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El bullying no es chiste ni broma

17/06/2019- Por Aldo Cicutto - Realizar Consulta

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Existe un modo actual en que se manifiesta el hostigamiento apelando a variados motivos que ponen en juego alguna característica física, psicológica, social y también diferencias étnicas. Se pone en juego un claro desequilibrio de poder o de fuerza en el que se evidencia la crueldad a través de lo que desde hace varias décadas se conoce como bullying. Muchas veces encubierto al llamarlo “broma”. Por tratarse de una problemática que afecta a niños y adolescentes es importante considerar la necesidad de que los adultos se ubiquen en el lugar de autoridad y cumplan esta función. Aún en una situación relajada como lo es el chiste, se requiere de la autoridad que posibilita el lugar de cada sujeto y con ello, el registro del dolor que se produce en el otro y el afianzamiento del lazo social.

 

          

 

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Introducción

 

  Existe un modo actual en que se manifiesta el hostigamiento afectando a niños y adolescentes en la relación entre pares. Se expresa en la agresividad e incluso violencia que son usuales en los grupos, y que han dado lugar a innumerables estudios desde el psicoanálisis. Sin embargo, llama la atención el modo en que se evidencia la crueldad a través de lo que desde hace varias décadas se conoce como bullying. Muchas veces encubierto al llamarlo “broma”.

 

  Sabemos que el bullying se presenta siempre que un “estudiante es acosado o victimizado cuando está expuesto de manera repetitiva a acciones negativas intencionales por parte de uno o más estudiantes” (Olweus, 1993, p.2; y Olweus, 2006, pp.80-81).

 

  Hay una acción negativa que se produce de manera intencional, se busca causar un mal o malestar a otra persona mediante contacto físico, verbal o de otras maneras ‒como hacer muecas o gestos insultantes, bromas pesadas y actos discriminatorios que implican la exclusión intencionada del grupo‒.

 

  Se tiende a justificar este hostigamiento apelando a variados motivos que ponen en juego alguna característica física, psicológica, social y también diferencias étnicas. En muchas ocasiones se pone en juego un claro desequilibrio de poder o de fuerza.  

 

  Se advierte entonces que, en esta forma de violencia, junto con la dificultad para defenderse, operan la persistencia y el ensañamiento. De modo que este conjunto de factores resulta devastador para todos los sujetos involucrados y para el lazo social. Lo hace de manera silenciosa, valiéndose de las diferencias que dan lugar a los habituales fenómenos grupales. Numerosos estudios (Copeland et al., 2014; Copeland, Wolke, Angold, y Costello, 2013; Mora-Merchán, 2006; Turner, 2013), dan cuenta de los efectos perjudiciales para el sujeto que se mantienen a lo largo de la vida.

 

  Por tratarse de una problemática que afecta a niños y adolescentes, es muy difícil que puedan evitar o resolver esta dificultad sin ayuda de los adultos. Por ello es importante considerar la importancia de que los adultos que son referentes del sujeto (padres, tíos, abuelos, educadores, líderes sociales, etc.) se ubiquen en un lugar de autoridad y cumplan esta función.

 

  La misma, constituye un factor fundamental para analizar las condiciones que favorecen u obstaculizan el lazo social. Aún en una situación relajada como lo es el chiste, se requiere de la autoridad que posibilita el lugar de cada sujeto. Y cuando ésta no opera los sujetos quedan expuestos a las manifestaciones de crueldad.

 

 

Algunas precisiones sobre autoridad

 

  En el uso cotidiano del término, se tiende a equiparar autoridad con obediencia y poder. Sin embargo, es importante diferenciar entre ley, autoridad y sometimiento.  Ya que, en los procesos subjetivos, no es lo mismo ubicarse en relación con la autoridad que quedar en el sometimiento.

 

  La ley es organizadora, por lo que la autoridad está ubicada en relación con la ley, y es quien la representa. En el sujeto, la autoridad está vinculada con la renuncia de lo pulsional. Esto hace posible un sujeto que ejerce la autoridad para dar lugar a otro sujeto. Esa renuncia es correlativa del lazo social. (Karlen, Cicutto, Rodríguez, 2017).

 

  Por lo tanto, es necesario señalar que la autoridad es una función distinta de la función directiva y de mando que establecen las diferencias jerárquicas en las organizaciones. Una organización puede ser muy respetuosa de las jerarquías. Es conocido el análisis que realiza Freud en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1998a/1921), sobre dos tipos de ellas que funcionan en base a jerarquías y se sostienen en la obediencia. Ayuda así a entender que en las jerarquías se responde a un ordenamiento preestablecido, en cambio la autoridad es un ejercicio en acto, y es propia del discurso.

 

  Al considerar el sometimiento, es útil recordar que en el estudio que realiza acerca de la masa, Freud (1998a/1921), formula que puede producirse una masa de dos, como lo son la situación de hipnosis y el estado de enamoramiento. Es decir que no se trata de cantidad de personas, sino de posiciones de los sujetos. Es claro al indicar que el individuo, al entrar en la masa, queda sometido a condiciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales inconscientes.

 

  Las propiedades en apariencia nuevas que entonces se muestran son, justamente, las exteriorizaciones de eso inconsciente que sin duda contiene, como disposición [constitucional], toda la maldad del alma humana; en estas circunstancias, la desaparición de la conciencia moral o del sentimiento de responsabilidad no ofrece dificultad alguna para nuestra concepción. Hace ya mucho afirmamos que el núcleo de la llamada conciencia moral es la «angustia social» (p.71)

 

  En la masa opera la sugestión y la fascinación que hacen que desaparezcan las inhibiciones de las tendencias crueles y destructivas, y con ellas, las posibilidades singulares del sujeto. Allí, las palabras cobran un poder mágico a las que ningún razonamiento puede oponerse. Ya que tampoco el examen de realidad logra imponerse. A veces son masas aguerridas y otras son apaciguadas. Siempre las caracteriza un rasgo: el sometimiento.

 

  De modo que la autoridad y el sometimiento constituyen posiciones en relación con la ley. La autoridad representa a la ley en tanto demanda regulación, organización, y renuncia a la satisfacción pulsional.

 

  Pero, como lo aclara Gerez Ambertín (2008, p.225), la ley tiene “un costado de paradoja de ley”.  Quedan restos desregulantes. Se puede pensar que, en tanto la autoridad promueve la obediencia a la regulación que la ley sostiene, los restos desregulantes incitan a la obediencia por sí misma. Derivando así en “coerción, dominio, hechizo, compulsión” (Gerez Ambertín, 2008, pp.225-226). Y en ello juega un papel fundamental el desvalimiento propio de todo sujeto.

 

  La obediencia a una orden de otro que actúa sin referencia a la ley involucra para ambos, el que ordena y el que acata, el sometimiento a esa trama significante pura que constituye das Ding (Lacan, 1959-60/2011). Muchas veces queda inadvertida esa posición ya que adquiere un tono acorde con la moral social, apelando a palabras admitidas por la comunidad, pero que burlan la autoridad.

 

  Freud (1986/1908) esclarece que la moral es doble ya que el sujeto registra la demanda de cumplir con los preceptos culturales, pero al mismo tiempo siente la atracción de exceptuarse de la renuncia de lo pulsional.

 

  La autoridad, en cambio, proporciona espacio al sujeto para que logre sus propios recursos. Al ejercerla, el adulto brinda al niño y al adolescente el auxilio, el sostén, mediante el que interviene inscribiendo, diferenciando, prohibiendo y también posibilitando.  El trabajo de la autoridad vehiculiza el significante que dona el Otro y que posibilita al sujeto.

 

 

El chiste y la crueldad

 

Es posible dormir y producir sueños; compartir con otros y realizar o participar de chistes; cometer operaciones psíquicas fallidas, aparentemente casuales y “desprovistas de propósito” (Freud, 2006/1901, p. 233). La conciencia nada sabe sobre las determinaciones inconscientes de dichos actos.

 

  La gravedad que pueden expresar algunos de ellos, puede advertirse con la investigación de Freud (1998b/1920) acerca del “Más allá del Principio de Placer”. A partir de ese texto puso en claro que los actos de un sujeto responden a diferentes proporciones de mezcla pulsional donde la pulsión de vida o Eros, liga a la pulsión de muerte, pudiendo existir predominio de una o de otra.

 

  Es posible entender así, que la regulación se constituye por la relación entre un empuje pulsional y un trabajo inconsciente que es necesario lograr. Esa regulación se refleja en la posibilidad de hacer lazo social, en donde pueden surgir dificultades que no producen perjuicios.

 

  Por ejemplo, las bromas. Estas surgen muchas veces ante las diferencias o los desacuerdos. Con ellas el sujeto, en función de las leyes del significante, produce algo sorpresivo haciendo partícipe al otro.

 

  Crear un chiste o ubicarse en actitud humorística involucra un trabajo del sujeto, ya que requiere de la inhibición de tendencias que buscan una satisfacción directa. El chiste constituye un juego en desarrollo, un juego con la plasticidad de las palabras. Demanda la participación de otros a quienes se les otorga la función de sancionarlo como chiste. Y su meta es una ganancia de placer, es decir una satisfacción sustitutiva. (Freud, 1905, p.171)

 

  El chiste pone en juego a la autoridad, ya que es el Otro quien le otorga el estatuto de creación significante. Freud aclara también que hay ocasiones en que “El chiste figura entonces una revuelta contra esa autoridad, un liberarse de la presión que ella ejerce” (Freud, 1993/1905, p.99). Y luego, en 1927 también advierte que “el humor no es resignado, es opositor; no solo significa el triunfo del yo, sino también el del principio de placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales” (Freud, 2009/1927, pp.158-159).

 

  Se puede pensar que, valiéndose del chiste y del humor, el sujeto se opone, pero no a la autoridad, ya que dice “no” sosteniendo la ley que le permite poner distancia con el sometimiento a la satisfacción pulsional. El sujeto se afirma en lo simbólico, aún en circunstancias extremas.

 

  Diferente situación se suscita cuando, de manera inesperada, se efectúan actos con apariencia de broma, que son perjudiciales para el sujeto y el lazo social. En esta vía, el empuje se produce como un exceso, y determina que el sujeto persista en una satisfacción pulsional. Por ese goce puede caer en actos cuyas consecuencias resultan en peligros.

 

  En estos casos, llama la atención la marcada inclinación de los sujetos a avanzar, aun captando el sufrimiento del otro. Y es necesario también considerar la configuración de factores que facilitan este proceder. Freud (1992/1915) sostiene que la crueldad está relacionada con la pulsión de apoderamiento, que hace que el sujeto no se detenga ante el dolor del otro.

 

  La inhibición de esa satisfacción pulsional es la que hace posible la capacidad de compadecerse. La ausencia de la barrera de la compasión presenta el peligro de que el enlace entre pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible en etapas posteriores. Es decir que la crueldad puede constituirse en un modo de satisfacción pulsional donde el sujeto queda destituido.

 

 

De la agudeza a la torpeza…

 

  Lacan explica dos movimientos lógicos del sujeto en relación con el significante. En el primero, el sujeto es tomado por el significante, por lo que espera todo del significante y sus leyes. Y como el significante viene del Otro, ese Otro adquiere un lugar de consistencia y seguridad, en tanto Otro absoluto e incondicional.

 

  Este movimiento se produce en el margen de la demanda, donde el capricho del Otro puede colocar al sujeto bajo el “pisoteo de elefante” (Lacan, 1960/1987a, p793). Decir capricho del Otro equivale al fantasma de la omnipotencia del Otro.

 

  Es necesario un segundo movimiento, donde ya no solamente se pone en juego el significante, sino lo que está “entre” significantes. El intervalo, cuya participación es correlativa de la caída del Otro absoluto. De esta manera, es necesaria la articulación de un significante con otro significante. Esto hace posible la inversión de lo incondicional de la demanda, dando lugar a la potencia de la condición absoluta que es el deseo.

 

  El deseo implica condición, regulación, y por ello da lugar a la mediación de la Ley. Ya no se trata del capricho del Otro, sino de la Ley que hace posible el lazo. La Ley del deseo, que por la castración posibilita que el goce sea rechazado (Lacan, 1960/1987a).

No se trata de etapas evolutivas. Son momentos lógicos, constituyen movimientos que se van a producir o no, a lo largo de la vida y en las diferentes circunstancias de una persona.

 

  Esto permite seguir pensando esa “revuelta contra la autoridad” que expresa Freud (1993/1905, p.99). En el segundo movimiento, que Lacan designa como “separación” (1964/1987b), el sujeto pone en juego el intervalo, lo que el significante no llega a significar. Se hace causa, se vale del lugar que el significante le determina, y se autoriza en el deseo. Puede jugar con las sustituciones.

 

  En cambio, si queda instalado en el primer movimiento, alienación, el sujeto se encuentra sin defensa. No se puede deslizar en la articulación significante, y queda en el lugar de objeto de esa ley del capricho. Por lo que no constituye un recurso. Allí, los chistes no irán por la vía de la agudeza. Serán torpezas, y hasta quizás torpedos. Ya que manifiestan un entorpecimiento del sujeto que estalla el lazo social.

 

 

La autoridad y las referencias que sostienen el lazo social

 

  El sujeto que ejerce la autoridad, lo hace desde una determinada posición, en tanto representante del Otro que, como ya se ha explicado, es no absoluto, no-todo poder, sino sujeto a la ley. Así, desde ese lugar interviene posibilitando el lazo social entre los sujetos.

 

  Sin embargo, en nuestra época regida por las leyes del mercado y el consumismo, sigue vigente la advertencia de Freud (1992/1915) acerca de que la debilidad de las relaciones éticas entre los sujetos que conducen a la humanidad repercute en la eticidad de los individuos. Y además que la conciencia moral no es un juez insobornable, sino que en su origen es angustia social.

 

  Se puede pensar entonces que, así como a los actos alejados de la moral se los puede encubrir con palabras que le dan otra apariencia, del mismo modo en la vida cotidiana se puede ocultar el sometimiento nombrándolo autoridad. O a un acto cruel, llamándolo chiste.

 

  Hablar de sometimiento involucra las dos posiciones, el lugar de quien somete, y el de quien se somete. Implica a uno o más sujetos que quedan fuera de la ley. No de la ley social, frente a la cual se pueden hacer gestos[1] (Lacan, 1964/1987c) de acatamiento. Sino de la ley simbólica, constitutiva del sujeto. Quedan ubicados como objetos.

 

  En el caso de niños, púberes y adolescentes, se sabe de la importancia que cobra el signo de presencia del Otro ante el desvalimiento del sujeto. De allí que más allá de lo que el Otro hace, lo hostil es la ausencia de signos de su presencia (Rabinovich, 1995). Y en esto es necesario dejar claro que un sujeto puede hacer muchas cosas para otro sujeto, sin que el Otro cobre signos de presencia. Los ejemplos se multiplican al observar a adultos que se preocupan por ser incondicionales, y se angustian por la autoridad que no ejercen.

 

  Es necesario que el Otro cobre presencia en tanto deseante, y que demande la renuncia de lo pulsional. Ya que, de no ser así, no se producen los procesos inhibitorios que hacen lugar al sujeto y que posibilita sus realizaciones. Un Otro deseante conjuga una presencia que pone en juego la ausencia. Ésta opera porque pone en causa la falta. No es la ausencia de signos, sino la ausencia entre los signos.

 

  La autoridad no preexiste, no es absoluta, sino que se constituye y ejerce en la particularidad de cada circunstancia. Cumple la función de sostener el lazo social. Un ejemplo de ello es el chiste e incluso el humor. Involucran un trabajo que sigue determinadas reglas. De allí que, buscando una ganancia de placer, es la más social de las operaciones subjetivas.

 

  Y no siempre las cosas salen bien. Por ejemplo, la intención de hacer un chiste, en ocasiones no es sancionada como tal por el Otro. Cruel es el actuar de alguien que, frente a lo que no pudo lograr, culpa al otro por ello.

 

 

Como conclusión, se advierte que en el bullying no opera la función de autoridad, por lo que los sujetos no logran detenerse ante las diferentes manifestaciones de crueldad. Son actos que adquieren la apariencia de broma, cuando en realidad responden a una satisfacción directa. Y por ello el agresor, el agredido y los espectadores, no participan en tanto sujetos, sino que están tomados como objetos.

 

  El sometimiento no tiene relación con la autoridad y el efecto es que niños y adolescentes quedan a la deriva, sin rumbo, proclives a ser arrasados por lo pulsional. Expuestos al bullying, o a otros excesos.

 

  Cuando la autoridad está en función, se registra el dolor que se produce en el otro y es posible el lazo social. En el marco que ella brinda, los chistes y las bromas constituyen un modo de hacer con el malestar, tornándolo llevadero y afianzando el lazo.

 



[1] “[…] algo hecho para detenerse y quedar en suspenso”. Jacques Lacan, El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. (Buenos Aires: Paidós, 1987), 123

 

 

 

  Imagen*: https://www.infosalus.com/salud-investigacion/noticia-bullying-puede-alterar-estructuralmente-cerebro-adolescentes-20181212174944.html

 

 

   Bibliografía

 

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