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Lacan y Hegel: el mito del amo y esclavo04/10/2006- Por Griselda Gallino Fernández -

El deseo se dirige hacia un objeto positivo dado. El deseo humano se dirige sobre otro deseo, quiere ser deseado, reconocido como individuo humano. Pero este deseo tiene una aspiración máxima que consiste en ser reconocido por la mayor cantidad posible de semejantes, y el punto culminante sería lograr el reconocimiento del Estado Universal. El reconocimiento implica un valor que es el que moldea los caminos del deseo. Si admitimos que para el animal el valor supremo es conservar la vida, un hombre que se digne de tal, tendrá que arriesgar la vida. Arriesgar la vida es ir más allá del valor animal, es erigirse sobre el animal, es hominizarse. Existen dos modos de expresión de la acción negatriz: la lucha y el trabajo. Por medio de la lucha se transforma lo dado en lo histórico social y por medio del trabajo se transforma lo dado en la naturaleza. La lucha ha de ser a muerte y por puro prestigio. En esta lucha se pone en juego algo del orden del prestigio, y además, se pretende alcanzar un reconocimiento del otro.
"¡Los
hijos matan a los padres!"
Los desarrollos de Jacques Lacan, siempre
inamoviblemente controversiales, han sido objeto de innumerables críticas,
impetuosas injurias e interminables debates. La filosofía hegeliana, por su
parte, ha sido también fundamento de múltiples polémicas. Pero, ¿qué tienen en
común los postulados de Lacan Y Hegel, aparte de ser incomprendidos?.
Arriesgarse a penetrar en el sulfuroso entramado de
relaciones, cooperaciones, mutuas correspondencias y sinuosas divergencias de
las que son participes el psicoanálisis lacaniano y la filosofía hegeliana
supone sumergirnos en el territorio de la ínterdisciplina y adentrarnos en una
tarea compleja, crucial, casi profana.
A fines metodológicos y meramente esclarecedores,
muchos autores han dividido la obra lacaninana en dos momentos: un primer
momento en donde aparece una fuerte influencia hegeliana en su obra, que es lo
que se conoce como Lacan Dialéctico, y un segundo momento que se corresponde
con el Lacan estructuralista.
Lacan concibe en este primer momento a la
experiencia psicoanalítica como un proceso dialéctico. La psicosis, por lo
contrario, se manifestaría por la imposibilidad de entrar en este momento
dialéctico. Una experiencia psicótica de cualquier tipo, sea delirante o
alucinatoria, se presenta como indialectizable. El psicótico es definido como
aquel sujeto que en el cautiverio de su devenir, delirante o alucinatorio, ha
renunciado a la dialéctica de la palabra.
La presencia de citas de Hegel, sobre todo en los
primeros seminarios y en Los Escritos
de Lacan, son innumerables. Esto pone de manifiesto la inestimable influencia
que ejerció este filósofo sobre él. Es precisamente esta influencia la que
llevó a la recurrente e insistente pregunta sobre si Lacan era hegeliano.
En El Seminario 11, Miller hace un comentario y
concluye con el siguiente interrogante: "En una palabra, ¿no hay que
entender: Lacan contra Hegel?". Ante dicha afirmación Lacan responde:
"... justo lo contrario de lo que acaba de decirme Green –se me ha
acercado dándome la mano, al menos moralmente, y me ha dicho: «Muerte del
estructuralismo, usted es el hijo de Hegel»- no estoy de acuerdo. Creo que al
decir Lacan contra Hegel, usted está más cerca de la verdad, aunque, por
supuesto, no se trata en absoluto de un debate filosófico. Dr. Green: ¡Los
hijos matan a los padres!". Es entonces, precisamente, el mítico fantasma
de la muerte del padre el que abre un juego de insoslayables posibilidades en
donde Hegel y Lacan se enfrentan para luego reconciliarse, se corresponden para
luego desentenderse, se desafían para luego aliarse, envueltos en un tiránico
enfrentamiento teórico que les da muerte tan solo para permitir la vida.
Dialéctica
Hegel fue el primero en abandonar el método
dialéctico, el que es tan antiguo como la filosofía misma. La dialéctica se
basa en el diálogo, en la discusión con el adversario con el fin de convencerlo
y/o refutarlo.
En Platón las discusiones sofísticas expresaban las
tesis, las antítesis y las síntesis por medio de los personajes. Sócrates
generalmente encarnaba la antítesis de las tesis que afirmaban sus
interlocutores. La síntesis la realizaba el auditor, que era el escritor mismo,
el cual en este caso era Platón. En Descartes el método dialéctico sobrevive
como meditación y en Aristóteles como método aporético.
En este sentido, Hegel ya no tiene necesidad de
dialogar más, ni con los hombres de la ciudad, ni tiene necesidad que Dios le
revele la verdad. Tampoco le hace falta discutir consigo mismo porque se
beneficia con las discusiones de los que le precedieron. No discute más. Si
hasta ese momento el método filosófico por excelencia era la dialéctica, con
Hegel la dialéctica deviene real; simple y pura descripción. Hegel se define
corrosivamente como un observador, un descriptor de lo real. Él sería ese
espejo donde lo real se refleja. Sería una especie de viejo sabio que –como
espejo– está reconciliado con lo que "es", y esto, ahora ya no puede
ser negado. En tanto sabio, ha alcanzado la "verdad absoluta" y con
esto concluye el movimiento dialéctico porque no se lo puede negar más.
Para comprender los penetrantes conceptos
hegelianos es necesario dar cuenta de las tres categorías ontológicas, pivotes
de su filosofía: identidad, negatividad y totalidad.
La identidad profesa el ideal del acuerdo del
pensamiento consigo mismo, promulga la homogeneidad. Se trata de una entidad
dada que existe en sí misma. Corresponde a una fase del pensamiento que es
necesario superar.
La negatividad o acción negatriz corresponde al
propio acto de suprimirse dialécticamente. Constituye el ser-para-sí. La
negatividad no llega a la destrucción pura y simple, sino que desemboca en una
nueva determinación positiva. Esta es la categoría principal de la dialéctica.
La totalidad es el ser-real-completo (revelado). Es
a la vez identidad y negación. Es no sólo existencia empírica (ser dado, sein), sino también acción (negación).
Entonces, el ser-real-concreto, lo es en su totalidad y es revelado por el
pensamiento "positivamente racional". La totalidad es: ser –en y
para-sí. El ser-real-autoconciente es la libertad que se expresa en una acción.
Esa acción tiene dos modos de manifestarse: una es la lucha y la otra el
trabajo. Por medio de la lucha y el trabajo (acción negatriz) el hombre sale de
la naturaleza –que es sinónimo de espacio- e ingresa en la historia –que es
sinónimo de tiempo-. Hay una caída en el tiempo y por eso el hombre es un ser
histórico. Esto lo diferencia del animal que permanece en la naturaleza como
ser-dado. Es aquí entonces donde aparece lo simbólico operando en todo su
esplendor. Se trata de historia, se trata de presentificar el pasado y esto
sólo es posible en la incandescencia simbólica. Habrá un Yo histórico cuando
haya negación en el presente de lo que ha sido en el pasado.
Lacan, Hegel y Freud aparecen, en el juego de sus diferencias, confluyendo en
un punto desafiante: la muerte. Así como es imposible pensar el sujeto sin la
acción negatriz en Hegel, es imposible pensarlo en Freud sin la castración. La
muerte tiene un valor fundamental en Hegel, tanto como la castración freudiana.
La negatividad incorpora la dimensión de la muerte, mediante esta acción, la nada
penetra en el ser. Cuando la nada penetra en el ser se pasa del ser-en-sí al
ser-para-sí , pasaje que se da por superación (aufhoben). En todo caso siempre se afirma, se niega y se re-afirma
el ser. En cambio cuando Freud habla de negación es para decir que algo se está
afirmando, no el ser, sino un significante que introduce la falta del ser. Para
el psicoanálisis, el lenguaje es lo que expulsa (ausstosung) intempestivamente algo del orden del ser. Lo que cae
por acción del lenguaje (en rigor por el significante), es el objeto
"a" y es ahí donde podemos localizar el ser en psicoanálisis. Un ser
en falta. En cambio para Hegel el ser está dado (ser-en-sí).
Para Hegel la muerte se le presenta al hombre en y
para sí, es decir es la nada pura, lo universal afecta a lo particular, al ser
dado. Donde alguien está siempre bajo la égida de Dios omnipotente, la facultad
de la muerte se presenta como la aparición de la libertad. O como dice Hegel,
donde hay vida eterna, y por lo tanto Dios, no hay lugar para la libertad ni
para la individualidad, es decir no es posible la historicidad humana. En
consecuencia el hombre no estará satisfecho hasta lograr su propia
individualidad. Pero esta individualidad supone la libertad, la historicidad y
la finitud.
En el Seminario 2 Lacan sostiene que la palabra
responde, no a la distinción espacial del objeto, sino a la dimensión temporal
porque el nombre del objeto es el que le da "cierta permanencia de aspecto
a través del tiempo... el nombre
es el tiempo del objeto". En esta misma dirección, en el Seminario 1 alude a Hegel
diciendo: "Recuerden lo que dice Hegel: el concepto es el tiempo
de la cosa (...) el concepto siempre está ahí donde la cosa no está."
Desear
Constant
craving
Has
always been[1]
El Yo del deseo es un Yo vacío que se dirige a un
no-Yo con el fin de asimilarlo. Este no-Yo es lo deseado. El movimiento de la
autoconciencia requiere de un deseo que se fije sobre un objeto no-natural,
sobre una cosa que supere la realidad dada. El deseo pasa a ser entonces revelador
de vacío, presencia de ausencia. Es otra cosa que la cosa deseada. En síntesis,
el deseo que conduce a otro deseo es sobre un Yo que no es un animal. Si en
Hegel se lee que el deseo humano ha de dirigirse sobre otro deseo, en Lacan el
aforismo que se desprende es: "el deseo es el deseo del Otro". Pero
es necesario una red de deseos, una pluralidad de ellos para que haya sociedad,
y unos se fijen y entrecrucen con otros.
Recapitulando, el deseo se dirige hacia un objeto
positivo dado. El deseo humano se dirige sobre otro deseo, quiere ser deseado,
reconocido como individuo humano. Pero este deseo tiene una aspiración máxima
que consiste en ser reconocido por la mayor cantidad posible de semejantes, y
el punto culminante sería lograr el reconocimiento del Estado Universal. El reconocimiento implica un valor que es el que moldea los caminos del deseo. Si
admitimos que para el animal el valor supremo es conservar la vida, un hombre
que se digne de tal, tendrá que arriesgar la vida. Arriesgar la vida es ir más
allá del valor animal, es erigirse sobre el animal, es hominizarse. Existen dos
modos de expresión de la acción negatriz: la lucha y el trabajo. Por medio de
la lucha se transforma lo dado en lo histórico social y por medio del trabajo
se transforma lo dado en la naturaleza. La lucha ha de ser a muerte y por puro
prestigio. En esta lucha se pone en juego algo del orden del prestigio, y
además, se pretende alcanzar un reconocimiento del otro. Por lo tanto el
objetivo del prestigio no puede ser un objeto dado –léase animal-, es decir,
sin valor. Así una bandera recuperada en el campo de batalla puede ser motivo
de condecoración y merecer galones como reconocimiento por ese acto de arrojo.
Los animales no luchan por la gloria y el honor.
Es aquí precisamente donde
comienza a jugar el fascinante mito del amo y del esclavo. Para Aristóteles el
esclavo lo es por naturaleza y así ha de permanecer hasta el fin de sus días.
Está condenado inefablemente a sucumbir a su miserable destino. En otras palabras,
le desconoce naturaleza humana. Para Hegel en cambio, se es amo o esclavo –en
la génesis de la historia de la humanidad– como consecuencia del primer
enfrentamiento, a raíz del cual, si uno devino esclavo es porque ha renunciado a
arriesgar la vida. El esclavo prefiere ser esclavo. Esto es coherente con la
idea de que el hombre puede crearse a partir del animal que fue, por medio de
la lucha. Llevada esta lucha por puro prestigio hasta las últimas
consecuencias, debería concluir con la muerte de uno o de ambos adversarios.
Pero si esto sucede, no habrá quien los reconozca.
Para
que la historia continúe –o se inicie-, es preciso que ambos sobrevivan. Que
algo los detenga un segundo antes de la muerte. Y esto es exactamente lo que
ocurre. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y se somete al deseo del
otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por
él como esclavo. Es decir que después de este primer enfrentamiento el amo le
impone al esclavo
un trabajo servil al que éste se somete voluntariamente. El amo satisface su
deseo –que sigue siendo animal, natural–
consumiendo lo que el esclavo ha
producido con su trabajo. Sin embargo ello opera una cierta
transformación en el amo puesto que se satisface sin hacer esfuerzo alguno,
vive como gozador y deja de ser animal. Ha realizado su humanidad como consumidor.
Sufre pasivamente la historia, no la crea. Si evoluciona es al modo animal. En este proceso se puede observar cierto
adiestramiento por parte del esclavo ya que es él quien crea, lo que el otro va
a incorporar. Es el esclavo el que podrá evolucionar voluntaria y activamente,
es decir, humanamente. El amo sólo podrá evolucionar exteriormente, porque,
fiel al principio de identidad, permanece igual. Esta es su condición esencial,
se obstinará en su identidad consigo mismo (es ineducable). Sólo el esclavo
querrá dejar de ser lo que es. Sólo él podrá querer negar y superar su
esclavitud.
Por lo tanto el destino del esclavo –según Hegel–
es promisorio, podrá ir trabajando y perfeccionando su liberación, hasta crear
el Ciudadano Libre del Estado Universal Homogéneo (que para Hegel era el
Imperio Napoleónico). Alcanzado este punto pasa al estado de
ser-sintético-total y ya no es ni amo ni esclavo, sino el Hombre Único. Por su
autonegación advino otro.
Habíamos partido de cierta condición: que ambos
adversarios sobrevivan después del choque. De nada vale matar al adversario, es
necesario dejarlo con vida, lo fundamental es destruir su autonomía y
someterlo.
El amo representa la conciencia autónoma o
ser-para-sí y el esclavo el ser-dado. El vencido depende del otro. El esclavo ha
optado por la vida por eso es tal y ello a razón de haber sentido la
escalofriante proximidad de la muerte.
Ahora
nos encontramos con un problema, el amo de buenas a primeras se ve reconocido
por un esclavo al que él no le asigna ninguna dignidad. Es reconocido por una
cosa, por un animal, por un ser-dado. Por lo tanto obtiene un reconocimiento
sin valor. No es un hombre reconocido por otro: ha errado el camino.
En
el Seminario 7, La Ética del
Psicoanálisis, Lacan sostiene aludiendo a una de sus múltiples referencias
a Hegel: "Encontramos en Hegel la desvalorización extrema de la posición
del amo, pues hace de él, el gran chorlito, el cornudo magnífico de la
evolución histórica..." Así como Hegel desvaloriza la situación del amo,
sobrevalora la del esclavo. Está claro que el esclavo está obligado a trabajar
y se espera de él que trabajando devenga amo de la naturaleza para poder
liberarse de su limitada naturaleza. Hegel deja la historia en manos del
esclavo y no se la quita al amo guerrero, ocioso y consumidor. Por otra parte,
el esclavo reconoce el valor de la autonomía y de la libertad en el Otro –esta
es su ventaja-, ahora sólo le resta imponérsele y superarlo. Otra diferencia
entre uno y otro consiste en que, mientras el amo destruye consumiendo lo que
se produce –le da satisfacción inmediata al deseo-, el esclavo en cambio, debe
dominar y rechazar su instinto. Se cultiva y sublima trabajando; no destruye la
cosa, posterga la destrucción. Para alcanzar la autonomía verdadera, es
necesario pasar por la esclavitud y la angustia de muerte que lo llevó a
trabajar para otro.
Si Hegel ve en el esclavo las promisorias claves
del progreso, Lacan desafía a Hegel recordándole haber olvidado una
alternativa: la del neurótico obsesivo. Lacan explica:
"El obsesivo manifiesta en efecto una de las
actitudes que Hegel no desarrolló en la dialéctica del amo y el esclavo. El
esclavo se ha escabullido ante el riesgo de la muerte donde le fue ofrecida la
ocasión de dominio por puro prestigio. Pero puesto que sabe que es mortal, sabe
también que el amo desde ese momento puede morir, puede aceptar trabajar para
el amo y renunciar al goce mientras tanto; y, en la incertidumbre en que se
producirá la muerte, espera... a partir de lo cual vivirá, pero en espera de lo
cual se identifica a él pero muerto, y por medio de lo cual él mismo está ya
muerto. No obstante se empeña en engañar al amo por la demostración de las
buenas intenciones manifestadas en el trabajo".
En esta posición obsesiva el esclavo se quedará
picando piedras toda la vida, sudando bajo el tormento, obediente y sumiso en
calidad de espera. ¿Espera de qué? De la muerte del amo. Pero si se queda
esperando no va a superar su situación tal como suponía Hegel. ¿Cómo puede avanzar el esclavo?
"...Para esto el esclavo debe: afrontar la
muerte como todo ser plenamente realizado y que asume en el sentido
heideggerino su ser-para-la-muerte. Precisamente el obsesivo no asume
su-ser-para-la-muerte... No hay más amo que el amo absoluto,
Psicosis:
el mito del amo y el esclavo
Lacan sostiene que "Hegel mostró (...) que la
realidad (...) de cada humano está en el ser del otro... Hay alienación
recíproca".
Acá se hace referencia a la fase del espejo donde
se manifiesta la agresividad de lo imaginario entre el amo y el esclavo bajo la
fórmula: "Él o Yo". "Si tú eres, soy yo el que no soy y si yo
soy eres tú el que no es". Amo y esclavo, alienación recíproca de donde
resulta que "El Yo es ese amo que el sujeto encuentra en ese otro".
Ahora bien, si el sujeto encuentra en el otro o ve en el otro la función de
dominio que el amo inspira, este amo es un yo implantado en él. Es un Yo que
como tal, en parte siempre le es ajeno. El amo representa
Esta regla de juego es el pacto simbólico que
regula y pone límites a la manifestación de la agresividad imaginaria. Poniendo
límites hace que la lucha no concluya con la muerte de los adversarios. Obliga
a que uno se rinda y cumpla con
Pero para que haya un pacto simbólico es necesaria
la palabra que es "el vehículo por el cual nos reconocemos: si dan una
contraseña no les rompen la cara". Por intermedio de esta contraseña nos
reconocemos; para que esto ocurra es necesario que haya un tercero y este
tercero está en el inconsciente.
"Hace falta una ley, una cadena, un orden
simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir el padre". Es
precisamente el nombre del padre el que está ausente en tanto legalidad del
orden simbólico en la psicosis. El conocimiento paranoico es un conocimiento
instaurado en la rivalidad de los celos, en el curso de esa identificación
primera que Lacan define a partir del estadío del espejo.
“Esta base de rivalidad y competencia en el
fundamento del objeto es, precisamente, lo que es superado en la palabra, en la
medida en que concierne al tercero. La palabra es siempre pacto, acuerdo, nos
entendemos, estamos de acuerdo: esto te toca a ti, esto es mío, esto es esto y
esto es lo otro. Pero el carácter agresivo de la competencia primitiva deja su
marca en toda especie de discurso sobre el otro con minúscula, sobre el Otro en
cuanto tercero, sobre el objeto... Esta dialéctica entraña siempre la
posibilidad de que yo sea intimado a anular al otro. Por una sencilla razón:
como el punto de partida de esta dialéctica es mi alienación en el otro, hay un
momento en que puedo estar en posición de ser a mi vez anulado porque el otro
no está de acuerdo.
La dialéctica del inconsciente implica siempre como una de sus
posibilidades la lucha, la imposibilidad de coexistencia con el otro.”
Aquí reaparece en la obra de Lacan la dialéctica
del amo y el esclavo para dar cuenta de los fenómenos paranoicos. “El amo le
quitó al esclavo su goce, se apoderó del objeto del deseo en tanto que objeto
del deseo del esclavo, pero perdió en la misma jugada su humanidad. Para nada estaba en juego el objeto del goce, sino
la rivalidad en cuanto tal. ¿A quién debe su humanidad? Tan sólo al reconocimiento
del esclavo. Pero como él no reconoce al esclavo, este reconocimiento no tiene
literalmente valor alguno. Como suele ocurrir habitualmente en la evolución
concreta de las cosas, quien triunfó y conquistó el goce se vuelve
completamente idiota, incapaz de hacer otra cosa más que gozar, mientras que
aquél a quien se privó de todo conserva su humanidad”. El esclavo reconoce al
amo, y tiene pues la posibilidad de ser reconocido por él. Iniciará la lucha a
través de los siglos para lograrlo. Esta distinción entre el Otro con
mayúscula, es decir el Otro en tanto que no es conocido, y el otro con
minúscula, vale decir el otro que es yo, fuente de todo conocimiento, es
fundamental. En este intervalo, en el ángulo abierto entre ambas relaciones
debe ser situada toda la dialéctica del delirio. El sujeto en su delirio habla
de él, sin duda, pero primero de un objeto diferente a los demás, de un objeto
que está en la prolongación de la dialéctica dual: les habla de algo que le
habló. El fundamento mismo de la estructura paranoica es que el sujeto
comprendió algo que él formula, a saber, que algo adquirió forma de palabra, y
le habla. Nadie, obviamente, duda de que sea un ser fantasmático, ni siquiera
él, pues siempre está en posición de admitir el carácter perfectamente ambiguo de la fuente de las
palabras que se le dirigen. El paranoico testimonia acerca de la estructura de
ese ser que habla al sujeto. De allí los diferentes modos de alineación como
forma general de lo imaginario, y la alienación en la psicosis. A partir del
momento en que el sujeto habla hay un Otro con mayúscula. Sólo que es necesario tomar en consideración su
testimonio precisamente por cuanto les habla, es decir, saber cuál es la
estructura de ese ser que le habla, que se define como fantasmático.
Tanto en la psicosis como en la neurosis el
lenguaje aparece como irremediablemente alienante. En la psicosis, en tanto el
amo le robo el goce al esclavo y fue invadido por dicho goce, el Otro del
discurso se le presenta como tal mientras que en la neurosis el Otro permite
que el sujeto reconozca su discurso como propio.
Podríamos concluir que para Lacan el lenguaje
supone alineación (fundamental o delirante) mientras Hegel encuentra en el
lenguaje, la realización.
Sin embargo, es inevitable e indispensable
reconocer los aportes hegelianos al complejo entramado de la teoría lacaniana,
iluminando el significante en su aspecto dialectizable.
Griselda Gallino Fernandez
Correo
del autor: griseldagallino@yahoo.com.ar
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