» Introducción al Psicoanálisis
Presencias del otro19/11/2003- Por Luis Vicente Miguelez - Realizar Consulta
Este artículo versará sobre “Qué
es El Psicoanálisis, hoy”. Porque actualmente estamos en una situación que nos
hace replantear y repensar muchas cuestiones acerca de nuestro lugar como
analistas y nuestro lugar como ciudadanos, dentro de esta crisis fabulosa que
afecta a nuestra Nación.
Bueno, les decía entonces que me
parece doblemente oportuno pensar hoy acerca de estas cuestiones que hacen a
nuestra práctica analítica en este marco especial de transformación profunda en
la subjetividad que viene ocurriendo en este último tiempo, y que la crisis en
nuestro país la pone bastante de relieve.
En ese sentido, quería aportar
algunas reflexiones acerca de lo que denominé Las presencias del otro,
porque me parece que es en torno a esta cuestión, en torno a nuestra relación
con el otro como semejante, que se van a plantear muchas de las problemáticas
que hacen a la subjetividad, a la cultura y especialmente, a nuestra práctica
como analistas.
Cuando venía para acá recordaba,
pensando en esta cuestión del título, “Las presencias del otro”,
recordé un chiste, que la otra vez lo pusieron a circular también por mail, que
era un comentario de esos que había hecho Tato Bores, en su programa, por ahí lo escucharon o lo
vieron, que, se los hago breve, hacía una referencia a un momento como tantos
de crisis en nuestro país, y se reflexionaba sobre quién era el responsable de
esta crisis, había un supuesto periodista que le preguntaba a cada uno,
comerciantes, economistas, políticos, profesionales, obreros, sindicalistas,
etc. La respuesta invariable era que la culpa la había tenido el otro, los
otros para cada uno de estos personajes que habían sido interrogados, la culpa
es del otro. Y termina Tato Bores
diciendo, pucha, que hijo
de puta que fue este Otro. Esta
reflexión sobre este otro me parece que
no solamente es graciosa, sino que marca este punto donde el Otro está
instalado permanentemente como Otro con mayúsculas, es decir como Otro, del
cual se depende, del cual se pretende recibir el placer, el goce y que termina
haciendo de cada uno, un cuerpo y un sujeto de goce de él.
Esta dependencia en relación a ese
Otro, estalla con las crisis, que van a
poner en cuestión cierto lazo con la aseveración, “del Otro proviene todo”, o
su deformación encubridora, ”la culpa la tiene el
Otro”. Se abre entonces, esta
posibilidad de pensar al otro en tanto otro como semejante, el otro como otro
con minúscula, que es en definitiva, en la multiplicidad de las presencias de
ese otro, de donde va a provenir el placer y el sufrimiento.
Ahora bien, como analistas estamos
particularmente interesados en pensar sobre las presencias del Otro, pues se
trata de pensar como nuestra presencia opera en la cura. No hay análisis sin presencia del analista,
yo me atrevería a decir que no hay análisis sin analista, si no, el análisis se
transforma en una cosmovisión, una filosofía, en un pensamiento sobre la vida,
sobre el sujeto, sobre el ser, etc., que no es lo que la fundación del
psicoanálisis vino a introducir, que a mi entender es un nuevo lazo social, es
una nueva perspectiva en el lazo social con el otro, a eso entre otras cosas,
me voy a referir aquí.
Digo que es particularmente
importante reflexionar sobre las presencias del otro porque, en transferencia,
es nuestra presencia la que vamos a tener que pensar y repensar continuamente
para ver cómo opera en relación a una cura.
Voy a partir, para ser un poco más
claro sobre esta cuestión que estoy planteando,
de una pequeña viñeta que tomo de Winnicott
y que es un pasaje sobre un análisis que él tiene con un paciente adulto.
La historia es la siguiente: Winnicott recibe un paciente que
venía de muchos años de análisis anteriores y lo comienza a tratar por un
motivo que el paciente manifiesta de entrada, que es que a pesar de que él en los análisis ha visto muchas cosas de su
vida y que conoce varias de las causas de lo que le fue pasando y que ha
resuelto algunos síntomas de su neurosis, así lo plantea el paciente, hay algo
que le ocurre y que tiene que ver con la inautenticidad.
Es decir, la vida se le transforma, su propia vida se le transforma en algo
inauténtico, puede irle muy bien en la vida, de hecho le va muy bien, es un
profesional exitoso, casado con hijos, etc., pero que hay una constante sensación
de que lo que le ocurre es inautentico,
que lo que le ocurre no es verdadero.
Transcurren las sesiones y en un
momento Winnicott le dice
lo siguiente, mire, le dice al paciente, yo estoy escuchándolo y escucho una
mujer que está hablando de la envidia al pene, ésta es la formulación que le
hace Winnicott al
paciente. El paciente, no sin
sorprenderse de lo que se le dice, comenta Winnicott en relación a esa intervención, después de
unos momentos en que se queda en silencio, le dice, “mire, si yo hablara de
esta mujer con otros, me dirían que estoy loco”. Y Winnicott
le responde, “no se trata de que usted hable con otros de esta mujer, sino que
yo que estoy viendo un hombre recostado en el diván, escucho una mujer, el loco
soy yo”.
Ésta formulación tiene un efecto
que cambia la dirección del tratamiento que venía realizándose y hay algo que
muerde efectivamente en la cura para que el paciente empiece a sentirse de otra
manera en la vida. Ahora, ¿Qué tiene de particular
esta intervención de Winnicott?
Este paciente efectivamente había
sido antes de nacer deseado como niña, esto ya estaba analizado, lo habían
tomado en otros momentos de sus análisis. El deseo materno de tener una hija
opera fuertemente en este paciente ya que durante un tiempo la madre se
comporta con él, con el bebe, como si fuese una niña, es decir, la realidad del
nacimiento de un varón no produce una desmentida, en la realidad de la fantasía
materna. Sin embargo las intervenciones
que apuntaban a la explicación de este deseo materno no producían más que un
reconocimiento de su situación infantil.
¿Qué es lo que introduce Winnicott? Introduce una interpretación donde lo que
predomina es su presencia, introduce un estilo interpretativo dramático, donde
la enunciación está sostenida por la presencia del analista, en este, el loco
soy yo.
¿Qué es lo que permite esta
intervención? Que no se trata tanto de que el paciente se crea una mujer, de
que el paciente esté identificado con una mujer, sino que lo que el paciente
sostiene con esta inautenticidad
profunda de su vida, es la mirada loca de la madre. Lo que no
aparecía, lo que aparece recién en la formulación de Winnicott, es la enunciación alienante a la que
estaba sujeto este paciente, que es esta mirada loca materna. Con esto quiero decir, que la desmentida
seguía funcionando en él. El paciente
sostenía la mirada loca que ahí donde veía un varón, seguía viendo una
mujer. Lo que Winnicott hace con su estilo y su interpretación es
introducir esta locura de la mirada del Otro.
Yo a esto, lo voy a llamar
excedente, es decir, la presencia del otro, introduce un excedente, en lo que
podría ser la imago o la imagen del sujeto, la imagen especular
con que el sujeto se sostiene en la vida. La presencia del otro obliga a
trabajar con ese excedente. Ese excedente sería la mirada, la escucha,
los gestos del otro, que van a introducir de alguna forma, una perspectiva
diferente a la que daría exclusivamente la imagen especular. En ese sentido el espejo miente, porque nos
muestra, nos quiere presentar tal cual somos, pero lo que esconde es lo
inconmensurable de la mirada que nos mira en perspectiva, siendo más del que
soy.
Esto es lo que el psicoanálisis
recupera de la presencia del otro para ponerlo en juego en relación a la cura,
es decir, entiendo que el psicoanálisis utiliza ese excedente de la presencia
del otro, como medida de cura, como forma de cura.
Este excedente de la presencia del
otro puede no ser medida de cura, o forma de cura, o transformarse en vehículo
de cura. Puede ser absolutamente
aniquilante, destructivo, aplastante para la subjetividad, se convierte en
exceso. Hay una diferencia que quiero
introducir entre lo que es el excedente y lo que es el exceso.
Un pequeño rodeo para tomar este punto entre el excedente y el exceso.
Ferenzci llamaba, hablaba de
una confusión de lenguas, entre lo que él denominaba el lenguaje del niño o la
lengua del niño y la lengua del adulto.
En sus términos, en los términos de Ferenzci, denominaba que la lengua del niño era la
lengua de la ternura, y la lengua del adulto era la lengua de la pasión y
que había una incompatibilidad que se
producía entre ambas lenguas. Uno puede
decir en otros términos, la lengua o el lenguaje polimorfo de placer y de juego
del niño se encuentra con la lengua y el lenguaje de goce del adulto. Y efectivamente, esto es una situación de
incompatibilidad, es lo que el psicoanálisis desde Freud en adelante, define como la situación
traumática por excelencia, que uno hará con eso lo que pueda a través de la elaboración, con los medios, que
son los del complejo de Edipo, o sea, de los medios simbólicos, de esta
situación de encontrarse con el goce del Otro en tanto lengua del adulto.
Ahora, sabemos que esto puede
andar, de hecho anda, porque es en relación a
ese trauma que todos tenemos que constituir nuestra sexualidad, nuestra
subjetividad sexuada. Es decir, la
sexualidad infantil, saben que tiene ese efecto de constituirse en relación a un Otro en donde el Otro porta ese
exceso de goce que hace que se produzca algo del orden del trauma.
Ahora, este exceso puede ser
abusivo y aniquilante, yo creo que por ahí es una punta para entender la
cuestión del abuso sexual y no quedar exclusivamente en la realización o en la
búsqueda de la realidad efectiva si se fue o no fue abusado. Existe el abuso y
existe el abuso sexual que no es lo mismo que el trauma del cual se queja una
histeria, por ejemplo. No es lo mismo.
No es lo mismo una situación en donde se plantee la fantasía de la sexualidad
del Otro, que se plantee un abuso de la sexualidad del adulto sobre el niño.
Pero decía que le da una vuelta, porque no hay que quedarse pegado a la
cuestión de la realidad, si fue o no efectivamente abusado, sino que puede
haber esta relación, esta presencia del Otro, que sea verdaderamente abusiva y
aniquilante de la subjetividad, que interrumpa o impida los mecanismos
simbólicos con que un chico pueda hacer frente a ese excedente que hay en esa
relación con el Otro, que pueda hacer
algo con esa incompatibilidad entre el lenguaje de la pasión o del goce, y el lenguaje de la
ternura, del placer, del niño.
Digo que puede ser abusivo y
aniquilante cuando la lengua del Otro se impone, arrasando la lengua infantil,
cuando la lengua del otro se vuelve absolutamente totalitaria sobre el niño,
cuando no se sostiene la dimensión lúdica del niño sino que se lo introduce
brutalmente a una dimensión del goce en donde las cosas ya no son en el nivel
de lo lúdico, no pueden valer para el chico por lo que van metamorfoseando,
sino que las cosas son. En esta dimensión no es lo mismo jugar a mamá y a papá
en la escena edípica, jugar
entre los chicos al doctor, poder
introducir toda esta dimensión polimórfica de la sexualidad, que quedar
capturado por el goce del Otro como el único, o como la única fuente de goce de
uno de los padres de un matrimonio desavenido, quedar en esta posición es
efectivamente una posición de abuso
sexual, porque queda sometido a
la lengua pasional y de goce del Otro, introducido brutalmente en una posición
en el fantasma del Otro sin poder desarrollar y desplegar la experiencia lúdica
que le permitiría elaborar esta cuestión de la incompatibilidad entre las
lenguas, que decía, es natural de la
subjetividad.
Entonces, efectivamente, la
presencia del Otro puede ser presencia
aniquilante, puede ser presencia aniquilante si ataca el juego infantil, si
ataca esta dimensión lúdica en la que el niño encuentra la forma elaborativa natural de su
estructuración subjetiva.
Ahora, sabemos que la presencia
del Otro así como puede ser aniquilante es constituyente, las presencias del
Otro son constituyentes, si no hay presencia del Otro, también sabemos que la
vida no tiene posibilidad de desarrollarse.
El estado de indefensión en el que nacemos, el estado de
dependencia prematura, en el que la cría
humana está en desventaja con respecto a los otros animales, obliga a la
presencia del Otro como primer auxilio
ajeno.
Esta presencia constituyente hace que nuestro
propio cuerpo no lo podamos vivenciar exclusivamente desde un punto de vista
intrínseco, como podría suponerse, desde un punto de vista funcional, adaptativo al medio, etc.
Principalmente, nuestro cuerpo se
conforma por la mirada y la palabra del otro, por lo tanto el sí mismo
corporal, que es la base de todo sí mismo, está constituido por este baño de
lenguaje, metáfora que introduce Lacan,
que las palabras maternas, acompañadas con la mirada de la madre, van a
introducir en esa relación con el bebe.
Por lo tanto uno se ve a sí mismo, como, por los ojos de la
madre, es decir, esta es la primera cuestión a señalar.
También, el cuerpo en su
dimensión erógena y en su dimensión
estética, es decir, el cuerpo, no como función sino el cuerpo en esta dimensión
doble estética y erógena, se constituye por esa mirada
y por esa palabra materna. Fíjense, que un chico puede hablar de sí mismo como de la manito, como del piecito, me
lastimé el piecito, me lastimé la manito, y aún no tan chicos, a veces uno se
encuentra en semejantes situaciones medias ridículas hablando de su cuerpo en
diminutivo, de algún aspecto de su cuerpo en diminutivo.
Esto es porque efectivamente el cuerpo se
constituye ahí, en la pancita, la manito, la maninina, el bibibí,
el pipí, etc., que la madre introduce en esta
dimensión de “diálogo”, ahora veremos porque lo digo entre comillas, con el hijo.
Nadie podría, si no es por esto, hablar de sí mismo en estos términos,
cariñosos, en relación a su propio cuerpo. El cuerpo aparecería en una
dimensión exclusivamente funcional, de herramienta, pero el cuerpo tiene una
dimensión estética-erógena, de hecho, el que nos impacte la dimensión corporal
en una estatua, en una pintura, en una figura, proviene de esta dimensión donde
el cuerpo es el primer objeto bañado y
amado por estas palabras acariciantes.
Estas palabras acariciantes que no
tienen valor descriptivo, no están hablando del cuerpo, sino lo están
constituyendo, por lo tanto la palabra materna inicialmente tiene valor performativo, realizativo.
La presencia materna hablándole al bebe tiene valor performativo
y no descriptivo, no refiere, sino que constituye en el propio acto del
lenguaje, el cuerpo erógeno, el cuerpo estético.
La dimensión performativa de la
palabra, es la característica más importante que tiene la palabra, es la
dimensión fundamental del acto analítico.
El acto analítico no es hablar
con alguien acerca de algo, sobre lo que le pasó a alguien en el pasado,
sino que tiene eficacia porque constituye algo en el presente. El valor performativo está en que la palabra no describe un
referente, sino que produce un acontecimiento, el acontecimiento inicial
de la palabra es constituir un cuerpo donde había una masa de músculos y
funciones.
Esto es el operador humanizante, la palabra del Otro como
formadora de una corporalidad estética.
Sin mediación del Otro, no
podemos hablar del cuerpo en esta dimensión. Esto, constituye un verdadero
espacio de frontera, un espacio que no es ni de uno ni de otro, no está
constituido por lo intrínsecamente que proviene de mi cuerpo, totalmente, ni
tampoco por lo que el Otro hace de mi cuerpo, sino por ese encuentro entre mi
cuerpo y la palabra del Otro, esa primera palabra performativa.
Ese espacio, es un espacio de frontera donde habita el sujeto.
¿Cómo le habla la madre al bebe?
Yo decía, utilizando esta melopea, este canto, estas
palabritas, estos sonidos que más que significaciones, introducen caricias,
introducen ese elemento constituyente. Ahora todos sabemos que es necesario,
que, esto también lo decía Winnicott
y lo retoma Lacan, funcione esta locura de la madre. Winnicott
decía “suficientemente buena “, también suficientemente loca como para poder
escuchar en los ruiditos, en los llantos, en los sonidos amorfos de un bebe, un
sentido. Es decir, cuando la madre escucha un llamado ahí donde hay algún sonido, y a ese llamado le da
un significado, está introduciendo efectivamente un orden de significación pre existente, le está dando un
sentido. Esto es lo que se llamaba la
locura inicial de las madres que dan sentido ahí donde no hay más que factor,
si quieren, fisiológico. Saben las
consecuencias de la falta de esto, cuando esto fracasa, estamos en el grado más
profundo y terrible de lo que puede ser la psicosis infantil, algo en el orden
del autismo. O estamos en el punto del no desarrollo y de la muerte.
Ahora bien, es por lo tanto
absolutamente necesaria esa “locura materna”, ese dar sentido, pero no es
suficiente, no es lo único que se espera de esta relación primera con la madre,
de esa presencia inicial del otro.
Digo que, una cuestión peculiar
que tiene el lenguaje materno con respecto al niño, es que toma de la masa amorfa de sonidos que
produce el niño con todo su cuerpo, toma pequeños ruiditos para reproducirlos
en su habla. Si los puede reproducir en
su habla, los introduce, permite un
recorte, en donde esos ruiditos que estaban inmersos en esa masa amorfa pasan,
gracias a que son introducidos en la lengua articulada de la madre, en un habla
con sentido, con significado, pasan a ser efectivamente significantes, donde el
chico pueda reconocer ahí en eso que le viene de afuera, algo también que es
propio.
Efectivamente, la lengua nos viene
de afuera, nos espera al nacer, pero solamente se transforma en algo propio si
también en ella podemos reconocer nuestro propio cuerpo, si en ella podemos
reconocer parte de lo que nosotros producimos, si podemos encontrarnos con que
ese lenguaje que nos espera, está hecho también con la materia fónica que
nosotros producimos, como infantes, es decir, aún sin lenguaje. Que la madre introduzca sentido, es
necesario, pero la madre deberá introducir también los ruiditos que el bebe
produce, para poderlo incluir efectivamente en el campo significante,
permitirle la identificación con esa lengua que esta formada no solamente por
el código, por los signos de la lengua.
Esto hace que la lengua si bien
nos viene de afuera, no nos sea totalmente ajena, que también se configure en
ese espacio de frontera, en ese encuentro de uno y de otro.
Fíjense que hay situaciones en
donde un chico puede tener una afección referida a lo que se puede llamar
sordera con respecto a la palabra. Puede escuchar todos los sonidos, puede
escuchar perfectamente, pero tiene una sordera con respecto a la palabra. Esta
sordera con respecto a la palabra, es que la palabra no está dentro del campo de lo audible. Para que pueda
incorporarse la palabra dentro del campo de lo audible tiene que ser reconocida
en su valor de fonema que provenga también de su propio cuerpo; si no, tiene
sordera, porque si le viene exclusivamente de afuera, la palabra en su dimensión fónica, se vuelve
absolutamente intrusiva y
atacante del bebe. Para que no ocurra esto, efectivamente tiene que producirse
esta posibilidad a la que vengo refiriéndome, de llevar a su vez algo del
propio cuerpo del niño incluido, no solamente de portar sentido.
Esto se ve perfectamente en la
clínica, y si uno tuvo la experiencia de trabajar con autistas en algún
momento, o vio chicos autistas, se encontró con algo de este orden. Vamos a decir
algo primero. Lo que presenta un chiquito autista, es como una sensación de imposibilidad de todo
tipo de comunicación. Pero no porque el chico no pueda comunicarse, o uno no
pueda comunicarse con el chico en relación a darle alguna consigna, etc., sino
porque es extranjero efectivamente de toda lengua. La sensación es que no hay
ahí lengua sino que hay exclusivamente ruidos, y los ensayos de palabras que
emite son solo cuerpo extraño.
Cuando dije, extranjero a la
lengua, no es lo mismo que lengua extranjera, porque uno reconoce en la lengua
extranjera, una lengua, es decir, lo primero que ocurría en los pueblos más
primitivos es que cuando se encontraban dos sujetos, dos seres humanos,
hablaban, hablaban cada uno su lengua. Esto permitía al otro, reconocerlo al
otro como hablante, porque la lengua del otro también estaba en esta dimensión,
conformada por la misma materia que la propia, no era cuerpo extraño. Por supuesto que eso necesita de ayuda,
también, necesita, para que la presencia del otro no se vuelva totalmente
hostil, extraña y peligrosa, necesita reconocer un punto de identificación con
este otro.
¿Cómo se produce esto? Voy a tomar
una pequeña historia de lo que cuentan los viajeros de muchos años atrás, sobre
las caravanas que salían a lo desconocido. Es decir, siempre fascinó y produjo
terror el encuentro con el otro. La presencia del otro es algo fascinante o
amenazante. Puede transformarse, sabemos, el otro, en cabeza de Medusa donde
uno queda absolutamente paralizado y aniquilado o puede ser también el otro,
aquel que nos pueda alojar, nos pueda brindar su hospitalidad. El encuentro con
el otro siempre plantea una cuestión de deseo y amenaza.
Estas caravanas que salían a lo
desconocido, llamémosle el desierto, para verlo en los términos nuestros, porque efectivamente después de Buenos Aires
les parecía el desierto, y la historia
de los viajeros era que el desierto estaba poblado de lo desconocido y lo
amenazante, llevaban traductores. Pero que no eran traductores solamente, no
eran solamente lenguaraces que pasaban de una lengua a otra, sino que eran
verdaderos intérpretes. Cuando digo intérpretes
me refiero a que no solamente tenían la habilidad de traducir una lengua
a otra, sino que primeramente llevaban a que los viajeros reconozcan en esos
sonidos extraños, una lengua con sentido. Volvían también mediante sus relatos,
al otro algo interesante, despertaban la curiosidad por lo distinto, para
introducir al viajero en una perspectiva donde la presencia del otro no sea
aquello que se deberá rechazar necesariamente, una dimensión del otro como
extranjero pero no del otro como cuerpo extraño,
Algo de esta función nos convoca
como analistas cuando trabajamos con chicos de esta naturaleza, con chicos
autistas. Una analista que escribió un libro muy interesante que se llama HACIA
EL HABLA[1][1],
Marie
Christine Laznik-Penot, comenta un caso que le tocó de un
chico autista que se llama Halif,
el nombre es importante refiere al origen, el chico era turco. Esto es en
Francia, en París, y los padres, sobre todo la madre, hablaba poco en francés,
el padre prácticamente nada, hablaban muy poco en francés y se manejaban con su
idioma, la analista no sabía hablar turco, y lo toma en tratamiento.
Es muy interesante, porque el
chico era autista, o sea que no hablaba, producía algunos sonidos, algunos
gritos, presentaba la característica de
los autistas, giraba en torno a un foco de luz con la mirada fija en este, se
golpeaba haciendo rocking
en la cabeza. Cuando ella empieza a trabajar con él, sin saber nada de turco,
empieza a recortar en esos sonidos inconexos que producía el chico lo que ella
considera podían ser palabras en turco,
podían ser igualmente grititos, recorta sin embargo, por una insistencia de
algunos de ellos, ciertos trozos fonéticos, ciertos retazos fónicos, que, luego
conversando con la madre empieza ésta a encontrarle sentido en turco, y se
comienza a armar una historia donde el chico va a poder hablar y a pronunciar,
se los hago muy breve, a pronunciar aquellas palabras que recortadas de estos
gritos se vuelven significantes.
Una de las primeras cuestiones que
ocurren, y esto lo comento para que vean que es
la presencia del otro, del analista, quien introduce acá una especie de
mirada formadora; es que una vez dando el niño vueltas alrededor de la luz, a
la analista le evoca lo que eran los
bailes circulantes de los derbiches.
Para esta mujer, -en presencia de la madre trascurrían muchas de las sesiones
-, que pertenecía a la cultura turca esto tiene mucho significado, y además en
la historia de sus antepasados había personajes que eran justamente muy
valorados por su práctica religiosa y cultural. De hecho la palabra de la
analista incluye al hijo en la cultura
de sus antepasados.
A partir de eso, la madre mira de
otra manera al chico, constituye otra mirada. Fíjense que una presencia
circunstancial como es la presencia ahí del analista, permite producir o
introducir una mirada constitutiva y formadora que no existía. El chico dando
vueltas alrededor de la luz, era un cuerpo extraño, mientras que ahora se
vuelve algo a ser incluido dentro de una cultura, algo que puede tener un
cuerpo que baila y no solamente un cuerpo que no comunica ni muestra nada.
La mirada ahí constituye, la dimensión, si se quiere, sintomática. Por eso muchas veces el analista
constituye, de una inhibición y de una queja, un síntoma. Esto hace posible el análisis.
Cuando Freud con el Hombre de las ratas constituye un
síntoma en torno a la historia de los lentes, efectivamente ahí es posible analizarlo, antes no es nada, antes es ruido
para cualquiera. El amigo de hecho lo trataba de convencer que, recuerdan la
historia, que no era al capitán al que le tenía que pagar sino que era a la
señora del correo y el paciente, no quería saber nada. Cuando Freud detiene esto, frena la
cuestión, hace un recorte sobre esto se constituye para el propio paciente un
síntoma, se vuelve duda obsesiva, síntoma.
Entonces, evidentemente la presencia del
analista constituye algo donde podía haber solamente, ausencia de todo, como en
el caso de un autista. En el caso de un neurótico donde había solamente una
locura incomunicable, inentendible,
incomprensible, pero la mirada y la escucha recorta y constituye. Por eso
decía, es performativa, la
palabra ahí es performativa,
porque hace algo. No es que describe lo que le está pasando al chico, sino que lo constituye en
un derviche bailando para la mirada de la madre, con lo cual lo incorpora a su
cultura, ya el trato de la madre con ese chico, cambia, en efecto es otro.
De la presencia del otro, es lo
que se denomina don, el don, y no el
intercambio. Digo, no es el intercambio por esto: si la presencia del otro
sostiene una dimensión posible de frontera, una dimensión lúdica, una dimensión
donde el sujeto no es aniquilado por esa presencia es porque el otro en su dar
introduce algo que es del orden de la posibilidad de la creación por el sujeto.
Quiero decir con esto, que la zona de frontera se constituye cuando paradojalmente, y esto lo tomo
bien claramente de la concepción de Winnicott
sobre el espacio transicional,
cuando, lo que la madre da, el pecho, el chico lo crea. La paradoja necesaria
para constituir el espacio de frontera, el espacio verdaderamente subjetivizante es que aquello que
la madre da, el chico lo cree, es una paradoja. Es una paradoja que es
necesario advertir que no hay que resolverla. Si uno le quiere preguntar al
chico, esto de lo cual te satisfaces en
un juego, ¿es tuyo o te lo dieron? rompe la paradoja, eso rompe esa dimensión de frontera.
Cuando al pecho, la madre lo da, pero en el mismo lugar y momento
en que el otro lo crea, es efectivamente
eso lo que constituye la capacidad creadora en el sujeto. Si no es dependencia
absoluta del Otro, y la posición que se instala es la de la envidia, es decir,
el otro tiene aquello que a mí me falta.
La dimensión del don es esa,
cuando alguien da, y para esto vale lo que Lacan formula en relación al amor, o a un amor que
no es narcisista, que es dar lo que no se tiene a un ser que no lo es. Dar lo
que no se tiene, donde el pecho presenta la peculiaridad de no ser lo que se
da, sino lo que es creado. ¿Se entiende esto? Este constituirse entre uno y
otro, es lo que hace que el dar el pecho de la madre sea un don y no
simplemente un acto de intercambio.
Creo que ahí, esa presencia del otro, esa presencia del otro
que constituye con su dar la posibilidad de la capacidad creadora, porque no
aniquila al otro con el dar sino que
acepta que el otro cree ahí donde le fue dado, es lo que habilita la
subjetividad para el placer, para la creación, para la relación con los otros,
para el arte, para la vida. Esa es la impronta del Otro
generadora y no aniquilante, es la impronta del Otro que funciona como
excedente.
Por eso hay una definición, una de
las primeras definiciones que da Lacan
sobre el fin del análisis y que a mí me parece muy valiosa y que tiene que ver
con esta relación con el otro, o con los otros.
Él dice en “Función y campo de la palabra”:
“El final del análisis es el momento en el
que la satisfacción de cada uno encuentra el modo de realizarse con la de los
otros en una actividad humana”.
Fíjense la forma que él encuentra. No
se trata de una satisfacción compartida,
ni de un ideal de satisfacción, no se trata de que la satisfacción de uno y de
otro sea la misma, sino en el modo en el que la realización de su propia
satisfacción, encuentra como realizarse con la del otro, en una actividad
compartida, humana. No estamos hablando
de un ideal masivo, todos juntos triunfaremos. Cuando nos encontramos a veces
con que estas cuestiones del ideal, lo que desencadenan, puede ser lo peor, y
la caída de ese ideal, la desazón, el desamparo, el dolor. La satisfacción de
cada uno con la del otro, implica al otro, no hay satisfacción de uno, es
satisfacción de uno con el otro, pero no le impone al otro el modo de
satisfacción sino que ofrece también su satisfacción a la satisfacción del
otro, al encuentro de esto.
Pienso que es ahí donde tenemos
que plantearnos la cuestión del nuevo lazo social, del lazo fundamental que
establece el psicoanálisis. El psicoanálisis establece un lazo donde no impone
al otro una mirada, donde no impone al otro un sentido, donde no pretende
imponerle un modelo de goce, aunque esto nos viene, y contra esto tenemos que
estar permanentemente analizándonos como analistas en análisis, es decir,
tenemos que cuidarnos de ese lugar Otro con mayúsculas que la transferencia a
veces nos convoca, pero es, gracias a que la presencia nuestra puede establecer
una posibilidad de escucha, de mirada, de que puede ser una presencia que está
abierta a la receptividad inconsciente del deseo del otro, del paciente, que se
produce ahí un efecto de naturaleza totalmente distinta a lo que puede ser el acto
médico, a lo que puede ser el acto jurídico, a lo que puede ser el acto
político.
Este es el acto analítico, es un
nuevo lazo social inventado en el siglo XX y que introduce una nueva forma de
relaciones y de presencias del otro, que toma efectivamente de las presencias
constituyentes de la subjetividad.
Entonces, si la presencia del
analista opera en este sentido, si opera en el sentido de hacer posible que
aquello para lo que uno era sordo y ciego pueda entrar en mi subjetividad, es
que puede abrir una dimensión donde la mirada y la escucha van más allá de la
cuestión especular del espejo, donde se ponen en juego también los otros que
hay en mí.
En el ejemplo que les traje, Winnicott hace oír al paciente
esa enunciación loca que lo habita, la mirada loca de la madre que lo sigue
viendo como mujer y que él sostiene. Enunciación que refiere a aquel a quien va
dirigida su palabra, que en términos de la teoría del lenguaje denominamos alocutorio en contraposición con
el locutor, integrando ambos términos la enunciación discursiva. Sabemos bien
que es desde el otro al que se dirige el discurso desde donde éste retorna
constituyendo al sujeto de la enunciación.
El paciente no era homosexual, ni
era travesti, ni se creía
una mujer, el paciente sostenía la mirada loca que lo miraba como mujer, aún
siendo un hombre, y que esto hace que su vida cobre un sentido de inautenticidad. Lo que Winnicott puso en juego con esa
interpretación, que no es al estilo de, “a usted lo que le pasa es que se
siente una mujer porque su madre lo deseo cómo una nena”, está bien, eso ya
había pasado, se lo habían interpretado, había tocado ese punto, sin embargo no
se soltaba, no se soltaba porque no había reconocimiento de esta enunciación
que se hace oír en la boca de Winnicott. Y casi por sorpresa Winnicott la enuncia, porque hay que creerle, porque
uno ha vivido esa experiencia, de que uno enuncia muchas interpretaciones,
sorprendiéndose en el momento que las enuncia. La sorpresa no es solo para el
paciente es para uno en primer lugar, ¿Qué dije? ¿Quién habló? Porque el quién habló también está en
juego cuando habla el analista, es decir, quién habló es aquello que permite
esa receptividad inconsciente del analista, poner en juego a esos otros que
habitan en cada uno en el espacio transferencial.
A continuación haré algunas
aclaraciones que me parecen pertinentes.
Me estoy refiriendo a esta
dimensión del otro como sujeto, en ese sentido, hace confluir lo imaginario,
con lo simbólico y lo real. Quiero decir, el semejante no es solamente el otro
imaginario. El semejante es semejante en tanto porta como yo la castración, por
lo tanto está atravesado por lo simbólico. Si es absolutamente imaginario es
Otro con mayúsculas, es Otro absoluto.
En tanto el
semejante porta la castración, puede ser reconocido como semejante y por lo tanto, no entrar en la dialéctica del amo
y del esclavo, porque la dialéctica del amo y del esclavo, es la dialéctica de
la muerte, uno u otro. Es la dialéctica en la cual se nos presentan las
identidades asesinas, la lucha que estamos viviendo, la explosión brutal de
tribus contra tribus, el otro como otro a aniquilar porque sino me aniquila.
Cuando el otro se introduce en esta dimensión de reconocimiento subjetivo es que el otro
también está en falta en relación a ese
ser absoluto. No lo tomo en relación, para utilizar el esquema de Lacan, el i’(a), no es el otro
minúscula en su relación imaginaria, sino es el otro en tanto su dimensión
subjetiva. Quiero decir, que es el otro, en su dimensión subjetiva, la que se
juega en un análisis también.
En un análisis, vale aclarar que
si el analista encarna para el paciente el Otro con mayúsculas no quiere decir
que el analista sea el Otro con mayúsculas, aunque a veces lo tiene que, como
se dice habitualmente, semblantear, es decir, esto no puede hacer descuidar a
cada uno como analista de que no lo es porque si efectivamente en algún momento
nos lo creemos, vamos a hacer hipnosis. Porque el Otro hipnotiza, el Otro con
mayúsculas, hipnotiza.
Ahora, por supuesto en la transferencia
nosotros vamos portando todos los otros que para ese paciente han sido
significativos en su vida.
Cuando Winnicott dice lo que dice, efectivamente pone en
juego ese otro materno, la mirada de ese otro materno, pero lo hace gracias a
que Winnicott puede dejarse
tomar por eso. Es en tanto que permite hacer oír a ese otro, para lo cual tiene
que estar receptivo, o mejor dicho tiene
que utilizar su receptividad inconsciente, estar abierto a la escucha y deponer
su propia escucha de sentido.
Yo creo que la madre
suficientemente buena era un síntoma de Winnicott,
quiero decir, que es lo que lo hizo muchas veces antipático a la lectura de las
analistas mujeres. Quiero decir con esto que no es agradable promover entre las
mujeres la madre suficientemente buena, él tuvo un pequeño desliz al respecto.
Pero si uno lo lee en serio a Winnicott,
lo de la madre suficientemente buena, está en este planteo que yo hago, que yo
pienso, que está en la dirección del don, es decir, de aquello que la madre
puede poner en juego, que no es que la madre atiende y cuida al chico
excesivamente bien, porque eso sería una madre excesivamente madre. Es decir, toda madre suficientemente buena
debe ser en algún momento falla, debe fallar, pero eso no es como que hay que
promoverlo, no hay que decir: la mujer debe mirar para otro lado y no mirar a
su hijo, eso también es una ridiculez, la
transformación en receta lacaniana
ha sido una ridiculez. Tiene que mirar
al padre, o no mira mucho al padre, entonces, las nuevas generaciones influidas
ya no por esta madre suficientemente buena tienen que ser madres que a su vez,
miren al padre de vez en cuando. Me parece que esta dimensión de receta es
ridícula, es de puericultura.
Efectivamente la madre en esta
dimensión de suficientemente buena va a fallar, naturalmente va a fallar cuando
no está afectada por la locura, o una
neurosis grave, por la perversión. Cuando puede funcionar normalmente va a
fallar.
Esa introducción que hace la madre
es lo que, yo creo que el psicoanálisis,
retoma. Esta capacidad de incluir el ruidito del otro en mi decir, que es lo que hace que ese ruidito se
convierta, se recorte, como significante, es lo que hace un analista. Para que
la palabra no sea exclusivamente de él, sino que se constituya verdadera para
el paciente debe estar formada con la materia del paciente mismo.
Esto es una gran invención del
psicoanálisis. Porque el psicoanálisis, a diferencia con cualquier otra
práctica psicología, no es explicativo, no viene a explicar lo que le pasa a
alguien, no viene a dar cuenta de lo que le pasa a alguien por tal o cual cosa, no describe, sino que
puede recortar, constituir algo como verdad para el paciente porque puede dar a
oír un significante válido para esa historia, para esa subjetividad.
Esto es verdaderamente
constitutivo y constituyente por eso no se ocupa del pasado sino que el acto
analítico es performativo,
la palabra analítica es realizativa
porque constituye ahí una subjetividad. Participa de esta dimensión que
describía del don. Pero el don materno es posible efectivamente porque la madre
esta atravezada por el
nombre del padre, es decir, por esa dimensión donde su pecho no es
efectivamente aquello que le pertenece en forma absoluta como objeto, no es el
objeto que ella tiene sino que como objeto está perdido pues como objeto esta
lo que el chico hace con eso. Como está perdido como objeto, ella está
atravesada por la castración, le da el pecho, el pecho que es suyo, pero el
objeto que se constituye en ese don, ya no es suyo.
En el analista también, el
analista debe permanentemente renunciar a su narcisismo, si quiere que el
análisis ande, si quiere que un análisis ande. Cuando Lacan decía el analista paga con su ser, paga con
sus palabras, está diciendo ésto,
está diciendo que la profesión de analista, no me gustaría llamarlo profesión
solamente, sino además lo que esa decisión de dedicarse a la práctica del
análisis implica, es exponerse permanentemente, poner en juego este punto de,
si uno quiere, de castración.
Pero además constituir un decir donde
podía no haber nada, que ahí, aún donde no se trabaja con un psicoanálisis como
el que se realiza con un neurótico, en el
caso de atender a un chico autista, la posición del analista se sigue
sosteniendo como posición del analista. Porque en ese dar sentido del que
hablamos en esos casos, lo que el analista introduce es un recorte en el que
incluye al chico, no es solamente lo que a ella se le ocurre sobre ese chico,
sino que hace que ese chico tome cuerpo en una dimensión para la cual era ciega
y sorda la madre, lo introduce en el
campo del cuidado y el cariño materno porque lo recorta de lo
indiferenciado.
Hay ocasiones, en autistas, por
ejemplo, que parece que la analizada es la madre. Es difícil saber quién, pero
están en juego los dos, sería entre ambos que funciona el análisis. Pienso y
ustedes me darán la razón que no puede haber trabajo con un autista si no está
la madre, es un absurdo.
En la medida en que no se
interprete el semblante como hacer como, quiero decir, no se trata de que uno
haga como, sino que se deje tomar por eso, casi sin darse cuenta.
Por eso la experiencia de
receptividad inconsciente, es en un punto, enigmática. Freud
planteó esto de entrada y lo dejó abierto, ¿Qué hace que uno, que nosotros
en posición analítica tengamos una
receptividad inconsciente sobre el inconsciente del otro? Bueno, el trabajo sobre nosotros mismos, el
análisis, pero esto se va produciendo, quiero decir, no es calculable, nadie
puede decir, ahora voy a recibir el inconsciente del otro, ahora no recibo el
inconsciente del otro, sí estar dispuestos a que esa recepción no pase
desapercibida. Esto es una práctica especial, la presencia del analista es una
presencia particular. Porque otro no tiene por qué poner su receptividad
inconsciente al servicio de nada. De hecho, la historia de la telepatía muestra
otros caminos, dicen que ponen la receptividad inconsciente al servicio de
otras cosas, de ver el futuro, de hacer profecías. Pero cuando Freud se ocupa de los problemas
de la parapsicología, recuerden que descarta casi todo como fraudulento, salvo
una cuestión la telepatía, de la que él dice que no sabe cuál, pero que hay una
capacidad de pescar el inconsciente del otro que tiene el adivino que hay que
ponerse a estudiar ¿cómo lo hacen?. Nosotros tenemos
una herramienta racional y de trabajo que es la del análisis, el adivino posee
una capacidad que no esta trabajada, pero que él reconoce como que hay una
receptividad inconsciente. Vuelvan a los trabajos de “Telepatía y psicoanálisis”
de Freud. En los trabajos
sobre telepatía y psicoanálisis Freud
trabaja sobre las premoniciones falsas,
todas premoniciones que no se cumplieron, o sea que eran falsas, pero plantea
que su eficacia entre comillas, su capacidad de despertar interés en el sujeto
que consulta está determinada por la relación que guardan con el deseo. Sí
pescaban el deseo de quien consultaba, y entonces se pregunta ¿Cómo lo
pescaban? Y ahí deja abierto el interrogante.
Esta disposición a la escucha es algo que está dentro de lo humano, a
esta escucha que no sea la del sentido solamente, sino que pueda recortar otra
cosa, que pueda hacer oír, otra palabra, otra enunciación.
Cuando Winnicott le dice el loco soy yo, porque
verdaderamente él ahí se constituye y se siente loco. Es decir, si yo veo ahí
que es un hombre, no un hombre que habla como una mujer, sino que él ve que es
un hombre pero escucha una mujer. Cuando el otro le dice, yo si hablara de esta
mujer me tomarían por loco, Winnicott
le responde, sinceramente, efectivamente no es eso, el loco no es usted, el loco soy yo, que veo y oigo a un hombre y
escucho una mujer, porque sino le estaría diciendo que es afeminado.
La inautenticidad estaba dada por esto, porque él
soporta la mirada permanente de alguien que le decía vos no sos esto, sino que sos otra cosa y él la sostenía por amor a la madre.
Quería aclarar, cuando les decía
que la madre incorpora los ruiditos en su melopea
como lenguaje, cuando le habla al bebe, no le habla como si le hablara a un
adulto, aunque a veces ocurre, encontrarse con alguien que le habla a un niño
como si le hablara a un adulto. En general, lo que yo decía es que la madre
habla jugando, introduciendo un juego, que es deformando su propia lengua e
introduciendo los elementos que provienen del chico, como que eran ruiditos en
el chico, pero que se vuelven lenguaje porque los introduce en su propia
lengua. Es que si no lo incorpora, el lenguaje para el chico sería enteramente
ajeno, si no lo es, es porque le permite la ilusión de creer que él con esos
ruiditos está hablando. Pero le hace creer que él con eso está hablando no
porque le de sentido, porque si fuese solo eso, sería terrible. Le hace creer
que con eso está hablando, porque él escucha que eso que sonó en él, vuelve, y
esto le permite un reconocimiento y una
identificación con el lenguaje.
Hay una diferencia entre esto que
acabo de exponer y dar sentido solamente. El sentido siempre termina siendo
abusivo. La violencia de la interpretación a veces es necesaria pero también abusiva
si es solamente dar sentido, “a usted le pasa…”. Es humanizante,
pero lo deja en el orden del sometimiento al otro, el otro sabe, de mis ruiditos, que
significan.
Una cosa es cuando ese otro toma
los ruiditos, y dice lo que se le canta, no qué significan los ruiditos, pero
hace oír mis propios ruiditos en lo que dice,
ahí yo descubro que el otro introduce también en su lengua, mis propios
sonidos, mi propia corporeidad, diría, entonces el habla deja de ser cuerpo
extraño, se vuelve algo que se puede recibir sin sentir como absolutamente otro, ajeno.
Uno introduce permanentemente
términos. Los adolescentes ¿qué hacen? Introducen términos en la lengua, con
sentidos que después cambian, después se transforman, se modifican, pero es la
forma de apropiarse de algo que si no sería absolutamente ajeno, la sexualidad
genital, el mundo adulto, la ley y la trasgresión, el desamparo, etc.etc..
Es la capacidad creadora en el
sujeto. La capacidad creadora del sujeto es este encuentro paradojal, entre el
pecho que le dan y el pecho que crea.
Por eso se trata siempre de esto,
el analista no pregunta si lo que dice uno le viene de afuera o lo inventó uno
mismo. En general esto vale para todo, uno cuando habla, lo que esta diciendo
¿es lo que dice otro o es lo que dice uno? Ambas cosas.
Un discurso verdadero se constituye “entre”.
Un discurso que es solo cita, puede ser un discurso perfecto pero no es de uno,
no hay uno, no hay subjetividad, hay
referencia al Otro. Por otra parte cuando alguien hace un discurso donde no hay
ninguna referencia al Otro, hay delirio, cuando se quiere imponer como
verdadero una cosa que es absolutamente de uno.
Por eso siempre en todo proceso
creativo, el creador, se va a preguntar en algún momento si eso que está
diciendo o haciendo, lo inventó otro, le va a aparecer esta idea de “los sesos
frescos”, porque hay una dimensión donde está la presencia del otro en lo que
uno dice, ahora bien, si uno es paranoico se vuelve loco con eso, si lo deja
andar, bueno, tiene que aceptar que
están las presencias del otro en lo que uno dice.
Buenos Aires, 11 de Junio de 2002
HOSPITAL
DE EMERGENCIAS PSIQUIATRICAS
“DR.
TORCUATO DE ALVEAR”
Luis V. Miguelez. lmiguelez@fibertel.com.ar
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