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El ojo de buitre perturbador y el corazón delator

02/09/2019- Por Fabio Andrés Narváez Sáenz - Realizar Consulta

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A través de El corazón delator, cuento de Edgar A. Poe, el autor nos brinda una lectura de los conceptos psicoanalíticos. Acompañando el relato, a la par, profundiza en la trama, la otra trama, aquella que nos lega el encuentro con las vicisitudes del psicoanálisis, que lee en las creaciones humanas vestigios de lo inconsciente.

 

 

                              

 

                       Ilustraciòn de Virgil Finlay para The Tell-Tale Heart*

 

 

 

Por un mal de ojo cualquiera mata a cualquiera

 

 

  Edgar Allan Poe nació en Estados Unidos en 1809 y Sigmund Freud en República Checa en 1856. Cuando Freud nació, Poe hacía siete años que había muerto. ¿Qué relación hay entonces entre estos dos personajes?

 

  Desde mi punto de vista, Poe es uno de los autores más ricos en ideas psicoanalíticas. Los cuentos del maestro del terror son como la versión literaria de la teoría del psicoanálisis. Cada renglón que se lee en sus escritos, contiene las concepciones psicoanalíticas más puras.

 

  De hecho, sabemos que Lacan usa el cuento “La carta robada”, para desarrollar el concepto de Significante. Tal vez los cuentos de Poe son la evidencia de que, en la época, a pesar de la distancia entre continentes, ya estaban en el ambiente algunas ideas del psicoanálisis Freudiano.

 

  Uno de sus cuentos más populares, el “corazón delator”, es digno de una lectura a la luz de las ideas psicoanalíticas, si es que el mismo ya no tiene los conceptos propios del psicoanálisis, especialmente la idea de “necesidad de castigo”. A continuación, tomaré sólo algunas líneas del cuento y su respectivo comentario. Recomiendo la lectura del cuento antes de continuar con este ensayo.

 

  “¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso!”.

 

  Esta primera línea del cuento nos da una pista de que la angustia es una constante en el personaje. Punto importante porque la angustia ante la castración hace pensar que el Superyó está en juego, sin embargo, aquí el Superyó no opera como regulador, sino todo lo contrario, como la instancia que empuje a violentar la ley.

 

  “Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre”.

 

  ¿Qué representa el ojo en el lenguaje de los símbolos? Muchas veces se los ha interpretado como los genitales (por ejemplo cuando Edipo se arrancó los ojos, fue leído como el acto simbólico de la castración). Pero este ojo es como el de un buitre. ¿Acaso es el tótem al que pertenece el personaje? El ojo estaba “velado por una tela” lo cual supone que algo de la prohibición opera en el protagonista.

 

  “Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre”. ¿Qué sentimiento esconde la expresión “helaba la sangre”? Porque es justo esto lo que motiva el crimen. El personaje dice: “así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre”. ¿Cómo puede un ojo, o más bien la representación de un ojo, en una persona fundar los actos más macabros?

 

  Más adelante dice “siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo”. Buscaba el ojo. No le era suficiente encontrárselo casualmente, sino que había algo en ese ojo que lo llamaba, lo invocaba y con él, la angustia, los nervios, “la sangre helada” (¿por esto se dice que se mata a sangre fría?).

 

  La mirada y el exhibicionismo entran en el relato de una forma oscura: “¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra!” tal vez aquí se encuentra un adelanto de su confesión. Ser descubierto, visto, castigado es el fin último de su acto criminal.

 

  El ojo de buitre le producía furia y la tela que lo velaba “heladez hasta los huesos”. El haz fino de linterna mostraba lo que era importante. El cuerpo, la habitación, la casa, el remordimiento, la pena, la lástima, desaparece ante el ojo de buitre. Se convierte en unidad. Lo que brilla se convierte en rivalidad para el victimario. Es el “punto maldito”, que viene desde los mismísimos infiernos.

 

  A lo mejor el ojo era hermoso y eso representaba totalidad para el asesino. Totalidad insoportable, digna de eliminar: “Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito”.

 

  En el nudo de la narración, justo cuando el protagonista asesina al viejo, aparece un condimento más en la receta de la muerte: ¡el corazón! El ojo de la víctima es a la mirada del victimario lo que el corazón a su oreja. Así pues, el objeto mirada y la pulsión invocante entran en juego. La imagen del ojo y el eco del corazón son los dos motivadores del crimen. Ese sonido del corazón también le era familiar, como si abundaran espejos en la habitación de la víctima.

 

  El ojo y el corazón representaban para el victimario la potencia de la víctima. Había que destruirla porque dos semejantes no caben en el mismo lugar. Y entonces, por un momento, el odio que produce el corazón parece ser más fuerte que el que produce el ojo de buitre. El sonido del corazón también le era familiar, también hacia el efecto de doble, al igual que el ojo, sólo que este doble ahora tenía sonido. Un sonido que lo enloquecía.

 

  Y ahora llegaba el momento de esconder el cadáver. ¿Pero cómo? ¡Descuartizándolo! Cortando la cabeza, los brazos y las piernas. Fragmentar al otro es la mejor forma de aniquilarlo. Pero una vez fragmentada la imagen especular, también se fragmenta la imagen propia, por eso el sujeto se angustia hasta el punto de confesar su crimen.

 

  Ahora ningún ojo podía darse cuenta dónde estaba el cadáver. Tal vez el ojo azul, velado, era como el gran hermano que todo lo podía ver en el asesino. Ahora que estaba muerto, que no se veía a sí mismo, nadie podía darse cuenta lo que había realizado. Ahora se podría sentir en paz, sin vigilancia, sin la mirada superyoica. La paz la encuentra el asesino cuando el ojo ya no lo mira, o más bien cuando ya no se hace ver.

 

  Luego, mientras los oficiales de policía lo interrogan, pone su silla justo arriba del lugar donde se encontraba el cadáver descuartizado. Como si esta posición le diera una sensación de poder, de haber triunfado sobre su competencia. Era un asesino con bastantes modales. Pero después de esto, un dolor de cabeza le llega sin consentimiento alguno, una “palidez” y un “zumbido” como si vinieran del mismo inconsciente.

 

  Ese sonido que viene de adentro, dice el protagonista, viene de afuera. Entonces el sonido se volvía cada vez más fuerte. Este sonido lo enfurecía, lo hacía discutir con los oficiales. Ahora era el sonido y no el ojo el que llevaría a “cruzar la línea”, a confesar.

 

  El criminal no es un monstruo, también es compasivo: “Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón”.

 

  La visita a la habitación del viejo tenía un carácter de triunfo, de cómico y de ventaja intelectual. Como quien está por alcanzar algún éxito importante en la vida. Todo el crimen es una empresa y su solución final es el éxito. Refiere: “Apenas lograba contener mi impresión de triunfo”.

 

  En cualquier caso, el ojo lo llevó a planear el crimen y el corazón a delatarlo. Entonces, para matar a alguien, puede ser suficiente un ojo, un mal de ojo, un ojo de buitre y a veces querer un poco más a la víctima.

 

  Este cuento es la evidencia de la división subjetiva. No somos una unidad como lo pretenden demostrar las ciencias positivistas. Somos seres contradictorios, como el protagonista, tenemos sentimientos compasivos, podemos amar, sin embargo podemos herir, odiar, y hasta aniquilarnos a nosotros mismos, repetimos comportamientos sin darnos cuenta, comportamientos, que a pesar de llevarnos al propio infierno, los seguimos realizando.

 

  Poe demostró con este cuento, que el ser humano, teniendo todas las condiciones para salir librado de una situación culposa, puede a su vez hacer todos los esfuerzos posibles para castigarse a sí mismo.

 

 

Imagen*: Virgil Finlay fue un ilustrador estadounidense destacado en revistas de ciencia ficción, de fantasìa y de terror (1914-1971)

 


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