido de la chicharra tras suyo. Se le escuchó exclamar: “¡Por poco!”. De pronto, transcurridos varios metros, el sugerente semáforo torna rojo su camino. Espera unos minutos..., estos se prolongan más tiempo del que se supone para ese respetuoso menester. Comienzan a agruparse otros sobrios rodados, conducidos por otros soberbios pero poco sobrios pilotos que comienzan a mirarse –sin aparentar hacerlo–, ante la angustia producida por ser detenido y no saber  por cuánto tiempo. Ya no pueden simular su desconcierto. Todos miran a sus costados, ya no para medir su envoltorio, sino para buscar alguna señal en otros ojos, que no sean los que aparecen insistentemente en su espejo retrovisor. Ya inquietos: amagan el despegue... se miran, ahora miden la trasgresión ajena. Pero, aún inquietos, no despegan. Cesa la chicharra en sus espaldas, miran sin girar sus cabezas, depositando su confianza en la certeza de sus espejos, observan el alza de las tranqueras-barreras que ya debían haber sido superadas en el tiempo y en el espacio, cuando de pronto él oye el chirrido de un concierto de neumáticos; mira al cielo, pero en ese camino ascendente de su mirada se encuentra con el redondel verde: señal de libertad. Arranca, no sin ser persuadido amablemente por un paragolpes brillante y robusto de un móvil conducido por un robusto pero no brillante profesional del transporte  de pasajeros.
Un acontecimiento imprevisto, tal como se desprende de las líneas precedentes, sorprende. Luego de ese instante de cuasi perplejidad surge la mirada en busca del otro semejante que devuelve la mirada inquieta, pero no calma la angustia; contrariamente, potencia e insta al desafío.

Podríamos pensar la apertura y cierre de la barrera como lo esperable, habría un tiempo de espera y luego la posibilidad de avanzar; produce calma, da lugar a la alternancia, cierra... abre; instaura lo simbólico.
Pensemos en la clínica psicoanalítica: lo que ocurre con posterioridad al cruce es del orden del capricho: tal una de las maneras de nombrar lo real. Surge un acontecimiento al que no se lo puede abordar de manera habitual; sorprende, produce una ruptura con la expectativa. La expectativa, la espera cuando es pautada permite la sorpresa, pero, sin pauta hay desconcierto y tal vez capricho. Por otro lado cuando un dispositivo se reduce a la mera regularidad como finalidad no produce sorpresa.
En la clínica psicoanalítica, es el acto producido por un agente-analista el que diferencia un acontecimiento caprichoso del que no lo es; permaneciendo anoticiado acerca de la impotencia en relación al saber, pero a su vez, operando a partir de lo que denominamos docta ignorancia.
Entonces, para no quedar sin salida: ante un dispositivo que queda librado al capricho y otro que no da lugar a la sorpresa, consideramos un dispositivo, sistema que otorgue lugar a lo contingente. Que incluya lo imposible estructural, el desencuentro con las primeras palabras, origen del trauma y a partir de allí desarrollar una praxis.
En la sesión analítica podemos verificar la pauta, la cita; por lo tanto no podemos dejar de lado la linealidad del tiempo, –“lo espero tal día a tal hora”– con la salvedad de ese segmento temporal, llamado sesión, durante el cual rige otra temporalidad que no es lineal.
Por lo pronto la previsibilidad de la cita no excluye la sorpresa, ya que contamos con el instrumento de la interpretación-equívoco del lenguaje como vía de acceso al síntoma, El enigma, que posibilita otra escritura, ya no en el terreno del enunciado, sino en el de la enunciación, que permite interferir en la regularidad-comodidad homeostática.
Me parece oportuno señalar el instante de desconcierto, donde se busca la imagen en el espejo, no solo del propio, sino los ojos espejados de otros conductores, que giran hacia uno y otro lado; a la deriva por haber quedado por fuera de la norma. Este es el momento de instaurar, intervenir con el instrumento del símbolo; a través de la palabra pronunciada o su versión silente –¿cómo utilizarlo?, queda en el terreno de la singularidad del caso –intentando remitir los dichos en dirección al decir– otra escena donde rija la posibilidad de la alternancia de la barrera, –sustitución y desplazamiento–. Respondiendo de manera imaginaria, devolviendo la imagen de semejante podemos caer en una falsa abstinencia.

Si respondemos como el Otro conductor –lugar del Amo– quedamos en el terreno del capricho; éste excluye la sorpresa y desdibuja la distribución de lugares, ridiculizando la posición del analista, tornando omnipresente y siniestra su presencia, impidiendo la alternancia necesaria y la circulación del deseo.
Para promover la dirección correcta de la cura no debemos sostener la imagen que de él se forma el paciente y nos la presenta a nosotros, ni la que podríamos formarnos nosotros mismos en un momento de confusión.
Ajustar nuestra escucha al decir del paciente nos aleja de la posibilidad de ocupar el lugar del Amo “caprichoso”.
Sucede que en ciertas oportunidades se producen efectos terapéuticos prematuros, debe dársele la importancia necesaria, y a la vez, escuchar las a veces imperceptibles variaciones que pueden sucederlos. Estas pueden ser desde monosílabos a otras alternativas significantes.
La “mejoría” a la que me estoy refiriendo fue precedida por “ya estoy bien”, “ya estoy en condiciones de...”, “ya pude superar el escollo de...” “Ya” consideré intervenir en relación a la prisa. En un momento posterior surge un acontecimiento imprevisto; es leído por el paciente como una repetición, y lo que había sido superado –barrera– permanece en ese lugar que lo detiene y lo sume en cierto dolor y desconcierto nunca puesto en palabras.
Dar lugar al sufrimiento, cuando surge, no es promoverlo. Dar lugar es la dirección de la cura para que pueda ceder para luego permitir alguna escritura posible. Promover el sufrimiento está en terreno del capricho, y se aleja de la ética del psicoanálisis. Apurar para que transite rápidamente ese espacio sería devolverle como semejante la imagen de la impotencia ante lo necesario de la espera.
Para no quedar ubicados en el lugar del saber cómodo, y del saber cómo... Muy próximo al capricho es imprescindible recordar la división del trabajo de la cual es parte el analista. División que lo incluye cuando anuncia la regla fundamental, la cual distribuye funciones.
Que graviten los semblantes, dando lugar a la posibilidad de cuestionar el saber –a la manera del discurso de la histérica–, que promueve que se deje algo por desear.
Dar cabida a la sorpresa, a lo inesperado, no excluirlo –“cuando todo parecía que andaba tan bien” –, es una de las maneras de incomodar a la homeostasis donde intenta regir el principio del placer. Que surja lo imprevisto sacude cierta modorra-aletargamiento en el cual puede sumirse el  tratamiento cuando se apodera de éste el espejismo placentero de los efectos terapéuticos prematuros y brillantes sostenidas por palabras halagüeñas que parecen coronar nuestro no cómodo lugar de analistas.


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