» Introducción al Psicoanálisis

Pánico

25/03/2013- Por Victor Iunger -

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El pánico ya sea como ataque aislado o reiterado se define como un estado de terror inmotivado y traumático que fenoménicamente aparece en cualquier contexto a diferencia de la angustia que según Lacan no es sin objeto y la fobia que claramente se da frente a una determinada situación u objeto. El sujeto tiene la idea que se le impone de estar muriéndose de un ataque cardíaco, o de estar volviéndose loco. El psicoanálisis nos permite formular la hipótesis que le da fundamento a esta diferencia en el plano estructural: Mientras la angustia y la fobia se definen en relación al objeto, el pánico se plantea frente a la cuestión del padre. El terror inmotivado y excesivo es lo que define este fenómeno en el plano fenoménico y se sostiene en el plano teórico. Los correlatos somáticos –compartidos con la angustia- aunque presentes muy frecuentemente, pueden no estar en absoluto. Freud describió este fenómeno en relación a las masas, pero generalizándolo al individuo en Psicología de las Masas y Análisis del Yo, donde usa el término Panik, que no vuelve a aparecer en su obra casi nunca.

 

        

         Desde hace ya tiempo ocurre lo siguiente: se suelen presentar en nuestros consultorios personas que nos vienen a ver con un padecimiento,   que ha recibido el diagnostico –realizado frecuentemente- por algún psiquiatra o médico clínico- de trastorno o ataque de "pánico".

         Atento a esta cuestión, que inclusive me fue planteada en alguna clase dictada sobre la angustia, me vi frente a la necesidad de constatar si se trata de una categoría psicopatológica realmente pertinente y sustentablemente diferencial con relación a otras categorías nosológicas ya clásicas, categoría de verdadera entidad y pertinencia psicoanalítica; o por el contrario, se trataría de una categoría de moda en la cultura y en los medios, que atañen a la medicina, en particular a la llamada "salud mental", en una especie de barroquismo nosológico; por ejemplo, las múltiples formas de trastornos, creados como categorías psicopatológicas a partir de los rasgos humanos más variables, que pasan a ser patologizados, de un modo por demás arbitrario a partir de una presencia apenas aumentada de uno o más rasgos a los cuales en principio no le atribuiríamos esa condición.

         Esto suele suceder desde ya hace tiempo desde el primer cuarto del siglo pasado, con el aumento exponencial de categorías psicopatológicas, que con cada versión de manuales del tipo DSM, por ejemplo al pasar del DSM II, al DSM III, al DSM III-R, y al DSM IV, que ya está por ser reemplazado por el DSM V, en las etapas finales de elaboración, nos sorprenden cada vez, agregando decenas, cuando no centenas de nuevos cuadros psicopatológicos que tienden a convertir cada vez mas aspectos de la singularidad de la vida del ser humano en "enfermedades mentales", con el resultado consiguiente: lograr psicopatologizar y psiquiatrizar, cada vez mayores proporciones de la población.

         Esta brutal tendencia, ha merecido la crítica lúcida del psicoanálisis y sectores de la psiquiatría. Inclusive, la que quizá justificadamente encuentra en esta tendencia la mano apenas oculta de la industria farmacológica, ávidamente arrojada sobre el terreno que parece brindarle a sus fabulosas ganancias, los excesos en los que incurren en el terreno de lo psíquico, las versiones más nefastas de las llamadas neurociencias, en detrimento del valor que pudieran tener.

         Retomando lo expuesto, y frente a las preguntas que surgían dentro del marco de mi experiencia clínica al respecto, me vi llevado al límite por algunos casos sumamente dramáticos.

         Se trataba de personas  que tenían instalada en su vida cotidiana, este padecimiento –el llamado pánico- con un grado de sufrimiento insoportable. Esto planteaba  una demanda fenomenal respecto a este malestar, muy exigente y muy difícil de manejar dentro de los parámetros del psicoanálisis.

         Estos interrogantes y experiencias, me llevaron a centrar mi atención en relación a la fenomenología de lo que se trataba, con el objetivo de constatar si se trataba o no de una instancia clínica diferente de la angustia, desde donde siempre la habíamos pensado. Siguiendo lo propuesto por Freud en 1894 en un trabajo ya clásico sobre las neurosis de angustia, hay que señalar en primer lugar que la descripción que hace de la sintomatología clínica de la neurosis de angustia se acerca mucho a la que se presenta en los fenómenos de pánico, en especial los que Freud llama "correlatos somáticos de la angustia", que son prácticamente los mismos que los correlatos somáticos del pánico.

         Por otra parte, Freud señala una modalidad del ataque de angustia, el terror nocturno, que puede encuadrarse dentro de los fenómenos de pánico. Lo que Freud dice respecto a este terror en 1894, se puede considerar como la primera aproximación de Freud al tema del pánico.  En especial en tanto indica que el terror nocturno puede presentarse "puro, sin sueño o sin alucinación recurrente".

         Frente a la recurrencia en la presentación de los fenómenos de pánico, sus particularidades clínicas en cuanto a la intensidad del terror en juego: terror intensísimo y sin justificación fenoménica, es decir terror brutal e inmotivado, la premura y urgencia de la demanda de ayuda frente a él y otras características que iremos viendo, nos llevaron a pensar que no era adecuado considerarlo una modalidad de la angustia como lo habíamos hecho, siguiendo a lo que Freud planteaba en 1894. Hemos hecho la conjetura de que estamos frente a una entidad específica, diferenciada de la angustia y del ataque de angustia, con sus propios parámetros clínicos y teóricos. Es decir, que en relación con lo que Freud había considerado una modalidad dentro de los ataques de angustia, nosotros hacemos la conjetura de que estamos frente a una entidad clínica diferente. Como veremos más adelante, esta consideración, tiene una fuerte apoyatura clínica y teórica en Freud mismo. Sólo que el pánico como tal, inclusive con su término propio, va a aparecer en Freud mucho mas tarde, ahí sí con una nomenclatura específica. Freud lo va a llamar Panik en alemán, o sea va a usar la misma terminología, que usamos nosotros al tomar la que nos viene de la psiquiatría.

         Entonces, tenemos el hecho de que desde la medicina y en especial desde la psiquiatría se han nombrado genéricamente a estos fenómenos como “ataque de pánico” y "trastornos de pánico" o "desorden de pánico", según se trate de un fenómeno que ocurre de un modo puntual u ocurra de un modo persistente en el tiempo. Esta nomenclatura surge en los años 80. Antes, al igual que en las consideraciones freudianas de l894 esto quedaba dentro del marco general de la angustia, bajo el nombre de "fenómenos de ansiedad", "trastornos de ansiedad" o "trastornos de angustia".

         Respecto del hecho de importar esta nomenclatura desde la psiquiatría, se sostiene tanto del hecho de que Freud la adoptó casi siempre. Pero además está el hecho incontrastable, de que Freud al considerar el tema del pánico, allí donde lo ha hecho específicamente, lo hizo precisamente bajo el término correspondiente en alemán, que incluso es homofónico. En alemán, pánico se dice Panik.

         En un primer abordaje teórico, señalemos que, entre la angustia y el pánico, también hay parámetros metapsicológico comunes. Sin embargo hay una diferencia radical. La angustia se define en función de las vicisitudes del objeto a, mientras que el pánico tiene su eje en relación con las vicisitudes de la instancia del padre en la estructura del sujeto.

         La dramaticidad del fenómeno del pánico y la frecuencia de su incidencia en nuestra clínica, que según hemos visto constituyen una razón suficiente para justificar nuestro interés, es potenciada por el hecho de que el fenómeno del pánico presenta como síntoma, una particularidad en relación al abordaje clínico y de investigación, que dificulta darnos el tiempo que habitualmente tenemos respecto del síntoma. Es decir, ahí hay algo que no nos deja tomarnos nuestro tiempo.

         Se trata de una demanda paradojal la que se plantea frente a este tipo de cuestión. Por un lado, la intensidad del padecimiento y el sufrimiento del sujeto se dan en un grado tal, que exige una rápida intervención eficaz. Pero, al mismo tiempo, la habitual necesidad que tenemos de nuestros tiempos para investigar con precisión clínica y teórica -los tiempos del psicoanálisis para situar la cuestión que se nos presenta- se ve extremada.

         Necesitaríamos tiempo, un tiempo que este tipo de fenómenos no nos ofrece. En nuestra capacidad de escucha y de lectura, nos vemos precisados a hacer un trabajo que no tiene nada que ver con acomodarse en la  atención flotante sino todo lo contrario: sin renunciar a ella, nos dirigimos mas allá de la atención flotante,  con todos los instrumentos de lectura, con vistas a una eficacia a la que nos vemos convocados de un modo incoercible. Estos fenómenos exigen una intensa atención y una importante eficacia. Las circunstancias no permiten dejar librado esto a la “eficacia por añadidura” con relación al síntoma. La urgencia subjetiva que nos plantea la situación no lo permite. El sufrimiento subjetivo que implica esta circunstancia apremia nuestros tiempos y nuestra eficacia.

         Entonces se nos plantea la siguiente opción: o derivamos al paciente a la psiquiatría que ya se ocupa de esto, de buenas a primeras, sin más. Con lo cual renunciamos a la instancia de la palabra, frente a lo que no es sino una instancia clínica como vicisitud del discurso, aún en sus límites y en lo que se puede jugar como mas allá de él, pero siempre referido a él. Por lo tanto hecho pertinente al psicoanálisis. No intervenir frente él implicaría una claudicación ética. O, y esta es la alternativa, abordamos el pánico desde la clínica psicoanalítica, aún dentro de la premura de una demanda de solución inmediata y un contexto que la exige, operando con los instrumentos del psicoanálisis. Si falta el tiempo, hay que introducir el tiempo en la cuestión.

         Sin duda, no se trata de que no haya que recurrir frente a esta urgencia, y a este colmo de malestar, a una intervención psiquiátrica, sino que con ella si es necesario, y sin ella si es posible, debemos hacernos cargo de lo que se nos plantea como hecho de discurso, en tanto se trata del sufrimiento del sujeto, sujeto que es el objeto del psicoanálisis.

         Por otro lado el recurso a la psiquiatría renunciando a la intervención analítica, implica acallar al síntoma, y en el mejor de los casos, aniquilar la molestia, sin interrogarla. Sin dar lugar a lo que se juega de instancia discursiva e ignorando la dimensión del sujeto en cuestión. Pero, si el síntoma en tanto situado como tal por esta nominación, "pánico" no es interrogado por el análisis ¿qué instancia discursiva podría interrogarlo? O sea, que si nos desentendemos del asunto, colocamos el pánico a priori, de hecho, fuera de nuestro campo -es decir lo consideramos como inanalizable-. Lo cual es inadmisible para la ética del psicoanálisis.

         No desentendernos del pánico implica abordarlo con los instrumentos que el psicoanálisis nos ofrece. Lo cual no implica que no acudamos al auxilio psiquiátrico cuando es necesario porque el nivel de sufrimiento, e incluso la dificultad del recurso al discurso en un contexto tal, implica el recurso a la psiquiatría para permitir una regulación del síntoma, para mitigar lo insoportable del sufrimiento y posibilitar el discurso. Es muy difícil situarse en un plano del discurso con un sufrimiento que en su intensidad, va mas allá de ciertos límites, que inclusive –a menos que se lo reduzca en cierto grado- impide la instancia misma de la palabra.     

         Nuestro propósito es entonces, rescatar el concepto de pánico, darle carta de ciudadanía en el psicoanálisis, fundamentando su carácter de entidad clínica definible como tal, fenoménica y teóricamente, desgajándolo de la angustia, donde había sido abordado de un modo somero y no específico por Freud  en 1894  y fundamentando nuestra posición, en la metapsicología freudiana  y en los lugares donde aborda el fenómeno en contextos muy particulares como lo son los descriptos en "Psicología de las Masas"  y en "Fetichismo" la  tesis es postular la existencia de algo que sería el pánico propiamente dicho como hecho clínico situable fenomenológicamente desde el psicoanálisis y con entidad suficiente que convoca con carácter de necesariedad a la teoría y la clínica psicoanalíticas.

         Entonces, casi siempre este fenómeno central del terror traumático, esto es lo que Freud no presenta como fenómeno central en ese cuadro de las neurosis de angustia. Sin embargo, el pánico propiamente dicho va acompañado, por lo general, de un cuadro corporal que nos recuerda esa neurosis de angustia; palpitaciones, agitación, disnea, opresión en el pecho, dolores abdominales, sudoración, etc.          Frecuentemente también invaden al sujeto, junto a su terror, sensaciones de despersonalización, que según se sabe, es una alteración de la percepción del yo y de extrañeza de sí mismo, con impresión de estar en un sueño, es una especie de sensación de velo, y de desrealización: hay una perturbación de la percepción del ambiente, el cual se siente extraño o distante. También la percepción del propio yo está alterada Hay una especie de presentación del yo como algo que se desmorona, que posee una inmensa fragilidad, incapaz de ser el soporte desde el cuerpo, de la instancia subjetiva en riesgo de ser arrasada. Hay una catástrofe o amenaza de catástrofe de la imagen especular.

         Por su parte, la alteración de la lucidez de la conciencia consiste, entre otras cosas en que el sujeto está con la conciencia atenuada como cuando uno está semidormido, en estado aneroide. No es una experiencia corriente en neuróticos bien constituidos como tales, Sin embargo ocurren en el plano de la neurosis presentando un punto de fragilidad en la experiencia, al punto de invalidar la instancia del fantasma como sostén de la experiencia del sujeto. Además de las alteraciones en la lucidez de la conciencia hay trastornos en la capacidad de pensar y en la memoria. Todo esto ocurre de tal modo que, a falta de alguna razón para explicarse lo que sucede -porque el sujeto no se lo explica, hecho que caracteriza el fenómeno, esta no explicación es característica- el sujeto potencia su terror con la convicción de de muerte inminente, con la idea de padecer un ataque cardíaco, o tiene la sensación ineluctable de estar volviéndose loco.

         Cuando esto ocurre de un modo puntual, o sea no es permanente, se trata del tan famoso, y que tanta prensa tiene, ataque de pánico. Esto dura un tiempo determinado, se suele hablar de 15 a 30 minutos aproximadamente -por lo que pude ver es cierto- no es solo un invento del DSM, luego de lo cual la experiencia cede, dejando al sujeto agotado, perplejo, desorientado, anonadado, lleno de ansiedad, fatiga, y falto de concentración. Esta secuela puede durar desde unas horas a varios días.

         Cuando el ataque se repite, y eso tiende a ocurrir frecuentemente, hasta varias veces por semana, en cualquier lugar, a cualquier hora, inclusive durante el sueño, entonces la cuestión adquiere un dramatismo potenciado. La consecuencia de esto es que el sujeto sufre un proceso de introversión, Recuérdese el concepto de introversión freudiano, el sujeto introvierte su concentración sobre la experiencia vivencial del terror mismo y la sintomatología corporal y psíquica que lo acompaña. Lo cual provoca a su vez la recurrencia del ataque de pánico, generándose así un circuito de retroalimentación. El pánico deja estas secuelas y la reacción del sujeto frente a estas secuelas, suele ser una nueva instancia de pánico.

         Cuando esto se sostiene en el tiempo, la nomenclatura psiquiátrica, como lo hemos señalado, nomenclatura que no es desacertada en este punto, pasa del ataque al trastorno o desorden de pánico para denominar el padecimiento del sujeto. No está mal tener en cuenta esta diferencia, aunque la estructura sea la misma, y por eso preferimos decididamente hablar de "pánico" a secas,  implica otras consecuencias en la clínica y la dirección de la cura.

         Constatamos también, que muchas veces el pánico aparece sin sus correlatos sintomáticos, o sea hay una ausencia de los correlatos somáticos y los otros síntomas que lo caracterizan, que tienen que ver con las alteraciones a nivel de la conciencia, la memoria, etc. Lo que se nos presenta en estos casos, es el terror excesivo e inmotivado solamente, y las consecuencias, fatiga, anonadamiento, desorientación, perplejidad etc. que hemos mencionado más arriba. Esta modalidad del pánico se presenta muchas veces en el marco mismo del análisis, es decir aparece como experiencia del sujeto en el análisis, plenamente instalado. Esto no excluye que también haya estado presente en el sujeto antes de su análisis, o durante períodos de interrupción del análisis.

         El pánico se presenta en las diferentes categorías nosológicas y estructurales. Por mencionar algunas, se da en la melancolía, en estructuras obsesivas, lo mismo ocurre con la histeria. El psicoanálisis es a la larga sumamente eficaz con el pánico, como sin duda lo es en general con el síntoma psíquico en general, sin embargo esta particular eficacia es más patente en la estructura histérica.

         El hecho de presentarse en distintas estructuras, no nos permite definir el pánico en relación a alguna de ellas, en particular, sin embargo como se verá, el pánico, ya sea que se presente como ataque puntual, o como trastorno instalado tiene la misma estructura, más allá de la diferencia entre ataque de pánico y trastorno de pánico, se trata de una estructura dentro de la estructura.

         Por lo general, el sujeto trata de reponerse del pánico, incorporando, cuando puede, este fenómeno a su trama vivencial cotidiana, pero eso no es fácil, eso queda como una especie de abismo terrorífico en medio de su experiencia.

         Si alguna feliz circunstancia no interrumpe el circuito que se instala, cosa que no es muy probable si no media un tratamiento adecuado, sea lo que sea el tratamiento adecuado, el ataque de pánico se hace trastorno de pánico; tenemos pánico, ataque de pánico, trastorno de pánico y se instala crónicamente en la vida del sujeto tornándola crecientemente penosa y sombría.

         La inhibición progresiva invade todos los órdenes de la vida, del trabajo y del amor, y, cosa característica, semejante nivel de sufrimiento torna al sujeto tan sensible a cualquier estímulo de la vida, de modo tal que, cualquier circunstancia inespecífica puede casi caprichosamente volver a desencadenar otro ataque o incrementar una sintomatología concomitante que, como vemos,  es bastante florida.

         Si el cuadro se mantiene mucho tiempo la cosa se agrava aún más, la desesperanza y el pesimismo, la falta de expectativa de mejoría se transforman en una fuente resistencial realmente difícil de vencer. Una persona que se va concentrando en esta experiencia y que eso dura uno, dos, diez años, de médico en médico sin saber lo que tiene, tratamientos que fracasan, interpretaciones que no sirven, etc. Entonces, si esto ocurre durante bastante tiempo, la resistencia que se nos presenta para abordar un paciente así, es particularmente dramática.

         El paciente se encarga -al mismo tiempo que nos pide patéticamente ayuda- de desbaratar una y otra vez cualquier intento de abordar el asunto: es directamente enfrentarse con una situación que tiene esa especie de resistencia a nuestra intervención como la que hay en el delirio (lo cual no quiere decir que lo sea). Nuestra  sensación frente a esto es la de estar remando en la arena. Nos dicen “ayúdeme, necesito ayuda” y, al mismo tiempo, no piensan que haya algo que se pueda hacer. Les parece inconcebible que se los pueda ayudar y tratar. Cosa que, en absoluto es así, lo cual no quiere decir que sea sencillo hacerlo.

Por otra parte, si el trastorno de pánico se da con agorafobia -sabemos que la agorafobia es ese temor que tiene que ver con los espacios abiertos, temor en el desenvolverse en el espacio (cosa que ocurre en el pánico se da en altísima proporción, ocurre casi siempre)- la persona vive con una marcada tendencia al encierro y a la limitación de sus desplazamientos en su vida de relación. Si a ello se le suma el sufrimiento físico, como tal y que frecuentemente se ve acompañado de hipocondría, se entiende que, con el tiempo, estos pacientes vivan con desesperanza, con pesimismo. Se rotulan muchas veces como enfermos graves, se nombran como “enfermo grave”. El paciente se define como gravemente enfermo de algo que, desde el punto de vista de lo que es el discurso de la salud y la enfermedad, no tiene entidad. Eso es lo más complicado. Es un sufrimiento que carece de nominación discursiva razonable, por lo cual, en su lugar vienen otras nominaciones, entre ellas la de pánico.  El paciente vive encerrado, quejándose, apático, malhumorado, irritable, desbaratando todo intento de ayuda que pide desesperadamente y, por supuesto, se produce, en relación a su entorno, una situación particularmente insostenible. Conducta dependiente, no existen trastornos físicos objetivables para la medicina, los estudios médicos dan bien y, por lo tanto, la familia no entiende lo que le ocurre.    

         A su vez, el ataque de pánico tiende a autoengendrarse, el ataque de pánico provoca una serie de consecuencia – que hemos detallado. Y estas consecuencias mismas inducen un nuevo ataque de pánico.

         Al producirse el primer ataque, se produce un cuadro de ansiedad y sus correlatos somáticos que son los mismos que los de la angustia -que Freud describió magistralmente en el escrito mencionado- basados, en primer lugar, en un cuadro neurovegetativo totalmente típico, característico, como consecuencia de la secreción de adrenalina (esto lo enseña el discurso médico, y es interesante saberlo). Ese cuadro neurovegetativo característico es aquello con lo que el cuerpo suele responder normalmente a situaciones de peligro objetivables mediante las reacciones de huida o de lucha. Es el cuerpo preparado para la acción, para la respuesta al peligro, para la huida o una lucha, pero en este caso ¿contra qué?  Esto es muy importante. Pues al ocurrir sin motivo, sin que exista un hecho traumático, sin algo frente a lo cual uno pueda decir “esto es lo que me aterroriza”, el sujeto se queda navegando con su sensación en el vacío, en un limbo discursivo, lo que le ocurre no tiene nombre en su experiencia. También ocurre el hecho fundamental de que no tiene el trazo de la letra fantasmática que le dé una posibilidad de lectura.

         Entonces, frente al intenso sufrimiento que experimenta el paciente construye alguna modalidad de lectura a partir de la poca letra de la que dispone, que es la que le ofrece su cuerpo. Al no haber un motivo para el peligro o el temor, interpreta lo que ocurre a partir de sus síntomas corporales que ya han concentrado su atención, con todo lo que esto implica desde el punto de vista fisiológico, en el sentido de la baja de los umbrales (del dolor, de las sensaciones corporales), entonces se da la brutal sensación de muerte inminente o de volverse loco.

         Desde el psicoanálisis, debemos recordar, en tanto que es pertinente al pánico, el hecho de que Freud hablaba en general la operatoria de una sobrecarga de la atención. Imaginemos una sobrecarga de la atención que es retirada de los objetos, "introversión", la catexis retirada de los objetos y dirigida sobre el cuerpo, y sobre su yo, por lo cual los estímulos que provienen del interior del cuerpo son registrados con  particular intensidad y, por supuesto, los estímulos que vienen de su propio aparato psíquico, también. Todo ello le exige al sujeto, lectura. Trastorno de la conciencia, fenómenos de despersonalización y los síntomas corporales, todo ello concentrando su atención de un modo incoercible sobre esta experiencia. Entonces, así es que el paciente lee e interpreta que se está muriendo de un ataque cardíaco o que se está volviendo loco o, en el mejor de los casos, que no sabe lo qué le pasa, pero que es desesperante, que le provoca una ansiedad infinita.

         Esta lectura será entonces de un modo, que podemos pensar eficaz, sustituida por la nominación "pánico", que le vendrá por lo general desde el discurso médico o psiquiátrico. Eficaz en tanto le ofrece por lo menos alguna coordenada desde la cual nombrar su malestar. Coordenada que le viene desde un discurso con prestigio suficiente, como para que el sujeto inscriba esta experiencia en el limbo, en una instancia simbólica donde se inscribe.

         Tal es así, que suele ocurrir que antes de consultar al psicoanalista se reiteran consultas a médicos con la idea de que se padece una importante enfermedad orgánica y los médicos hacen lo que su discurso les dicta, en este punto erradamente. Empiezan a investigar, eso lleva  mucho tiempo porque buscan de todo y, por supuesto, no encuentran nada. La lectura que el paciente venía haciendo desde su cuerpo, y que está siendo investigada inútilmente por el discurso médico, será entonces de un modo, que podemos pensar eficaz, sustituida por la nominación "pánico", que le advendrá por lo tanto desde el discurso médico o psiquiátrico. Eficaz en tanto le ofrece por lo menos alguna coordenada desde la cual nombrar su malestar. Coordenada que le viene desde un discurso con prestigio suficiente, como para que el sujeto inscriba esta experiencia en el limbo, en una instancia simbólica donde se inscribe.

         Clínicamente entonces, la introducción del término pánico como nominación de lo que ocurre es bastante mejor que el colapso físico y/o psíquico que experimenta sin poder darle una lectura, o dándosela de una manera totalmente errada –muerte o locura-, a pesar de lo complicado del contexto de discurso médico o psiquiátrico, cuando de lo que se trata es de las vicisitudes de la subjetividad, es mejor  que  haya un nombre para esto.

         Que haya un nombre es una mínima -pero eficaz circunstancia dentro de esa condición mínima- referencia para situarse en ese vacío.

         Ya ubicada la cuestión bajo el nombre de pánico, y a pesar de lo que eso tiene de ordenador, ocurre entonces que efectivamente, no hay ninguna enfermedad orgánica. Y frente al hecho de que no hay enfermedad orgánica y que la sola psiquiatría no alcanza para reducir el fenómeno, se producen ahí explicaciones que se caracterizan por errar el blanco de un modo notorio. Muchas veces, estas explicaciones se dan a partir de algunos de los fenómenos orgánicos que efectivamente ocurren, en el terreno propiamente biológico, químico, del sistema nervioso autónomo, etc. Toda la batería de explicaciones que hay acerca de la química, de la biología, del metabolismo etc. De allí las indicaciones a veces realmente ridículas: por ejemplo, no tomar café porque el café provoca algún trastorno del organismo que causaría así el pánico. Esto que nos parece ridículo, ocurre con muchos factores, derivados de poner en el lugar de la causa todo el correlato somático que ocurre.

         Llegamos a la conclusión que el discurso médico tampoco tiene de donde agarrarse y hace estas lecturas falsas, y por lo tanto clínicamente ineficaces. Entonces pasa lo que tiene que pasar, el contexto cultural ofrece otras cosas y uno ve a personas extremadamente racionalistas recurrir a la magia, a la brujería, a la astrología, en un intento desesperado por resolver el problema.

         Todo ello trae aparejado nuevas fuentes que alimentan el terror, aparece el temor a la magia, a los fenómenos sobrenaturales o a la mencionada “enfermedad orgánica” que, lógicamente, no existe, salvo para oponérsele todo el tiempo al psicoanalista. “¿Para qué me interpreta si en realidad seguramente lo que tengo es una alteración en el metabolismo de no sé qué?”, diría algún paciente prototípico de esta condición.

         Entonces, una primera reflexión consiste en advertir que hasta que este concepto "ataque de pánico" concentrara nuestra atención, los hechos por él descriptos habitualmente no eran ajenos a nuestra experiencia pero no se recortaban en particular quedando inscriptos en el marco general de la angustia y los fenómenos que la exceden pero se definen en relación a ella. En segundo lugar, cabe subrayar lo planteado anteriormente en relación a los correlatos somáticos de la angustia que la mayor parte de los síntomas que hacen a este fenómeno ya eran definidos por Freud en el contexto de las neurosis actuales y en particular en el trabajo donde separa la neurosis de angustia de la neurastenia, colocando todo esto del lado de la neurosis de angustia.

         Freud describe allí todo el cuadro, incluso este temor a morirse de un ataque cardíaco o a volverse loco, todos los síntomas. Lo único que no menciona, es el terror en sí. No lo nombra como tal. Sí hace referencia al pavor nocturno, del temor nocturno que es una cosa muy restringida, como temor –recuérdese lo planteado en "Mas allá del principio del placer", acerca de que el temor se dan ante un objeto concreto, cosa que no ocurre con el pánico- una cosa muy específica. A mí me parece un hecho clínico destacable.

         Esta desconexión de la trama fantasmática del sujeto tiene soporte ya desde ahí en la trama teórica de Freud. Hay que hacer presente que en las neurosis actuales freudianas, justamente se trataba de neurosis en las cuales había una falta de elaboración psíquica. Incluso Freud al distinguir los correlatos somáticos de la angustia de lo que eran los fenómenos conversivos, decía que los correlatos somáticos de la angustia no tienen elaboración psíquica. Ese corte que Freud marcaba allí es totalmente pertinente al fenómeno del pánico. Eso sí, insistimos, en ese marco, Freud no menciona el terror.

         En “Más allá del principio del placer” Freud distingue -en el contexto de su tratamiento de las neurosis traumáticas- el terror (Schreck), del miedo (furcht) y de la angustia (angst) en función de su relación al peligro objetivable. La angustia designa cierto estado de expectativa frente al peligro, dice Freud, y una preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido. El miedo requiere un objeto determinado en presencia del cual uno lo siente. En cambio, se llama terror -esto se va aproximando a nuestra cuestión- al estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado.

         Destaca el factor de la sorpresa agregando enseguida que la angustia es algo que protege contra el terror y por tanto también contra la neurosis del terror, esto va a ser totalmente aplicable al fenómeno de pánico. Se insinúa aquí la diferencia que hará Freud en “Inhibición, Síntoma y Angustia” entre angustia señal y angustia automática, es decir angustia traumática propiamente dicha, siendo la primera, la angustia señal protectora con respecto a la segunda. Es decir, en términos de Freud, la angustia protege contra la angustia traumática que en esta instancia del pánico sería el terror extremo e injustificado, situado como un colmo de terror traumático, diferente del colmo de la angustia traumática, aunque podamos situar esta idea en la línea freudiana, él no lo formula.

         Demos nosotros, entonces, un paso freudiano más. En “Psicología de las masas…”    Freud describe al fenómeno de pánico usando su equivalente alemán panik, Resumiendo lo planteado: al terror la llamaba en alemán Schreck, a la angustia angst. Y en "Psicología de las masas" usa panik en alemán, al hablar de las dos masas artificiales clásicas, es decir, la iglesia y el ejército.

         Es la instancia en la cual cae el líder o un ideal fundamental. Dice allí que en esa instancia, el descabezamiento de la masa artificial, como caracteriza al ejército o la iglesia –caída de una creencia en tanto ideal fundamental- el pánico se produce cuando –caído, muerto o equivalente, el líder, caído el ideal de la iglesia, o su autoridad, donde ella aglutina a la multitud; la multitud empieza a disgregarse, las órdenes de los jefes dejan de ser obedecidas, cada individuo cuida solo de sí mismo y, rotos los lazos con los otros, surge un miedo inmenso e insensato que no puede atribuirse a la magnitud del peligro.

         La esencia de ese pánico, cito a Freud, "...está precisamente en carecer de relación con el peligro que amenaza y se desencadena a veces por causas insignificantes..." o sea no tiene relación proporcional con nada. Se da una doble ruptura, por un lado se rompe el lazo libidinal con el jefe de la masa o el ideal, y concomitantemente los lazos libidinales entre los integrantes de la masa. Freud mismo señala allí, en “Psicología de las masas…” que "...la palabra pánico –panik- no posee una determinación precisa e inequívoca, a veces se emplea para designar el miedo colectivo, otra es aplicada al miedo individual cuando el mismo supera toda medida y otras parece reservada a aquellos casos en los que la expresión del miedo no se encuentra justificada por las circunstancias."

         Aquí encontramos en Freud, nuestra definición de pánico. Citemos nuevamente a Freud: "... Por cierto que la palabra «pánico» --panik- no posee una determinación precisa e inequívoca. A veces se emplea para designar el miedo colectivo, otras es aplicada al miedo individual, cuando el mismo supera toda medida, y otras, por último, parece reservada a aquellos casos en los que la explosión del miedo no se muestra justificada por las circunstancias. Dándole el sentido de «miedo colectivo», podremos establecer una amplia analogía. El miedo del individuo puede ser provocado por la magnitud del peligro o por la ruptura de lazos afectivos (localizaciones de la libido). Este último caso es el de la angustia neurótica. Del mismo modo se produce el pánico por la intensificación del peligro que a todos amenaza o por la ruptura que los lazos afectivos que garantizaban la cohesión de la masa, y en este último caso, la angustia colectiva presentan múltiples analogías con la angustia neurótica."

         Encontramos aquí nuestra definición de pánico, aunque debemos explicitar lo que ya es obvio a partir de lo planteado hasta ahora. Nosotros no usamos  el concepto de "angustia neurótica" que usa Freud. Nosotros encontramos en esta instancia nuestra definición de "pánico" en el texto de Freud mismo, no en la nominación del fenómeno, donde la reduce a la angustia sino en el concepto. Definición radicalmente diferencial respecto del la angustia neurótica, que a lo largo de toda la obra de Freud fue definida en otros términos.

         Desde nuestra perspectiva actual, es decir nuestra experiencia clínica, lo que venimos pensando al respecto y por supuesto lo que hemos podido hallar en Freud y a partir de Lacan, aunque Lacan tampoco se ocupa de ello en particular, principalmente podemos definir al pánico como la experiencia aterrorizante excesiva e inmotivada, que resulta de la pérdida repentina de los parámetros simbólicos, pérdida sorpresiva de los parámetros simbólicos que ordenan la experiencia subjetiva y que dejan al sujeto en una situación de indefensión que amenaza con la desaparición de los soportes del anclaje del ser –en psicoanálisis diríamos de lo poco, pero necesario del ser, para sostener su existencia.  Amenaza que lo excede y que no puede, en ese contexto, ser tramitada.

         Cesada la crisis o el ataque el sujeto intenta el restablecimiento de esos parámetros pero se halla anonadado en mayor o en menor medida y con una enorme dificultad, diría casi característica, de restablecer la trama fantasmática. El peligro frente al cual se produce el ataque o crisis se encuentra desplazado en el hilo de esa trama.

         Como señalamos antes, en función de su sintomatología corporal y psíquica el sujeto cree que se está muriendo de un ataque cardíaco o que se está volviendo loco, él lee lo que puede y lo que tiene es eso. Si no puede apelar a estas explicaciones no tiene explicación, vive esta experiencia sin ninguna explicación.

         El trabajo analítico demuestra de modo inexorable, la íntima conexión del ataque de pánico, con lo que parecer ser el verdadero peligro o mejor aún la verdadera situación catastrófica y traumática en la que se encuentra. Lo planteamos en términos muy sencillos para lo que es nuestra conceptualización habitual, se trata del colapso de la función del nombre del padre, no de la verwerfung de su inscripción, eso parece ir y venir en esta circunstancia, sino que en principio esa función podría suspenderse y en algún momento trabajosamente quizás volver y suspenderse con respecto a una zona de la experiencia, no a toda la experiencia sino frente a una zona de la experiencia fantasmática. Mediante un análisis bien conducido y con el tiempo necesario, el sujeto logra construir los parámetros simbólicos que le permiten ordenar la experiencia.

         Consideramos que el colapso del que nos ocupamos, colapso que se produce en forma repentina, abrupta, inconciente e inesperada en un momento puntual o en un período de tiempo, resulta de la precipitación en ese tiempo del resultado de la degradación progresiva de las figuras que sostienen el “nombre del padre” en la realidad, por lo general del padre mismo.

         Por lo general se trata, en ese momento o retardadamente de la muerte del padre, la muerte material de un padre que ha sufrido una degradación. Por ejemplo la muerte de un padre amado que viene siendo degradado por una larga enfermedad deteriorante, o por una quiebra económica. Se trata de un padre degradado, es un padre amado pero al mismo tiempo desvalorizado. Es un padre que en el momento en que muere ha sido suficientemente defenestrado y al mismo tiempo amado por el sujeto a pesar de esa defenestración.

         Es un deterioro físico o económico de ese padre que culmina con una quiebra que lo deja sin su sostén corporal, con  un cuerpo quebrado o degradado por la enfermedad, o con una quiebra económica. En todos los casos se trata de un colapso fálico y que puede o no terminar con la muerte efectiva, aunque por lo general se produce la muerte misma. Fracasos laborales y amorosos del propio sujeto en cuya trama ocupa un lugar central la caída de esa función del nombre del padre, esa función soporte del nombre del padre. Función fálica soporte de las coordenadas del  espacio subjetivo de la experiencia. Soporte anudado de lo real, lo simbólico e imaginario.

         En todos los casos los desencadenantes -actuales o no- existen, salvo en espacios fantasmáticos ignorados o no guardan proporción con la catástrofe psíquica que acontece. Sin embargo esa catástrofe se halla precedida en los últimos años o quizás históricamente, por una degradación progresiva de la figura del padre como consecuencia, ya sea de la trama discursiva familiar o de la ambivalencia del sujeto o, por lo general, ambas cosas.

         Por otra parte en la historia infantil esa degradación de la figura del padre encuentra un anclaje sostenido en los recuerdos que el paciente evoca en su análisis con todo su valor encubridor y de verdad. Recordemos que el peligro más radical al que se enfrenta según Freud, es el peligro de la castración, ese peligro excede el propio peligro derivado del carácter traumático de la carga pulsional. Sin embargo a partir del ordenamiento que Lacan hace de la obra de Freud sabemos que una cosa es la castración imaginaria y otra es la castración simbólica. Justamente la castración simbólica -como operación sustitutiva del significante fálico fundamental sostenido en los “nombres del padre”- es lo que permite ordenar, operar en el sostenimiento, en relación a la falta del Otro de la ley de la castración, ley operante en el sostén de las coordenadas de la experiencia del sujeto, a través de la función del significante del Otro barrado y de la inscripción de la función unaria del significante, trazo unario, inscripción de una identificación primordial, que se redobla mediante la inscripción de la significación fálica a través del nombre del padre, en tanto inscripción del falo simbólico.

         Esta estructura permite afrontar los peligros de la existencia y ordenar la relación al goce, aún aquella relación que se abre a través de la falta en el Otro en un más allá de la dimensión fálica. Pero también eso ordena toda nuestra experiencia discursiva y esta es la cuestión: ese ordenamiento de la experiencia discursiva. La retórica que sostiene la eficacia del lenguaje no solo ordena el sentido de nuestra experiencia discursiva y regula nuestra relación al goce, también y en ese contexto, sostiene los parámetros, los ejes de coordenadas que ordenan la fantasmática del sujeto y su realidad. Sentido de realidad cuya existencia a veces hace falta recordar, dada la operación de desconocerla en nombre de la realidad del inconciente, error frecuente entre algunos teóricos lacanianos. La realidad es un hecho fundante de nuestra experiencia altamente simbolizado y altamente entramado en parámetros simbólicos.           No porque realidad y fantasma sean caras de una misma estofa, eso no quiere decir que no exista la experiencia de la realidad y efectivamente cuando uno se vuelve loco pierde esa relación a la experiencia de la realidad que Freud mismo sostuvo.

         Se suele recalcar la realidad psíquica en detrimento de la realidad material pero es necesario no caer en el desconocimiento de esta última, porque aunque experiencia imaginaria, no deja de ser inherente a la constitución misma de la experiencia subjetiva.  Cuando el sujeto pierde los parámetros de la realidad, del llamado sentido de realidad, estamos frente a la psicosis

         Más aún, desde este ordenamiento se sostienen hechos y cosas que hacen a lo que sería, "la normalidad psíquica". Dejando de lado el concepto estadístico de norma, no se puede desconocer la normalidad como referencia que tenemos que tener, imaginaria como es esa función en la experiencia,  porque nosotros no podemos hacer la crítica a la normalidad, ni afrontar la instancia rupturante del inconsciente si no tenemos a la normalidad para atravesarla.

         Entonces, si bien debemos sostener teóricamente la crítica a la noción corriente de normalidad, debemos por otro lado no ignorarla, inclusive dar cuenta del fenómeno imaginario que la sostiene articulada al sentido común. Todas instancias que el psicoanálisis subvierte, pero que deben estar presentes, precisamente para ser subvertidas, y como instancias de lo imaginario que también es constituyente de la experiencia subjetiva.

         Debemos de hacer presente que Lacan, a partir de la introducción de la teoría de los nudos en la presentación de la estructura del sujeto, le da un valor equivalentemente fundante a lo imaginario en relación a los otros dos registros: simbólico y real. Sin el funcionamiento anudado del registro imaginario, estamos frente a lo fuera de discurso.        Hay que ubicar en relación al inconsciente y a lo real, instancias psíquicas cuyo funcionamiento fue dejado a merced de la psicología de la consciencia y del yo. Por ejemplo los nexos causales de la experiencia, el orden espacio temporal, la lucidez de la consciencia, el funcionamiento yódico y consciente de la memoria, el sentido de las palabras, el diccionario, y otras funciones tales como la concentración, la atención, el pensamiento, la percepción, el sentido de realidad y los nombres que ordenan el mundo de las cosas, porque las cosas tienen nombre, el diccionario funciona y más aún, el nombre de los afectos ocupa un lugar fundamental.

         ¿Pero cómo pensar esto desde el psicoanálisis? En tanto sostenemos el descubrimiento del inconsciente, de la pulsión en tanto sexual y de muerte, en tanto sostenemos con Lacan el anudamiento de los registros Real, Simbólico e Imaginario de la experiencia, ¿no debiéramos dejar de lado todos estos conceptos, de los que tanto se ha ocupado la psicología clásica?

         No se trata de negar estas funciones, sino de considerarlas propias de un yo autónomo, y de darles autonomía en relación al carácter fundante de lo inconsciente y lo real. Tampoco, es pertinente negar la estructura de ficción de la experiencia discursiva, sí de destacar la decisiva incidencia de la nominación como una experiencia simbólica fundamental que ordena la consistencia imaginaria desde la instancia simbólica que circunscribe el vacío que hace a la existencia real.

         Y justamente la puesta entre paréntesis de estos parámetros es lo que resulta de este colapso de los soportes en la realidad de las funciones del nombre del padre que se produce en vida de quienes padecen este tipo de síntomas que la fenomenología describe con el nombre de pánico.

         Es así que se produce la desconexión entre el universo simbólico del sujeto y su experiencia imaginaria. El sujeto dispone del lenguaje, inclusive de su retórica, pero los nexos causales, los nombres que nominan su experiencia, que constituyen el registro de su experiencia vivida no están a su disposición.

         Se trata de una doble ruptura, y esto además de ser patente en la experiencia de la clínica psicoanalítica, se puede encontrar en el texto de Freud, con la importancia que tiene el poder sostener desde el texto fundacional freudiano, lo que constatamos en la experiencia.

         En este punto se torna importante apelar a la teoría de los afectos de Freud, para dar un paso más en la teorización de la cuestión del pánico. Por un lado, repentinamente, el sujeto no dispone, pierde lo que Freud llamaba las representaciones preconcientes que tiñen cualitativamente los afectos y que hacen de ellos una vivencia registrable conscientemente. Representaciones preconcientes de palabra que como nombres de los afectos, con toda su ambigüedad y carácter engañoso, existen en el discurso y el lazo social. Sabemos que en "Lo inconsciente", que es donde Freud plantea la operación de estas representaciones preconcientes vinculadas a la cualidad de los afectos, Freud también plantea que cuando no operan estas representaciones preconcientes, decimos nosotros, los nombres de los afectos, éstos, los afectos pasan a la consciencia como carga cuantitativa que adquiere cualidad en el registro común e indiferenciado de la angustia.

         Pero el pánico, según sostenemos no es la angustia. En el pánico hay un segundo corte. Corte este entre la experiencia psíquica y los fenómenos corporales. Lo cual ni siquiera permite la experiencia de la angustia, que es una experiencia psíquica.          O sea que en el pánico y de un modo más radical aún, se pierde el registro de la angustia como experiencia psíquica, solo queda de ella, de la experiencia psíquica y de la angustia, el registro de sus correlatos somáticos nominados desde los discursos que, en la debacle que ocurre en esta situación, todavía conservan su prestigio y su valor –el discurso médico y el psiquiátrico-.

         En relación a esta cuestión, hay una paradoja en la teoría de los afectos que llevó, en una crítica razonable que el lacanismo impuso a la teoría de los afectos, a pensar que los afectos no tenían entidad psíquica, una especie de extremismo teórico y clínico quizá justificado desde el punto de vista de la historia del recorrido conceptual que hubo en el psicoanálisis, que es el resultado del retorno a Freud frente al desvío que implicó la disolución de la teoría de las representaciones inconscientes, del representante de la representación inconsciente, del representante de la representación pulsional como conceptos fundamentales de la teoría del inconsciente y se pensó al inconsciente como una especie de depósito de afectos, no de la presencia del factor cuantitativo como quantum de afecto como factor energético de la pulsión, ligada a la representación inconsciente, como representantes pulsionales, a partir de la represión primaria, tal como Freud la plantea en "La represión". Es así que para poner la teoría de pié, hubo que acentuar la teoría significante, y quizá de un modo excesivo, soslayar, el afecto. Por supuesto se dio todo el trabajo sobre la palabra en la enseñanza de Lacan y los afectos quedaron en un lugar más o menos epifenoménico.

         Consideramos que no se trata  ni de una cosa ni de la otra. Por un lado Freud llamaba al factor cuantitativo que era la médula de la pulsión quantum de afecto, y a veces simplemente afecto, pero refiriéndose a este factor cuantitativo, y no al afecto como cualidad –que no tienen realidad inconsciente- y por otro lado se debe considerar el carácter engañoso de los afectos.

¿Es que habría que optar entre una cosa y la otra? ¿La verdad de la realidad pulsional, la relación de la verdad con la realidad pulsional o el engaño que también proponen los afectos? Eso es elemental, cuando alguien llora Por el sólo hecho del llanto ¿se puede deducir el sentido, si es que se le adjudica uno, de ese llanto? ¿Se puede decir porqué llora?, ¿Llora de placer, llora de gusto, llora porque sufre?, muchas veces se desliza de un lado a otro, todo eso es un aspecto engañoso de los afectos por lo cual uno no podría hacer una clínica de los afectos como instancias psíquicas que hablan por sí mismas.

Tampoco se puede ignorar en este punto el carácter de posibilidad de engaño de todo discurso, precisamente en tanto simbólico. El engaño le es inmanente. Esto tiene que ver con el carácter de ficción del discurso del inconsciente.

         Hay una paradoja en el texto de Freud. Por un lado Freud decía que el destino del factor cuantitativo, es decir, de lo que él llamaba el quantum de afecto del representante pulsional. Cuando se producir la represión ofrece tres posibilidades. Una posibilidad es que el quantum de afecto sea sofocado, unterdrückt, decía Freud, que quede aplastado sin ninguna manifestación. Segundo que aflorara directamente como afecto ¿qué quiere decir directamente? Directamente quiere decir, sin ser sostenido por las representaciones preconcientes de palabra, o sea sin ligámen con las representaciones preconcientes, en cuyo caso las cargas cuantitativas se constituían como un único afecto: la angustia. La tercera instancia es que el quantum de afecto de la representación pulsional inconsciente, pase a la consciente como afectos cualitativamente coloreados por ligarse a la representación preconsciente de palabra, instancia del factor cualitativo. En este punto pensamos que las representaciones de palabra que nos vienen desde el lenguaje, son esos nombres que dan cualidad –ambigua y engañosa- pero cualidad en la experiencia finalmente. Respecto de la segunda posibilidad Freud plantea en “Lo inconsciente” -lo menciona puntualmente- lo siguiente:

"...es posible que el desprendimiento de afecto parta directamente del sistema inconsciente en cuyo caso tiene siempre el carácter de la angustia..."

He aquí la paradoja, que se nos plantea a partir de las consideraciones que hace al respecto Lacan. Lacan sostiene que la angustia es lo que no engaña pero los afectos sí son engañosos, pero por otro lado parece que tienen que ver con la carga pulsional, y si se trata de ligarse a la carga pulsional, hay una instancia de verdad, porque se trata del punto donde el significante toca lo real. O sea que la representación tanto como inconsciente (representación de cosa), pero también como preconsciente (representación de palabra) y consciente (ligazón de representación de cosa con la representación de palabra), está investida por un quantum de afecto, que sí es percibido cuando es percibido por la conciencia, como afecto. Por lo tanto sería una instancia donde lo simbólico (la representación) toca lo real (el quantum de afecto), aunque al funcionar en lo preconciente-consciente, aparezca como cualidad del afecto. Entonces ¿cómo entender esta contradicción?

Y aquí Freud ya nos contestaba, siempre en "Lo inconciente": "...es posible que el desprendimiento de afecto parta directamente del sistema inconsciente en cuyo caso tiene siempre el carácter de la angustia por la cual son trocados todos los afectos reprimidos. Pero con frecuencia la moción pulsional tiene que aguardar hasta encontrar una representación sustitutiva en el interior del sistema consciente. Después el desarrollo del afecto se hace posible desde este sustituto consciente cuya naturaleza (este es el punto) determina el carácter cualitativo del afecto...”

         O sea, la representación preconsciente-consciente, -el nombre socialmente sostenido para un afecto determinado- es lo que le da cualidad al afecto, sino el afecto cae en el marco común de la angustia. Por eso en estos sujetos y vamos en este punto de la experiencia clínica a Freud y no de Freud a la experiencia. Lo que se puede advertir es lo siguiente: cuando ocurre el ataque de pánico, lo primero que se produce es una debacle en su aparato simbólico. Una pérdida de las coordenadas simbólicas que ordenan la experiencia. Se trata de una verdadera sensación de catástrofe psíquica, que consiste en que se produce una desconexión del nombre del afecto el nombre que le da en tanto palabra registro cualitativo a la experiencia cuantitativa. En esta instancia el afecto va a parar a la bolsa común de la angustia, es decir, el afecto pierde su nombre, lo que lo diferencia de los otros, su cualidad, y entonces ocurre la circunstancia del desarrollo de angustia directamente desde la carga pulsional inconsciente. Con la pérdida de la representación preconsciente de palabra en tanto nombre que da cualidad al afecto, se pierde una instancia fundamental de la ubicación de la experiencia subjetiva en el lazo social.

         Cuando nosotros decimos que amamos, odiamos, estamos tristes, alegres o cualquier otro nombre, pueden ser muchos, y a veces consistir en frases, no estamos diciendo meras tonterías imaginarias, estamos nominando en el lazo social una zona de nuestra experiencia, con todo lo engañoso que eso puede ser, pero también con lo que está en juego en relación al afecto como registro cualitativo consciente, de las vicisitudes de la carga pulsional. Por lo tanto esa relación entre la nominación y el afecto es fundamental.

         Cuando se pierde eso todo va a parar a la bolsa común de la angustia. Ahora, en estos fenómenos se produce todavía una desconexión mayor, una segunda desconexión,  porque a su vez la angustia pierde su condición de estar en la trama de la causalidad psíquica.

         La trama de la causalidad psíquica, entre pulsión y representantes pulsionales, entre pulsión y angustia, es una instancia de alta determinación simbólica.         

         Si representamos esta cuestión desde la informática y la computación diríamos que registramos en la pantalla lo que está pasando en el procesamiento del sistema operativo de los programas, los sistemas operativos y los programas andan por su cuenta y de vez en cuando la pantalla nos dice que está pasando, ese es el lugar de la consciencia.

         Entonces, producirse este segundo corte de la experiencia, entre la angustia como experiencia y la causalidad psíquica como experiencia, sería lo que se expresaría de esta manera:"a mí me pasa esto por tal cosa", que puede ser lo más engañoso del mundo pero sin eso no podemos vivir, entonces el sujeto se queda sin soporte para su experiencia y es ahí donde esa tensión, atención hipercargada, en términos freudianos,  ese plus de carga pulsional que opera la función de la consciencia va a parar directamente al cuerpo y entonces se produce la lectura con lo poco que le queda de trama discursiva para leer la experiencia que se tiene, el sujeto piensa dramáticamente con todos los sentimientos y correlatos corporales que hemos descripto, "me estoy muriendo de un ataque cardíaco" o "me estoy volviendo loco" (por esas experiencias de despersonalización) "o no sé qué me pasa, pero estoy aterrorizado" no tengo explicación y entonces el terror es absoluto, peor todavía. Por supuesto estas frases, son una metáfora de la experiencia del sujeto que no se reduce a un pensamiento, que como tal no tendría ni cualidad afectiva ni dramatismo.

         Se da una doble desconexión de los nombres de los afectos con respecto al afecto y por lo tanto el afecto volcándose en angustia, desconexión de lo psíquico de la angustia por lo cual el sujeto ni siquiera dispone de eso para nominar lo que le pasa y ahí va a parar a las lecturas del cuerpo, cuando no desconexión de la experiencia psíquica que podría dar cuenta de lo que ocurre, del cuerpo sintomático, cuando el síntoma corporal está, y junto con esta desconexión, o si no hay síntomas somáticos, desconexión del psiquismo como estructura, de la vivencia de terror. Los umbrales bajan, el sujeto se aterroriza, eso aumenta a su vez los fenómenos somáticos y se instaura entonces una teoría de la experiencia alrededor de estos estímulos y de estas cosas y ese es el problema con el que hay que enfrentarse.

         Aún cuando el pánico tiene la misma estructura en las diferentes estructuras, no es lo mismo un ataque como estos en el contexto de una estructura  melancólica, que en una neurosis bien instalada, no es lo mismo en la histeria que en la neurosis obsesiva. En la melancolía el pánico potencia a la melancolía misma. Suele contribuir a la melancolización del sujeto, los terrores son bastantes característicos de la experiencia melancólica y ahí el pánico muchas veces aparece solo, sin los correlatos somáticos.

         Otra cosa es en la histeria, donde, por un lado aparecen estos fenómenos, por otro lado aparecen síntomas propios de la agorafobia, de las fobias en general y por otro lado aparece una especie de levantamiento de la represión secundaria brutal. Levantamiento de la represión en zonas de la fantasmática en las cuales aparece, de repente el polimorfo perverso que todos fuimos en una época. En el contexto del pánico, un paciente aparece diciendo "soy homosexual", o en otra circunstancia "no quiero quedarme a solas con mi sobrinito porque me vienen ganas de clavarle un cuchillo". Estos advenimientos fantasmáticos, en el punto donde el fantasma se restituye se dan este tipo de experiencia terrible.

         Pero en los modos más típicos del pánico, no se trata exactamente de estas debacles del ordenamiento fantasmático, sino de algo que, respecto del afecto, va mucho más allá en su experiencia...

         Otra constatación que puede sorprender, es que hemos notado que con frecuencia que la experiencia transferencial sostenida, es una excelente protección contra el pánico. Forma parte de esta constatación, el hecho de que el pánico puede aparecer inmediatamente después de la interrupción de un análisis. Y viceversa, el retomar el análisis por parte de quien lo interrumpiera y que con el tiempo se viera sumergida en la experiencia del pánico, éste comienza a reducirse al reinstalarse el análisis, en parte por el trabajo analítico, por la durcharbeit. Pero también está el plus de eficacia que se produce, por el ordenamiento básico que se produce en las coordenadas de la experiencia del sujeto, como consecuencia del funcionamiento de la transferencia.

         El tema del colapso del padre es general en mi casuística. Eso ocurre en todos los casos. Colapso por degradación del soporte de la figura del padre. Esto siempre se da, incluso aparece en sueños. Ocurre que el sujeto reproduce en sus sueños las instancias de la degradación de un padre fallecido hace años, y también en sueños, se produce una cierta resolución del duelo que bajo estas circunstancias se produce en su singularidad.

         Por otro lado la bibliografía es bastante favorable a nuestras hipótesis con relación a lo que estamos proponiendo en relación al pánico.

         Por un lado hemos situado en “Psicología de las masas...” la instancia, donde Freud da el ejemplo de la muerte del jefe en una batalla. Metafóricamente podríamos decir que en el medio de la batalla circula el grito "el jefe ha perdido la cabeza" y el pánico invade al ejercito. Después Freud ofrece el ejemplo del pánico que le adviene a una masa religiosa que sería la consecuencia del cuestionamiento de la realidad de la pasión de Jesucristo, de nuevo este tema del jefe o del padre, en este caso sería del padre por el lado del hijo, pero siempre del padre.

         En “Psicología de las masas…” cuando Freud  tiene que ejemplificar la irrupción del pánico, dice así: "...La causa típica de la explosión de un pánico es muy análoga a la que nos ofrece Nestroy en su parodia del drama Judith y Holofernes de Hebbel. En esa parodia grita un guerrero "el jefe ha perdido la cabeza" y todos los asirios emprenden la fuga sin que el peligro aumente. Basta la pérdida del jefe, en cualquier sentido, para que surja el pánico...". Esta es una de las dos oportunidades donde Freud habla del "panik".

         La otra presencia en el texto de Freud la hemos situado en “El fetichismo”, donde se trata de la cuestión del terror, frente a la posibilidad de pérdida del pene. He aquí la cita: "...el niño rehúsa a tomar conocimiento del hecho percibido por él, de que la mujer no tiene pene. 'No, eso no puede ser cierto' -se dice el niño- pues si la mujer está castrada, su propia posesión de un pene corre peligro y contra ello se rebela esa porción de narcisismo con que la previsora naturaleza ha dotado justamente a dicho órgano. En épocas posteriores de su vida el adulto quizás experimente una similar sensación de pánico cuando cunda el clamor de que el trono y altar están en peligro..."

         Es notable hasta que punto esto que se presenta de un modo tan explícito, pero puntual en el texto de Freud, -hasta donde podemos saber, son dos instancias en las que en toda su obra aparece el término y el concepto de "panik"- hasta que punto, señalamos, esto se encuentra en la experiencia clínica. De un modo que se debe describir literalmente así: El pánico como esta experiencia, de irrupción de un terror traumático, es decir, que excede por su intensidad la capacidad de tramitación del sujeto o de la estructura simbólica del sujeto, e inmotivado, es decir, no hay nada que lo justifique en la experiencia objetiva o en la trama fantasmática, o lo que hay no justifica que se produzca este extremo vivencia que constituye el pánico.

         Y como lo hemos planteado, ocurre cuando se produce esta catástrofe a nivel del soporte fundamental que sostiene el nombre del padre, es decir el soporte en la realidad de la figura que sostiene la instancia del nombre del padre. Cuando se produce esa catástrofe y eso ocurre en algún momento en que esto precipita, se produce ese vaciamiento de los soportes simbólicos de nuestra existencia y a partir de allí se producen todos estos tipos de fenómenos.

         La clínica del pánico es artesanal, dentro de lo artesanal que es la clínica psicoanalítica en general. No es lo mismo cuando el pánico se produce en el plano de la melancolización y bordea la psicosis que cuando se  está frente a una buena neurosis con esta zona de dificultad. Obviamente se trata de una tarea difícil, porque hay que operar sin la presencia de parámetros fundamentales que ordenan la experiencia del sujeto, ya que justamente estos parámetros deberán reconstituírse a partir del trabajo del análisis. ¿Cómo lograr la tramitación psicoanalítica sin las condiciones para la ubicación de los parámetros transferenciales que permiten resolver esta experiencia, y sin embargo operar psicoanalíticamente, para instituirlos?

         Ocurre frecuentemente, que el abordaje del análisis implica un primer tiempo en el que se le sale al frente al pánico, por lo general, mediante instancias que operan como corte con respecto al goce en el que se localiza el sujeto en la experiencia del pánico.

         También hemos tenido la experiencia de tratar con el pánico cuando algunos pacientes vuelve al análisis después de un tiempo de interrupción, a partir de una experiencia de este orden, habiendo dejado el análisis uno o dos años antes, en alguna oportunidad se trató de una interrupción fallida, ya que el paciente nos llama a la semana en plena virulencia de un estado de pánico que no le da tregua. Concluimos que la continuidad de la experiencia transferencial del análisis, neutraliza la posibilidad de la instalación del pánico, aunque debemos dar cuenta que en un caso de neurosis obsesiva, el pánico se instaló durante el análisis, sin que éste fuera eficaz para neutralizarlo, llevando inclusive a la interrupción de esa experiencia analítica, en pleno ataque de pánico

         También nos hemos visto frente a grandes dificultades con pacientes que han vivido antes de su análisis conmigo, pasaron por muchísimos años, boyando entre los ataques de pánico y cuadros diagnosticados como colon irritable. Se trata de personas que por haber pasado de esa manera, diez o quince años de su vida, antes de venir a nuestro consultorio y como consecuencia no esperan o no logran confiar en que algo valioso pueda venir de la palabra del otro. Pareciera, y quizá no es sólo un parecer, que viven al borde del lazo social, del lazo discursivo.

         Con respecto al levantamiento de la represión secundaria en el contexto del fenómeno del pánico, nos hemos encontrado con el caso de una de alrededor de treinta años, que habiendo interrumpido su análisis un par de años antes, por considerar que ya estaba bien y ya no lo necesitaba, me llama en pleno febrero. Se muestra sumamente mal en su ánimo, pide que la reciba a pesar de hallarme de vacaciones, ya que estaba en una situación insostenible, con una presencia casi constante de episodios de pánico, dentro del marco de un estado de fobia generalizado. Decido recibirla en mi consultorio, pasaba mis vacaciones en un lugar cercano a la capital, y esto implicaba sólo el contratiempo de tener que hacer una interrupción en mis vacaciones. La recibo y me cuenta su estado de pánico y de restricción extrema en su vida cotidiana, por ejemplo no podía viajar en colectivo a su trabajo, tenía que ir caminando desde Belgrano hasta el centro. 

         Se trataba de una persona que había hecho un análisis que no había tenido más dificultades que las corrientes en cualquier análisis hasta un momento determinado en que–como hemos dicho- no quiso más. Ya estaba aparentemente más o menos bien, a mi no me pareció mal que se tomara su tiempo. Me llama en el medio de un estado de pánico, en el medio de una catástrofe vivencial de esta naturaleza. Había muerto el padre, que había estado sumamente deteriorado corporalmente por una enfermedad que terminó con su vida, es decir había quedado degradado ante la paciente, a pesar del amor que le profesaba, lo cual le hacía –a nuestra paciente- particularmente insoportable el marasmo físico de ese padre. Hacía algunos años –había comenzado en el último tiempo de su análisis, antes de la interrupción- tenía una relación de pareja en la que ella misma resultaba extremadamente degradada. A pesar del extendido cuadro fóbico que presentaba, tanto en tiempo como en espacio, no tenía un desarmado muy grande de su vida psíquica.

         Esta crisis había comenzado en un tiempo relativamente reciente –algunos meses- Y se trataba de una persona bastante bien estructurada simbólicamente, es decir, se trataba de alguien con una estructura histérica más o menos normal, tenía fuertes recursos simbólicos. La entrevisto y en esa contexto hice lo que me aconsejaban las circunstancias en cuanto a sostener un soporte transferencial mediante un contacto telefónico frecuente, y cuando volví a Buenos Aires retomamos su análisis. Con toda la dificultad del caso, empieza a hablar y empiezan a aparecer estos fantasmas que yo digo que son fruto del levantamiento de la represión secundaria.    Empieza a aparecer, en una chica de cuya feminidad no se puede dudar en absoluto, deseos homosexuales, con todo el terror del caso. Dice aterrorizada "¿cómo, soy homosexual?"  Y con consecuencias: no podía sentarse al lado de tal o de cual compañera en su trabajo, o tendía a cortar el vínculo con determinada mujer de su entorno, porque la asaltaban deseos homosexuales. Estaba en público y tenía incoercibles deseos de levantarse la pollera, una chica bastante linda, o incoercibles deseos de hacer pis en público.

         No se podía quedar con sus sobrinitos, sobrinitos a los que amaba, pues le advenía la idea compulsiva de clavarles un cuchillo, y la cosa llegaba a tal punto que no quería quedarse a solas con los chicos, aterrorizada, por supuesto.

         Llevó no menos de un año de un trabajo analítico minucioso el lograr una reducción importante de su sintomatología más seria y espectacular. Incidió sin embargo en este devenir favorable de su análisis, el hecho de que ya tenía establecida una transferencia conmigo, desde el tramo anterior de su análisis, esto fue decisivo,

         Tuve que intervenir a veces de un modo taxativo en el sentido de poder situar bajo qué circunstancias el pánico y su contexto fóbico, propio de esta paciente, se incrementaba y producir cosas tales como que esto no, que no vea tal persona, que corte tal situación, etc. Fueron necesarias fuertísimas intervenciones de corte, para cortar lo que alimentaban su sintomatología, sosteniéndola en un nivel que le hacía la vida imposible. Efectivamente una vez avanzado ese tramo de la experiencia analítica, toda esa florida sintomatología fue entrando en un cauce pacificado. Se produjo así un cambio fundamental en la vida de esta chica. Y su análisis empezó y continuó un recorrido sumamente productivo, tanto desde el punto de vista de la producción en el análisis, como en su trabajo y su vida afectiva.

         En otras experiencias, con otros analizantes, frente a circunstancias parecidas en algún punto, pasaron cosas parecidas. No fue una circunstancia única. Sin embargo esta paciente planteaba algunas instancias fantasmáticas vinculadas al levantamiento de la represión secundaria, que no es habituales que aparezcan de un modo tan espectacular. Parecían circunstancias propias de un libro. No es nada habitual que una mujer joven, bella, inteligente que no obstante tenga un deseo incoercible de hacerse pis en público.

         Analíticamente anduvo muy bien la cosa pero hubo que operar con intervenciones de corte que no fueron instancias interpretativas, ya que se trataba de fantasma con una irrupción de goce que había que cortar de un modo directo, ya que el interpretativo, al menos en un primer tramo de esa nueva instancia de su análisis no era eficaz. 

         Algo que se produjo en este contexto clínico, algo que hemos podido constatar en muchas circunstancias clínicas. Se trata de un fenómeno que podríamos caracterizar como de amplificación que, en mi experiencia se presentó reiteradamente, en el contexto de otros afectos sintomáticos. Esta amplificación es característica también de la angustia en general y de la depresión. Consiste en el hecho de que el sujeto en cuestión cede frente al síntoma. Se da en un contexto discursivo que puesto en palabras sería del orden de "bueno,  si estoy mal... estoy mal y listo”, “si no puedo salir... no salgo", "si no puedo trabajar...no trabajo".

         Esta posición, esta instalación en el goce del síntoma, no calma la angustia, ni el malestar de cualquier naturaleza, inclusive el pánico. Todo lo contrario, eso aumenta el malestar, precisamente, amplificándolo. Por lo cual de un modo transferencialmente sostenido y en una dosificación respecto del esfuerzo que se le exige al sujeto frente al síntoma y la angustia, no hay que ceder, con respecto a insistir con operaciones de corte. Se podría objetar que se trata de apelar a la voluntad del sujeto, de un voluntarismo, contrario a lo que sostiene el psicoanálisis en cuanto a la instancia del inconciente. Pero no es así, se trata de la intervención discursiva sobre los actos del sujeto, desde las instancias del corte y la interpretación, y de sus eficacias frente al síntoma y la pulsión.

         Entonces, se trata en principio, de que frente a la angustia, frente a la fobia, frente a la depresión no hay que ceder frente al síntoma. Acotadamente y en determinadas circunstancias, en las cuales no hay eficacia de la palabra, siempre bajo la instancia de la transferencia, primero se corta y después se puede acceder al despliegue de la palabra y la interpretación.

         Esta es una estrategia en la cura, frente a esas instancias, donde la sola palabra interpretativa no es eficaz, estrategia que para mí ha sido de un alto valor clínico. Son intervenciones que se sitúan en los tres registros. No pueden ser intervenciones arbitrarias, sin soporte legal, legalidad del discurso, legalidad de la producción significante propia del orden simbólico, no pueden prescindir del sentido y de la imagen,  instancia de lo imaginario, y operan sobre la pulsión o sea sobre lo real del goce.

         Respecto de mi lectura de la diferencia estructural entre el pánico y la angustia, Ha ocurrido que mi primera lectura del asunto fue: que el pánico era una modalidad de la angustia en un grado extremo. Pero después empecé a considerar el hecho señalado por Freud, hecho sobre el que insiste un poco lateralmente que es el carácter de corte que tiene la angustia respecto del goce.

         En verdad la angustia siempre tiene un carácter protector, cuando se logra que la experiencia de sufrimiento entre en el plano de la angustia estamos en una instancia de eficacia del análisis, porque se logra ponerle un marco discursivo al exceso de goce.

         La angustia está en el discurso, está en el marco del discurso. El mismo marco que se considera para el fantasma se puede pensar para la angustia. Por supuesto con esta correlación de vacilación recíproca, es decir, un fantasma bien instalado maneja mejor la relación de la angustia al goce y una dificultad con la angustia muy grande hace vacilar el fantasma o la vacilación del fantasma hace emerger la angustia, pero siempre dentro del marco del discurso.

         Respecto al pánico consideramos que no se trata solo de una instancia fenoménica, no es algo que se sitúa solamente en el plano descriptivo. El encierro que se suele dar en la experiencia del pánico, no resulta sólo del hecho que el sujeto no puede sostenerse frente al malestar que le genera la confrontación con la instancia del otro. Se encierra porque se produce un hecho en un plano más estructural: al fallar la relación al nombre del padre, el sujeto queda en los bordes de lo que es el lazo social y discursivo.

         Si el pánico persiste con una presencia constante en la experiencia del sujeto, éste se siente como perteneciente a otro planeta. Es como en la melancolía, el melancólico siente que perdió su relación al lazo social, está perplejo, se plantea: ¿cómo me puede ser que me esté pasando esto? Esto es también sirve para pensar el registro que alguien puede experimentar el estar fuera de discurso que es tan característico de la estructura de la psicosis, pero que en tanto instancia de hecho, puede presentarse en otras instancias como la melancolía cuando ocurre en la neurosis. Esta cuestión de estar dentro del discurso de pleno derecho o de estar fuera del discurso eso es una algo muy importante como experiencia subjetiva. Cuando puede haber alguna captación subjetiva del estar fuera del discurso, se trata de que alguien tenga la experiencia de estar caído del mapa. Esta caída fuera del mapa tiene que ver con la condición que se da a partir de la pérdida de los ejes de coordenadas, que orientan la experiencia subjetiva. Cuando ocurre la feliz circunstancia, de que alguien sale del fuera de discurso, o sea se reintegra a él, es lógico que una de las primeras cuestiones que se le plantea es, además de la pregunta de qué le ocurrió y porqué, es "cómo puedo volver a ser el de antes". Obviamente cuando el sujeto ya se plantea esto, ya está en camino su reintegración al discurso. El sujeto ya ha dejado de estar fuera de discurso.

         Retomando la cuestión de la degradación de la figura del padre, hay que señalar la violencia con que se ha ejercido la función del padre, violencia que lo degrada de por sí, pero más frecuentemente se trata de la violencia que se ha ejercido hacia la figura del padre.

         El típico conflicto de ambivalencia, o sea amor por el padre, por otro lado odio y degradación respecto de él. El famoso personaje de historieta televisiva de Homero Simpson, sería la versión con humor e ironía del personaje que encarna un padre degradado en sí mismo. En la degradación de la figura del padre se juega esto, de un modo brutal y descarnado. Muchas veces, la degradación del padre proviene del clásico conflicto entre las familias respectivas de la madre y la del padre. Y por supuesto la situación violentamente conflictiva entre la madre y el padre. Esto produce una horadación del soporte simbólico y también narcisista en el buen sentido del término, de las funciones del ideal del yo. El superyó se torna más violento, más arbitrario, más irracional. Suele haber un violento ataque desde el superyó del sujeto hacia la figura del padre, y el sujeto identificado a ese parte en instancias fundantes, se queda sin el soporte de la función paterna. En este sentido la muerte real del padre, culmina la degradación de su figura, que ya viene produciéndose desde mucho antes. Esto dificulta la identificación por introyección y por la incorporación. En todo esto la mirada de la madre sobre el padre, suele ser también degradante. Y esta instancia de la mirada crítica de modo a veces inclusive obsceno, es fundamental en ese proceso de degradación.

         En tanto se trata de la identificación, de la introyección y de la incorporación, de ese padre, un texto como "El yo y el ello" de Freud, es fundamental para entender de que se trata en estas cuestiones. Se produce una introyección a nivel del  yo y del superyó, de la mirada degradante de una madre, de la figura del padre, de la figura conflictiva de la pareja padre-madre, de la trama edípica conflictiva.

         Si nos hacemos la pregunta de si se trata de una muerte del padre como una instancia meramente discursiva, o si se trata de la muerte del padre en la realidad, Por lo general hay una muerte del padre en la realidad. Pero cuando no la hay, esa muerte aparece de un modo indirecto. En un caso de pánico particularmente intenso un analizante, interrumpe el análisis, y unos días después se le instala una serie casi continua de ataques de pánico que lo aterrorizan, y rápidamente me llama y vuelve a mi consultorio. En su caso se trató de un ataque indirecto violentísimo contra la dignidad de su padre, comparándolo y constituyendo situaciones de sometimiento obligado y dependencia económica de ese padre, con respecto a un suegro económicamente muy poderoso, al cual el padre no podía igualarse en ese terreno. El analizante, con una ética realmente dudosa y una violencia implícita contra su padre, lo coloca frente a esa situación manipulando la fiesta de casamiento con su mujer, de modo tal que el padre se veía precisado de compartir la mitad de los gastos con el suegro, y dejándolo en deuda con este suegro, ya que este suegro resultó el financista del cincuenta por ciento de los costos de la fiesta y la instalación del matrimonio, correspondiente según el reparto generado a partir de la conducta del paciente. Cómo el padre no podía pagar ese cincuenta por ciento queda debiéndoselo al suegro.

         A todo esto, el paciente, que trabajaba en la empresa de su suegro en calidad de socio de un modo particular que implicaba una sociedad donde él tampoco ponía demasiado lo suyo, salvo su trabajo, siempre cuestionado por él y del cual siempre estaba disconforme. Al tiempo que sometía a su padre a su suegro, en figura y en los hechos, sostenía un fuerte conflicto con el suegro también. No precisamente a causa de la situación de su padre, sino por razones vinculadas a su propio trabajo con el suegro.

         Consideramos que este conflicto, era el resultado del desplazamiento al suegro del conflicto con su padre, que no era en absoluto consciente para él. En todo esto y coherentemente con su historia de bello alma bella e inocente, no captaba en nada la estructura de la situación. Ni se le planteaba la situación en la que dejaba implicado al padre de la peor manera, y por supuesto ignoraba y desconocía totalmente su al menos ambivalencia respecto de ese padre, cuando no, un odio particularmente fuerte. No sólo se trataba de un padre degradado, sino que el degradante era directamente el paciente, su hijo, con una brutalidad totalmente ignorada por el paciente. Este destrozaba cruelmente la imagen de ese padre de un modo totalmente inadvertido, y a partir de ese suegro, con el cual –como señalamos- mantenía a su vez un fuerte e irreductible conflicto. Cabe señalar que ese suegro no era precisamente Caperucita Roja. Tenía lo suyo, y tampoco le ahorraba ni a mi paciente ni a su padre los efectos de su posición de amo en esa trama.

         En su momento yo no pude entender a raíz de qué, tiempo antes de la interrupción del análisis durante la cual estalló su pánico, el paciente relató tangencialmente la muerte del padre de un amigo, y se resistió de un modo particularmente obcecado a retomar el relato de la muerte del padre de su amigo. Simultáneamente, apareció una lesión en su rodilla que le dificultaba la práctica del fútbol, deporte en el cual se destacaba, al estilo de un pequeño héroe, narcisísticamente bello e inocente. Una ingenuidad e inocencia totalmente situable bajo la clásica figura mencionada del alma bella. Esta lesión, que implicaba una peregrinación de médico en médico,  simultánea al relato de la muerte del padre del amigo, también ofreció una brutal resistencia a ser analizada. En este caso, el padre estaba siendo degradado paso a paso, pero la muerte ya había ocurrido, desplazada, bajo la figura de la muerte del padre del amigo.

 

Nota:  el presente escrito es un anticipo del libro aún inédito De la letra por el equívoco. Ensayos psicoanalíticos (Cap. V) que el autor cede como anticipo a elSigma

 

 


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