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Comentario al libro de Masu Sebastián “UN GOLPE DE TRANSMISIÓN entre lacan y foucault”

14/08/2019- Por Carlos Paola - Realizar Consulta

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Tomo entonces aquí la posta para soltar mi grano de arena, intentando contribuir al avance de esta reflexión a la que nos convoca el libro. Un libro generoso, de una estética barroca exquisita, con una argumentación rigurosa y un lenguaje claro, atrapante y abierto para cualquiera que sea el tiempo de nuestro recorrido. Tal vez el fracaso no sea derrota, sino un golpe de transmisión por parte de Lacan. No olvidemos que el fracaso es una de las maneras en que se dice a medias esa verdad que es la imposibilidad.

 

 

                              

 

                             Editorial Letra Viva. 2019. Buenos Aires

 

 

  Cuenta Masu que cuando Michel Foucault tiene 25 años, comienza a asistir al hospital Sainte Anne. Allí conoce a un paciente de 22 años muy inteligente al que llamará “Roger” que, por padecer fuertes crisis de angustia, había sido internado en el hospital a fin de sofocar el riesgo de suicidio. Interesado en descubrir la verdad de aquello que lo atormenta, Foucault se entrevista casi a diario con él.

 

  “Tengo el presentimiento de que nunca me van a dejar salir de aquí” ‒dice Masu que se lamenta Roger, en uno de esos encuentros‒.

Tiempo después, ante su deterioro progresivo, y para prevenir su muerte, los médicos deciden practicarle una lobotomía frontal.

 

  El lamentable estado en el que encuentra al joven paciente después de dicha intervención, causa en Foucault un impacto tan fuerte, que de inmediato abandona el hospital para no volver jamás.

 

  “Por más que el tiempo pase, y haga lo que haga no consigo olvidar su rostro atormentado” ‒escribirá Foucault años más tarde‒.

 

  Afirma Masu entonces, que ese episodio de confrontación con un poder ciego e infinito encarnado en la psiquiatría, puede considerarse el germen del libro Historia de la locura. Porque es con su escritura que el autor logra transformar el malestar de ese episodio en crítica histórica.

 

  Tomado por “este golpe de transmisión” al promediar la página noventa y pico, mi lectura se detiene. Pienso entonces en las razones que estuvieron en la causa de la escritura de este nuevo libro. Y antes de que pueda esbozar alguna respuesta, se me impone la idea de comenzar por aquí. Y aunque después vengan otros pasajes igualmente sensibles en las páginas siguientes, mi convicción persiste.

 

  El texto recurre a Foucault para decir en voz alta que verdad y poder son dos términos que están enfrentados. Sabemos con Lacan que la verdad sólo puede decirse a medias y que aquello que es dicho tiene estructura de ficción.

 

  Porque la palabra instaura no sólo la dimensión de lo decible sino también la de lo indecible. Y aquello que no es articulable en significantes será velado, al costo del desconocimiento, con distintas pantallas ficcionales.

 

  Se trata, entonces, de una verdad a la que no se accede por la vía del conocimiento y de la cual, en principio, nada se quiere saber. Por lo que hará falta que escurra mucha agua bajo el puente para que el sujeto quede advertido de que lo que está en juego en ese “no querer saber” es, en realidad, una “imposibilidad de saber”.

 

  De este modo, aquello que desde el psicoanálisis llamamos lo imposible, lo incurable, lo indecible, perfora el  saber poniendo en jaque el lugar clásico que tenía en la ciencia.

 

  Desplazando el lugar tradicional del médico, el analista ya no es quien sabe sino quien soporta una ficción en la cual el saber y el sujeto son supuestos a un significante para otro significante por venir, hasta que en el fin esa suposición estalle.

 

  Y como no hay impasse entre praxis y transmisión, por cierto Lacan en sus clases habla en posición de analizante, lo indecible causa también una subversión en esa concepción tradicional de la enseñanza donde el saber lo tendría el profesor, posesión que le adjudicaría poder sobre los que no saben.

 

  Luego, habrá abuso cada vez que se actúe como si se supiera algo. Porque si la parte de la verdad que no puede decirse, insiste no cesando de no escribirse, tampoco cesan las vacilaciones, que pueden llegar a desconocer la verdad hasta el punto de una masificación que, a veces, nos deja hablando en una jerga lobotomizante. (Espero, de corazón, que mi discurso no sea el caso. Ya que a veces estamos lobotomizados y no nos damos cuenta.)

 

  Creo que la interrogación central que está en la causa de la escritura de este libro es en torno a estas vacilaciones. A propósito de las cuales, Masu nos recuerda que Foucault lee un divorcio entre nuestra praxis y el modo en que las organizaciones sociales del psicoanálisis toman a su cargo la transmisión, afirmando que ellas enmascaran el lugar de la verdad.

 

  Toma entonces de ejemplo de lo acontecido con el dispositivo del pase propuesto por Lacan para su Escuela Freudiana. Este dispositivo, que pretende dar cuenta del pasaje del no querer saber a lo imposible de saber, para decirlo en los términos de Masu, es un paso testimonial del fin, momento en el cual se deviene analista.

 

  Pero además del testimonio, el dispositivo consta de un jurado que trabaja dicho testimonio y nomina al pasante como Analista de Escuela, en caso de evaluar que su análisis, efectivamente, ha llegado hasta el fin.

 

  Ahora bien, dice Masu que este dispositivo institucional plantea una paradoja entre la operación testimonial y un grupo responsable de la formación al que pertenecer. Porque ser o no ser nominado implicaría lo que Foucault llama “formas sociales”, que irían más allá de un genuino propósito testimonial por ocuparse de la estructura jerárquica de la institución. Se trataría de una distribución de poder que iría en desmedro de la política de la verdad.

 

  Finalmente, este impasse entre el fin del análisis y la institución, hace decir a Lacan que el pase es un verdadero fracaso. Y, a continuación, disuelve la escuela.

Pero, si las instituciones nos resultan imprescindibles para sostener nuestra interlocución, ¿cómo salimos de este atolladero?

 

  Llegado a este punto, donde, a mi modo de ver, la lógica del planteo alcanza su acmé, Masu deja abierta la pregunta de si será posible la existencia de una institución barrada.

 

  Tomo entonces aquí la posta para soltar mi grano de arena, intentando contribuir al avance de esta reflexión a la que nos convoca el libro. Un libro generoso, de una estética barroca exquisita, con una argumentación rigurosa y un lenguaje claro, atrapante y abierto para cualquiera que sea el tiempo de nuestro recorrido.

 

  Tal vez el fracaso no sea derrota, sino un golpe de transmisión por parte de Lacan. No olvidemos que el fracaso es una de las maneras en la que se dice a medias esa verdad que es la imposibilidad. Ya que la forma de decirla no es directa sino metonímica. Se la semi-dice insinúandola, evocándola, haciéndola resonar a distancia.

 

  Y tal vez, disolver no sea claudicar, sino el modo lacaniano de señalar que los agrupamientos tienden a agotar su capacidad de soportar la dimensión del no-todo. No sería desacertada, entonces, la indicación de no cesar de disolver, siempre y cuando la disolución venga seguida de un acto de refundación.

 

  Si no, ¿por qué otros medios desplegaríamos nuestros discursos, y en qué otros espacios investigaríamos los destinos de la transferencia una vez alcanzado el fin?

 

  Y con la refundación no se trata de borrar de un plumazo lo anterior, sino de estar advertidos de que lo que cojea tiende a circular mejor cuando lo instituyente es más protagónico que lo instituido. Porque, a menudo, lo nuevo, y lo que falta instituir, se vuelven metáfora de lo indecible.

 

  Ahora bien, no creo que sea privativo del dispositivo del pase la posibilidad de transmitir la experiencia de la destitución subjetiva. De hecho, eso opera en la vida misma: cuando se dicta un seminario, cuando se interviene en una sesión, cuando se escribe.

 

  Como es el caso de Masu, donde una analista elige la escritura para hablarnos de ese pasaje del no querer saber a lo imposible de saber, con sus avatares institucionales. Porque cuando se escribe, algo pasa. Pero pasa en toda la amplitud polisémica del verbo pasar.

 

  Pasa, por ejemplo, en el sentido de evocación de lo indecible, si la escritura resulta ser conmovedora. Pasa, además, en el sentido de transmisión, cuando la conmoción logra alcanzar a otros.

 

  Pero pasa también en el sentido de acontecimiento. Algo acontece en quien escribe. Como también en quien da un testimonio. En ambas experiencias, la insistencia de lo indecible empuja a semi-decir la verdad, una vez más.

 

  Si la escritura, como así también el testimonio, son respuestas al encuentro con lo imposible de decir, no se sale indemne del acto que precipita la marca de ese encuentro. Marca que, por cierto, convoca a ser leída. Y, si hay suerte, algo acontecerá también en el que lee.

 

  Habrá, entonces, emergencia de amor y agradecimiento en quien es leído vía la interpretación; y reedición de la evocación de lo indecible en quien oficia de lector.

 

  Quiero entonces agradecer de corazón a nuestra querida Masu el honor de convocarme y el privilegio de este acontecimiento.

 

 

 

 


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