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El analista cualquiera

16/01/2021- Por Raúl Courel - Realizar Consulta

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Motiva este escrito la problematicidad de la transmisión del psicoanálisis y la formación del/de la analista. Para ello, se ensayan algunas líneas provisorias sobre la sobrevivencia del oficio analítico como profesión universitariamente avalada en el interior del campo de la salud mental y otros.

 

                              

                           Caricatura de Sigmund Freud (2006) por “Bob Row”*

 

 

  Está la pregunta de si, con el tiempo, la esencia de la práctica discursiva llamada “psicoanálisis”, inventada, escrita e inscripta en la cultura por Freud, la que después fue reinventada, reescrita y re-inscripta en la cultura por Lacan, podría sobrevivir como profesión universitariamente avalada entre las del campo llamado de la “salud mental” o en algún otro.

 

  ¿Podría su método, cuya médula es la asociación libre, extenderse en la sociedad dejando de ser sólo un procedimiento característico de una profesión? ¿Podría un lazo social, como el psicoanalítico, que no se puede practicar de cualquier manera, extenderse masivamente sin banalizarse?

 

  ¿Podría ser asimilado por la cultura en consonancia con la ascensión de un ideal nuevo que promovería una escucha no de significados sino de significantes, una lectura singular entre otras, un hablar atento a sus efectos y una escritura más reconocida por su valor de uso que de cambio? Finalmente: ¿podría el psicoanálisis hacer al mundo mejor en algún aspecto perdurable? 

 

  Habida cuenta de que el analista sólo puede ser investido como tal por un analizante, ¿podría ser cualquiera? Después de todo, en la medida en que un analizante puede ser cualquiera, ¿qué impediría que invista como analista a cualquiera? Este “cualquiera” ¿podría tener formación tal o cual, incluso ninguna hecha o por hacer?

 

  Estas cuestiones hacen a la problematicidad de la transmisión del psicoanálisis y de la formación del analista. 

 

  Un analista sostiene el decir de alguien más allá de la instancia en la que ese decir se detiene. Es así porque tal decir no es cualquiera sino el que surge de practicar la regla fundamental llamada asociación libre, un decir que se produce hasta detenerse debido a la represión (concepto psicoanalítico, no policial). Esto hace necesario que el analista intervenga de manera tal que el decir que se detuvo continúe, operación que se denomina interpretación de la transferencia, que no consiste en decir al paciente o analizante que tiene problemas libidinales con el interpretante (el analista).

 

  Hay una diferencia fundamental entre el psicoanálisis de los primeros tiempos, marginal en el mercado, y el de un segundo tiempo, que continúa en el actual legalizado y extendido globalmente como mercancía a través de la universidad (la asimilación del psicoanálisis por esta última es el punto de discontinuidad). La diferencia entre ambos tiempos es radical e irreductible. La percatación de que psicoanálisis y subversión son dos palabras distintas que pueden reunirse o separarse produciendo efectos de sentido diversos conduce necesariamente a la imposibilidad de afirmar la existencia de una función subversiva del psicoanálisis en general. Esta imposibilidad no se acaba de reconocer. 

 

  Es a considerar, una vez que la palabra “psicoanálisis” se hizo común y que presentarse como psicoanalista dejó de ser una rareza, si ella dejó también de representar la vía regia al inconsciente, para ser, ahora sí a pleno, sin bemoles, una psicoterapia más en oferta que crea demanda y que puede venderse más o menos bien. 

 

  Que el psicoanalista pueda ser cualquiera, aunque quien elige nunca ve a cualquiera, sólo es coherente con la índole del significante de la transferencia, que es precisamente cualquiera. No hay manera, además, que pueda no ser cualquiera una vez que se hizo claro que ninguno es identificable con el Otro, que no existe pero que cada uno le da el ser que le va bien. Si el analista no es reducible a una experticia analítica, y no lo es en la medida en que el concepto de transferencia es requerido por el fracaso de la experticia en el amor, el nombre “analista” no designa per se la función real y cuando lo hace no demuestra que le sea exclusiva.

 

  Por otra parte, como no hay ser hablante (o cuerpo parlante) capaz de ocupar el lugar de cualquier significante, y dado que siempre hay un roto para un descosido, la elección de analista siempre es automáticamente orientada: encuentra el significante cualquiera donde sea. Este encuentro (que no conlleva necesariamente optimismo) es un hecho palpable de discurso del cual la disolución de la Escuela Freudiana de París constituyó una consecuencia lógica y sobre el cual el concepto de nudo borromeo generalizado ofreció una escritura inscribible a esa altura en las matemáticas.

 

  No está del todo claro si la disolución fue un hecho político que desplazó unos analistas con unas ideas y puso en su lugar a otros con otras ideas y con cambios organizativos correlativos, o si fue una tentativa de distinguir al psicoanálisis de una política de dominación, cuya lógica la politología descubrió esencialmente guerrera (la psicología de las masas complementa el concepto). No se acaba de leer las implicancias de lo dicho y escrito al respecto. 

 

  Lo referido tiene como condición infranqueable la diferencia entre la corriente del significante y su fijación en la letra escrita, que aspira al matema. Mientras la primera evoca el fragmento de Heráclito que dice “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos” (1), señalando así el permanente fluir propio del logos, lo segundo da “el ser es, el no ser no es” parmenídeo (2), deriva inevitable hasta la aporía acerca del ser del no ser que no se produciría sin la disyunción y conjunción de aquello que ambos pensamientos componen sin excluirse mutuamente en tanto hechos de discurso. 

 

  La época es su discurso, de donde no es sostenible que el psicoanálisis sea el que no es siendo Otro, que sólo se afirma del olvido del decir. Toda aporía involucra al logos y su lectura requiere que el significante sea distinguido de la letra escrita. Tenemos, entonces, el psicoanálisis del discurso concreto, siempre epocal, sin que siquiera haga falta que opere con ese nombre, y el de los libros escritos con las letras, fonológicas y algebraicas, que fijan su enseñanza, sus instituciones y sus escuelas.

 

  Eso conlleva que mientras los escritos psicoanalíticos se concentran en plazas fuertes institucionales, grupales o individuales, a las que sirven, las prácticas discursivas de las que las letras hacen sus temas olvidan sus raíces.

 

  Separar al psicoanálisis de una política de dominación requiere leer el espejo desde el otro lado: separar la política de dominación del psicoanálisis, sólo posible si el analista lo practica sin anclarse en la inocencia del ciudadano que niega que en la apoliticidad practica la política de dominación. Es la razón de la muletilla o graffiti de muro virtual de internet que dice que “hay demasiados psicoanalistas como para que lo que hay de atopía en sus prácticas sirva como coartada para la prescindencia de compromiso político en lo público” (3).

 

  La índole de esta atopía (que no es torre de cristal ni probeta) encuentra una de sus escrituras en la topología de la vuelta del toro (4), que escribe la imposibilidad de ubicar el final de un análisis en un topos uranos, poniendo coto ya no sólo al aristotelismo sino también al platonismo. Por eso la separación referida tampoco objeta homologías entre lo que se hace en el consultorio y lo que se hace en la polis.

 

  La separación que destacamos requiere diferenciar el lazo social entre practicantes del psicoanálisis, que al hablar y escribir sobre esta práctica no han de estar hipnotizados, y militantes, cuyo accionar puede cumplirse (y en alguna medida bien) sin esa condición. La práctica militante no requiere, en efecto, la interpretación de la transferencia, medular en la lectura psicoanalítica de la sugestión y la hipnosis, que da la estructura de la psicología del yo y, como puntualizó claramente Freud, es la misma que la de los grupos, masas e instituciones.

 

  El psicoanálisis se separa aquí también (a diferencia de la politología) de las experticias que construye la ciencia. La transferencia nombra el concepto, psicoanalítico, que permite operar donde fracasan las experticias por el encuentro de lo no escrito, razón de fondo de la imposibilidad de protocolizar la práctica analítica.

 

  Se considera obvio que no cualquiera es analista desde que es preciso analizarse, que no se hace solo, y después autorizarse, que tampoco se hace solo. Que sea posible autorizarse incluso sin saber a qué ni por qué, va de la mano de que el paciente (palabra pocas veces sustituible si se ve a quién se aplica) puede creer de “cualquiera” que es analista y elegirlo si le gusta.

 

  Así sucede. Las instituciones, escuelas y grupos tratan de contrarrestarlo estableciendo condicionalidades, que fracasan porque no logran la extensión universal requerida por el propósito. La universidad y sus titulaciones son solución imposible. 

 

 

Imagen*: Caricatura de Freud realizada por Roberto Bobrow (Bob Row), ilustrador y caricaturista argentino. Publicada inicialmente en el Diario Río Negro de General Roca, Argentina.

https://www.facebook.com/profile.php?id=100008807921095

 

 

Notas:

 

1.      ποταμος τος ατος μβαίνομεν τε κα οκ μβαίνομεν, εμεν τε κα οκ εμεν τε. En H.A. Diels (1903). Fragmentos de los presocráticos (Die Fragmente der Vorsokratiker), 22 B 12.

2.      Parménides, Poema, fragmentos 2-3 y 2-5. En Cordero, N.L. (2005). “Siendo, se es. La tesis de Parménides”. Buenos Aires: Ed. Biblos.

3.      Courel, R (“Notas breves...”, 2015/10/31).

4.      Cf. Lacan, J. (1976-1977). El Seminario, Libro XXIV, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre. Traducción de Susana Sherar y Ricardo E. Rodríguez Ponte. Versión íntegra. Ed. s. d., 1988.

 


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