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La Pradera de Ray Bradbury: la Realidad virtual y el deseo de no hacer nada22/05/2014- Por Santiago Deus - Realizar Consulta

Hace poco me han dicho: “cómo me ayudaste a dejar todo lo que me servía de nada”. Fundamental esa nada, y más cuando se aloja en cada rincón de nosotros para deslibidinizar la vida. Este fabuloso texto de Santiago desarrolla con excelencia ese horizonte: ¿qué hacer cuando nada es demasiado? O mejor, cuando es demasiada nada...
Al comenzar el cuento “La pradera”, de Ray Bradbury, uno se encuentra con un personaje que se haya en un punto de inflexión. Podría decirse que Lydia (la madre en dicho cuento) se encuentra en la instancia de la angustia, ella dice: “Algo ha cambiado en el cuarto de los niños, George…”, expresando su perplejidad. Algo ha pasado, algo ha cambiado y ya no serán los mismos, es como si en ese instante de la angustia se revelara un segundo en el que ella ha podido salirse del andarivel de la vía cómoda y fantasmática de su vida cotidiana.
El cuento forma parte del libro El hombre ilustrado publicado por el autor en 1950. George y Lydia son un matrimonio tipo, de clase media acomodada en uno de los estados del interior de los Estados Unidos. Viven en una casa que hace todo por ellos gracias a una serie de maquinarias tecnológicas capaces de aclimatar la casa a conveniencia, cocinar cuando lo piden, hacerles la cama por la mañana, mecerles la hamaca, lavarles los dientes a los niños a pedido, lustrales los zapatos cuando lo demandan, etc… Pero sin dudas lo más destacado y no por ello menos perturbador de la casa es el cuarto de los niños. El mismo es un espacio de
En un determinado momento los padres se anotician que en el cuarto siempre estaba África. Ya no las hadas, los ríos violetas, las montañas encantadas ni los príncipes azules, solo África. África y sus praderas: sus leones, cuervos, jirafas, rinocerontes y todas sus amenazas. De allí proviene la angustia de Lydia, quien dice que los niños han abusado de África o bien que el cuarto se ha habituado. La casa de la vida feliz, como ellos la llamaban, pasó de ser un genio mecánico a una entidad extraña y amenazante de la cual había que tomar alguna distancia. Apagar el cuarto e irse de vacaciones les parece la receta más indicada. El genio mecánico se ha habituado a proyectar la pradera amenazante y se ha transformado en un genio maligno, Dios oscuro del que ya no se sabe qué desea o qué anima sus movimientos erráticos.
Los padres se encuentran en esta crisis de angustia viéndose obligados a cambiar sus hábitos y, lo que parece peor, obligando a que los niños cambien los mismos. Dice Lydia: “Yo creía que habíamos comprado esta casa de la vida feliz para no hacer nada… (pero) ya nada es mío aquí, soy una inútil y tú consumes cada día más…”. Efectivamente la casa la habían construido para no tener que hacer nada y de este modo darles todos los gustos a los niños y a ellos mismos también, “nada es demasiado para los niños” dice George, el padre. Cuando toman la decisión de apagar el cuarto e irse al campo, los niños tienen una actitud de rechazo con berrinches y escándalos inclusive: “será mejor que no lo pienses más, ¡papá!” le espetó el hijo varón. “Hemos satisfecho todos sus gustos, ¿es esta nuestra recompensa? (...) Nos tratan como si nosotros fuéramos los niños (…) Los niños han desarrollado su instinto agresivo” comentan los padres.
Ray Bradbury advirtió tempranamente (¡1950!) está tendencia o deseo del sujeto a no hacer nada, tendencia animada y potenciada por los gadgets que la ciencia ofrece. Son gadgets para tapar el vacío y obturar el goce del Otro, según las consideraciones que hace Lacan en la Tercera, allí dice: “En lo tocante al goce del Otro, hay una sola manera de colmarlo, es el campo de la ciencia. ¿Qué nos procura la ciencia? Algo para distraer el hambre… en lugar de lo que nos falta en la relación. Nos procura gadgets: la televisión, el viaje a la luna…”. Es decir los gadgets para taponar lo que nos falta en la relación, estos aparatitos pueden ser convocados para tapar el agujero. Al respecto Lacan vincula el porvenir del psicoanálisis con relación a lo que advenga de lo real de la mano del discurso de la ciencia y su arsenal de gadgets. Por un lado dice temer que los gadgets se nos impongan, que “lleguemos nosotros mismos a estar animados por los gadgets”, pero por otro lado dice no ser de los angustiados por dicho avance de la ciencia y, en ese sentido, le parece poco probable que los gadgets se nos impongan, “no lograremos hacer que el gadget no sea un síntoma, por ahora lo es… se tiene un automóvil como se tiene una falsa mujer”. Ubica al gadget en la línea del falo, es decir de “lo que nos impide tener una relación”. Por lo tanto los no alarmistas pueden situarse del lado de los que no creen que tal avance no sea un síntoma o no produzca angustia. A propósito de la angustia, Lacan menciona la angustia de los científicos diciendo: “Es precisamente uno de los ejercicios de lo que llaman ciencia ficción, cuando los propios científicos son presa de una angustia (…) se hacen unas bacterias demasiado duras y fuertes, (estas) podrían muy bien colarse por debajo de la puerta y barrer al ser habla…”. En relación con el cuento podemos decir con un Bradbury casi angustiado, no que las bacterias se rebelaron, sino que la casa se ha habituado…
¿A qué se ha habituado? ¿Qué deseo, o mejor dicho goce, ha encausado?
Ray Bradbury pone de manifiesto que lo que anima la construcción de la casa de la vida feliz y del cuarto de los milagros no es otra cosa que un deseo oscuro: el-deseo-de-no-hacer-nada. Expresado con todas las letras por Lydia: “¡creía que habíamos comprado esta casa para no tener que hacer nada!”. Rápidamente se ven los efectos, las consecuencias de este deseo, que no son otras que esos sentimientos de ajenidad, vacío e inutilidad que quedan expresados: “ya nada es mío aquí, me siento una inútil y tú consumes cada día más…”. Como se puede observar las adicciones no solo son parte de las consecuencias, el consumo adictivo es parte (el revés) del discurso que utiliza los gadgets de la ciencia al servicio del oscuro deseo de no hacer nada.
Freud hablaba, en relación con lo pulsional, de tensión lo más baja posible, también de inercia, Tánatos, retorno a lo inanimado, fundamentos de Freud para ubicar el latir y la deriva del placer y su más allá. Aquí no se trata del recurso al placer sino del recurso al goce. Se trata de un goce para obturar la falta y dar consistencia al goce del Otro, cuyo discurso es algo del orden del: no quiero hacer nada, ¡déjenme gozar como me plazca! ¡Estoy orgulloso y ya! ¡Quiero gozar ahora! Incluso de mi cuerpo y ¡como me dé la gana!
Podemos llamar a estas formulaciones, desde Lacan, como voluntad de goce en conjunción con el imperativo de: ¡goza! Es Kant con Sade.
En el cuento de El hombre ilustrado se aprecia que los niños ya no juegan como niños, han abandonado las cosas, los objetos infantiles. Las hadas, los unicornios, los príncipes ya no figuran, ya no reflejan el imaginario infantil. Desean la pradera Africana y no otra cosa. Han abandonado la ficción fantasmática infantil y en su lugar emergió la hostilidad de los leones hambrientos y los cuervos expectantes… ¿De qué voracidad se trata? Lacan en el triunfo de la religión dice que estos gadgets son devoradores, así como decía que sirven para calmar el hambre y obturar la no relación, aquí dice que la TV es devoradora y que por intermedio de estos aparatos nos dejamos comer, nos hacemos comer…
Lydia reconoce: “El problema comenzó cuando los prohibiste”. Efectivamente lo que se encuentra rechazado es la prohibición, la ley no es tolerada, no es admitida, ya que esta no ha sido trasmitida y donada. Existe un rehusamiento en los padres que deviene rechazo (no quiero hacer nada) lo cual se espeja en el rechazo de los niños (no aceptan la prohibición: berrinches y amenazas). Espejamiento reflejado en la realidad virtual del cuarto milagroso de los niños en la casa de la vida feliz. Es posible reconocer la ironía de Ray Bradbury sobre la vida feliz Norteamericana en la misma línea de la crítica acérrima y ácida de Lacan en los años cincuenta sobre la hapiness de la American Way of Life. Alegría y felicidad pregonada incluso por los psicoanalistas de la IPA de entonces. ¿Qué entusiasmo ingenuo y patológico se despliegan, incluso desde algunos psicoanálisis, hoy?
Rechazar y desestimar la prohibición, la ley, tal es la pradera que nos propone el escritor. La ley de la prohibición del incesto es el fundamento de la estructuración, es el principio anudante. El rechazo de la prohibición expone al sujeto al incesto y al no menos devorante deseo parricida. Estar a merced de los leones y buitres es estar a merced de un goce del Otro: goce sin ley ni mediación simbólica. Goce des-anudado ya que no se encuentra mediado, de modo que el sujeto solo puede quedar arrasado allí. Del mismo modo que el sujeto ante la mantis religiosa del seminario 10 de la angustia: es la sensación amenazante ante el deseo del Otro. Sensación que se hace certeza en la medida en que el sujeto percibe su lugar de objeto ante un Otro devorador: la mantis hace de su partenaire sexual un objeto para engullir (luego del acto de copulación). Devoción-devoración, tal es la pradera animada por una voluntad de goce que expresa sin regulación fálica su: ¡déjenme gozar como quiero!, incluso con mi cuerpo, incluso con mis gadgets, incluso con mis semejantes.
Dictaduras del goce, renegación de la castración inclusive. Lacan subrayaba de la literatura Sadiana su corazón moral: puedo hacer con el otro y del otro (incluyendo fundamentalmente mi cuerpo) lo que la naturaleza de mi deseo (goce) me dicte, vale en ese sentido para mí como para todos, máxima universal... En palabras de Lacan cuando enuncia la máxima sadiana: “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”, un derecho al goce permitiendo a todos autorizarse en él…
Tengo derecho a gozar de tu cuerpo es un argumento fácilmente reconocible como perverso, pero quizás no sea diferente la avanzada del decir moderno que pronuncia su: tengo derecho a gozar de mi cuerpo, precisamente en el punto en que eso incluye los hijos.
El deseo de no hacer nada es también el anhelo del all inclusive, donde (en apariencia) nada falta. En el fondo es el rechazo del deseo al cual le es inherente la ley de la prohibición y, por ende, le es inherente la falta. Por el contrario, rechazando la prohibición, el deseo deviene goce y el sujeto, como el partenaire de la mantis religiosa, queda arrasado-unificado en el sentido del goce del Otro. Eso es devorador según la perspectiva de Lacan ya que lo que se busca es colmar el deseo del Otro por medio de la ciencia, por medio de los gadgets. Lacan nos lega una misión diciendo que los psicoanalistas, en la línea del porvenir del psicoanálisis, debemos hacerle la contra a tal intento de saturar lo real con objetos que taponen lo real. Nuestra tarea, en las antípodas, es la apertura a lo real. Es estar advertidos, desde la política de la falta-en-ser (Dirección de la cura) y desde la ética de ser cada vez más incautos del saber inconsciente, ese cuyo agujero es de lo real.
BIBLIOGRAFIA
Ray Bradbury: El hombre ilustrado
Jacques Lacan: “Kant con Sade”, Escritos 2, editorial Siglo XXI.
“La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, editorial
Siglo XXI.
Seminario 10, “La Angustia”, editorial Paidós.
Seminario 21, “Los nombres del padre o los no incautos yerran”, inédito.
“La tercera”, “Intervenciones y textos”, editorial Manantial.
“El triunfo de la religión”, editorial Paidós.
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