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Algoritmos: la cuantificación del deseo26/08/2019- Por Julieta Goldsmidt y Santiago Thompson - Realizar Consulta

El ideal cuantitativo tecno-liberal consiste en suponer que toda cualidad es plausible de cuantificarse. En el intento de capturar aquello imposible de cifrar, se produce un rechazo de la alteridad, donde los algoritmos de la época ofrecen una ilusoria posibilidad de evitar lo incalculable del lazo con los otros. Este régimen proveedor de tautologías propone diferentes respuestas anticipadas frente a la pregunta por el deseo del Otro. Cuando la subjetividad misma es objeto de los algoritmos por venir, ¿qué porvenir, entonces, para la clínica psicoanalítica? Quizás consista en situar aquellos márgenes que escapan a la articulación simbólico-imaginaria del algoritmo y constituyen el campo propio de la práctica analítica. Tal vez, la intervención desde el psicoanálisis se soporte en la imposibilidad de que la alteridad del deseo del Otro no sea apresada por completo por la red de los binarios.
Black Mirror Study Guide: Hang The DJ - Howard Chai - Medium
En 2016, Diego Fernández Slezak y Facundo Carrillo, investigadores del CONICET, fueron premiados por Google al diseñar una aplicación que permitiría diagnosticar esquizofrenia y predecir los brotes psicóticos antes de que sucedieran. El sistema consiste en la medición de “la coherencia discursiva” del paciente en cada una de sus entrevistas.
El algoritmo establece el nivel de desorganización del discurso para efectuar sus predicciones. Luego de dos años de investigación, cuantificando las conversaciones de cincuenta y nueve pacientes de California y Los Ángeles, lograron un 83% de precisión (UNSAM, 2018).
Esta viñeta no es un fenómeno aislado. Tanto en el campo de la salud como en los diversos ámbitos socioculturales puede situarse una sistematización de la subjetividad. El individuo posmoderno se enfrenta a un imperativo de optimización que excede sus capacidades analógicas. En este contexto, el mundo digital provee una solución ficcional en la cual sería posible volverse rápido, incorpóreo y eterno.
Los diferentes dispositivos smart se ofrecen como extensiones del cuerpo y el pensamiento, almacenando información sobre su usuario y cada una de sus conductas diarias. Es así como un encuentro agendado, un like, un movimiento bancario o una búsqueda en Google puede ser información valiosa para el sistema.
En este sentido, el ideal cuantitativo tecno-liberal consistiría en suponer que todo lo que rodea nuestro mundo puede traducirse en forma de datos, lo que implicaría que hasta el aspecto más impensado de nuestra vida podría formar parte del Big Data.
Esta gran base de datos es procesada por diferentes tipos de algoritmos capaces de diseñar un contenido personalizado para cada usuario. Dicha información es considerada al momento de producir contenidos publicitarios, políticos, sociales y culturales.
Actualmente empresas como Epagogix se dedican a las evaluaciones de guiones cinematográficos, a fin de estimar si una película será exitosa antes de ser filmada. A su vez, servicios como Netflix y Spotify consisten en el conocimiento que la app va teniendo del usuario. Los algoritmos se convierten en el intérprete de su deseo: qué canción quiere escuchar, qué película o serie quiere ver. Netflix personaliza incluso la imagen de tapa de cada película o serie, en función del perfil del usuario.
Si bien este tipo de sistemas se vincula al perfil de un consumidor y no a la noción de sujeto, actualmente ésta “personalización smart” se ha expandido de manera tal que ha logrado desplegarse en los diferentes campos de la vida.
Esta forma de dominación contemporánea reside en transformar las cualidades en cantidades bajo la suposición de que es posible medir la subjetividad y, como forma de dominación, implicaría que ésta pueda ser categorizada o comparada, sosteniendo de esta manera un régimen homogeneizante. Esto lleva a una aparente contradicción. ¿Acaso esta época no se presenta como promotora de una multiplicidad inclusiva?
Mientras creemos que estamos adquiriendo nuevos contenidos y nos vinculamos con personas de diferentes entornos, los algoritmos categorizan los campos de interacción a partir de lo que consideran como comparable, exponiendo sólo lo que se asemeja al perfil del usuario y sus supuestos intereses. Por lo tanto, el universal que se despliega bajo un todo medible produciría lo que denominaremos una multiplicidad homogeneizante.
El intento de que toda manifestación subjetiva sea reducida a una cifra o dato forcluye toda alteridad posible, la cual queda degradada a alguna categoría disponible dentro del campo simbólico.
El ciframiento en la ontología tecno-liberal
Si bien la cuantificación suele ser asociada al discurso de la ciencia (Cf. Miller, 2015), resultaría más apropiado situarla al servicio del discurso tecnológico. Pese a los intentos fallidos de las grandes industrias, existe un abismo radical entre ciencia y técnica que conlleva importantes efectos socioculturales (Sadin, 2016).
Bajo estas coordenadas, el discurso tecnológico se potencia con las propuestas del neoliberalismo, efectuando un cambio en la relación del sujeto con el ser y, por lo tanto, exhibiendo la preeminencia ontológica que radica allí.
Heidegger, en “La pregunta por la técnica” (1958), advertía que lo amenazante para la humanidad no se reducía a las guerras nucleares o a la contaminación, sino en la posibilidad de una “mutación ontológico-simbólica del ser” (p.42). Por lo tanto, ¿cómo se ha desplegado tal transformación en la actualidad? A esta pregunta Miller respondería: “El ser siempre necesitó una garantía y hoy en día, la cifra juega ese papel” (Miller 2015, 143).
No obstante, ¿esta noción no entra en contradicción con lo conceptualizado por Lacan? En este sentido resulta imprescindible esclarecer la ambigüedad que porta la noción de cifra dado que el término posee diferentes acepciones en psicoanálisis.
La cifra, vinculada a la noción de número que toma Lacan a lo largo de su obra, puede considerarse como un tratamiento de lo real por lo simbólico que resta poder a lo imaginario al estar carente de significación. Esta noción se basaría en el supuesto de que el número no podría oficiar la función de representación (Jaramillo Zapata, 2015).
Desde un plano radicalmente opuesto al psicoanálisis, el tecno-liberalismo sitúa a la cifra como elemento fundamental de la cuantificación, sostenida bajo lo que llamaremos un sesgo de registro. Tal operación implica suponerle a la cifra una potencial representatividad intentando acceder a un real a partir del cálculo de elementos simbólicos, pero a su vez suponiendo efectos de significación trivialmente imaginarios.
De tal modo, el ciframiento de la subjetividad aporta una ilusoria garantía de ser, que a su vez soporta la idea de univocidad entre significado y significante. Esto abre a la posibilidad de que, a modo de ejemplo, un like pueda ser interpretado por un algoritmo de determinada manera y con una cierta fijeza en lo que puede significar para el sistema.
En Tinder, esto puede ilustrarse claramente a través del match: dos usuarios indican que les gusta la otra persona, y a partir de ese momento ambos pueden comenzar a hablar. ¿Sería válido suponer que estas modalidades sostienen el “hay relación” como una tautología incuestionable?
El salto al encuentro entre los cuerpos expone, de un modo que a veces linda lo traumático, a los partenaires a la “no proporción sexual”. La serie Black Mirror, en su capítulo Hang the DJ, juega con la idea de una Love App cuyo algoritmo salve incluso este obstáculo “en el 99,9 % de los casos”.
Algoritmos del deseo
Por otra parte, la cuantificación como garantía ontológica se sostendría a partir de la suposición de que el algoritmo porta algún tipo de saber sobre lo que concierne al deseo. Tanto Tinder, Twitter, Facebook, e Instagram, como Google y Amazon, poseen diferentes sistemas de predicción que evalúan las interacciones de un sujeto para predecir sus anhelos futuros.
Tal reduccionismo implicaría responder anticipadamente a lo que en psicoanálisis se presenta bajo la forma de preguntas de insondable resolución: ¿Qué (me) quiere el Otro? ¿Qué es lo que deseo? El deseo se ubica siempre como deseo de otra cosa, articulándose con una falta significante que revela la falta en ser.
De modo inverso, los algoritmos de la época apuestan a evitar lo contingente e incalculable. Este régimen proveedor de tautologías propone diferentes respuestas anticipadas frente a la pregunta por el deseo del Otro: un supuesto saber virtual que traduce la dominación del significante-amo en forma de cifra (Miller 2015).
Esto se refleja en lo que afirma el experto en marketing Scott Galloway (2017):
Una de cada seis consultas enviadas a Google nunca se ha preguntado antes en la historia de la humanidad. ¿Qué sacerdote, maestro, rabino, erudito, mentor o jefe tiene tanta credibilidad [...]? Google es el dios de nuestro ser humano moderno [...] se darán cuenta de que confían más en Google que en cualquier entidad en su historia. (1:33)
De este modo el smartphone se constituye como “objeto-tótem” (Sadin, 2017), sosteniendo su investidura mediante la opacidad de sus mecanismos funcionales que le aporta el semblante de las ciencias. Pese a los polémicos eventos que se presentaron los últimos años, aún confiamos en la tecnología y suponemos allí un saber sobre nuestros deseos.
En este sentido, el sociólogo argentino Esteban Dipaola delinea una sociedad de “control de los deseos”:
“Uno pudo haber pensado en comprarse un par de zapatos y poner en un buscador ‘zapatos’ y que inmediatamente te aparezcan diferentes publicidades de marcas de zapatos en tu red social. Están interpelando tu deseo antes de que el deseo se llegue a concretar. Estamos entrando en una era mucho más radical de eso que Deleuze llamó ‘sociedades de control’, el control de nuestros deseos. Pusiste ‘zapatos’ y te vas a comprar zapatos, no te vamos a dejar de subir publicidades hasta que no se concrete”. (2019, párr. 11)
Algunos smartphones literalmente escuchan a sus usuarios, de modo que esta interpelación de los deseos puede incluso prescindir de acción digital alguna. Un paciente cuenta sorprendido que, durante una ruptura amorosa, el ícono que primero le era sugerido por WhatsApp, sin que él lo haya usado por largo tiempo, era el del corazón roto.
Sadin anticipa un mundo donde el acto de compra quede relevado por el objeto tecnológico:
“… se establece ahora un lazo social umbilical que resulta de una experticia automatizada tendencialmente anticipatoria, garantizada por un sistema destinado a detectar nuestras necesidades sin que siquiera tengamos conciencia de eso, y a liberarnos entonces del peso de tener que mantener nosotros mismos nuestros objetos, así como del acto de compra. [...] El movimiento que supuestamente atrae al consumidor “hacia el producto” se invierte. Ahora es el producto el que va hacia el consumidor, se infiltra discretamente en la existencia”. (2016, 148-149).
Red Hastings, cofundador de la plataforma de Videos Online Netflix estudia ya la forma de proponerle a sus abonados “la película o la serie correctas en función de su humor del momento”.
Aventuramos que los novedosos sistemas de lectura facial, usados inicialmente como medida de seguridad, pondrán a disposición de la bioesfera información que –sin conciencia alguna ni intención del usuario– dirán mucho sobre la subjetividad del mismo.
En este sentido, Sadin augura que la industria de la vida “tiene la ambición de liberarse de todo límite, lanzándose de aquí en más al asalto de la psique humana, con ayuda de programas de interpretación emocional a través del análisis de las frecuencias vocales y de la expresión de los rostros” (p.150-151).
La subjetividad misma es objeto de los algoritmos por venir. ¿Qué porvenir, entonces, para la clínica psicoanalítica?
El litoral de la clínica
Lacan En su seminario 11 (1964), presenta una escena que produce algunas resonancias con lo que hoy sucede con la operatoria de los algoritmos. Uno se enfrenta al menú de un restaurante chino. Entonces, en un primer tiempo le pide la traducción a la dueña.
“Si es la primera vez que uno va al restaurante chino, probablemente la traducción tampoco le diga mucho, y entonces, finalmente, uno le pide a la dueña –Aconséjeme usted, lo cual quiere decir –¿Qué deseo yo de todo esto?, a usted le toca saberlo” (p. 277).
Es en este punto de encuentro entre el deseo y el cuerpo donde Lacan ubica el límite aquello que los gadgets pueden llegar a afectar. Con una anticipación notable, planteó ya en 1974 la pregunta que hoy se nos hace ineludible: ¿hasta qué punto nuestro deseo estará animado por los objetos tecnológicos?
Afirma que el porvenir del psicoanálisis es algo que depende de lo que advendrá de ese real, a saber, depende de que los gadgets verdaderamente se nos impongan, de que lleguemos nosotros mismos a estar animados por los gadgets (Cf. p.107-108).
El gadget afirma Lacan, no puede escapar del síntoma, de lo que no anda. Lo cual se evidencia en cómo hoy la neurosis se entrama al uso del celular: los celos devienen stalkeo, el narcisismo se despliega en aquellos que se miran y se hacen ver en Instagram, la agresividad se tramita en los foros virtuales, Twitter y Facebook, la evitación y postergación del encuentro con el otro sexo se materializa en chats eternos y formas refinadas del ghosting, el acting out deviene mostración virtual y el pasaje al acto se consuma mediante el bloqueo –forma contemporánea que toma el rechazo al Otro–.
En definitiva, el gadget no funciona de perfecto partenaire que obturaría la falta en ser, sino que da lugar a nuevas formas del padecimiento.
Las nuevas presentaciones de las neurosis, entramadas al objeto tech, nos invitan como clínicos a interesarnos en la lógica que los habita: hay sesiones enteras dedicadas a un chat por WhatsApp.
Una paciente vino a una sesión sin dormir y prácticamente sin comer durante una semana. El detonante de su estado de angustia fue una foto que posteó su ex novio en Instagram con otra chica que aparentaba ser su nueva pareja. Los algoritmos no resuelven el enigma del deseo, sino que condicionan las formas contemporáneas del padecer.
Bibliografía
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Lacan, J. (1974). La tercera. En: Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial.
Miller J-A. (2015). Todo el mundo es loco. Buenos Aires: Paidós.
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Sadin, E. (2017). La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Buenos Aires: Caja negra.
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