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Comentario del libro Clínicas del cuerpo, de Silvia Amigo22/02/2008- Por Héctor Yankelevich - Realizar Consulta

En este cuarto libro Silvia Amigo estudia analíticamente cómo se articulan cuerpo y lenguaje, cuáles son las condiciones para que este encuentro se realice, cuáles sus obstáculos. Es un libro de clínica analítica: algún paciente de Freud pasa de nuevo por el diván, y, siguiendo a Freud y a Lacan, nos encontramos con que la llamada joven “homosexual” no lo era fundamentalmente, ni tampoco “heteroscxual”. Su narcisismo le permitía ir hacia unas o hacia otros, ya que éste le pedía compañías, pero no alguien a quien amar. Probablemente nunca se haya puesto de manifiesto de manera tan firme el rol deletéreo de la madre en las identificaciones de su hija, siendo el amor por el padre, decepcionado, no ya la causa de su transformación en “caballero” sino la debilidad de éste frente a su mujer.
En este cuarto libro Silvia Amigo estudia analíticamente cómo se articulan cuerpo y lenguaje, cuáles son las condiciones para que este encuentro se realice, cuáles sus obstáculos. Es un libro de clínica analítica: algún paciente de Freud pasa de nuevo por el diván, y, siguiendo a Freud y a Lacan, nos encontramos con que la llamada joven “homosexual” no lo era fundamentalmente, ni tampoco “heteroscxual”. Su narcisismo le permitía ir hacia unas o hacia otros, ya que éste le pedía compañías, pero no alguien a amar. Probablemente nunca se haya puesto de manifiesto de manera tan firme el rol deletéreo de la madre en las identificaciones de su hija, siendo el amor por el padre, decepcionado, no ya la causa de su transformación en “caballero” sino la debilidad de éste frente a su mujer.
También Hamlet es releído, y la autora hace hincapié no en la irresolución edípica del príncipe de Dinamarca en ejecutar la orden del fantasma del padre de matar al tío asesino, sino en que esta orden deja de lado el incesto materno.
Escribiendo sobre su clínica, leeremos casos en donde del objeto a del que se trata no es el objeto de pulsión, causa de deseo, sino del objeto como tal, sin vestiduras fálicas, que lo hacen tan difícil de aprehender en la teoría y en la clínica. Sin embargo, este a es un objeto que no se separa del yo, que lo mortifica, y cuya realidad es tanto más desconcertante cuanto que no aparece; “no tenemos idea” decía Lacan en Roma en 1974, refiriéndose a Kant, e intentando así dar cuenta de cómo el psicoanálisis iba más allá de la estética transcendental y de la Razón del filósofo de Königsberg.
Las estructuras clínicas se desgajan, en este libro, de la estructura de las identificaciones. Y para ello la autora hace pie en el último Lacan, que vuelve sobre las tres identificaciones freudianas, pero también sobre sus elaboraciones anteriores, donde no separaba claramente la primordial de la simbólica.
Durante los años setenta, de manera muy elusiva pero a la vez constante, Lacan se distancia de Freud en un punto esencial: la palabra del Otro, la palabra de amor, para marcar el cuerpo biológico, del sujeto por venir, lo mata. Es sólo a ese precio, el de no-ser, que queda recubierto por la represión primordial, que el vacío del Otro, lo que le permite ser deseante, puede ser incorporado como lo que permite al cuerpo venir al ser, poseer una imagen real de sí, el narcisismo primario. Es la segunda muerte, no sabida y desmentida, que dará un lugar a la palabra del Otro primero, que se volverá palabra del sujeto, nunca totalmente, si el Otro consiente en que el sujeto no ocupe ahora su falta, es entonces en que el Otro le da un lugar, permitiéndo que entre uno y otro, no haya un amo encarnado. Tampoco el padre, que si bien entra a jugar como aquel que hace gozar a la madre –ergo, que desaloja al sujeto de ese lugar– lo hace estando ya castrado por el mismo discurso al que el hijo se somete. Es la cuestión que el pequeño Hans le plantea varias veces a su padre cuando toman el tren para ir a ver a la abuela. Hans le pregunta a su padre si él tiene derecho de infringir la ley, por ser padre, o si él también está sometido a ella. La validez de la pregunta es universal. Pero Hans se la plantea porque oscuramente sabe que su abuela paterna es la razón de que sea su madre la que en su casa lleve la voz cantante. El pequeño Hans será director y escenografista de la Opera de Viena.
Este es el rol del padre real, no el de imponer la ley, sino el de aparecer tanto como deseante como el que hace realmente gozar a la madre, como la causa de su falta.
Volviendo atrás, si hay identificación primordial es porque el deseo de la madre, que la vuelve Otro, proviene de un goce transformado en amor. Curiosamente, y es éste el enigma del ser hablante, la palabra de amor en la voz que lo nombra se transforma en goce sexual en el cuerpo del sujeto por venir. Esto es, el deseo del Otro, es tal, si el goce condesciende al amor. No siempre esto se cumple. A veces no hay goce, a veces no hay amor.
La cuestión de la estructura, entonces, no es la de su creación ex-nihilo, nacida como Pallas del muslo de Zeus. La cuestión de la sincronía del inconsciente es la de la estructura terminado su tercer tiempo lógico, y aún así la sincronía no excluye la diacronía. Al contrario, la diacronía es lo real que altera la estructura sincrónica sin que lo sepamos.
La estructura en Lacan nace del descubrimiento de la estructura en Lévy-Strauss. ¿En qué consistió el descubrimiento y la creación de éste? Estudiando los relatos de los lenguaraces aborígenes que explicaban a los antropólogos que lo precedieron la organización de las relaciones de parentesco, y estableciendo los grafos que le permitían entender esta organización, Lévy-Strauss se lo muestra a uno de los fundadores del grupo Bourbaki, André Weil, que trabajaba en Nueva York durante la guerra. El matemático muestra en un apéndice esencial de “Las Estructuras...” que los enunciados que describen las posibilidades de relación entre un grupo y otro, y cómo eso determina el destino de las uniones de los hijos y las hijas de un primer enlace, que el conjunto de relaciones del grafo es un grupo algebraico conmutativo. Que todas las aperturas de linajes y aún el peligro de que esa tribu compuesta en cuatro grupos se vea amenazada de división, surgen de cálculos algebraicos de ese tipo de grupo conmutativo.
Este descubrimiento no es la aplicación de un modelo. La estructura es la un cálculo, una serie de relaciones formalizadas que actúan sin que los individuos lo sepan.
La obra de Lacan será el descubrimiento, la invención de qué estructuras matemáticas formalizan al inconsciente, ya que éstas son relaciones formales que el hecho de enunciar significantes articula sin ser articulable.
La estructura levystraussiana es la estructura de pueblos sin escritura. En la medida en que las civilizaciones adquieren ésta última, el significante S1 aparece, lo que da lugar al discurso del Amo. La estructura del inconsciente sólo puede aparecer cuando la ciencia, a su vez, cambia el discurso del amo y no puede responder al síntoma, al cuerpo de lo simbólico.
La estructura en Lacan es una articulación de contingencias en donde lo real aparece pero no es calculable. Sólo en la medida en que haya sujeto, éste se presentará, sin saberlo, como un algoritmo que le añade y le sustrae algo a lo real del goce para escribirlo.
Un análisis, la autora lo muestra, es un trabajo de lectura y de reescritura. Diferente según el sujeto, ya que ningún individuo de un tipo nos enseña cómo proceder con otro.
El sujeto lacaniano no es un simple soporte de escrituras, es un lector que decide. No habría acto analítico si no existiera el descubrimiento freudiano de que un pensamiento inconsciente puede tener alcance de acto, y como tal, crear un síntoma, o curarlo. Es ésta y no la saussureana la estructura del inconsciente. Aunque es cierto que Saussure reencuentra el binario estoico y lo pone en marcha, gracias –y esto no es nunca dicho– al inmenso saber, que era el suyo, del trabajo neocomparatista que estableció la estructura de las lenguas indoeuropeas. Esto es, mostró el parentesco y la legalidad entre las contingencias de los cambios fonéticos. Más aún, lo que distingue a un discípulo de Saussure al de cualquier otro linaje, es la primacía dada al habla, esto es, la palabra, por sobre la lengua.
El significante lacaniano no es el saussureano, ya que el inconsciente desconoce la doble articulación de los lingüistas. A ésta, creación de Jakobson, Lacan no la tuvo nunca en cuenta. Ya que todo material sonoro es, para el inconsciente, significativo. Hace signo, de él puede hacerse un significante.
La estructura del lenguaje, en Lacan, no es la de la lingüística, es la de la oposición entre el sentido y la significación. Esto sólo se da como resultado del resto que el significante S1 hace caer del significante causa de goce de la identificación primordial. Transformando, por la caída de sentido bajo la forma de ‘a’, al significante S1 en significación.
El análisis sólo es posible gracias a esto. Si la estructura fuese una estática bien ordenada, seríamos estudiosos de algo que nos es extranjero. Para formar parte del síntoma no debemos anticipar, si lo hiciésemos, no habría contingencia. No habría encuentro. Al matema sólo lo encontramos como pathema.
Este libro aporta algo nuevo. Es la escritura de una palabra que dice su encuentro tanto con el saber ya escrito como con el saber siempre nuevo que surge de un análisis.
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