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Comentario del libro “Invierno sueco. El último viaje de René Descartes” de Matías Wiszniewer

19/04/2021- Por Beatriz Gez - Realizar Consulta

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Lo importante es que mientras leía el libro sin poder parar más que para trabajar, cada página reafirmaba mi intuición de que se trataba de un único ejemplar hecho a medida: un saco de corte perfecto (Masotta, dixit). Inédito. Al terminar de leerlo decidí escribir al autor, su mail estaba en los créditos, con la secreta certeza de que el hombre detrás de la lente no existía. En mí, todavía prevalecía la magia tramada en la escritura de un libro/novela/manuscrito/carta, oculto a plena vista, interceptado por Apostillas, diarios íntimos y notas de reinas.

 

                                                     

                               Editorial Letra Viva. Buenos Aires. 2021

 

 

La operación Descartes. Cuando la muerte también fracasa

 

 

“En blanco, para aquello que se presenta a los ojos y en silencio, eso que nos toca con la voz, se presentaría como única respuesta soportable para un espíritu agotado, un espíritu europeizado, pletórico, aplastado por las dimensiones monumentales del mausoleo.

En cambio, en estas tierras americanas, y específicamente rioplatenses, los relatos, las historias, los encuentros son potenciados por un vacío que parece provenir de los golpes de Dios. Son historias que buscan crear historia y no desembarazarse de ella”.[1]

                                                         

                                                      Daniel Martucci (1957-2011)

 

 

  Corría mediados de 1987 y los amigos que tramaban Babel me invitaron a un Coloquio Descartes, titulado “El efecto Rayuela, 25 años después”. Los había conocido en La Paz: algunos fueron reporteros de guerra, y uno, que sería el cónsul honorario, contaba la penosa circunstancia en que había quedado varado entre Londres y Buenos Aires.

 

  De una u otra manera las chicas y los muchachos que frecuentaban La Paz y Gandhi, avanzados los ‘80, habían burlado la muerte, y los embargaba el entusiasmo. Sin embargo, ese sentimiento entrañaba anécdotas de quienes no estaban, que muchas veces terminaban en trifulcas.

 

  Entremezclados con ellos se encontraba la banda de los BIP, los de la Biblioteca Internacional de Psicoanálisis, donde se realizaría ese Coloquio Descartes al que me habían invitado. En la calle Corrientes la seducción intelectual estaba al orden del día y ¡qué mejor banquete para una joven psicóloga frustrada!

 

  Desde niña yo había soñado ser diplomática y viajar por el mundo con mi país a cuestas. La sentencia de mi padre (exiliado ácrata español), se escuchó clara y distinta: “¡nena, estamos en dictadura y sos mujer!”. Así que, por supuesto, piqué el anzuelo Descartes: un viaje de ida…

 

  Invierno Sueco. El último viaje de René Descartes, 33 años después, tocó a mi puerta como regalo navideño (para las fiestas, como se dice). –“Un libro sorpresa que elegimos para vos”, me habían anticipado.

 

  ¿Qué decir? Cuando abrí el paquete, René me miraba desde la tapa, custodiado por dos mujeres, y en la semisonrisa socarrona de sus labios podía leer la pregunta: -¿Quién leyó a Descartes? (pregunta que retornaba de aquel tiempo pasado escrita en tiza blanca en el pizarrón de los BIP). Letra Viva. Sí, claro que lo leí (me decía). Había tragado el anzuelo hacía años, como dije… sin embargo, de ese Invierno Sueco no sabía nada.

 

  El autor, un tal Matías Wiszniewer, desde la solapa mira, a través de una lente (¿ojo cartesiano, entre óptica y dióptrica?), y dice que encontró a su Descartes en y desde otro lado. Aun a ambos nos une algo: él afirma que con Invierno Sueco “realizó el viaje más importante de su vida”. Pescó el anzuelo, sólo que en otra laguna.

 

  El índice, divide al libro en 6 partes más una Nota inicial, otra Nota final con referencias bibliográficas y agradecimientos del autor y, antes de ésta, unas “APOSTILLAS desde Buenos Aires (Siglo XXI)” (que advierten ¡recuerdan el futuro!, desde nuestro presente cartesiano).

La dedicatoria a dos mujeres: una compañera de la vida y otra el futuro.

 

  NOTA INICIAL (fundamental para el lector). En una carilla: la trama, la intriga, lo importante, lugar y fecha aproximada, sin firma. Ello bajo un epígrafe tomado del Seminario 11 de Jacques Lacan: “El modo de proceder de Freud es cartesiano, en la medida en que parte del fundamento del sujeto de la certeza”, 1964. Descartes, precursor de Freud.

 

  MW declara escribir una novela basada en el encuentro con un manuscrito inédito de René Descartes, “hallado durante la década pasada en una habitación pequeña, sin ventanas, sita en el pasaje de Saint Paul, aledaño al templo homónimo en el Marais de París.”

 

  Sin más, me dirijo a la NOTA FINAL (también fundamental para el lector). Breve, en dos carillas y media, el hombre de la cámara, autor del libro, confronta el pasado cartesiano con la incertidumbre del futuro, siempre presente. Por otra parte, expone la bibliografía rastreada que como un sabueso lo llevó a reconocer diversos destinos, encuentros y ambientes junto con otros. Y donde dice que es Rolando Karothy quien lo acerca a eso de “Freud es cartesiano”.

 

  Como explicité a los lectores de Tararira.2020, en un comentario que hice en marzo (2021), no contaré las 6 partes en que se divide el libro ni sus APOSTILLAS que recuerdan el futuro. Eso le toca al lector, si encuentra su ejemplar.

Lo importante es que mientras leía el libro sin poder parar más que para trabajar, cada página reafirmaba mi intuición de que se trataba de un único ejemplar hecho a medida: un saco de corte perfecto (Masotta, dixit). Inédito.

 

  Al terminar de leerlo decidí escribir al autor, su mail estaba en los créditos, con la secreta certeza de que el hombre detrás de la lente no existía. En mí, todavía prevalecía la magia tramada en la escritura de un libro/novela/manuscrito/carta, oculto a plena vista, interceptado por Apostillas, diarios íntimos y notas de reinas.

 

  Fuera quien fuera ese médium, yo quería entrevistarlo. Había logrado en 429 páginas zarandearme de atrás para adelante, de arriba abajo, como si estuviera viviendo el vértigo del navío hacia Estocolmo, y distraerme de la actual miseria de los semejantes y de uno mismo que día a día se vuelve más estridente en una pandemia que tiene en vilo al mundo entero.

 

  MW dice agradecer a Hernán Biasotti por haberle “enseñado a timonear el Scepter (barco en el que Descartes viajó a Estocolmo) junto al capitán Fleming”. Yo, cuando le escribí y le presenté mis señas, le manifesté mi interés ‒en otros términos‒ como tripulante (aprendiz) del barco timoneado por Germán García desde 1986 hasta su muerte (el 26 de diciembre de 2018), que había echado anclas ‒en Billinghurst 901 desde el año 2000‒, dando vida a un cartesianismo en el campo freudiano desde Buenos Aires que subvirtió el orden de razones hasta ese momento imperante en psicoanálisis, para quienes nos educamos en esa extraterritorialidad.

 

  En fin, con gran esfuerzo, pude sobreponerme a su pronta y gentil respuesta. ¡Existía! No sólo eso, habíamos estado en un mismo bar, tal vez en la misma mesa, también había estado en la biblioteca del barco cartesiano anclado en Billinghurst y escuchado a GG. Y con absoluta distinción me brindó una excelente entrevista.

La magia de la escritura del autor, impresa en Invierno sueco. El último viaje de René Descartes, resultó un viaje de vuelta, a lo desconocido, en un nuevo encuentro con Descartes, ese médium.

 

 



[1] http://www.descartes.org.ar/masotta-martucci.htm


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