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La transmisibilidad científica del psicoanálisis y el riesgo enloquecedor del freudolacanismo de divulgación28/05/2020- Por Facundo D'onofrio - Realizar Consulta

Mi intento de respuesta a este problema, tal como lo desarrollaré más adelante, es a través de la construcción y del establecimiento consensuado de un programa de investigación científica del psicoanálisis que reúna ciertas características esencialmente propias que constituyan racional y transmisiblemente –es decir, científicamente– su particularidad diferencial con la ciencia de la que (es) parte.
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Existe una posición epistémica entre los psicoanalistas freudolacanianos lo suficientemente difundida y mayoritaria como para ser merecedora de una crítica. Dicho extremo, paradojalmente, es similar al de algunos de los más acérrimos críticos del psicoanálisis, como Mario Bunge[1]. Esta posición afirma: el psicoanálisis no es una disciplina científica. Se diferencian de Bunge en un plus. Le agregan a esa afirmación, una posición ética: no debe serlo.
Suelen fundamentar, vagamente, su posición en: (i) una crítica al paradigma científico y sus consecuencias (tomando al todo por alguna de sus partes. Estas son: el positivismo, el biologicismo y el cientificismo). Crítica que, tomando las partes, compartimos; y (ii) en alguna cita de Lacan en que él mismo sostiene que el psicoanálisis no es una ciencia. Omiten agregar que lo dice en tanto no es una ciencia en el sentido popperiano de ciencia[2].
A mi entender –y como intentaré argumentar– el psicoanálisis de Lacan (no así siempre el lacaniano) se propone ser científico. Todo su progreso en pos de una formalización, progreso que constituyó el paso más grande dado por el psicoanálisis hacia dos de las características esenciales de una ciencia: la transmisibilidad y la racionalidad, es claro ejemplo de ello.
Existen otras posiciones epistémicas que adoptan algunos psicoanalistas respecto del psicoanálisis. Hay, particularmente, una forma de posicionarse dentro del psicoanálisis frente a este problema, que es radicalmente opuesta a la anterior, y que se sustenta, primeramente, en operar un corte al programa de homologación Freud = Lacan del freudolacanismo y evitar, de ese modo, caer en su pastiche conceptual.
Dicha posición pude encontrarla claramente delimitada en los desarrollos teóricos que realiza –entre otros– el psicoanalista Alfredo Eidelsztein en su obra[3]. Partiré de algunos de esos conceptos para luego fundar mi propuesta en este trabajo.
Resumidamente, propone el autor que el psicoanálisis surge como respuesta a un determinado malestar en la cultura –entendiendo cultura en el sentido freudiano de kultur, traducible como “civilización”–, causado por el lenguaje y la pérdida de un objeto “natural” pero, a su vez, como el malestar acontecido en un momento de la civilización occidental históricamente ubicable y, por lo tanto, sobre un determinado sujeto: el sujeto de la ciencia.
Es decir, el malestar ubicable en un momento histórico en el que es la ciencia la que tipifica el conjunto mayoritario de conocimientos implicados en el sentido crítico, estético y ético de los sujetos, llamados, entonces, “sujetos de la ciencia”.
La peculiaridad que hace surgir al psicoanálisis como respuesta a este malestar es que la operación sobre el saber que la ciencia produce trae consigo un sujeto efecto que le es antinómico a ella misma.
Cito (Eidelsztein, 2003, pág. 19):
“¿Cuál es, desde la perspectiva del psicoanálisis, la maniobra fundamental de la ciencia respecto del saber? Que forcluye la verdad. ¿Cuál es la maniobra freudiana que caracteriza al psicoanálisis respecto al campo del saber así establecido por la ciencia? Que restituye la función de la verdad en el campo del saber científico”
La peculiaridad originaria, entonces, es que esa maniobra sobre el saber realizada por la ciencia forcluye la verdad. Y el psicoanálisis intenta restituir la función de la verdad en el campo del saber científico. Lo que hace que exista entre los dos una ligazón indefectible.
Para avanzar un poco más en este desarrollo propongo, primeramente, dos operaciones:
1) Llamar a este sujeto no “sujeto de la ciencia” sino “sujeto de la civilización científica”, siguiendo la denominación que utiliza Lacan en Función y campo de la palabra…[4] y
2) Nombrar más precisamente al sujeto actual como “sujeto de la civilización científico-tecnológica”, ya que a la determinada operatoria sobre el saber que realiza la ciencia y que la diferencia de la tecnología se le adosa la operatoria tecnológica que parte de la anterior como un brazo oficioso y consiste en la invención y en el establecimiento con valor vital de dispositivos, sustancias y procedimientos por y para la aplicación del saber científicamente operado.
Ahora bien, ¿cuáles son las características del saber científico generadoras de un sujeto efecto que le es antinómico?
Entre varias, muy acabadamente trabajadas en una vasta bibliografía al respecto, mencionaré dos:
1) La racionalización: ser un conocimiento lógicamente articulable y articulado y refutable hasta el límite axiomático.
2) La transmisibilidad: el conocimiento necesita ser lo más acabadamente transmisible para poder ser comunicable. Esto se logra a través de la formalización, que consiste –para cada ciencia– en un determinado álgebra, en un paulatino pasaje hacia la matematización.
Operación ésta que Lacan realiza y ordena introduciendo en 1971 el concepto de “matema”, derivado de su par lévi-straussiano “mitema” y del griego μαθημα, traducido al latín como mathema, y elaborando entonces su formalización, aunque es ya hacia 1957 que aparecen en su enseñanza dos fórmulas designadas como matemas: el matema de la pulsión y el matema del fantasma. Siendo que el matema carece de significado, es íntegramente comunicable.
Esta operación de formalización Lacan no la hace de cualquier modo, sino de un modo particular, propio del psicoanálisis que funda, en el que aclara de todas maneras la imposibilidad de comunicarlo todo.
La transmisibilidad de una ciencia va de la mano inexorablemente con la comunicación. Ha de ser una comunicación de causas, de investigaciones etiológicas, sometida a discusión y a examen crítico.
Este modo de comunicación y valoración de lo comunicado, es claramente contrario a la apelación que hacen algunos psicoanalistas al puro valor de la palabra del “maestro Freud” o del “maestro Lacan”, que responde más bien a la operación neurótica del “hay uno que”; …o peor, a la apelación de los freudolacanianos a la palabra del maestro imaginario “FreudLacan”, a quien toman como posible Uno, operación por la que pareciera que es posible el Uno de dos programas de investigación incluso contradictorios.
Retomando lo antedicho, los desarrollos de Lacan demuestran que la ciencia erradica la función de la verdad subjetiva. Y es en este sentido popperiano, casi puramente popperiano, que entonces Lacan afirma que el psicoanálisis no es una ciencia. Puesto que su operación es contraria: restituye al sujeto su valor de verdad; y de acuerdo con la conceptualización popperiana de ciencia, nunca la verdad del sujeto puede ser la justificación de algo científicamente enunciado.
Ahora bien, la ciencia encontró la manera de hacer con ese sujeto efecto de ella. Su hacer es la objetivación de él a través de la psicología. La psicología hace del sujeto un objeto de estudio, aplicando un criterio de normalidad, haciéndole perder su particularidad y saturándolo en esa objetivación.
Otras disciplinas no científicas, por su parte, dan otras respuestas. Tal es el caso de la magia o de la religión.
El problema que se nos presenta, por lo tanto, es a partir de que el psicoanálisis postula el sujeto de la civilización científica como antinómico a la ciencia y funda allí su praxis. ¿En qué sentido es ese sujeto efecto de la ciencia antinómico a ella misma tal como lo postula el psicoanálisis?
En primer lugar, concibiendo al sujeto como carente de un orden simbólico completo. Luego, estableciendo que en lo inconsciente no operan los principios de racionalidad y comunicabilidad antes referidos al saber científico. La comunicación ocurre a través de lenguajes naturales no formalizados y que, aun formalizados, necesitan de los naturales. Y a diferencia del saber acumulable de la ciencia, en el sujeto se sostiene la existencia de una falta en el saber que implica el deseo de saber y apuntala la suposición posible del saber en un otro.
Entonces, al igual que la ciencia, el psicoanálisis opera también con este sujeto efecto de y antinómico a la ciencia y pretende –el psicoanálisis– ser científico pero, a diferencia de la ciencia, producir un efecto sujeto distinto. Esto es: restituirle su valor de verdad.
La pregunta del millón que nos atañe llegados a este punto es: ¿cómo hace el psicoanálisis para operar con el sujeto de la civilización científica y/o científico-tecnológica, intentando establecerse a sí mismo como una disciplina científica –como la psicología– pero –a diferencia de ésta– posibilitar sobre el sujeto una restitución de su particularidad?
Planteado de otro modo: si se pretende que el psicoanálisis sea la disciplina que hace esa particular nueva operación con el saber del sujeto –y esa sería su praxis– que implica una diferencia radical con la operación de la ciencia (y de la psicología como apósito), y a la vez pretende diferenciarse de la magia y de la religión por la vía científica y también –vale decirlo– de la filosofía, ¿cómo hacer?
Pregunta por un hacer que inexorablemente remite a otra pregunta de mayor especificidad pero igualmente constitutiva del problema: ¿cómo transmitir dicho saber –un saber– más allá del caso por caso, sin caer en el efecto objetivizador de la psicología?
Mi intento de respuesta a este problema, tal como lo desarrollaré más adelante, es a través de la construcción y del establecimiento consensuado de un programa de investigación científica del psicoanálisis que reúna ciertas características esencialmente propias que constituyan racional y transmisiblemente –es decir, científicamente– su particularidad diferencial con la ciencia de la que (es) parte.
Pero creo que hay otra respuesta a este problema, a mi entender, aventuradamente equivocada, y radicalmente opuesta a mi planteo, que es la que expresé al inicio de este trabajo y que entiendo adoptan, tácita o expresamente, muchos colegas: asumir que el psicoanálisis no debe ser una ciencia y decidir deliberadamente que no lo sea. Esa posición ética respecto de la disciplina psicoanalítica acarrea, según observo, dos prácticas enteramente negativas y, paradojalmente, contrarias a la ética de la disciplina.
La primera de esas prácticas es ejercida hacia el interior mismo de la disciplina y ataca de un modo insidioso cualquier posibilidad de racionalidad y transmisibilidad para su desarrollo interno. Consiste en la repetición de enunciados de los “maestros” antes mencionados (Freud, Lacan, y la tercera versión Una: FreudLacan) asignándoles a su decir un valor literal casi religioso, incontestable, amo, que encuentra su esplendor paroxístico en el forzamiento conceptual que realizan al pensar una pura continuidad entre los dos primeros para dar lugar a esa entidad de Sujeto Supuesto Saber Superador a la que nombro FreudLacan.
Se narrativiza la teoría provocando una filosofía informe, no estudiable más que por la libre reversión –no siempre bienaventurada–, volviéndose en sí misma contradictoria justamente al no tolerar la contradicción de los dos programas de investigación en muchos puntos opuestos que la conforman: el de Freud y el de Lacan. Contradicción (la de los programas) que, de aceptarse, podría constituir justamente el inicio para la construcción de un programa de investigación del psicoanálisis que responda no sólo al problema que aquí desarrollo sino a otros que hacen a la actualidad de la práctica.
Análogamente con lo sucedido en física, no se trató de descartar a la física clásica de la física sino de responder con la física moderna a fenómenos de imposible abordaje con la aplicación de la física clásica.
La segunda de las dos prácticas, a la que creo mucho más riesgosa aun, es la que consiste en lo que llamé en el título del presente “freudolacanismo de divulgación”. Supone la transmisión de la teoría psicoanalítica –tal como la narrativiza el freudolacanismo– al público general, valiéndose para ello del género discursivo conocido como “divulgación científica”.
Así, arrojan para el robustecimiento del sentido común una delicada cantidad de significantes referidos a tipología clínica o conjetura diagnóstica, sólo considerables dentro de la covariancia de elementos en el seno de una estructura y, de acuerdo a la tan nuestra ética, sólo considerables en transferencia, para que el lector, ávido de significación, haga su “take away”, lo abroche imaginariamente y reproduzca criterios de identificación, con los que puede nombrarse.
Entonces, “neuróticos”, “histéricas”, “perversos”, son significantes broche arrojados plenos de significación a la comunidad de hablantes de la civilización científico-tecnológica como pura mercancía significante, objetivante y normalizadora, en línea con la sutura subjetiva propia de la psicología que supuestamente se rechaza. Al efecto iatrogénico notable que esto genera en un sentido inverso a cualquier restitución de verdad posible no puedo evitar llamarlo enloquecedor.
Se apura una lectura psicoanalítica para cualquier fenómeno social apenas acontecido otorgando un análisis psicoanalítico a la generalidad del fenómeno, nombrando clínicamente generalidades (“los niñxs de hoy”, “las histéricas”, “los solteros”, “las personas trans”), amparándose en la incontestable legitimación de los “verificables clínicos”. “Mi clínica demuestra”, “tal como observo en mi consultorio”… ¿qué demuestra?, ¿qué se observa?
Si algo se demuestra u observa será algo con rigor clínico para determinado caso que es aquel en que el fenómeno se verifica u observa, o en todo caso, una vía de estudio de un determinado tipo o estructura clínica, hacia el interior de la disciplina. Si no, esta práctica no es más que una burda y riesgosa psicología. Psicología que, además, carecería del sustrato “científico” que al menos aquella supone para el estudio de una generalidad objetivamente aplicable a un “todos los casos”, tal como su método permite (y que, por eso, tiene su sujeto efecto).
La pregunta por cuál es el estatuto de un “verificable clínico” y cuál su alcance, deberíamos estudiarla e investigarla en el marco de un programa de investigación científica.
Esta riesgosa divulgación cae en un falso modo de elevar a general lo particularmente observable (…o peor, lo singularmente observable), afirmado peligrosamente desde una más de las formas del discurso amo: la del psicoanalista que escribe opinando, desde su supuesto saber, avalado en un texto de divulgación o periodístico.
No sorprende.
La falta de espíritu científico en nuestras huestes es algo que ya Lacan criticaba claramente en Posición del inconsciente. Diagnosticar masivamente en textos de divulgación, en enunciados como “las histéricas de hoy son”; “los adolescentes de hoy son… (fill the gap as you wish)”, etcétera, rompe con la ética de nuestra praxis: el diagnóstico es una conjetura en transferencia.
O la ética nos imparte atenernos al caso por caso (de cuya estricta sujeción se valen para negarle al psicoanálisis su lugar de disciplina científica), o asumimos una posición psicológica y psicologizante de “para todos los casos”. Si no, resulta por lógica un verdadero ejercicio de un lugar de poder y de comodidad.
Si la psicología, con su aval de la Ciencia, enloquece introduciendo en la civilización ideales de normalidad, sanidad, madurez, savoir-faire sexual, etcétera, el freudolacanismo de divulgación irresponsablemente costea, con el sello del psicoanálisis (que así utilizado es llamativamente similar), una operación rotundamente contraria a la implicación ética que dice perseguir en torno al diagnóstico y en torno al debate científico en total, para el desentrañamiento del discurso amo de la Ciencia tal como este se propone.
Como decía anteriormente, la respuesta que propongo al problema en torno a la pregunta: ¿cómo hace el psicoanálisis para operar con el sujeto de la civilización científica y/o científico-tecnológica, intentando establecerse a sí mismo como una disciplina científica –como la psicología– pero posibilitando sobre el sujeto una restitución de su particularidad? y las que de ella se derivan, es otra. Opuesta, espero, a la recién analizada.
Considero que el móvil histórico a perseguir desde un psicoanálisis poslacaniano –es decir, con Lacan, después de Lacan– debería ser continuar las directrices de formalización y racionalización que parte de su desarrollo enseña fundando un programa de investigación que permita, por un lado, discutirle a la psicología en el terreno de la ciencia y enfrentar el lugar enloquecedor que trae con sus ajustes al ideal.
Por otro, repeler del seno mismo de la teoría todo sesgo de falacia ad verecundiam enraizado en la pura glosa hermenéutica de los textos de Lacan o de Freud sometiéndolos a una crítica exhaustiva y sistemática con espíritu científico.
Y por último, construir así un paradigma epistémico propio del psicoanálisis lacaniano y de su especificidad que lo ubique en un lugar no igual a pero sin dudas no afuera de ninguna categoría de ciencia sino bajo la exclusiva categoría de psicoanálisis: interterritorial, poslacaniano (es decir, histórico), y, por tanto, ¿por qué no? pensable como poscientífico.
Introduzco esta posibilidad de ser nombrado como poscientífico para denotar que la discusión no se agota solamente en un problema de demarcación[5] tal como es considerable desde filosofía de la ciencia, es decir, de definición de los límites que deben configurar el concepto de ciencia y diferenciarla de lo que no es.
Sino desde la posibilidad de utilización de algunos de sus fundamentos aplicables en algunos de sus campos para dar así una respuesta a este interrogante: si una disciplina científica (es decir, no mágica, no religiosa) puede operar con el sujeto efecto de la ciencia, antinómico a ella, de un modo tal que genere en él un efecto de restitución de la verdad que aquella forcluye.
¿Cómo nombrar a dicha disciplina científica? No podrá ser nombrada como “no ciencia” si su programa de investigación puede caracterizarse como científico –lo que la excluiría de la serie magia-religión– ni tampoco como “ciencia” si el efecto sujeto que genera restituye en él la verdad que aquella forcluye constituyendo así su origen.
Para comenzar a pensar en construir un programa de investigación que pueda dar cuenta de esos objetivos, propondré una serie de ideas.
1) La interterritorialidad: el programa de investigación del psicoanálisis no puede desconocer los avances que otras disciplinas científicas han realizado y los conceptos que de ellas podemos valernos. Lacan ha marcado el camino con la lógica, la topología y la lingüística. Pero no se trata, indudablemente, de una extrapolación de los métodos de otras disciplinas, sino, en el decir de André Green de “una investigación sobre la investigación”[6].
2) La historicidad: todo análisis psicoanalítico no puede prescindir de la dimensión epocal en que opera puesto que el determinado malestar –además del ontológicamente pronunciado como pérdida del objeto natural por el lenguaje– sobre el sujeto tiene necesariamente coordenadas epocales que se signan de acuerdo a la determinada operación sobre el saber que el discurso amo realiza.
Propuse, actualmente, pensar el malestar del sujeto de la civilización científico-tecnológica, así nombrado, denotando la segunda de estas dimensiones, sobre todo por el particular modo en que la dimensión tecnológica, tal como la he definido anteriormente, opera sobre la sexuación del mismo.
3) La delicada interacción entre el estudio de los tipos clínicos y del caso por caso: que la praxis con el sujeto efecto de la civilización científico-tecnológica consista en la restitución de verdad subjetivante, y por eso, el caso por caso, no significa que no pueda realizarse una teórica respecto de los tipos clínicos y del estudio de los mismos. ¿Qué validez tiene un “verificable clínico” si no es pensado desde un tipo? ¿Qué se verifica?
4) Una ética de la divulgación científica de la disciplina: la existencia de “verificables clínicos” no significa que pueda autorizarse un salto inferencial hacia un diagnóstico social aplicable a cualquier fenómeno de actualidad que acontezca sin la mediación de una discusión crítica del mismo hacia el interior de la disciplina.
5) El estricto rigor científico del psicoanálisis para consigo mismo como objeto de estudio: racionalidad de la argumentación; transmisibilidad formal de los conceptos; descarte radical principal pero no únicamente de argumentos ad verecundiam y ad ignorantiam.
6) La aceptación de los programas de investigación de Freud y de Lacan como contradictorios. El primero tendiente hacia una interterritorialidad con las ciencias biológicas; el segundo hacia una interterritorialidad con las “ciencias conjeturales” pero –acá quiero agregar– no del todo.
La aceptación de la falta de un continuum global de ambos programas permite pensar un programa de investigación para el poslacanismo fundado en la operación con sentido formalizador realizada por Lacan. El “no del todo” me habilita a pensar qué tipo de relación podría existir entre el programa de investigación de Lacan y el de Freud, que sin dudas no es el de una mera solución de continuidad.
Por otro lado, también me habilita a pensar en las relaciones posibles entre el psicoanálisis y la neurociencia. Relaciones que aún no logro ubicar pero tampoco del todo descartar.
Finalmente, insisto en proponer un eje de estudio que considero específicamente importante para operar con el sujeto de la civilización científico-tecnológica y, a su vez, para estudiar clínicamente la dimensión epocal del efecto sujeto: el de la sexuación.
Tal vez ese eje pueda ser la tierra común sobre la que sea posible construir el paradigma que presento, puesto que es en torno a él dónde más acabadamente se manifiesta la inaplicabilidad del modelo freudiano y, por añadidura, del modelo freudiano presentado como freudolacaniano.
Es sin dudas respecto de la sexuación de los sujetos donde la tecnología, el brazo oficioso de la ciencia, hoy mayor y más extraordinaria incidencia tiene. Tal vez, en un futuro, también la tenga sobre la muerte. Llegado ese tiempo, otras serán las coordenadas sobre las cuales deberán, quienes piensen ese psicoanálisis venidero, fundar su ciencia.
[1] Ver, entre varias otras fuentes, BUNGE, M., La investigación científica, Ariel, Barcelona, 1969; y Teoría y realidad, Ariel, Barcelona, 1974.
[2] Para Popper, una disciplina científica debe ser sometida al método de refutación o falsación, distinguiendo absolutamente el contexto de descubrimiento de una teoría (que puede responder a cuestiones subjetivas e históricas) de los métodos utilizados para someterla a examen y validar sus resultados (contexto de validación o justificación lógica).
[3] EIDELSZTEIN, A., Las estructuras clínicas a partir de Lacan I, Letra Viva, Buenos Aires, 2003. Sexta edición: 2019; EIDELSZTEIN, A., Las estructuras clínicas a partir de Lacan II, Letra Viva, Buenos Aires, 2008. Segunda reimpresión: 2019; EIDELSZTEIN, A., La topología en la clínica psicoanalítica, Letra Viva, Buenos Aires, 2006. Tercera edición: 2018.
[4] “Por metafísica que parezca su definición, no podemos desconocer su presencia en el plano de nuestra experiencia. Pues es ésta enajenación más profunda del sujeto de la civilización científica y es ella la que encontramos en primer lugar cuando el sujeto empieza a hablarnos de él”, en “Función y Campo de la palabra, LACAN, J., Escritos I, pág. 270.
[5] Son muy interesantes en este punto los desarrollos que hiciera Paul Feyerabend en Contra el método, en lo tocante a la inalterabilidad del método y a la infracción como coordenada necesaria para el avance de la ciencia.
[6] Ver El pensamiento clínico o el artículo «La crisis del entendimiento analítico» en Revista Francesa de Psicoanálisis («Principales corrientes del psicoanálisis contemporáneo»), 2001.
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