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Las aventuras de Pinocho10/02/2013- Por Nicolás Cerruti - Realizar Consulta

Continúan las vacaciones, y la propuesta de tomar los relatos de los cuentos de hadas. Si el mes pasado fue El Hobbit, de J. R. R. Tolkien, junto con ciertos filósofos, en esta oportunidad lo haremos con Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, festejando su aparición en libro.
“Lo mejor de la infancia pasa sin que tengamos que pelear contra la razón. No nos preocupamos de ella, no nos mezclamos con ella, ni admitimos ninguna razón”.
Max Stirner
Psicoanálisis en cuentos de hadas
El esfuerzo es el mismo al del mes pasado, tomar un relato de cuentos de hadas y, a la luz de cierta filosofía –de un filósofo en este caso, Max Stirner, a Campbell se los dejo a ustedes– y del psicoanálisis, generar el contraste suficiente para lograr que el relato diga su agudeza. Porque no es el psicoanálisis quien va a develar su verdad, sino el que permita que el relato diga lo que, por el uso de otros relatos, por la forma en que fue tratado, transmitido, quedó sin decir su agudeza.
Así hablaba un pedazo de madera
Antes del primer hachazo Pinocho ya habla. De un creador no creado, en ausencia de seres sobrenaturales como hadas, Dioses o padres, el pedazo de madera que es grita; y lo que emana es casi una fantasía infantil que reúne no tanta sabiduría, pero sí la pretensión de un goce: “¡No me golpees tan fuerte!” Lo desespera la potencia, no la seguridad de necesitar el golpe.
Hoy quiero hablarles de uno de los más divertidos y absurdos cuentos de hadas: Las aventuras de Pinocho, en su nueva edición, que la asertiva editorial Galerna nos trae.
El relato de Pinocho es abrazador, su traductor, Guillermo Piro, nos regala un prólogo que bien vale la pena. Al fin alguien puntúa con devoción un universo tan caótico como el relato de este cuento de hadas. “Personaje Kafkiano” describe para Pinocho; para la literatura infantil “es «rara», adolece de una «rareza» tan «rara» como la «rareza» infantil”; para el libro “un libro sobre el dolor y la derrota y la perseverancia”, y prosigue.
Este libro que prologa (Las aventuras de Pinocho, de Galerna) tiene la posibilidad de interesarnos no solo en la historia de Pinocho, sino en la de su autor, Carlo Collodi. Nos enseña a la vez el oficio de un escritor “a demanda” (Collodi escucha la sugerencia de un redactor de la revista Giornale per i Bambini, de escribir la historia de un muñeco) que puede crear algo fabuloso por su misma extraña libertad: retirado de la Administración Pública, de las guerras, pero no así del juego, crea en 1881 este intrépido personaje: Pinocho.
Memorias de un hombrecillo hecho a la ligera
Pinocho no es el Golem, como tampoco lo es Frankenstein, pero podría incluirse dentro de los relatos que tocan el mito del hombre hecho. Franki, de un juntadero de carne humana, el Golem, de cierta masa (como Adán, y el que Prometeo hace con limo y agua), y Pinocho, de un pedazo de madera. Madera para calentar el hogar, piensa el autor, o para realizar la pata de una mesita, cree el personaje Maese Cereza; solo con Geppetto llegará a ser lo que quiere. Y por eso le grita a su futuro padre: “¡Bravo, Polentita!”, porque Geppetto detestaba que lo cargasen por su peluca amarilla.
Temor y tensor y salto mortal
“Yo sólo tengo un cuerpo y soy alguien. No veo ya en el mundo más que lo que él es para mí, es mi propiedad. Yo lo refiero todo a mí. No hace mucho era espíritu, y el mundo era a mis ojos digno sólo de desprecio; hoy soy yo, soy propietario, y rechazo esos espíritus o esas ideas cuya vanidad he medido”.
Max Stirner
Con Geppetto Pinocho no habla, no grita su dolor, lo deja hacer. Es un pedazo de madera con pretensiones de grandeza, con las mismas que el viejo, que lo quería como muñeco bailarín, esgrimista y realizador de saltos mortales. Las aventuras de Pinocho mostrarán de esos saltos mortales.
Por ejemplo, Pinocho ansía sacarse el padre de encima. Lo primero que hace en cuanto puede es salir huyendo, y si él no lo logra por sus propios medios, el narrador recurre a la voz social para vilipendiar lo suficiente a Geppetto, y así termina en la cárcel.
Es una historia que apela a la fantasía de los niños, y parece que lo primero que se necesita para vivir esa fantasía como aventura es retirar al padre de la escena.
Lo único en su propiedad
“Como el soñador no vive sino en el mundo fantástico que crea su imaginación, como el loco engendra su propio mundo de sueños, sin el cual no sería loco, así el Espíritu debe crear “su” mundo de espíritus. Y mientras no lo cree, no es Espíritu; en ellos se reconoce como su creador; él vive en ellos, ellos son su mundo”.
Max Stirner
Cuando el niño Harry Potter es encerrado injustamente en el bajo escalera, él comienza a fantasear, enciende su imaginación y hay ya un mundo que lo acobija, donde el maltrato de los adultos no se filtra del todo (pero se filtra), pero al menos puede ser un héroe, e incluso un ingenioso y elegido mago. En un punto, cuando Harry Potter vive sus aventuras uno podría pensar que en verdad solo es un niño imaginándose cosas, todavía encerrado, pero lo que fantasea lo libera y llega a tiempo para salvarlo.
Tanto como Pinocho que, muerto de hambre, se duerme calentándose los pies, y sin sentirlos suyos los carboniza. Cuando ya ni levantarse podría para buscar su comida, fantasea (digo yo, cuando en verdad comienzan sus aventuras) y vuelve Geppetto.
Excurso del método
“¿Se es pensador antes de haber pensado? Sólo por el hecho de crear el primer pensamiento, se crea el pensador, porque no se piensa en tanto que no se ha tenido un pensamiento. ¿No es cantar lo que te hace cantor, hablar lo que te hace hablante? Igualmente es la primera producción espiritual lo que hace de ti un Espíritu”.
Max Stirner
Pinocho solo quería una vida, la del goce: comer, beber, dormir, divertirse… pero nace en un mundo de adultos, de viejos cansados y cascarrabias. Por eso en cuanto puede jode: ni bien le han hecho los ojos, mira siniestramente, le hacen la nariz y ésta crece y crece, sin mentiras en el horizonte, sin que pueda cortarse, le hacen la boca y ríe, le hacen los pies y raja.
Pinocho es un niño desde el inicio que lo toman por muñeco… es la indicación de como los adultos se acercan a la niñez: con la tranquila manipulación del titiritero.
Enología del Espíritu
“–¿Has visto ya un espíritu? –¿Yo? No, pero mi abuela los ha visto. –A mí me pasa los mismo; yo no los he visto nunca, pero a mi abuela le corrían sin cesar por entre las piernas; y por respeto al testimonio de nuestras abuelas, creemos en la existencia de los espíritus”.
Max Stirner
Pinocho ni bien puede, enseguida, se llena de fantasías de proeza, de prodigio y grandeza. De cuatro monedas cree poder generar dos mil, cien mil; ser un gran señor; ser el más burro o el mejor de la clase; cargarse a su padre sobre los hombros; sostener a su padre y a su madre económicamente; etc. Nunca dejará de ser ese espíritu que quiere ser un héroe y triunfar. Siempre dispuesto a lo que dicen los otros, a las distracciones, a obedecer a cualquiera.
Pero a la vez querrá ser el representante de la filosofía de Stirner, un yo que se pueda decir suyo, egoísta, propio, que tenga por fin un cuerpo que, aunque el autor haya claudicado, no será nunca el del niño obediente y bello, sino aquel desgarbado y de madera, que todo le sale mal, pero por suerte nunca muere, porque en el fondo es un muñeco.
El mundo como boludez y representación
“Cualquiera que sea el punto de vista bajo el que se me acuse de egoísmo, se sobreentiende siempre que se tiene en mente a algún Otro al que Yo debería servir antes que a mí mismo, a quien yo debería considerar más importante que a todo lo demás; en resumen, un “algo” en el que hallaría mi bien, una cosa «sagrada»”.
Max Stirner
Collodi empieza exitosamente su relato, es original hasta el hartazgo en su desarrollo, concluye en un primer momento perfectamente (dejándolo colgado de la rama de una encina al pobre Pinocho); pero escribe para un diario, y los niños no quieren que las historias se terminen. Vuelve a comenzar y lo que era una niña muerta con cabellos azules se convertirá en el hada, y el hada en una hermanita, y la hermanita en una madre.
Un relato puede ser original más allá de los reclamos a los que los haya llevado su época. Las aventuras de Pinocho termina siendo un cuento moralista, y se entiende por qué Walt Disney lo tomó. Pero la sutileza de su autor nos ha preparado para entender que esa moralidad es sólo una respuesta irónica al entorno. Que cualquiera puede quedarse con ese final pedorro de una historia, pero que lo mejor y más merecido es que no se concluya nunca. Por eso festejo este nuevo viejo libro de Las aventuras de Pinocho, porque nos muestra que una y otra vez necesitamos de esos héroes de madera, ambiciosos y desmedidos, antihéroes en toda su naturaleza, porque sufrimos la coerción infinita de explicarnos todo y querer vivir felices para siempre, y comer una y otra vez perdices.
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