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La transferencia en el psicoanálisis de un niño

31/07/2006- Por María Rosa Borgatello de Musolino - Realizar Consulta

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Propongo analizar la transferencia en el psicoanálisis de Adrián para trabajar por qué la marcha analítica no tiene que partir del enunciado del síntoma sino de la relación de función del objeto a como causa del deseo. En la medida en que el goce del cuerpo es goce de la vida, la transferencia entra en esa especie de co-vibración semiótica que es el amor en el sentido ordinario. El amor, tal como se lo imagina cuando se lo declara, pone en relación la función del objeto a, causa del deseo, con la dimensión mental de la causa. La transferencia con un niño, tal como con cualquier otro traído a análisis por su deseo, resulta de su disqurso. Es necesario –recomienda Lacan- que “...el psicoanálisis (no) se alimente de la observación del niño y de la niñería de las observaciones..." para que en el trabajo de la transferencia estemos en posición de analistas y no de pedagogos o médicos. Es necesario que oigamos cómo el saber se articula de lalengua y qué saber se inventa cuando la voz queda libre de la represión, para que el único objeto propuesto a la transferencia sea el objeto a causa de deseo.

Análisis de la transferencia en la fobia de Adrián.

Les propongo analizar la transferencia en el psicoanálisis de Adrián para trabajar por qué la marcha analítica no tiene que partir del enunciado del síntoma sino de la relación de función del objeto a como causa del deseo.

En 1963, Lacan insiste en que el único objeto a proponer al análisis de la transferencia es el objeto a[1]. Paradójicamente, aunque está intentando despojar a este objeto de cualquier semiosis, en este momento lo describe homólogo a las especies de a que integran el fantasma. Pienso que esta paradoja se le presenta, porque aún no consideró al sujeto determinado por las tres dimensiones introducidas por el cuerpo en el lenguaje. Es decir, en la topología y la lógica del nudo borromeo.

Este objeto a, sin sustancia ni idea que lo contenga –dice Lacan en noviembre de 1974-, debe ser analizado en la transferencia que un analista haga posible. Y la transferencia se hace posible si el analista que es el sujeto supuesto saber en la transferencia no lo es supuesto de modo errado. Para que haya la transferencia, el único saber supuesto al analista es que lo inconsciente consiste en un saber que se articula de lalengua. Veamos qué quiere decir esto, porque en la transferencia de un análisis es de lalengua de la que se opera la interpretación. Para nosotros, se trata de lalengua atravesada por ese genuino amor -echte Liebe- que acarrea los sonidos palabreros a la acción, a la enunciación de un discurso.

Me refiero al disqurso producido por esa vibración semiótica[2] que resuena en el cuerpo analizante, al hacernos oir lo que él oye o cree oir. Esa vibración trae el gozar de lalengua que artificia el sentido en el sonido, para dar un valor de uso a la palabra –mot-. Este diqurso no puede dejarse escuchar, ni ser oído, por fuera de un psicoanálisis porque necesita de la transferencia.

Empero, ¿cómo se manifiesta esa consistencia de lo inconsciente, ese saber que se articula de lalengua en transferencia, para que el objeto propuesto al análisis de la transferencia sea el objeto a? ¿La transferencia misma, podrá tener algo que ver con lo trabajado lateralmente en las entrevistas con los padres? ¿De dónde resulta la transferencia con un niño, o un traído a su análisis por el deseo, si el valor de uso de la palabra -mot- determina lo que es útil o gosozo? Para responder estas preguntas vayamos a la viñeta clínica.

 

 

La transferencia resulta de un disqurso

Adrián estaba tomado de la mano de su abuela paterna cuando un colectivo, al subirse al cordón, la pisa. Su abuela muere el día de su quinto cumpleaños. Es traído al análisis doce días después.

 “El accidente”, así es nombrado por el padre, le hace perder el hablaje común. Su voz deja de hacerse oir articulada a la lengua corriente. Empero, la libido que hace lazo entre lo inconsciente y la pulsión va hacia el otro, mostrando una nueva lengua.

Así en esto que los padres llaman “media lengua”, se manifiesta la consistencia de lo inconsciente siempre que lalengua juegue contra su gozar[3]. A saber, siempre que alcance a decirse.

Viene atónito y confundido junto a sus padres, quienes no saben si tienen que hacer o no un tratamiento. Durante más de un mes y medio, entra con su padre. En la primera sesión, dice algo así como “anaña... no tedo sodo...”.

Sigue jugando y parloteando de este modo. Lo oigo e intervengo sólo para interrogar el verbo oído en algún tono diferente, sin muchos resultados, hasta que acepta dejar a su padre afuera.

Me mira como si hasta ese momento no me hubiera visto y comenta: “Mara. Creía que eras la otra Mara, la que vive con mi papá”, pronunciando correctamente las palabras. Le pregunto si le da miedo quedarse a solas con su mamá y asiente mientras salta de un lugar a otro con una pelota de plastilina en la mano. Me pide que le ayude a hacer mejor “la mosca, la cucadacha y la anaña”.

Hace una familia de arañas y pregunta: “Esta que es, ¿la madre o el padre?”. Salta de la silla y dice: “el padre está enojado porque el hijo rompió toda la casa... Lo está retando. Le está pegando...”. Se acerca a mí y en voz baja, con mucha angustia, dice: “¿pod que tene 'sa cada?”.

Desesperado, juega con la araña y la cucaracha hasta que las convierte en una bola informe. Me la trae para hacer otra familia de arañas. Cuando ya habíamos hecho dos arañas, me pregunta: “¿qué hacemos con la tela?” Luego quiere hacer una familia de cucarachas, pero sin hijos. Mientras angustiado amasa la abuela araña, descubre la goma de borrar y quiere borrarle la cara de plastilina. Se angustia más y busca la tijera para cortar todo lo que ha hecho.

Lo traen diez minutos antes y lo dejan solo. Cuando abro la puerta, está llorando a los gritos en la sala de espera. Entra, se calma y busca su caja. Quiere hacer un papá canguro porque el que tiene le parece chico para ser padre. Mientras lo ayudo, le pone pito a todos los animales que supone macho: “...para que se note su pito pito, su pito padre.”

En la medida en que el goce del cuerpo es goce de la vida, la transferencia entra en esa especie de co-vibración semiótica que es el amor en el sentido ordinario –das Lieben-. El amor tal como se lo imagina cuando se lo declara, pone en relación la función del objeto a causa del deseo con la dimensión mental de la causa.

Sin este discursear no hay medio de salir del síntoma porque no hay medio de hablar de él ni medio de atraparlo con los oídos[4]. Observemos cómo ocurre, este decir-lo-que hace pista para el verbo que se desea fonar en lo que en otros lugares he llamado disqurso.

Toma el canguro diciendo: “este puede ser el pito del papá y éste –señalando el cangurito- es el de la mamá”. Le pregunto si las mamás tienen pito. Y contesta: “solamente cuando tienen los bebés en la panza... ¿Vamos a hacer cemento?”.

Amasa un poco y me lo da para que siga yo, mientras él hace que duerme. Aplasta una buena cantidad en forma de corazón y simula “el accidente” de su abuela. Dice con mucho dolor: “es malo Dios”. Toma la familia de arañas y con violencia me muestra cómo se comen unos a los otros y pelean dentro del corazón, aplastando a los hijitos. Cuando estoy preguntándole por qué pelean, grita: “¡Aguarden!. Aguarden!”. Hace pasar un pingüino que, de su mano, se lleva lo que queda de los hijos. Pone el amasijo en mi falda, me abraza y llorando hace sonar dolorosos “¡sobs y ahaa!”. Gritando dice: “...¡dejame estar en tu panza!”. Atontada le digo que se quede tranquilo, que a pesar de todo su hermanito está vivo. Llora aún más desconsoladamente y me dice: “...pero yo no quiero, pero yo quiero!”. Sigue llorando y me abraza muy fuerte.

La voz se manifestó como objeto a en su esfuerzo por liberarse del significante, por plantearse en el sonido como puro objeto de goce con el que se ha quedado solo, porque su analista no supo qué hacer. En ese conmovedor instante, no pudo hacer que sus oídos escuchen lo que su boca articulaba.

A partir de mi equivocación sobre su necesidad en el Otro y ante la expresión de un amor real no pude trabajar esa verdad prehistórica que llena las lagunas dejadas por el significante innombrable que su llanto traía en transferencia.

El fantema de retorno al seno materno con que lo vivifica, resulta de la transferencia del significante muerte que, en este doloroso, no alcanza a ser nombrable. Llevo este horror del acto a mi análisis de control, dónde caigo en lo ocurrido: le hablo de un hermanito que aún no me habían dicho que tenía.

Es como si mi angustia hubiera impedido la cesión del objeto a en cuestión, para que se oiga aquello no asimilado del síntoma que portaba su voz en llanto. Pues, recordemos, que lo que da sentido al síntoma es lalengua que se opone a la interpretación.

Sólo me queda esperar que la compulsión de repetición vaya en busca de ese objeto que hace el núcleo elaborable del goce. Confío en que la fuerza de la pulsión produzca otra figura de escritura a minúscula, es decir otra enunciación capaz de determinar un sujeto.

A continuación y mientras aún estoy conmovida por esta transferencia lateral, sobreviene una entrevista con sus padres. Relatan que lo ven mejor, que ya no habla como bebito. Cuando indago por qué lo traen quince minutos antes de su sesión y lo dejan solo, su madre dice que el bebé está enfermo y la abuela que lo trae no se da cuenta. De este modo anuncian que Adrián no es hijo único, como lo dieron a entender en las entrevistas previas.

Pregunto si les da miedo hacerse cargo de lo que Adrián denuncia, sin aclarar a qué me refiero. Es evidente que aún me encuentro presa del desconcierto, incapaz de medir el alcance de mis palabras. Ellos, apesadumbrados, dicen que no saben qué hacer.

A partir de esta sesión, el análisis de la transferencia gira alrededor del “accidente” hasta que su caja es una caja de muertos pues todo lo que hay en ella pasó por el “accidente”. Le hago pensar la palabra “accidente” y cada vez refiere sonidos catastróficos, que “dan miedo”. Sin saber por qué le señalo que la caja no es lo único que hay en su vida. Me dice que en su casa hay muchas cosas más que quiere traer al análisis y comienza una especie de novela familiar, dónde su padre es “Pegaso” o algún superhéroe y su madre la reina mala de los “Pockemon” cuando él es “Picachu”. A pesar de que lo siguen trayendo antes, ya no llora y espera. Trae de su casa a “Pegaso de los Cazafantasmas” para que lo ayude con su padre, su madre y hermano muertos. Instala un juego de alternancia entre lo que mata y lo que revive “Pegaso” en sus historias.

Varias sesiones después y luego de cuatro meses de análisis, con un llamado telefónico su padre decide terminar el análisis, porque ya se le pasó, ya habla bien.  

 

 

Del significante que causa temor al objeto fobígeno: transferencia lateral

Dos años y medio después, la madre llama para pedir una entrevista. Viene con su marido y dicen que se quedaron pensando en la pregunta que les hice. Ahora quieren saber si es posible que el miedo de ellos le haya pasado a Adrián porque llora y grita todo el tiempo. No quiere ir a ningún lado ni quedarse solo, porque le teme a las cucarachas.

Entra contento y me abraza. Sentado sobre mi falda cuenta que tiene mucho miedo porque piensa que de cualquier lado va a salir una cucaracha que lo mate, que se lo coma. Va a su lugar y dibuja una cucaracha: “Mirá cuántas manos tiene... parece anaña...”. Pregunto qué es anaña y dice: “Vos ya sabés. La abuela que se mató cuando yo hablaba como mi hermanito”. Trato de repetir en el mismo tono “que se mató” y continúa: “...¡y casi me mató a mí en el accidente!”. Le hago oír la intensidad con que ha dicho “accidente”. Me mira y escribe el nombre de un personaje de los “Pockemon”. Luego queda apático, me toma la mano como entredormido, sin hablar.

Esta vez espero, sin decir nada, la eficacia de esa transferencia lateral que presenta su amor real. Gracias al otro amor, a la resonancia en el cuerpo del decir del Otro –del analista que acudió como Otro al ser convocado por la voz -, Adrián había comenzado a trabajar el odio y la culpa que lo causaban. Dibuja algo así como un hombre llevando una camilla con ruedas y, muy despacio, la borra.

En cuanto a la insita declaración de amor de sus padres, aguardo poder trabajarla en las entrevistas de trabajo sin dejar de observar si aparece en el discurso del niño como transferencia lateral.

La transferencia con un niño, tal como con cualquier otro traído a análisis por su deseo, resulta de su disqurso. No encuentro allí especialidad alguna. Es necesario –recomienda Lacan- que “...el psicoanálisis (no) se alimente de la observación del niño y de la niñería de las observaciones...[5]", para que en el trabajo de la transferencia estemos en posición de analistas y no de pedagogos o médicos.

Es necesario que oigamos cómo el saber se articula de lalengua y qué saber se inventa cuando la voz queda libre de la represión, para que el único objeto propuesto a la transferencia sea el objeto a causa de deseo.



[1] J. Lacan: La Angustia, seminario del 12 de junio de 1963 – Paidós

[2] J. Lacan: Los no incautos erran, seminario del 11 de junio de 1974 -Inédito

[3] J. Lacan: Conferencia "La tercera". 7º Congreso de la E.F. P. en Roma. Lettres de l'Ecole freudienne, 1975, Nº16.

[4] J. Lacan: La angustia, seminario del 12 de junio de 1963.

[5] J. Lacan: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo -Escritos II - E. Siglo XXI


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