» Introducción al Psicoanálisis
Surgimiento del superyo en algunos textos freudianos11/02/2004- Por Cristina Liendo Lugilde - Realizar Consulta

INTRODUCCIÓN
El concepto del superyo en la obra de Freud, surge como elaboración de la noción de ideal del yo, postulada en 1914 con el concepto de narcisismo. El estudio del “delirio de observación”, permitió delimitar esta instancia censuradora interna.
La práctica psicoanalítica evidenciaba la importancia de una instancia particular dentro del yo que se resistía al progreso del tratamiento, dificultando por ejemplo, el surgimiento de asociaciones en el análisis. Ya no se trataba como en la primera tópica de un yo conciente que se oponía a la pulsión inconciente reprimida, sino del hallazgo en el yo de un vasto sector inconciente capaz de oponerse y someter al yo.
Conceptualiza el ideal del yo, como la instancia resultante de la convergencia del narcisismo y las identificaciones parentales, sus sustitutos y los ideales colectivos. Constituye el modelo con el cual el yo se mide.
Este concepto está íntimamente relacionado con el de superyo, y con la segunda tópica del aparato psíquico, por lo que no es unívoco a lo largo del desarrollo de la teoría.
El superyo presenta dos orígenes complementarios, uno en la infancia (ontogénico), y otro en la historia evolutiva (filogénico).
En “Introducción del narcisismo (AE, Tomo XIV, 1914c), es la instancia que sirve de referencia al yo para apreciar sus realizaciones efectivas, representaría lo que el hombre proyecta en sustitución del narcisismo perdido de la infancia. Este delirio de grandeza, es abandonado por la crítica de los padres, crítica que interiorizada, dará lugar a una instancia especial de observación de sí y censura, con la que el yo se compara.
En “El yo y el ello” (AE Tomo XIX, 1923b), ambas nociones se tratan como sinónimos, formada por la identificación con las figuras parentales luego del sepultamiento del complejo de Edipo. Reúne las funciones de prohibición e ideal.
En otros trabajos, como la Conferencia 31 (AE, Tomo XXII, 1932-33): “La descomposición de la personalidad psíquica”, el ideal del yo es tratado como una función del superyo, así como la conciencia moral y la autoobservación. Aquí lo fundamental es la diferencia entre sentimiento de culpa y de inferioridad, el primero guarda relación con la conciencia moral y el segundo con el ideal del yo. Ambos indican la tensión entre el yo y el superyo.
En “Psicología de las masas y análisis del yo” (AE, Tomo XVIII; 1921c), caracteriza al ideal del yo, en el origen de la constitución de la masa, ya que el ideal colectivo, se forma por la convergencia en un ideal común desde el ideal individual, identificándose sus miembros entre si en su yo.
Respecto al superyo, Freud señala en “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” que éste se forma más bien a expensas del superyo de los padres que de la exclusiva identificación de la instancia parental, se llena de los mismos contenidos, representa la tradición, y los juicios de valor, con el fin de preservarlos a través de las generaciones.
A modo de ejemplo característico de las relaciones del yo y el superyo, se describen brevemente estas visicitudes en la melancolía.
GÉNESIS DEL SUPERYO
Freud describe en “El yo y el ello” (1923b), que el ser humano posee una entidad superior, el ideal del yo o superyo. Representa el vínculo parental temido en la infancia, pero luego incorporado en el interior del yo. Este posee tendencias morales y estéticas y de ellas depende la fuerza para la represión.
La base de la trasmudación del vínculo parental en el superyo, es una identificación, una asimilación de un yo a un yo ajeno, como consecuencia el primer yo se comporta en ciertos aspectos como el otro, lo imita, lo acoge dentro de sí. La identificación puede compararse con la incorporación oral canibalística de la persona ajena. Es la forma más originaria e importante de ligazón con el prójimo y diferente a la elección de objeto.
El nexo entre identificación y elección de objeto, se observa en el caso de perder o deber resignar un objeto, el individuo frecuentemente se identifica con él, erigiéndolo de nuevo dentro de su yo, de esta forma la elección de objeto regresa a la identificación.
El superyo se describe como un caso logrado de identificación con la instancia parental que se enlaza íntimamente con el destino del complejo de Edipo, de modo que el superyo aparece como el heredero de esta ligazón de sentimientos, fundamental para la infancia, como precipitados de investiduras de objeto resignadas. Si el complejo de Edipo se supera de manera imperfecta, el superyo manifiesta estas alteraciones.
Durante el desarrollo, recibe influjos también de las personas que ocuparon posteriormente el lugar de los padres al inicio, normalmente se va distanciando de los individuos parentales originarios, volviéndose impersonal.
El niño aprecia a sus padres de manera diferente en diversos períodos de su vida. En la época en que el complejo de Edipo da lugar al superyo, ellos son algo grandioso, más tarde disminuye esta consideración. Con estos “padres posteriores” se producen después identificaciones, que generalmente contribuyen a la formación del carácter, reforzando las identificaciones primarias, ellas afectan sólo al yo, sin influir sobre el superyo, que fue comandado por las primeras imagos parentales.
El ideal del yo es herencia del complejo de Edipo, expresa las mociones y destinos libidinales del ello. Por él, el yo se apodera del complejo de Edipo y simultáneamente se somete al ello.
La transposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo le permite a este último, dominar al ello y profundizar sus vínculos con él a cambio de docilidad hacia sus vivencias. El yo presenta los rasgos del objeto, imponiéndose al ello como objeto de amor, intentando de este modo reparar la pérdida.
La transposición de libido de objeto en libido narcisista tiene por consecuencia la resignación de las metas sexuales, sería una forma de sublimación.
Los efectos de las primeras identificaciones son universales y duraderos.
La génesis del ideal del yo, esconde la primera identificación, que es además la de mayor valencia: la identificación con los padres de la prehistoria personal. Es una identificación directa e inmediata más temprana que cualquier investidura de objeto.
En la conformación del individuo son determinantes la disposición triangular de la constelación del Edipo, y la bisexualidad constitucional.
A-En el complejo de Edipo simple positivo, el varón desarrolla tempranamente una investidura de objeto hacia la madre, que se inicia en el pecho materno y es el arquetipo de la elección de objeto según el tipo de apuntalamiento o anaclítico. Del padre se apodera por identificación. Los dos vínculos coexisten sin dificultad durante un tiempo, pero cuando se refuerzan los deseos sexuales hacia la madre, y el niño percibe al padre como obstáculo, las dos corrientes desembocan en el complejo de Edipo. La identificación con el padre adquiere una tonalidad hostil por querer sustituirlo junto a la madre, y su relación se torna ambivalente como si se manifestara la ambivalencia contenida en la identificación desde el comienzo.
Debido al sepultamiento del complejo de Edipo, la investidura de objeto de la madre se resigna, dando lugar a dos diversos reemplazos:
*una identificación con la madre, o
*un refuerzo de la identificación-padre, que permite retener en cierta medida el vínculo tierno con la madre.
Se reafirma de este modo la masculinidad en el carácter del varón.
La actitud edípica de la niña puede desembocar en un refuerzo de su identificación-madre o en el establecimiento de la misma, que afirma su carácter femenino.
Estas identificaciones no introducen en el yo al objeto resignado, aunque esto también puede producirse.
La salida y el desenlace de la situación del Edipo en identificación-padre o identificación-madre dependera en ambos sexos, de la intensidad relativa de las dos disposiciones sexuales.
B- La bisexualidad influye en los destinos del complejo de Edipo y en la ambivalencia en relación a los padres. El varón posee una actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto hacia la madre, pero además se comporta con actitud femenina tierna hacia el padre, y la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre.
Freud propone pensar en el complejo de Edipo completo, especialmente en las neurosis. El resultado universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, sería una sedimentación en el yo, con el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de una particular manera entre sí.
Esta alteración del yo se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó.
El superyó es residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, y además una enérgica formación reactiva frente a ellas.
Su vínculo con el yo incluye el deber ser como el padre y simultaneamente la prohibición de no poder hacer lo que hace el padre. Esta doble faz del ideal del yo surge por el empeño en la represión del complejo de Edipo, al que debe exclusivamente su génesis.
Para lograr esta difícil represión, el yo infantil tomó prestada la fuerza del padre quedando así fortalecido en la operación represiva.
El superyo conservará el carácter del padre. Su intensidad será proporcional a la acción sobre el yo de la conciencia moral, y tal vez como sentimiento inconciente de culpa. Además, su establecimiento conferirá una expresión indeleble a la influencia parental.
La génesis del superyo es además el resultado de dos factores biológicos
* El desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su prolongada infancia,
* Y la acometida en dos tiempos de la vida sexual.
Los conflictos entre el yo y el ideal reflejarán la oposición entre lo real y lo psíquico, el mundo exterior y el mundo interior.
El ideal del yo tiene amplio enlace con la adquisición filogenética, es la herencia arcaica del individuo. Se comunica íntimamente con las mociones pulsionales inconcientes, él mismo puede permanecer en gran parte inconciente, inaccesible al yo.
*Lo que en la vida anímica individual fue lo más profundo, por la formación de ideal deviene en lo más elevado.
*El ideal del yo satisface todas las exigencias de la esencia superior en el hombre, como formación sustitutiva de la añoranza del padre, contiene el germen a partir del cual se formaron todas las religiones.
*El juicio por la comparación del yo con su ideal da por resultado la humillación.
*Los mandatos y prohibiciones permanecen vigentes en el ideal del yo, ejerciendo como conciencia moral, la censura moral.
*La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo se siente como sentimiento de culpa.
*Los sentimientos sociales descansan en identificaciones con otros, sobre el fundamento de un idéntico ideal del yo.
El ello (hereditario) reúne los restos de innumerables existencias yo, cuando el yo extrae del mismo la fuerza para su superyó, reaviva figuras yoicas más antiguas.
Los conflictos anteriores del yo con las investiduras de objeto del ello pueden continuarse debido a su génesis en conflictos con el superyo, su heredero. Si el yo no logró dominar bien el complejo de Edipo, su investidura energética proveniente del ello, se hará eficaz en la formación reactiva del ideal del yo.
Al superyo se le atribuyen tres funciones, la conciencia moral, la observación de sí, ésta última es la premisa de la actividad enjuiciadora de la primera, y la de ideal.
La conciencia moral es “algo en nosotros”, comenta Freud en la Conferencia 31 (1933a-[1932]), pero no lo es desde el comienzo. Es opuesta a la vida sexual, que si está desde el comienzo de la vida. El pequeño es amoral, no posee inhibiciones internas contra sus impulsos que quieren alcanzar el placer.
El papel que luego adopta el superyo es desempeñado primero por un poder externo, la autoridad parental. El niño recibe de ella influjos y pruebas de amor, también es amenazado con castigos que dan cuenta del peligro de la pérdida de ese amor y temen por sí mismos. Esta angustia realista es precursora de la posterior angustia moral.
Más tarde se forma la situación secundaria considerada normal: en lugar de la instancia parental aparece el superyo que ahora observa al yo, lo guía y lo amenaza, como antes lo hicieron los padres.
El superyó del niño se edifica según el modelo del superyo de sus progenirores, con el mismo contenido, portando la tradición y todas las valoraciones perdurables que se transmiten a lo largo de las generaciones.
La resistencia en análisis (inconciente como lo reprimido) que se opone a que una representación devenga conciente, es exteriorización del yo que en su tiempo llevó a cabo la represión y quiere mantenerla. La represión es obra del superyó, no emana de lo reprimido (pulsión). Si en el análisis al paciente no le deviene conciente la resistencia, significa que el superyo y el yo pueden trabajar de manera inconciente en situaciones importantísimas, o que sectores de ambos son inconcientes.
Grandes sectores del yo y del superyo son normalmente inconcientes.
Si el yo se halla endeble, frente a determinadas situaciones aparece angustia, es realista ante el mundo exterior, angustia de la conciencia moral ante el superyó, y angustia neurótica ante la intensidad de las pasiones en el interior del ello.
El superyo se sumerge en el ello, por ser heredero del complejo de Edipo mantiene íntimos nexos con él, y está más alejado que el yo del sistema percepción- conciencia.
Se enfrenta al yo como abogado del mundo interior (del ello).
El superyó puede adquirir un carácter de rigor despiadado aunque la educación sea indulgente y benévola, habiendo evitado posibles amenazas y castigos. Esto sería debido a las trasposiciones pulsionales en la formación del superyo.
Una importante función del superyó es ser el portador del ideal del yo con el que el yo se mide y aspira alcanzar, así como cumplir su exigencia de perfección. El ideal del yo es el precipitado de la vieja representación de los progenitores, y expresa la admiración por aquella perfección que el niño les atribuía.
El niño se siente inferior cuando no es amado. El sentimiento de inferioridad proviene del vínculo del yo con su superyo y lo mismo que el sentimiento de culpa, expresa la tensión entre ambos. Es difícil distinguir entre sentimiento de inferioridad y sentimiento de culpa, en el primero se puede ver el complemento erótico del sentimiento de inferioridad moral.
El sentimiento de culpa se origina por la angustia frente a la autoridad y la angustia frente al superyo. La primera orienta la renuncia de satisfacciones pulsionales, la segunda esfuerza al castigo porque no se puede ocultar ante el superyo los deseos prohibidos.
La severidad del superyo, el reclamo de la conciencia moral, son continuación de la severidad de la autoridad externa relevada y sustituida por ella. Originariamente la renuncia de lo pulsional es la consecuencia de la angustia frente a la autoridad externa, se renuncia a satisfacciones para no perder su amor.
Freud plantea en “El malestar en la cultura” (1930[1929], capítulo 7) que en los casos de angustia frente al superyo, la renuncia de lo pulsional no es suficiente, porque el deseo persiste y no puede esconderse ante esa instancia. A pesar de la renuncia sobrevendrá sentimiento de culpa. El peligro externo de la pérdida de amor, cambió por la desdicha interior permanente representada por la tensión de la conciencia de culpa.
La secuencia temporal sería:
Primero: renuncia de lo pulsional debida a la angustia frente a la agresión de la autoridad externa (angustia frente a la pérdida del amor, el amor protege de esa agresión punitiva).
Segundo: renuncia de lo pulsional por instauración de la autoridad interna y angustia frente a ella, (angustia de la conciencia moral). La mala acción y el mal propósito se igualan, por eso se manifiestan la conciencia de culpa y necesidad de castigo. La agresión de la conciencia moral que se desata sobre el yo, conserva la agresión de la autoridad.
Cada renuncia de lo pulsional se convierte en fuente dinámica de la conciencia moral, cada nueva renuncia aumenta su severidad e intolerancia.
La conciencia moral es la consecuencia de la renuncia de lo pulsional, ésta impuesta a nosotros desde afuera, crea la conciencia moral que después reclama más y más renuncias (historia genética).
Por ejemplo en el caso del efecto que la renuncia pulsional de la agresión ejerce sobre la conciencia moral se observa que cada fragmento de la misma privado de satisfacción es asumido por el superyó y acrecienta su agresión contra el yo. Pero la agresión originaria de la conciencia moral es continuación de la severidad de la autoridad externa, no remite a una renuncia.
Puede considerarse otro origen para esta primera dotación agresiva del superyó, el niño desarrollaría una inclinación agresiva (vengativa), debida a la renuncia pulsional exigida, a la que también debe renunciar. Lo hace tomando dentro de sí por identificación, esa autoridad inatacable que deviene superyo, y entra en posesión de toda la agresión que como hijo habría ejercido contra ella.
El yo del hijo deviene autoridad del padre degradada. La situación se invierte, como si el hijo pensara que siendo él el padre, lo maltrataría.
El vínculo entre el superyo y el yo es el retorno, desfigurado por el deseo, de vínculos objetivos entre el yo todavía no dividido y un objeto exterior.
La diferencia esencial consiste en que la severidad originaria propia del superyó no es tanto la que se experimentó por parte del objeto, subroga la agresión propia contra él.
La conciencia moral nace entonces por la sofocación de una agresión y se refuerza por nuevas sofocaciones de esa índole.
En la formación del superyo y en la génesis de la conciencia moral cooperan factores constitucionales congénitos, e influencias del medio real, representan la condición etiológica universal.
Se presentan dos hechos destacables:
1- la participación del amor en la génesis de la conciencia moral, y
2- el carácter fatal e inevitable del sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa es la expresión del conflicto de ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros y la pulsión de destrucción o de muerte.
El significado de superyo, conciencia moral, sentimiento de culpa, necesidad de castigo, arrepentimiento, se refieren a la misma constelación, designando aspectos diversos. Superyó es una instancia descubierta por el psicoanálisis.
Conciencia moral es una función que junto a otras, vigila y enjuicia las acciones y los propósitos del yo, ejerce una actividad censora.
Sentimiento de culpa, dureza del superyo, es lo mismo que severidad de la conciencia moral. Es la percepción de ser vigilado, de la tensión entre las aspiraciones del yo y los reclamos del superyo.
La angustia frente a esa instancia crítica (angustia que está en la base de todo vínculo), o necesidad de castigo, es una exteriorización pulsional del yo que devino masoquista bajo el influjo del superyo sádico. Emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior, preexistente en él, en una ligazón erótica con el superyo.
Hay conciencia moral si se registra la presencia de un superyó, la conciencia de culpa existe antes que el superyo, y que la conciencia moral. Es la expresión inmediata de la angustia frente a la autoridad externa, el reconocimiento de la tensión entre el yo y esta última, retoño del conflicto entre la necesidad de su amor y la satisfacción pulsional, por su inhibición surge la inclinación a agredir.
Considerando lo antedicho respecto de la génesis del superyo, la melancolía refleja cómo el trato del yo con los objetos, se perpetúa en el vículo entre el yo y el superyo. El sufrimiento de la melancolía se atribuye al supuesto de que un objeto perdido se erige en el yo, una investidura de objeto se relevaba por una identificación. Freud indica el mecanismo posible, aunque poco definido respecto al movimiento de líbido en la manía y la melancolía. En la manía el monto de contrainvestidura, está disponible debido a que el yo vence a la pérdida de objeto, al duelo por él o al objeto mismo. En cambio en la melancolía, el sufrimiento dolido atrae la contrainvestidura desde el yo, ligándola.
En el duelo, la realidad confirma al yo que el objeto no existe más, el yo se atiene a las satisfacciones narcisistas de estar vivo, y retira las investiduras del objeto aniquilado.
Desde el punto de vista económico, el desasimiento de líbido es paulatino, y al concluir el proceso, también concluye el gasto de energía usado para el mismo.
Desde el punto de vista tópico, el proceso psíquico se lleva a cabo en investiduras de objeto inconcientes resignadas, y dentro del yo mediante identificación. Freud toma para explicar la melancolía, la consigna acerca del abandono por la libido de la representación cosa inconciente del objeto. Esta se enlaza a múltiples huellas mnémicas de representaciones inconcientes, por eso el proceso avanza paulatinamente, igual que en el duelo.
El objeto tiene para el yo gran importancia, reforzada por múltiples lazos, por esa razón, es apto para desplegar un duelo o una melancolía.
La melancolía a diferencia del duelo, contiene una relación ambivalente con el objeto. El desasimiento de la líbido se sitúa en el sistema inconciente, en el registro de las huellas mnémicas de cosa. Si bien en el duelo la localización psíquica es la misma, en él, continúan los desasimientos a través del preconciente (investiduras palabra), hasta la conciencia. En el trabajo de la melancolía, este proceso está bloqueado.
La ambivalencia constitucional pertenece a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro material reprimido.
Todo este proceso no es conciente, hasta que la investidura libidinal amenazada abandona al objeto, para retirarse al lugar del yo del cual había partido.
Así el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir conciente, representándose como un conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.
El yo se menosprecia y se enfurece contra sí mismo. En la melancolía cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizándolo y posibilitando su resolución dentro del inconciente. Freud señala que tal vez el yo pueda gozar de la satisfacción de reconocerse como el mejor, como superior al objeto.
La melancolía presenta como premisas: la pérdida del objeto, la ambivalencia y la regresión de la libido al yo. A las que se agrega la elección narcisista de objeto.
El rasgo más llamativo de esta enfermedad, es el modo en que el superyó (la conciencia moral) trata al yo. Mientras que en sus períodos sanos el melancólico puede ser más o menos severo consigo mismo, en el ataque melancólico el superyo se vuelve despiadado, maltrata al yo, y le aplica un severísimo patrón moral.
Se infiere así que el sentimiento de culpa moral expresa la tensión entre el yo y el superyo. Luego de un tiempo se extingue la crítica del superyo, el yo se rehabilita y vuelve a gozar de todos los derechos humanos hasta el próximo ataque. En muchas formas de la enfermedad se produce en los períodos intermedios algo contrario, el yo se encuentra apaciguado, triunfa como si el superyo hubiera perdido toda fuerza o hubiera confluido con el yo. Este yo liberado, maníaco, se permite desinhibidamente la satisfacción de todas sus aspiraciones.
La autora es J.T.P Departamento de Psicoanálisis Universidad Kennedy
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