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Sujeto mediático/11: medios, salud mental y locura13/07/2004- Por Enrique Guinsberg - Realizar Consulta

Si en anteriores escritos sugería el papel de los medios actuales en la construcción del principio de realidad y se transcribían citas coincidentes de intelectuales de distinto origen en el sentido de que hoy los medios son lo que construyen nuestra realidad, ahora debe recordarse que una de las acusaciones constantes a los medios es precisamente que distorsionan, falsean y ocultan lo que realmente acontece para presentar otra realidad adecuada a su particular visión o interés, de modo tal que el hombre piense, actúe y proceda en base a lo que se le indica que es la realidad.
Medios, “salud mental” y “locura” / IV
Desde la columna 8 comenzó a abordarse este tema genericamente, para luego focalizar distintas perspectivas teóricas que pueden contribuir al esclarecimiento de una problemática poco o nada desarrollada: primero la noción filosófica de alienación (columna 9), y luego algunos conceptos de la escuela californiana de Palo Alto (columna 10). Aquí termina esta serie con base en el psicoanálisis, con eje en la conceptualización del principio de realidad y sus relaciones con las neurosis y psicosis.
Como es sabido -ya fue señalado anteriormente- el psicoanálisis plantea que el sujeto, en el proceso de socialización, va pasando de una estructura con predominio del principio de placer a otra en la que se va construyendo el principio de realidad, siendo precisamente una de las funciones centrales del yo la vinculación con ésta. También es conocido, como Freud indica, que una diferencia fundamental entre neurosis y psicosis es que en la última se produce una pérdida importante de realidad y su reemplazo por una propia, mientras que en la neurosis esa pérdida se presenta sólo en el área conflictiva, sin mayores complicaciones en el resto.
Si en anteriores escritos sugería el papel de los medios actuales en la construcción del principio de “realidad” y se transcribían citas coincidentes de intelectuales de distinto origen en el sentido de que hoy los medios son lo que construyen nuestra realidad, ahora debe recordarse que una de las acusaciones constantes a los medios es precisamente que distorsionan, falsean y ocultan -o pueden hacerlo en muy diferentes medidas- lo que realmente ocurre para presentar otra realidad adecuada a su particular visión o interés, de modo que el hombre piense, actúe y proceda en base a lo que se le indica que es la realidad. Esta distorsión puede encontrarse en todos los terrenos: desde (y sobre todo) el de la información, la diversión, la versión histórica, la publicidad, etcétera. Tal falseamiento (parcial o total) tiene que ver con el qué y el cómo de la presentación, donde la “realidad” será producto de ambos aspectos, al ser conocido el diferente impacto que ofrece un material en relación al contexto de su ubicación.
Al respecto debe recordarse que una de las características centrales de ese contexto -en su uso dominante actual- es, por un lado, la fragmentación de la información, y por otro su ubicación en una especie de show información/espectáculo. Tal fragmentación explica que las noticias generalmente son entregadas sin ser vinculadas entre sí -es decir sin un eje estructurante entre ellas-, aunque obviamente la relación exista pero nunca se explicite. De esta manera todo es independiente y sin vinculación, visión de la realidad que en gran medida es así intencionalmente presentada, pero que en parte también responde a como el mundo y las cosas son vistas por importantes sectores de la dominación, donde -de manera conciente y/o inconsciente- el objetivo es evitar el encuentro de las relaciones, y con ello impedir el conocimiento del vínculo entre los fenómenos mostrados y sus causas productoras, con lo cual se dificulta una acción modificatoria sobre éstas. La “realidad” sería así una simple suma de factores aislados e independientes, con escasa o nula conexión entre sí, para impedir el hallazgo de las relaciones y toda práctica modificatoria de los intereses establecidos.
Los aspectos señalados abren camino para algunas conclusiones e hipótesis relativas a la estructuración del psiquismo de los receptores y su vinculación con la “salud mental” de los mismos. Es observable cómo la general fragmentación existente -la transmitida por los medios es consecuencia de un sistema que todo lo fragmenta- produce un estado psíquico de no visualización de la totalidad y sus relaciones, tanto en el funcionamiento social como en los demás aspectos. Al respecto puede pensarse que, si cada marco social tiene un estado psíquico colectivo en distintos momentos de su historia -donde, por ejemplo, la histeria era la “enfermedad” dominante de la época victoriana- existen suficientes razones teóricas y de observación práctica para considerar que los medios fomentan las múltiples tendencias de cada momento histórico.
Así, si las tendencias esquizoides son muy importantes en la sociedad capitalista contemporánea como consecuencia de la disociación y fragmentación actuales, los medios las acrecientan como transmisores del estado social hegemónico. Lo mismo ocurre con tendencias narcisistas, psicopáticas, agresivas (en próximos artículos se analizará la relación medios/violencia), de cada vez mayor inseguridad y miedo con la consecuente angustia y búsqueda de protección.
Otro aspecto que se vincula con la importancia del sentido de realidad para el diagnóstico del estado “patológico” mental, es lo que Freud señala cuando escribe que “apenas cabe dudar de que el mundo de la fantasía desempeña en la psicosis el mismo papel -de formaciones de deseos-, del cual también ella constituye la cámara del tesoro de donde se recoge el material o el modelo para edificar la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior, fantástico, de la psicosis quiere reemplazar a la realidad exterior; en cambio, el de la neurosis gusta de apuntalarse, como el juego de los niños, en un fragmento de la realidad -diverso de aquel contra el cual fue preciso defenderse‑; le presta un significado particular y un sentido secreto, que, de manera no siempre del todo acertada, llamamos simbólico. Así, para ambas -neurosis y psicosis-, no sólo cuenta el problema de la pérdida de realidad, sino el de un sustituto de realidad”[1]. En otra obra Freud reitera que no sólo en las psicosis hay pérdida de realidad, sino también en las neurosis, ya que “es justamente lo mismo que hace todo neurótico con una parcela de la realidad objetiva”, y apunta el importante hecho de que, por tanto, “se nos impone la tarea de investigar en su desarrollo la relación del neurótico, y en general del hombre, con la realidad, y de tal modo incorporar el significado psicológico del mundo exterior real-objetivo a la ensambladura de nuestras doctrinas”[2]. Puede verse cómo ésto es planteado por Freud, en relación al ser humano en general, -coherente con la ruptura que el psicoanálisis produce en las nociones de “salud y normalidad”, al menos respecto a los criterios psiquiátricos tradicionales-. Así lo explicita en un trabajo posterior: “Por otra parte, estamos familiarizados con la concepción de que la patología, mediante sus aumentos y engrosamientos, puede llamarnos la atención sobre constelaciones normales que de otro modo se nos escaparían. Toda vez que nos muestra una ruptura o desgarradura, es posible que normalmente preexistiera una articulación. Si arrojamos un cristal al suelo se hace añicos, pero no caprichosamente, sino que se fragmenta siguiendo líneas de escisión cuyo deslinde, aunque invisible, estaba comandado ya por la estructura del cristal”[3].
Por todo lo señalado resulta superfluo reiterar la participación de los medios en el proceso de “psicotización” y “neurotización” del hombre contemporáneo, al presentar diariamente constantes visiones deformadas y falsas de una “realidad” que es considerada por el sujeto tal como le es ofrecida. Al respecto se produce una situación aparentemente paradójica: ¿deben conceptuarse como psicóticas o neuróticas -con todas las dudas y relatividades de estos términos, y más allá de las significaciones que señala el propio Freud- a todas las personas que, en diferentes grados, pierden el sentido de la “realidad” al asumir la que le presentan los medios?
No es fácil la respuesta, aunque puede decirse que no es así ya que se trata de una coincidencia con una “realidad” compartida socialmente de manera mayoritaria, aunque no sea la realidad, y, a la inversa y nada nuevo, se tiende a ver como “locos” a quienes tengan otra, aunque sea la real (o se acerque más a ésta). En términos comparativos sería algo similar a pensar que eran “psicóticos” quienes creían hace varios siglos que la Tierra era plana, a diferencia de Galileo. O -algo mucho más actual- lo que puede discutirse respecto a las creencias religiosas: si bien Freud las relaciona con tendencias obsesivas[4], también podría pensarse (y no pocos lo hacen) que se trata de procesos psicóticos al tratarse de la construcción de algo delirante y/o alucinatorio. Pero si eso puede ser cierto en determinadas circunstancias -creaciones personales o posturas particulares que se canalizan o apoyan en religiones establecidas-, no lo es cuando todo un grupo social o colectividad comparte tales premisas. Lo mismo que ocurre respecto a la idea de “realidad” que construyen los medios, que actualmente responde a la del “pensamiento único” dominante[5].
Esta dificultad reafirma la necesidad de continuar con la elaboración de este tema y fundamentalmente con el cuestionamiento de los conceptos de “salud”, “normalidad” y “enfermedad” a niveles de la sociedad global[6].
Enrique Guinsberg
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco
Revista Subjetividad y Cultura
[1] S. Freud, “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, en Obras completas, Amorrortu, t. XIX, p. 197, cursivas mías.
[2] S. Freud, “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, en Idem, t. XII, p. 223, cursivas mías.
[3] S. Freud, “La descomposición de la personalidad psíquica”, 31ª Conferencia de “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, en idem, t. XXII, p. 54.
[4] S. Freud, “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, en idem, t. IX.
[5] La idea de “pensamiento único” la planteó hace años Ignacio Ramonet para recalcar que la multiplicidad de canales mediáticos sólo presentan una única idea, la del actual poder hegemónico, aunque pueda ser en múltiples formas y variantes, pero de lo mismo. Comprendiendo la existencia, minoritaria pero real, de canales alternativos, este columnista propone la aceptación de tal concepto pero con una modificación: “pensamiento (casi) único”.
[6] Sobre esto véanse nis libros Normalidad, conflicto psíquico, control social, Plaza y Valdés, México, 1ª ed. 1990, 2ª ed. 1996; y La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Valdés, México, 2001, 2ª ed. 2004 (en edición).
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