» Introducción al Psicoanálisis
Recursos creativos en la psicosis.06/04/2010- Por Edit Tendlarz y otros -

¿Por qué nos parece oportuno hablar de “invención” para referirnos a la implementación de talleres con orientación psicoanalítica en un servicio hospitalario, de pacientes psicóticos crónicos? Jacques Alain Miller, en su texto “La invención Psicótica”, hace una diferencia entre creación e invención. En el primer significante alude al hacer algo desde la nada -en lo teológico se comprende bien esta diferencia. La invención se diferencia de la creación en tanto la primera se refiere a las distintas combinaciones de elementos ya existentes, ya creados.
¿Por qué nos parece oportuno hablar de “invención” para referirnos a la implementación de talleres con orientación psicoanalítica en un servicio hospitalario, de pacientes psicóticos crónicos?
Jacques Alain Miller, en su texto “La invención Psicótica”, hace una diferencia entre creación e invención. En el primer significante alude al hacer algo desde la nada -en lo teológico se comprende bien esta diferencia. La invención se diferencia de la creación en tanto la primera se refiere a las distintas combinaciones de elementos ya existentes, ya creados.
En este caso, los talleres -como método de trabajo en la disciplina psicológica- ya se conocen, incluso en el ámbito del hospital al cual nos referimos -Hospital Neuropsiquiátrico José. T Borda- donde funcionan talleres de música, de pintura, de teatro, y otros. En el servicio donde se desarrolla nuestra tarea actual, de pacientes crónicos, no funcionaba ningún taller. Nuestros talleres, dentro de ámbito hospitalario, se caracterizan por ser un espacio de encuentro con los pacientes, desde una escucha diferente.
¿En que se diferencian de las otras formas de taller?
La diferencia, y es esto lo que motiva nuestra presencia dentro del eje temático del psicoanálisis, es que nuestros talleres están orientados, llevados a cabo desde el dispositivo psicoanalítico. Se trata de una forma de psicoanálisis aplicado, en un contexto diferente, con sujetos cuyas patologías crónicas no ofrecen incentivo para la mirada psiquiátrica., y es justamente en ese límite de la psiquiatría donde nosotros recuperamos en el paciente la categoría de sujeto y apostamos a él.
Hablar de “psicoanálisis” nos diferencia de lo meramente terapéutico, sin por esto dejar de lado esa dimensión tan importante para el alivio del paciente. Nuestros talleres tienen sin duda efectos terapéuticos que no desestimamos; trabajamos en ello, pero con otro horizonte. Lacan nos enseña a “no retroceder en la psicosis”, y fundamenta que allí, con nuestra presencia, podemos contribuir tanto al alivio del goce sin la regulación del nombre del padre -goce descontrolado, ilimitado- como a la suplencia de este significante y con ello a una estabilización, a lo que Miller llama “invención en la psicosis”. La invención en la psicosis es el trabajo realizado por el paciente con aquellos elementos con lo que cuenta en su estructura; con esos caminos secundarios sin carretera principal, establecer un nuevo orden y encontrar así una suplencia de la metáfora paterna. Este es un trabajo que el paciente realiza por sí mismo, con o sin ayuda del terapeuta y en ocasiones muy excepcionales –lo cual no lo hace menos convocante para nosotros.
Creemos entonces que una invención nuestra, poniendo en relación elementos ya conocidos -los talleres, la terapéutica y el psicoanálisis- y haciendo de ellos una nueva forma de encuentro con pacientes psicóticos crónicos en este lugar, es sin duda facilitadora para que cada paciente pueda hacer algo desde lo subjetivo, teniendo como efecto un alivio del goce. Decimos, entonces, que es una invención que posibilita otra invención.
¿Enseñamos algo en nuestros talleres? La idea de un taller supone que alguien enseña algo a otro de manera no académica. En los talleres que llevamos a cabo en el Servicio 26, hay una enseñanza en juego, pero la misma subvierte el orden sobre quién y qué se enseña.
La clínica psiquiátrica clásica utilizaba un dispositivo en el cual enseñar la teoría era literalmente enseñar al paciente, de allí que se la haya llamado con justa causa “clínica de la mirada”. El psicoanálisis introduce una forma novedosa al postular que, en lo que al inconsciente se refiere, quien puede enseñar no es el médico, sino el paciente.
En este sentido, cabe destacar que la enseñanza de Lacan produjo cambios en las prácticas de analistas y psiquiatras en lo concerniente al campo de la psicosis, más allá de las diferencias entre ambas prácticas y los discursos de los que cada una se soporta y se hace agente.
Lo que reviste importancia para quienes trabajamos allí no es que el paciente aprenda a mover el cuerpo, o a pintar, o a jugar al ping pong. Para eso no harían falta psicoanalistas. Entonces ¿qué es lo que nuestra presencia intenta producir? ¿Con qué elementos?
En los talleres que ofertamos la apuesta es al sujeto, no a la tarea a desarrollar, ya que adherimos a la idea de que el poder de “la cura” estaría en todo caso en el sujeto mismo: “El psicoanálisis sin duda dirige la cura. El primer principio de esta cura (…) es que no debe dirigir al paciente”.1 Cada taller, en su particularidad, ofrece un espacio para que el sujeto despliegue un decir que sea alojado, un saber que sea escuchado como tal.
La semana comienza con el taller de juegos, en él se realizan muchas y diferentes actividades, desde el ping-pong hasta juegos de mesa con diferentes complejidades en cuanto a reglas y normas. Sabemos de la importancia de acercarles así algo del límite no presente en su estructura subjetiva, allí donde no operó la metáfora paterna, donde no contamos con la regulación fálica del goce. Pero además, se trata de actividades que implican en ellas la competencia. Y en este sentido, el lugar del competidor solamente puede ser encarnado por nosotros, lugar del cual nos corremos con prudencia, sabiendo por nuestra condición de analistas que no podemos encarnar el lugar del saber. En sus singularidades cada uno puede tolerar de diferente manera el ser derrotado, y también la cantidad de veces que esto sucede debe tenerse en cuenta con cada uno en forma individual, pero siempre somos nosotros los que aprendemos, los que eventualmente ganamos. El saber siempre permanece del lado de los pacientes.
En el taller de expresión corporal, por ejemplo, realizamos diferentes actividades destinadas a poner a trabajar allí un cuerpo no mediatizado por el significante como ocurre en la neurosis. Es importante hacerse algunas preguntas con respecto al lugar del cuerpo para estos pacientes, y con respecto al psicoanálisis tener claro de qué cuerpo nos ocupamos y qué es lo que éste nos enseña en la psicosis sobre el significante y su marca sobre el cuerpo. Podemos remitirnos entonces a los dos efectos del lenguaje y ver allí la falta del segundo: es un cuerpo fragmentado por la entrada de la palabra pero sin que opere sobre él un efecto unificador. Si lo explicásemos desde el estadio del espejo, no se produce allí la visión de un yo completo a pesar de su prematuración. El cuerpo en la psicosis permanece fragmentado. “A nivel del sujeto hay algo que es de la dimensión de lo imaginario, el yo y el cuerpo, fragmentado o no, pero más bien fragmentado”2.
Hay que ver con qué dificultad algunos llegan del hombro al codo, parece que el brazo que está recorriendo al otro brazo no fuera del mismo cuerpo, y podría pensarse allí la importancia de ese reconocimiento corporal que los pacientes realizan con las coordinadoras , donde la imagen de los otros actúa como un espejo, una imagen con la que ellos van recorriendo parte por parte, siguiendo las indicaciones de la coordinadora que pone su propio cuerpo como modelo.
El taller de arte, por su parte, ofrece la posibilidad de acotar el goce a partir de la producción de un objeto; y posibilita también realizar algunas maniobras transferenciales que deberemos leer luego y evaluar, sin la presencia del paciente, cuando hacemos clínica.
Por las relaciones que pueden establecerse entre la psicosis y el arte, este taller es sin duda merecedor de varios trabajos donde poder exponer un cuantioso material, tratar de responder tantas preguntas, y abrir así tantas otras inquietudes. En esta ocasión dejaremos de lado sus particularidades y daremos un ejemplo relacionado con el manejo de la transferencia.
Es una tarea muy común es este taller la realización de dibujos por parte de los pacientes. Realizando esta tarea, V dice al coordinador “Te dibujo a vos”. Muestra entonces un dibujo de la figura humana distorsionada como es propio de la esquizofrenia. Luego, presenta otro dibujo de similares características pero busca que el coordinador adivine de qué se trata; luego de varios intentos acuerdan que es una jirafa, el colaborador entonces toma una hoja y dibuja trazos sobrios, cinco líneas donde en forma acertada el paciente identifica un barco. Se produce entonces un ir y venir de adivinanzas.
Podríamos pensar la intervención como un intento de establecer un punto de referencia simbólica, a establecer marcas que pueden determinar los lugares de cada uno, analista y paciente, un sujeto en donde el Otro en tanto lugar simbólico no ha emergido. El juego continúa por unos minutos, en los cuales V dirige entonces su mirada a los otros, al grupo, como buscando allí un reconocimiento. Es un movimiento interesante, si tenemos en cuenta que se trata de un sujeto que alucina permanentemente, de una manera que siguiendo a Lacan en un comentario suyo sobre Schereber podríamos decir que “ya no está con seres reales... está con otros elementos que estorban mucho más”3 Es esta entonces una maniobra que trata de correr esos seres imaginarios para situarlo con seres reales y establecer con ellos un lazo mucho más tranquilizador.
El taller de lectura de diarios es un espacio ideal para buscar el despliegue del inconsciente a cielo abierto del que nos habla Colette Soler, de modo de regular en ese discurso que posibilitamos algo del goce que el neurótico regula mediante el trabajo de su inconsciente en su búsqueda incesante de sentido.
Cierta mañana, ante la lectura de una noticia que hablaba de un padre que manteniendo oculta en un sótano a su hija, abusaba sexualmente de ella y tenia varios hijos, un paciente comentó: “Bueno, pero él la quería, solamente le hacía el amor, eso no es malo. Era un exceso de amor.”
Un analista, alojando sus dichos y tratando de abrir una posibilidad de opinión por parte de otros pacientes comenta: “V dice que no era malo lo que el padre hacía. ¿Y ustedes qué piensan?” J, con una sonrisa irónica, afirma: “No... a mí me parece que no está bien!” C responde: “Y sí, no está bien, además esta encerrada...”
Podemos escuchar aquí un discurso totalmente por fuera del Edipo, por fuera de toda ley, sin límite, sin prohibición.
La lectura abre la posibilidad de comentar y preguntar cautelosamente, invitando a participar, a poner de manifiesto algo de ese saber del sujeto psicótico.
El taller de literatura, dado que es tal vez el que exige mayor cantidad de funciones cerebrales conservadas -y nuestros pacientes en su gran mayoría presentan un deterioro importante en su condición de cronicidad- el menos concurrido, pero no por eso menos interesante. Finalizando la lectura de un cuento de Gabriel García Márquez, autor predilecto de nuestro por entonces único asistente a esta actividad, ante un final abierto, nuestro paciente nos pregunta: “¿Pero ella se encuentra con la muerte o con el amor?”
Ante la falta de respuesta, comienza entonces a armar una historia donde va enlazando partes del cuento con cuestiones relativas a su propio delirio, mostrándose aliviado de armar entonces allí una respuesta posible ¿No es acaso su discurso el inconsciente neurótico en busca de un sentido, de una explicación a eso que no puede ser simbolizado? ¿Qué es el delirio, sino un testimonio del sujeto, testimonio del inconsciente sin velo alguno que se despliega tomando forma de discurso?
Nuestra función será la de alojar ese saber que el sujeto tiene y que en tanto certeza no admite posibilidad alguna de evocar una falta. La falta queda entonces del lado del oyente, quien en su función de analista (a pesar de que no se trate de un psicoanálisis clásico) al sostener una escucha vacía de sentido, se presta en tanto objeto para sostener y -por qué no- causar ese decir.
Y aquí surge la relación de la escucha con el deseo del analista, dado que en lo que respecta al saber: “‘Yo no lo sé y es por lo que es preciso que tú hables’. Y es en lo que el deseo del analista no es sino la otra cara de la pasión de la ignorancia. Es preciso que en el analista se halle un deseo más fuerte que el de ser amo”4.
A partir de poner en juego el deseo del analista será que surja la posibilidad de que el sujeto encuentre en los talleres un espacio que le permita un alivio del goce, temporario pero no por eso menos importante.
En este espacio de escucha que el taller brinda, puede observarse cómo los pacientes hacen del analista un testigo[5] en el despliegue de su saber: “Tengo mucho que contar”, dijo alguna vez un paciente. ¿Buscaba allí un semejante dispuesto a alojar su testimonio? El lugar que el analista ocupa, entonces, tiene que ver con la función de testigo, de aquel que recibe ese testimonio, de secretario del alienado[6], como mencionamos anteriormente: “No solo nos haremos sus secretarios, sino que tomaremos su relato al pie de la letra[7]”. Es decir: es el analista en la posición de secretario del alienado, quien acoge y acusa recepción del testimonio que el paciente, al igual que tantos otros, despliega en el taller de lectura. El psicótico nos viene a dar su testimonio, y en este sentido no cabe lugar para la interpretación, ya que el testigo es alguien que por definición se caracteriza por no saber y no gozar; por el contrario, aparece y se muestra vacío, permitiendo de ese modo que el sujeto pueda alojar su testimonio. En tanto que secretario, el analista será quien acompañe, escuche, lleve la agenda del sujeto y sobre todo, la organice. Esto último nos permite pensar en la posibilidad de introducir una función de límite que vaya en el sentido de la significación fálica.
De esta manera, el analista se encontraría operando no como el Otro del goce, sino desde una posición en donde la interpretación de sus dichos no tiene lugar, y donde albergando su testimonio estaría posibilitando un modo de acotamiento del goce que habita al sujeto psicótico, pues desde el lugar del Otro que lo goza, el sujeto quedaría excluido de su posibilidad de brindar dicho testimonio.
Hemos realizado desde nuestra mirada un paseo por los diferentes espacios que comenzamos definiendo como espacios posibilitadores para que el sujeto ponga en marcha sus recursos, aquellos caminitos secundarios de los que nos habla Lacan, siguiendo tal vez pequeños carteles que tratamos de iluminar para que cada cual con lo que cuenta pueda tal vez comenzar algún trabajo que lo lleve a poder aliviar lo insoportable del goce sin regulación fálica. Atentos a encontrar pequeñas invenciones que posibiliten un lazo con el otro, que dibujen un borde por efímero que sea en un cuerpo fragmentado, donde el afuera y el adentro no están diferenciados.
Para concluir, queremos señalar que nuestro objetivo, al ofertar estos espacios–tiempo que se denominan “talleres”, consiste en buscar algo más, a saber: brindarle al paciente a través del arte, de la lectura, o mediante cualquier ocupación que lo represente, una posibilidad de inscribir su nombre como propio y a partir de ello lograr un reconocimiento por ese Otro social que podrá suponer un sujeto en esa producción–creación, reconstruyendo quizás algo del lazo perdido.
lugar donde entran rápidamente algunos otros colaboradores intervienen en el juego, en una maniobra que abre a una transferencia múltiple, evitando entonces el peligro de estar operando en el eje imaginario donde el paciente puede sentirse tomado aplastado por ese otro.
Estando advertidos de estas cuestiones se produce así en lo sincrónico, en este intercambio con el otro una descarga libidinal en ese lazo con el colaborador que seguiremos trabajando y leyendo a lo largo del tiempo en la diacronía del paciente.
1 Lacan. La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos 1.
2 Lacan. Seminario 3. Pag. 86
3 Lacan. Seminario 3 Pag. 157
4 J. A. Miller.
[5] (Soler, Colette 1991)
[6] J. Lacan: El Seminario. Libro 3: “Las psicosis”. Cap. XVI: “Secretarios del alienado”. Apartado 1. Paidós, Buenos Aires, 1984. Pág. 295
[7] J. Lacan: El Seminario. Libro 3: “Las psicosis”. Cap. XVI: “Secretarios del alienado”. Apartado 1. Paidós, Buenos Aires, 1984. Pág. 295
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