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Comentario de La subjetividad en riesgo, de Silvia Bleichmar

04/04/2005- Por Eva Giberti - Realizar Consulta

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En el primer capitulo, en el cual la autora anuncia un modo de pensar nuestro tiempo, se ocupa de recordar de qué tradiciones intelectuales provenimos, quienes fueron nuestros padres. Padres que han muerto pero igualmente somos hijos de nuestras representaciones interiores de aquellos que nos engendraron. Si bien es cierto que los padres han muerto, si bien es cierto que tanto la escuela de Frankfurt como la filosofía sartreana hoy parecen restos arqueológicos, también es cierto que hay mejores y peores formas de morir.

"La persistencia de nuestra presencia no siempre garantiza la persistencia de nuestro ser", redondea en el capítulo 1, cuando a

                                                         

En el primer capitulo, en el cual la autora anuncia un modo de pensar nuestro tiempo, se ocupa de recordar de qué tradiciones intelectuales provenimos, quienes fueron nuestros padres. Padres que han muerto pero igualmente somos hijos de nuestras representaciones interiores  de aquellos que nos engendraron.

Si bien es cierto que los padres han muerto, si bien es cierto que tanto la escuela de Frankfurt como la filosofía sartreana hoy parecen restos arqueológicos, también es cierto que hay mejores y peores formas de  morir. Los padres -  padres intelectuales y de los otros- mueren mejor o peor. Los padres de estos sobrevivientes que nosotros somos tienen el raro mérito de haber muerto bien, y eso ayuda -porque nunca ayudan muertes o finales de los cuales avergonzarse-.

 

No sólo fueron buenos padres, encima supieron morir. La hidalguía de la muerte noble, ya sea la de un torturado que resiste, ya sea la de una tradición ideológica, que "produce" (o hace posible) hijos que se pueden preguntar acerca de su condición de sobrevivientes, que se pueden problematizar el problema del ser y que pueden admitir, como proponía Sartre, que hay una diferencia entre forma de estar y forma de ser.

 

Desde ese punto de vista, el problema del sobreviviente se reduce a la pregunta "¿y ahora qué hago con esto?" En dónde "esto" es la vida. Nada más. Como el que descubre un tesoro que nunca buscó, como el que recibe una herencia inesperada, el sobreviviente se pregunta qué hacer con semejante sorpresa donde se refugian aquellas representaciones de quienes nos engendraron. Para el sobreviviente, la vida es una sorpresa. No un milagro sino una sorpresa.

 

El milagro paraliza ante el poder de Dios o del azar. La sorpresa, en cambio, nos pone ante el poder humano. Y por lo tanto, ante las posibilidades del ser humano. Se sobrevive por empecinamiento, por conjuntos de razones inescrutables, por tantos motivos complejos. A veces nunca llegan a saberse. A veces son intolerables.

Pero, sea como fuere, el sobreviviente (generación o individuo) sabe que debe ser "respetable para que su voz se oiga y para que su memoria se conserve, para que no todo desaparezca". Hay alguna responsabilidad comprometida en ello.

 

La respetabilidad, según S B, no se reduce a pagar los impuestos y ser buenos padres de familia. Ser respetable, además, es vivir para provocar, provocar para que nuestras ideas mejoren, para que no nos conformemos, para que, en fin, seamos capaces de vivir como los padres murieron (lo cual nos recuerda aquella poesía sobre el Che, cito de memoria, que decía algo así como <quiero morir como tu has muerto / para vivir como tú vives>).

 

Y por ahí pasa uno de los grandes problemas del mundo psi según Silvia Bleichmar. Cómo y qué hacer, en las condiciones críticas de hoy, para ser freudianos a la altura de Freud... Qué puede y qué debe hacer un psicoanalista en este mundo ruinoso que nos toca, para seguir siendo freudianos, esto es, para seguir siendo dignos de la pertenencia a una tradición humanista, crítica, autónoma y solidaria.

 

S. B. sube la apuesta. Quiere ir más allá, lo cual, en ese sentido, es fiel a aquella tradición. Quiere ir más allá de los padres cuestionadores y proponer una nueva plataforma. Aquella vez se cuestionó la relación psicoanálisis/política, la relación del psicoanálisis con sus instituciones y el papel del psicoanalista en la sociedad.

S. B. no abandona esa línea de trabajo pero agrega el cuestionamiento a la teoría misma. A ningún cuestionador de los 60/70 se le hubiera ocurrido poner en tela de juicio algunos de los grandes paradigmas oficiales de la teoría. S. B. lo hace. Este es un paso más allá.

 

Tal vez eso tenga que ver con las características de esta nueva crisis, que no sólo habla de hambre, desocupación y exclusión, que no sólo refiere a las consecuencias de ello en el mundo de la subjetividad, sino también de teoría acumulada en el campo propio, de nuevas líneas de investigación y, es bueno reconocerlo, de una presunta mayor consistencia desde las mitologías y desde las hipótesis que bajan desde el Olimpo de las ciencias duras para vigorizar el positivismo del nuevo siglo.

En algún sentido S. B. imagina que en estos tiempos se vive un combate semejante al que debió librar Freud cuando decidió poner en crisis a la ciencia positivista de su época enarbolando la idea de un extraño objeto de estudio, el inconsciente, que nadie pudo medir en un laboratorio y que nadie pudo despedazar en un quirófano. Hoy el combate tiene un perfil semejante, por momentos hasta un tono épico frente a un adversario que se presenta ante el mundo con el aval del prestigio, real o imaginario, de la ciencia del siglo XXI, por un lado, y con el respaldo del poder económico de la industria (biotecnología, farmacología, etc.) por el otro.

 

En "Tiempos difíciles..." la autora se pregunta: "qué resta de la adolescencia como período en el cual ya han culminado las tareas de la infancia... categoría que alude al tiempo en el cual se despliegan los modos de definición que llevan a la asunción más o menos estable de la identidad sexual y a la recomposición de las formas  de la identificación..."

Desde este punto de vista la adolescencia se le presenta como "un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas a la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la deconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales..."

 

Respecto de la sexualidad le parece obvio que la dirección no es del todo clara todavía pero que "algunas transformaciones son evidentes", como las pautas de iniciación sexual. Observa que se eclipsó la reificación de la virginidad en un mundo en el cual "las niñas se encaminan alegremente a sus primeras relaciones".

Sin embargo, la relativización del valor virginidad no es una novedad de los adolescentes contemporáneos. Esa tarea fue desarrollada por sus padres y tíos mayores. El hippismo y los aires de cambio de los ‘60 y ‘70 cascotearon duro el rancho de la virginidad, que pasó a ocupar un lugar relativo desde entonces. Las adolescentes actuales son educadas por padres, instituciones y medios de comunicación en los cuales la virginidad no es un bien sagrado y no son las adolescentes de hoy las que deben hacerse cargo de cambios acerca de la virginidad. Son sus padres, sus familias en general las que tienen el problema. Cuando se atacó el bien virginidad, el gran problema se limitaba al peligro del embarazo. Los métodos anticonceptivos no estaban ni tan evolucionados ni tan difundidos como ahora.

Hoy, en cambio, al problema del embarazo se suma el problema del Sida. Es decir, la relación directa placer/muerte, sexo/enfermedad, etc. No es nada fácil para los adolescentes de hoy esta inesperada irrupción de Thánatos en la cama.

Sea como fuere, en la cabeza adolescente en la cual se definen las tareas relacionadas con la sexualidad ahora interviene un nuevo elemento, el Sida, la muerte, la enfermedad, el peligro, que seguramente arma un embrollo bárbaro en la difícil relación entre el inconsciente y la subjetividad.

Volviendo al argumento de S. B. según el cual hay cambios obvios en los rituales de iniciación, sería bueno recordar que en este caso estamos hablando de valores antropológicos, perspectiva en la cual los cambios (obvios o no) suelen ser lentos, muy lentos.

 

Ejemplo: la colimba. Ya no existe en nuestro país. Pero el paso de la infancia a la madurez o la juventud es un proceso que sigue existiendo. El problema no advertido, es que al fin de la colimba le siguió la crisis socio-económica. Los muchachos se quedaron sin colimba y se encontraron, encima, sin trabajo. Todo en una generación. Perdieron el rito de pasaje de un estado a otro, perdieron un ritual de iniciación, y a la vez perdieron el horizonte de la cultura del trabajo. Perdieron dos cosas que sus padres tenían, porque sus padres tuvieron ritual y tuvieron expectativas laborales y de movilidad social ascendente. Se podía entrar al mundo adulto por la puerta de la colimba para llegar al mundo del trabajo o del estudio. Eso entró en crisis. S. B. analiza lo segundo (trabajo, estudio) y sólo sugiere, en este trabajo, la importancia del rito, iniciación. Estos temas se han desarrollado posteriormente en otros textos de la autora.

En "Las formas de la realidad" aborda el problema de "la relación del aparato psíquico con la realidad, o el impacto de la realidad en la subjetividad".

Acá se mete de lleno a cuestionar algunos fundamentos de la teoría freudiana a partir de la complejidad del encuentro o del vínculo entre el aparato psíquico y lo real, problema que, en última instancia, viene siendo discutido por la historia de la filosofía desde los orígenes hasta hoy -salvo la diferencia de la hipótesis del inconsciente propuesta por el freudismo-. Esta larga historia de debates e intercambios le llevaría a S. B. componer otro volumen y está claro que aquí está recopilando material, lo cual conduce a dejar de lado opciones que, cuando se escribe un libro, de entrada se manejan de otro modo.

 

A su modo de ver, en la relación yo/realidad está "uno de los puntos más débiles de los enunciados freudianos" debido a su perspectiva dualista (sujeto-objeto según la teoría clásica del conocimiento). De acá en más abarca una serie de desarrollos entre epistemológicos y filosóficos que luego posterga para entrar en el problema de la relación entre el aparato psíquico y el exterior, ahora "la realidad argentina -vale decir el conjunto de variables sociales, económicas y políticas que fundan y sostienen un campo representacional-..."

Propone una diferenciación entre autoconservación y autopreservación y entonces comenta:

"Se es hombre o mujer, católico o protestante, argentino o mexicano, hijo o hermano. Se es, quiere decir que el yo queda articulado, en sus enunciados de base, a una red que determina su existencia como tal, y que cuando se rompe hace entrar en naufragio al conjunto del aparato y obliga a defensas extremas o conlleva desestructuraciones y restituciones que ya no retornan más a su forma originaria".

La frase es muy buena. Toda una síntesis. Abre un buen campo de análisis.

A partir de ahí, ahora vamos al asunto, se mete con la incidencia de la realidad económica sobre el psiquismo. Estamos frente a una realidad, o relacionados con una situación económica, que "genera desesperación o desesperanza, dolor o furia homicida."

El saqueo sufrido por el país rico a manos de sus corporaciones (la financiera y la política), la depredación, la "carencia de un pensamiento de respuesta", deja a sus habitantes "en estado inerme, melancolizados por su propia impotencia o desesperanzados por la ausencia de respuesta de la clase política a sus reclamos".

 

En este segmento la autora propone una revalorización de la cultura. Es decir, propone una relación o una articulación dinámica, de influencias y condicionamientos mutuos entre economía, psicología y cultura, asunto al que muchos aluden pero al que pocos analizan en su profundidad y posibilidades. Esta valorización de la cultura es central en todo el libro. Siempre que habla de valores, de principios que proteger o que recuperar, está hablando de cultura. Y cultura es política. La política es parte (es parte central) de la cultura de cualquier sociedad. No lo dice así pero está por momentos implícito, por momentos muy a la vista aunque dicho con otras palabras.

El énfasis en la cultura desemboca en el problema del sujeto, tema al cual la autora dedica párrafos reiterados. Se trata de pensar la subjetividad  sobrepasando el tema del sujeto ya que histórica, psicológica y filosóficamente contábamos con entrenamiento para pensar en ese sujeto. La critica en general no solo ha dejado espacios vacíos acerca de la relación sujeto/subjetividad, sino que ha quedado demorada en el enfoque. Silvia avanza en este sentido poniendo a la vista el régimen del enunciado por una parte, y por otra, el enfrentamiento con las prácticas teóricas y las que  convocan el trabajo, la vida social y familiar. Es en este punto cuando el tema de la alteridad ocupa tramos importantes del libro, Levinas mediante. Los procedimientos de subjetivación, que S. B. menciona incluyen las condiciones de exclusión de la alteridad y reiteradamente la autora apela a la responsabilidad y aplicación de una ética capaz de revisar y reformular  prácticas teóricas y comportamientos cotidianos.

 

El libro está atravesado por la problemática psi/situación socio-económica/cultura. Por acá pasa la parte más fecunda de sus reflexiones.

Pendiente para un próximo texto, la práctica de los seres humanos en esta relación que -si bien no aparece escrita en este texto- está sin embargo sostenida por la praxis de la cotidianidad en la que la autora evidenció en más de una oportunidad el lugar que le otorga a la práctica del sujeto, siendo ella misma la sujeto, S. B. no cree que los sujetos sean puras víctimas de un sistema social perverso, más allá de la situación de catástrofe generalizada.

Si bien el hambre sin proyecto, sin participación, se vuelve desesperación. El hambre a secas duele en la panza. El hambre argentino duerme también en el corazón. (Y en el aparato psíquico, por ende).

Pero el proyecto, el futuro, la construcción de lo posible, la construcción que limitará los alcances del hambre sólo al estómago, es un proceso que incluye al hambriento y eso la autora lo sabe, de allí que con frecuencia se refiera al  compromiso político y moral en general de la gente y en este caso de los psicoanalistas. Le dice a los psi que tienen deberes que cumplir y tradiciones en las cuales nutrirse pero en este punto quisiera introducir una observación, aún teniendo en cuenta que en una recopilación quedan afuera ideas varias de los autores, no obstante digo, quiero hacer una observación porque, tal como están planteados algunos puntos del texto, se corre el riesgo del elitismo profesional al referirse a tradiciones ideológicas que de alguna manera “salvaron” a la sociedad, como un salvavidas de tradiciones éticas que se salvó del naufragio. Sin duda algo de eso sucedió, pero sería deseable que dado el compromiso político de Silvia, analizara a estos salvavidas en el ámbito de la vida política de la época correspondiente. Conduciendo de ese modo la relación psi/base/cultura hacia la relación psicoanalistas/vida política, práctica social fuera del consultorio. Eso fue lo que se hizo en Plataforma y no hay razón para repetirlo, pero creo que aquí tendríamos necesidad de ampliar algo más este capitulo tan solo contrastando historias. Mi afirmación se desprende del texto de S. B., de lo contrario no hubiese ingresado en el tema.

 

No obstante, su énfasis en las tradiciones éticas supervivientes y salvavidas es tan fuerte que podría quedar como un sobreentendido, como un implícito cómplice entre el lector avisado y la autora, que se referiría a las tradiciones militantes de los 70. Si así fuera -y creo que así ella lo desearía- entonces estaría implicando que se debería apoyar la recuperación del campo psi en la tradición de la ética del compromiso, la solidaridad y la dedicación desinteresada por el otro, a la vez que en la preocupación por el problema de la organización y la acumulación de poder para poder cambiar algo, para que los esfuerzos no queden en las puras buenas intenciones sino que produzcan resultados en términos de eficacia política -que es donde habrían estado las principales limitaciones de aquellas tradiciones de las cuales nutrirse-.

 

En "Acerca del malestar sobrante" vuelve sobre algunas ideas de Marcuse, quien por lo menos estaba, o pasado de moda, o descuidado en el olvido. Volver sobre los próceres críticos no es malo. Al contrario.

El centro de su retorno a Marcuse consiste, en lo fundamental, en que es necesario realizar un proceso de actualización teórica. A veces las actualizaciones teóricas deben realizarse a partir de los muertos vivos.

Este proceso de actualización se refiere a que después del apogeo reaccionario del neoliberalismo, después de esa especie de revolución retrógrada simbolizada en Margaret Thatcher ayer, en Bush hoy, es necesario actualizar categorías capaces de dar cuenta del funcionamiento del capitalismo y sus consecuencias sobre la sociedad (la mayor parte de la cual es su víctima).

 

Ella no lo dice así, pero en síntesis se trata de lo siguiente: sabíamos que al capitalismo moderno se le correspondía una cuota básica de represión y violencia (de diversos tipos). Pero a este especie de capitalismo salvaje que se adueñó del mundo en los últimos 20 años, le corresponde algo más, algo diferente. Ya no se trata de aquella cuota básica y conocida de represión y violencia (y sus consecuencias), sino de un nivel superior, más sofisticado, más cruel y destructivo, no sólo por su capacidad de transformar la sociedad en su base material y en su superestructura, sino además, por su capacidad para producir alteraciones y consecuencias inéditas en el aparato psíquico de los integrantes de las sociedades afectadas. Y en este punto es muy probable que tenga razón, es muy probable que esté queriendo decir que no estábamos preparados para ESTO, que ESTO nos agarró mal parados y que tenemos que ponernos a la altura del problema que nos planteó la ofensiva del gran capital financiero internacional.

Para expresarlo se apoya en un texto de Bobbio acerca de la vejez. Y redondea: "Somos parte de un continente que ha sido arrastrado a la vejez prematura, cuando aún no había realizado las tares de la juventud, y es en razón de ello que nos vemos invadidos por la desesperanza -la cual toma la forma, en muchos casos, no de la depresión sino de la apatía, del desinterés-".

Esa idea la subleva a ella misma. Esta vejez prematura la altera y la indigna. Quiere que no sea así. Por eso agrega después "los maestros no pueden darse el lujo de ser viejos: la enseñanza, la transmisión del psicoanálisis, sólo puede ejercerse en el marco de un recorrido que permita repensar los propios callejones sin salida".

La salida, entonces (y no se limita al mundo psi) pasa por la actitud a la vez severa y crítica, a la vez rigurosa (sobre todo desde lo epistemológico) y cuestionadora (hasta donde sea necesario).

La apatía, diría, el desinterés, diría, si fueran taras, si fueran patalogías, entonces se curan con pasión crítica y con pasión de estudio.

 

En "Norma, autoridad y ley" dice:

"Lo que fue experiencia en una generación bien puede devenir fantasma en la siguiente" debido a que no hay experiencia en estado puro. "Lo vivido sólo puede ser capturado por el sistema representacional que sostiene al sujeto". No se puede constituir una moral sino "con referencia al otro". Tales las bases para concluir:

"la homologación entre Ley y Padre no sólo es ideológicamente infeliz sino teóricamente insostenible". De ahí "graves consecuencias en la práctica que consiste en confundir al padre real con la función paterna", "... autoridad y ley deben ser claramente diferenciadas...". El olvido de estas diferencias tiene graves consecuencias en la práctica teórica y clínica del mundo psi.

 

Obviamente, si la autora reivindica tradiciones anteriores en las cuales apoyarnos, está hablando en el terreno de la memoria. Eso es claro.

Al analizar "Ley/Padre", "moral con referencia a otro", "experiencia de unos y fantasmas de otros", no hace intervenir explícitamente a la memoria como experiencia del presente, porque se descuenta que la memoria incluye los olvidos tanto como los recuerdos. Sabemos que el poder trabaja sobre o hacia la memoria o con relación a la memoria. Que valora el poder de la memoria y que teme a ese poder. Entonces, al hablar de la transmisión, del pasaje de valores de una generación a otra, de experiencias de unos que se vuelven fantasmas para otros, cabe recordar el poder de la memoria como parte de las preocupaciones actuales del mundo teórico psi, y particularmente en nuestro país.

 

En "Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre" menciona al método analítico como al pasar.

Y propone leer a Freud desde una triple perspectiva: "problemática, histórica y crítica" cuando S. B. propone leer de modo analítico en aquella triple perspectiva, está proponiendo que pongamos ciertas cosas en su lugar, lo cual le haría muy bien a don Sigmund. Dado que existen quienes parecerían creer que siempre hemos pensado con el freudismo a cuestas, como si fuera parte natural de la cultura moderna, como si no fuera una ruptura, una puesta en crisis de la epistemología y como si no fuera, a la vez, un producto de época.

Por ejemplo, buena parte de las observaciones de S. B. acerca del errado lugar y de la equivocada función que se le asignaría a la teoría del complejo de Edipo, están apoyadas en la creencia de que Freud había hecho un gran descubrimiento acerca de la obra de Sófocles.

Pero en realidad, él nunca analizó el texto de Sófocles ni le hizo aporte alguno a la dramaturgia. En cambio, hizo un descubrimiento extraordinario acerca del espectador. No escribió sobre el personaje de la obra. Escribió sobre su público. Explicó nuestra cabeza, no la cabeza (inexistente) de un personaje.

No son sino simples malas lecturas, sino lecturas perezosas de un autor que reclama lo mejor del lector.

Sólo en ese marco se puede entender la frase de S. B.: "No se trata de descartar algo como erróneo en sí mismo (al leer bien a Freud, aclaro) sino de recuperar el movimiento que lo hace desembocar en una vía errada para, desde allí, rehacerlo".

 

Varios de los comentarios generales (así como puntuales por capítulos) que vengo haciendo salieron de algunas de las ideas en "Limites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis", posiblemente el más interesante de todos.

Este capítulo me provocó una imagen fuerte. Me recordó la analogía de la caverna del Libro 7 de La República de Platón y sus conexos.

Más allá de la analogía base de la cueva que encierra al hombre genérico que sufre esa especie de tortícolis antropológica, deberíamos recordar que:

si este pobre tipo con el cuello duro cuenta a) con suficiente amor por el conocimiento, b) pasión y c) un maestro que lo guíe, entonces podrá poco a poco girar el pescuezo, conocerá los conceptos de la técnica primero, los principios de la ciencia después y por fin podrá ver la verdad y acceder al saber filosófico, la verdad y lo real.

 

Tal como ve las cosas S. B., es claro que si el hombre es el paciente y el maestro el psicoanalista, entonces los dos no están preparados para verse cara a cara con la verdad. Uno girará el cuello y quedará deslumbrado. El otro posiblemente atónito y aturdido. Tal como están las cosas en la teoría y en la práctica clínica, tanto el paciente como el terapeuta están en un problema. El paciente quiere ver, pero fue afectado por un mundo que incidió sobre él de maneras inéditas e impensadas por el freudismo. El terapeuta quiere acompañarlo en ese proceso, sabe hacia dónde orientarlo para que vea la luz, pero carece de herramientas teóricas actualizadas capaces de descomponer y comprender la luz de la catástrofe que incide sobre el paciente. Ambos tienen lo necesario, pero ninguno lo suficiente.

Dejar a ambos protagonistas sin saber qué hacer, y dándose cuenta que algo distinto es necesario intentar, tanto en el campo psi cuanto en otros campos propios de las éticas, aquellas impulsadas por la resistencia ciudadana ante lo intolerable, alcanza para promover la compra del libro.

 

 

El mail de Eva Giberti es egiberti@fibertel.com.ar

 

 


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