» Introducción al Psicoanálisis

Reflexiones acerca de la adopción de una madre

25/06/2005- Por Violaine Fua Púppulo - Realizar Consulta

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No es una equivocación la del título: no se trata de la adopción de un niño/a sino de un segundo tiempo: el del análisis. ¿Adoptar a una madre? ¿cuál?, preguntas necesarias, casi diría imprescindibles en algún momento de la existencia de un paciente adoptado que atraviesa un análisis. Se trata de una paciente y un recorrido. Una historia contada de a muchos, de a pedazos. La construcción de un pasado tan precioso como el de cualquier paciente comprometido con su propia palabra en un punto de pura ausencia. Decía "precioso" porque se trata de una paciente que entrega, a la Palabra, la ofrenda de sus bienes: una madre adoptiva de 63 años, un padre adoptivo de 65, un relato de buenas noches sobre esa madre primera (sí, primera ¿por qué no?), dos fallecimientos previsibles, etc... todas cuentas de un collar de piedras preciosas que se va armando a condición de un respeto que, en la transferencia, marcará el único lugar posible para un analista: que sea aquella que, pudiendo tomarlo todo, no lo hace...

No es una equivocación la del título: no se trata de la adopción de un niño/a sino de un segundo tiempo: el del análisis. ¿Adoptar a una madre? ¿cuál?, preguntas necesarias, casi diría imprescindibles en algún momento de la existencia de un paciente adoptado que atraviesa un análisis. Se trata de una paciente y un recorrido. Una historia contada de a muchos, de a pedazos. La construcción de un pasado tan precioso como el de cualquier paciente comprometido con su propia palabra en un punto de pura ausencia. Decía "precioso" porque se trata de una paciente que entrega, a la Palabra, la ofrenda de sus bienes: una madre adoptiva de 63 años, un padre adoptivo de 65, un relato de buenas noches sobre esa madre primera (sí, primera ¿por qué no?), dos fallecimientos previsibles, etc... todas cuentas de un collar de piedras preciosas que se va armando a condición de un respeto que, en la transferencia, marcará el único lugar posible para un analista: que sea aquella que, pudiendo tomarlo todo, no lo hace. Piedras que se van encadenando y que muestran, en el más claro de los sentidos, que la historia construida en el análisis es Otra: no es ni del paciente, ni del analista; tercero gestado allí en el seno de una transferencia, de un espacio-tiempo Otro, tiempo de construcción por la presencia misma de un analista que no es allí, ella.

O. consulta por una angustia cuyo desencadenante es la separación de su marido, ocurrida unos meses antes. Concurre con sus hijos.

La historia, a grandes rasgos es esta: O. es adoptada por una pareja de personas mayores, separados, de mucho dinero, en otra ciudad. Durante su niñez, vive en la casa de la "mamá", y ambas comparten los fines de semana con el "papá", un francés parco, y, otrora, bastante mujeriego, según el decir de su esposa, cuestión que desencadena el divorcio entre ambos. Su mamá adoptiva es descripta en la primera entrevista como "lo mejor", una mujer moderna para su época, que consulta psicólogos desde el primer día para saber qué es mejor para O.: que sepa la verdad o no. Muy cariñosa así como imprevisibles sus reacciones de enojo, todas las noches le cuenta el cuento de su madre verdadera: una mujer de servicio en una casa de dinero, que queda embarazada del hijo del patrón y que da esta hija a sus nuevos padres porque no puede hacerse cargo de criarla. O. dice: "mamá, contámelo otra vez", repetición en el seno de un vacío argumental.

Al morir su madre adoptiva, se hace carne lo que ésta le legara: cuidar el patrimonio de ella, que no se lo apodere el padre adoptivo. Se desencadenan violentas discusiones, a las que contribuye el carácter parco del padre. Permanecen viviendo cada uno en "su" casa. El padre se enferma de cáncer, y si bien ella sabe que él está asustado, ninguno se atreve a hablar de lo que está pasando. Un día vienen y le avisan que su padre ha muerto.

A lo largo del tratamiento, la paciente le endilga haberla abandonado en un momento tan duro como el de la muerte de su madre. Progresivamente, esta imagen del padre cederá. Era ella quien hbía contribuído a alejarlo, obedeciendo a su madre.

A la muerte del padre, la paciente tiene 17 años, dos más que cuando muere su madre adoptiva. Menor de edad, la toma a su cuidado una señora a quien llamará "madrina", subrogado de su madre y que en tal carácter, tendrá a su nombre la cuenta bancaria que la paciente conserva de su madre y de su padre adoptivos. Esta madrina se ocupará oportunamente de oponerse al noviazgo de ella con un joven. O. le ofrecerá sacrificialmente hasta su virginidad, cumpliendo con el sueño de su madre de que llegue virgen al matrimonio. Un día, la madrina se apodera de esa cuenta bancaria, por un supuesto enojo relacionado con una desobediencia. O. queda con un departamento de dos ambientes y la casa original de su madre, en su ciudad natal. Una madre que, pudiendo llevarse todo, lo hace.

El marido del que se ha separado al iniciar sus entrevistas es -para esta época-su segundo novio, y dirá que lo que la decidió por él fue el hecho de tener una familia enorme y una madre muy apegada, madre que le abrirá las sábanas de su cama para que miren tele, diciéndole que la siente más hija que a cualquiera de sus hijos.

Con el tiempo relata que ella, durante el embarazo, no sabía cómo se tenía un bebé. Ella rompe bolsa y se vuelve a su casa porque no percibe lo que eso significa. Tiene contracciones, pero eso tampoco alcanza para saber cómo hace una madre para desprenderse de un hijo, parir = partir, partición de madre-hijo que no puede ser transcurrido sin la ayuda de una vecina -mujer- que la toma de la mano y la lleva al hospital. Es que ¿de quién tiene que separarse una mujer para poder tener un saber sobre partir-se de un hijo?; la respuesta es obvia pero no menos conmovedora pues O. no está hablando de su primer parto. Está hablando del nacimiento de su segundo hijo, que es una niña. Hay una falta que no se puede recubrir con conocimiento y, por tanto, aparece en su discurso con una transparencia que en otros casos uno podría pensar bizarra. Claramente no lo es: ¿Desde dónde podría una mujer devenir madre, si no es en la medida de una madre que esté allí para dar ocasión a este partir-se de su hija? ¿Cómo partirse de la madre si no ha podido tenerla?. Hay un saber (partir-se de una madre/de un hijo) que no puede ser atravesado. No basta la madre adoptiva: O. ha podido decirle en alguna ocasión: "vos no sos mi madre". El hijo adoptado sabe -dirá luego- que lo es; no es de esa mano de la que puede tomarse para ir a parir.

La separación del marido fue decidida por ella. En un primer tiempo de las entrevistas, dirá que la decidió la “dejadez de su marido”, en ocasión de este segundo nacimiento. Se sintió sola al parir, "abandonada" (por quien?: padre); en un tiempo posterior dirá que la decidió la “liviandad” con que su marido le expresó su deseo de abortar un supuesto embarazo -que no fue tal- sin darle la menor importancia. Dejadez, liviandad y podríamos decir indiferencia de un padre ante una vida por venir, padre del que sólo podrá hablar en el último tiempo.

 

 

Primera entrevista

 

En la primera entrevista, O. dirá que consulta porque se ha separado y si bien ella lo ha decidido, algo la angustia y no sabe qué es. La preocupan sus hijos, cómo manejar el tema con ellos. La separación fue violenta, la niña ha visto esa violencia y esto la decide a poner el punto final. Dice "soy adoptada" y relata su historia. Le digo que tendremos que comenzar a usar esa palabra para sus padres, padres adoptivos, padres adoptados. Ella dice: "yo no quiero saber quiénes eran mis padres reales...". Le digo que está bien, que cada uno tiene su tiempo para poder abordar ciertos temas, pero que es necesario que en algún momento, pueda hacerlo -no sin escuchar que lo que se juega aquí es nada más ni nada menos que "saber quiénes eran"-.

 

 

Primer movimiento:una madre que puede no ser única.

 

O. se queja de su ex-marido. Repite lo que su madre hacía: le habla a sus hijos de él, criticándolo. Anota esta falencia de su madre pero dice: "para mí ella es... era perfecta". Le recuerdo la frase de su madre: "vos seguí la huella, aunque vengan degollando". Corto la sesión. Ella se va muy turbada. A la semana siguiente dice que ha podido dejarle los chicos al padre, por primera vez, por una semana. Está angustiada pero se dedica a ordenar su biblioteca, que compara con su vida. Habla de su padre, el que le inculcó el amor por los libros, el que se los compraba. (O. es docente). Dice: “¡qué difícil debió ser para él ubicarse en relación a una mamá que estaba siempre!”.

Entrevistas posteriores darán cuenta de la primera vez que O. pueda cuestionar los decires de su madre: O., sufriente, dice que está cansada, agotada de las tareas de la casa, de ocuparse de los chicos, pese a que era ésto lo que buscaba con su divorcio.

Podría decir que he escuchado varias veces a muchas pacientes decir eso pero había algo ahí que escuchaba como excesivo. Un sutil exceso que se cuela entre sus palabras. Pregunto: “¿quién dice que una madre debe sufrir?” O. recuerda enseguida que su madre le decía (recuerden que la madre era muy mayor) que la única razón por la que no se moría era por ella, que se cuidaba el corazón sólo para no dejarla. Le digo: “Parece que la única madre posible es la que sufre y que se priva de la muerte solamente por sus hijos”. Dice: “Es cierto, yo no soy así como era ella, del mismo modo que no era verdad que yo fuera el centro de su existencia”.

Entrevistas posteriores darán cuenta de ciertas cuestiones que tienen que ver con la sexualidad y la muerte. Llanto por la muerte de su madre: la llora pero también la responsabiliza. Llanto y angustia, ahora, respecto a este cuerpo que se constituyó en relación a esa madre: un cuerpo que no debe ser mirado, una sexualidad rechazada, porque la pone en contacto con las putas. Dice: “Yo me freno los orgasmos. Mi mamá decía que las putas son las que se calientan y me decía que no me dejara tocar”. Le digo: "No, no: las putas son justamente las que no se calientan con nadie".Cuerpo de niña que no deja tocar, porque era todo-para-la-madre y que a partir de aquí empezará a convertirse en un cuerpo de mujer.

 

 

Segundo movimiento: se abre el espacio, taponado por su madre adoptiva

 

Llega el Día de la madre. O. recuerda sus esfuerzos, de niña, para hacerle regalos a su madre: le festejaba todo el día, ahorraba desde mucho tiempo antes. Dice: "yo quería pagarle". “¿Pagarle qué?” le pregunto. Casi como una renegación dice: "Que me haya dado la vida, que me hubiera elegido ¿quién sabe dónde estaría yo?".

Hay un exceso, una necesidad de pagar una deuda impagable. Se sorprende de que sus hijos no sienten esa necesidad. Le digo: "en lo natural, no hay exceso". Y recuerda escenas en las que su madre adoptiva se enojaba, perdía el control, se cegaba. Un día le tiró con los cubiertos. Dice: "me salvé del cuchillo porque me agaché". Le digo: "¿vos podrías tirarle un cuchillo a tus hijos?". “No. Una madre no podría hacerlo". Corto la sesión sin antes decirle que quiero verla al día siguiente.

“¿Por qué, Violaine? ¿Porque estoy abriendo muchos cajones, no?”. Le digo: "quiero que los abras acá, acompañada". Cajones, sí, de muertos, que habrá que comenzar a abrir.

 

 

Tercer movimiento : el cuento de las buenas noches o la construcción de otra historia.

 

La entrevista posterior abrirá un espacio de profunda emoción también para mí como analista. Comenzará diciendo que estuvo tejiendo una cesta para el Día de la madre que no había festejado. Tejer, tomar hilos y ponerlos en otros lugares. De eso se tratará. Relatará cómo su madre y padre adoptivos se buscaban, les gustaba estar solos y a veces, ella se sentía de-más. Por primera vez dirá que en el fondo, siempre se sintió sola. Recordará situaciones en las que su madre adoptiva le decía: "este viejo de m... me quiere tocar la cola", y se hacía la enojada aunque en realidad, se la veía muy feliz. Madre como objeto a del padre, esta versión hará tambalear la afirmación del padre del fantasma. Ciertamente no es por la vía de una palabra, de una certeza que esta niña percibirá la alianza parental adoptiva. Es por una traza, una marca ajena al cuerpo de ambos, pero que da cuenta del lazo que los une, y que provee una certidumbre, no ya real, sino simbólica. Comparten un secreto, garantía de esa unión, reconocimiento de esa alianza que los constituye como esposa, esposo y padres. Es por la vía de esas marcas, donde madre y padre están sujetos, sujetados entre sí, que la paciente podrá comenzar a atravesar ese fantasma, allí justamente donde interroga la otra cara del padre, su perversión.

Ahora sí, relatará el cuento de las buenas noches, pero ampliado: su madre real era una mujer de servicio que una vez tenido el bebé, lo lleva a la Iglesia de la zona. Durante tres días la amamanta y le pide al sacerdote que su hija sea bautizada. Sus padrinos de bautismo serán su madre adoptiva y un señor que ella aún ve en la ciudad donde nació.

En la tradición cristiana, la madrina es aquella mujer elegida por la madre, cuya misión es ejercer los cuidados del niño cuando la madre no está. Escena simbólica, si las hay, en la que la madrina de bautismo cumplirá su misión desde el principio y a sabiendas. Dirá también que después de fallecida su madre adoptiva, ella iba y se quedaba todo el día en la Iglesia, en esa Iglesia, único lugar donde las tenía a las dos. Agregará: “mi mamá adoptiva despreciaba a la gente de servicio. Mi mamá era una persona de servicio”. Gente a persona, la madre real va tomando un cuerpo real en el espacio virtual de la transferencia. Es ya una presencia, separada de la madre adoptiva.

Me preguntará “¿por qué nací?”. El aborto, algo que a ella siempre le ha producido horror, toma una connotación en su historia. Su madre no la abortó, pudiendo hacerlo. Al borde de un viaje mío, ya anunciado tiempo atrás, me dice: "cuídate... yo no me quiero meter pero quién me va a cuidar si te pasa algo?". Jugada en la transferencia, con mi cuerpo como soporte -que con el trabajo analítico, habrá luego de desasirse, gracias a Dios-, el cuerpo del analista experimentará esta emoción propia de la gestación.

Estamos en otro registro que el que les contaba al principio: el cuerpo del analista, tomado por la transferencia, pero la misma tiene, todavía, un fuerte investimiento simbólico e imaginario. Yo soy su mamá y me pide que no me vaya, que me cuide, que no aborte. La transferencia, todavía está en el registro del SSS. Falta camino para que pueda desinvestirse de esos ropajes.

 

 

Cuarto movimiento: la intimidad.

 

O. relata una escena en la que ella y su hijo mayor están jugando. Ella le pregunta:

 ¿Desde cuándo me querés? ¿desde la panza?

Hijo - ¡No! desde que te vi y supe que eras mi mamá (el niño esta hablando del parto)

O- No es pavada ver una madre así de cerca (entre risas)

Frase en demasía al relato, sobresalía por sí misma. ¡Guau! pensé yo. ¡Quiere conocer a su madre!

Me pregunta “¿La intimidad es así cuando se es madre?” (O. sabe que yo tengo una hija). La analista juega, en la transferencia, sus experiencias como madre: la piel del bebé, su olor, las sensaciones de zozobra etc. Nos encuentro hablando de la intimidad corporal con una hija, preguntándome qué relatar -y qué no-, sorprendiéndome de eso que allí se produce.

Pero volvamos al historial: O. durante este tiempo recorre los recuerdos de su propia maternidad y ubica allí lo difícil era para ella separarse de su hija para trabajar, dejándosela al marido -que en ese momento pierde el trabajo- y a quien su hija comenzó a llamar "mamá". Una hija que llama mamá a quien no lo es, O. empieza a pensar lo difícil que debe haber sido para su madre amamantarla y hacer todo para arreglar que ella llamara mamá a otra persona. Recorrerá sus sensaciones en relación a su mamá adoptiva. Se preguntará "¿Es por eso que yo sentía que no me pertenecía mi mamá, cuando la abrazaba?. Mi hija me toca, me mira. Mi mamá adoptiva no me dejaba entrar al baño. Un día se re-enojó porque yo casi la veo desnuda. Con mi hija hay una confianza corporal, una sensación tan extraña de... naturalidad?”

Analista -sí...

O -A mí siempre me gustó de chiquita, el tango ese que dice: "de chiquilín te miraba de afuera, como a esas cosas que nunca se alcanzan...” ¡es que no era mi madre!

 

 

Quinto movimiento: abandonando las vestiduras

 

La paciente entra en momentos de fuerte angustia. Dice: "no tengo padres; los que eran, ya no lo son, pero tampoco lo son los otros", no le pertenezco a nadie, no pertenezco a ningún lado, ni siquiera a X, aunque quisiera (se refiere a un hombre con el que salió brevemente). Mis hijos tampoco me pertenecen...ellos van a crecer y se van a ir y está bien... ni siquiera puedo agarrarme de ellos".

Su análisis será un lugar transicional, puesto que será allí donde dirija sus preguntas, pero no agarrándose de su analista. Momento transferencial diferente de aquél en el que me pedía que me cuidara ("si no quién me va a cuidar a mí"), ahora dice que sabe que ni siquiera de su análisis puede agarrarse (aunque esté ofrecido para hacerlo), y cito: "Porque no se trata de que me agarre de nada".

Luego de un tiempo necesario, O. pasará -casi sin advertirlo- de decirse "soy adoptada" a "soy lo que soy, sin deudas". Le cuenta a su hijo mayor su historia, e incluso él le pregunta ¿vas a buscar a tu mamá?. Ella le podrá decir que sí, pero también que teme tanto encontrarla como no hacerlo.

Allí donde antes, por la vía de la deuda, ella pagaba con su entrega sacrificial, perdiendo incluso dinero, para quedar nuevamente como la hija de la criada (la deuda con su madre adoptiva por "darme la vida"/el robo por parte de esta "madrina" y la cuenta bancaria), ahora podía decir que no tenía deudas con nadie, no sin haber atravesado por su análisis.

Conocerá un hombre, formará una nueva familia. Comenzará a intentar saber algo de su madre. Momento de que el trabajo analítico en el hospital concluya.

Varias preguntas me llevan a escribir este trabajo. Les voy a contar algunas.

 

 

¿Quién es la madre en la estructura?

 

Si convenimos en ubicar que lo que constituye a una mujer en madre es la renuncia a su goce, ¿no es acaso cierto que hay aquí, en ambas mujeres, algo del orden de una renuncia (parcial tal vez, pero existente)?.

En el decurso del tratamiento, la "naturalidad" propia de un hijo que conoce a su madre desde la panza -por dentro y por fuera, podríamos decir- instala también, el tema de una madre adoptiva que pudo darle, a pesar de quererla toda para ella, los elementos necesarios (el cuento de las buenas noches, con bautismo y amamantamiento) para que O. iniciara este recorrido. Una madre adoptiva que renuncia a ser la única, como también hay una renuncia en esta madre que la amamanta y pide que la bauticen. Es que allí hay algo de una renuncia que constituye, paradójicamente, a esta madre que la deja, en madre. Renuncia, habiendo tenido algo con esta hija, habiendo hecho algo por ella. Donarla. No es aquella madre que abandona su hija envuelta en papeles de diario -como hemos escuchado-. En este punto, no es sólo genitora. También es madre, y como en todo análisis, O. tendrá que vérselas con eso que esa madre es.

¿Puede haber dos madres para una persona? ¿puede haber dos personas para cumplir una misma función? Una madre lo es, en tanto le entrega a su hija las pistas que la constituyen en adoptiva. Alguien, con relación al Seminario 4 de Lacan, me decía el otro día: "el asunto no es tanto quién es la madre simbólica, puesto que ambas lo son, sino cómo ubicar allí la madre real". Pregunta para pensar, que dejo abierta.

Otras preguntas que me convocaron fueron ¿Cómo explicar el hecho de que los síntomas de la paciente reproducían con fidelidad, decires de una madre adoptiva, al modo del complejo de Edipo de cualquier sujeto en análisis (a punto tal que si no hubiera sabido que era adoptada, podría no haberme dado cuenta)? . Es cierto que aquí hablamos de identificaciones que Freud ubicaba como sustitutos regresivos de una elección de objeto abandonada, pero eso no me deja más tranquila porque el primer tiempo del Edipo sólo se me hace posible pensarlo desde la madre real (en tanto la enmarca en su deseo, la entrega a aquella que según los ritos religiosos es aquella que debe hacerse cargo de la niña en caso que algo le ocurra a la madre etc) ¿Primer tiempo del Edipo con una madre, y segundo tiempo con la otra?

 

 

¿Quién es el padre en la estructura?

 

Si la paternidad debe apoyarse en la palabra de la madre, aquí no hay madre que pueda atestiguar del padre originario. Entonces ¿quién es el Padre?

La pregunta de quién es el padre, es la pregunta por quién permite constituir la trama argumental del fantasma: "los hombres te usan sólo para descargarse, no les importa nada de vos, son infieles. Los hombres defraudan", versiones del fantasma que sólo reproducen la versión materna –adoptiva- original. Al principio, su padre, parco, frío, que sólo le preguntaba si tenía plata. A lo largo del tratamiento, la paciente le endilga haberla abandonado en un momento tan duro como el de la muerte de su madre. Progresivamente, esta imagen del padre cederá. Era ella quien había contribuído a alejarlo, obedeciendo a su madre. (Lo mismo ocurrirá con el padre de sus hijos. Era ella quien lo alejaba). En el fantasma, la niña está en el lugar del objeto a, lugar de la madre para el padre, reproduciendo sus decires: "una mujer es aquella de la que los hombres quieren eso. No les importa nada de ti”.

Lacan dice en el Seminario de las Relaciones de Objeto que "el padre terrible, es el padre imaginario que de ningún modo tiene obligada relación con el padre real". Entonces ¿por qué era una necesidad de la estructura? ¿Por qué era eficaz esa versión, mas allá de las palabras de la madre adoptiva?. A mi entender, porque esta versión del Padre adoptivo, en palabras de la madre adoptiva, redoblaban el rasgo del genitor. O. le reprocha al padre adoptivo, lo que no le es propio. En momentos de máxima sordera respecto a su participación, y en esta línea la retrotraigo a esos momentos donde su padre adoptivo evita decirle que teme por su propia muerte, recuerdos en los que ella trae a un padre muy culto, preguntando ¿terapia oncológica?, casi como si se hiciera el tonto, como si no entendiera de qué se trataba. Le digo: "es más fácil confirmar que los hombres te usan y tiran, que no les importa nada de vos, que soportar que para ese hombre era imposible no defraudarte" “¿por qué decís? –pregunta- ¿porque no entendía?", "No... porque no era tu padre, por más que quisiera". Intervención que abre, para este padre adoptivo, otro lugar: casi diría, otra versión del padre: un padre posible, mas allá del padre del coito.

Víctor Iunger, en la mesa redonda sobre el Padre Real, en "El Padre en la Clínica Lacaniana" dice: "...hay otra vertiente de lo real del padre, vertiente que se transmite, se vehiculiza en conjunción con la metáfora paterna y que hace que un hijo pueda, también él, gozar. Hay una transmisión de las marcas de un goce... una vertiente del goce del padre que es propiciatoria... Es una vertiente en la cual, lo que del padre viene como goce, ahí donde no toma al hijo como objeto sino que coloca en el lugar del objeto (a) una mujer como causa de deseo, o coloca en el lugar del objeto una materia como causa de una operación de trabajo, ahí donde el padre goza de una mujer o goza de su trabajo, se inscribe una instancia del padre del goce que se transmite de un modo propiciatorio, vinculado a la metáfora paterna. Y de eso hay huellas en el hijo. Mas aún, esa vertiente es la que permite entender por qué el hijo puede gozar. Descompleta el absoluto de la metáfora paterna en cuanto puro simbólico, y además, implica un agujereamiento de la dimensión del padre, aún en su goce. Esta dimensión del padre del goce es también, agujereada: es no todo goce..".

 El padre adoptivo de O. tiene todo esto: le compraba los libros para estudiar en el colegio, vehiculizaba todo lo atinente al estudio; tenía muchos libros que ella conserva como tesoro en su biblioteca. Hombre culto, amante del estudio, el padre de O. transmite a su hija el placer por el estudio y la lectura. O. adora enseñar a leer y escribir (como él hiciera con ella). A diferencia de la primera versión del padre que sostuviera, a este hombre le encantaba volar con su imaginación, y jugaba a eso con ella. Ella dice: “A mí me estimulaba mucho a volar con mi imaginación, así como yo hago con mis hijos... El se recostaba para que yo lo afeitara, y de paso, un mimo... es que ninguno de los dos supo nunca qué hacer cuando nos acercábamos. Mi mamá -adoptiva- decía que no debía meterme en la cama con él, pero a mí me gustaba ponernos a mirar tele ahí... ¿qué tenía de malo, si era mi papá?". Transicionalidad que testimoniaba ese doble espacio en el que este padre lo era, a la vez que no.

La paternidad, en tanto ligada a la sanción significante, hace de este padre adoptivo su padre el que la nombra, y en tanto tal, excede a todas luces el lugar del padre orgánico del coito. El genitor no coincide con el padre. El padre emerge como efecto de nominación, nudo de la paternidad, nudo de la castración. Este padre no es sólo el de la ley, sino también aquel padre que en su perversión, le dará un lugar posible por fuera de su madre.

Por último, quisiera recordar una frase de Daniel Mutchinik, en una mesa redonda acerca de "Nombre y Sublimación" quien dice "El nombre propio es el punto final de un cuento ajeno, un cuento indecible pero que por otra parte, no hace sino que podamos seguir contando el cuento". Cuentos ajenos si los hay, la adopción los muestra en su punto más real.

 

 

 

Referencias bibliográficas:

Escuela Freudiana de Buenos Aires  El Padre en la Clínica Lacaniana. Serie Psicoanálisis. Homo Sapiens Ediciones. 1994

Freud. S. “Psicología de las Masas y Análisis del Yo” en O.C.. Edición Ballesteros. 1920

Lacan J. "La relación de objeto y las estructuras freudianas" en Seminario 4. Traducción de Oscar Masotta. 1970

Lemoine-Luccioni, Eugenie  La partición de las mujeres.. Amorrortu . 1976

 

 


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