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Entrevista a Juan Jorge Michel Fariña

17/11/2009- Por Emilia Cueto - Realizar Consulta

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Juan Jorge Michel Fariña, uno de los fundadores del Movimiento Solidario de Salud Mental y Profesor Titular de la cátedra de Ética y Derechos Humanos en la Facultad de Psicología de la UBA relata su experiencia y la de psicoanalistas como Fernando Ulloa o Tato Pavlovsky vividas durante la dictadura militar en Argentina, junto a reflexiones que apuntan a dar cuenta de una ética en acto. El cine como vía regia para el abordaje de la ética. Las hipótesis que se desprenden a partir “Concepciones éticas en la práctica profesional psicológica”, proyecto de investigación que dirige y las implicancias que estos desarrollos pueden tener en el campo del psicoanálisis o los avances científico-tecnológicos y la posición del sujeto frente a ellos, son otros de los temas abordados en este reportaje.

-Usted fue uno de los fundadores del Movimiento Solidario de Salud Mental, que contó con decenas de profesionales abocados al tratamiento de personas afectadas por las consecuencias de la dictadura militar en Argentina, ¿Cómo surgió la idea y cuáles fueron sus alcances?

-El MSSM surgió en 1982, contemporáneamente con el Bancadero y otras experiencias que emergían de la resistencia a la dictadura. Eran años de enorme participación política y social. Luego de la derrota de Malvinas, y ante la inminencia del recambio democrático, distintos profesionales que veníamos trabajando en proyectos académico-políticos nos agrupamos y pusimos en marcha esa experiencia, que guardo entre los más bellos recuerdos. Efectivamente, una de las primeras tareas que encaramos fue el programa asistencial para personas afectadas por el terrorismo de Estado. Fue una tarea enorme, que llevamos adelante durante cinco años en colaboración con la Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por razones Políticas, y para la cual contamos en su momento con la supervisión de Fernando Ulloa, Tato Pavlovsky, Rolando Karothy, Mimi Langer. De todos ellos aprendimos muchísimo y debo decir que si el programa tuvo el alcance y repercusión que tuvo fue gracias a la contención y formación que significó la presencia y apoyo constante que siempre nos ofrecieron.

-¿De qué manera intervino el factor miedo en los profesionales y en los tratamientos?

-Ulloa se ocupaba de la supervisión institucional. Todas las semanas se reunía con el equipo y escuchaba pacientemente sus miedos y dificultades. Era un clínico excepcional. Cuando  intervenía, lo hacía siempre de manera aguda y muchas veces elíptica. Hablando de los temores, recuerdo que en una oportunidad nos contó la siguiente anécdota: durante los años de la dictadura recibió una derivación a través de un colega de suma confianza. El hombre, de mediana edad, llegó puntual a su primera entrevista y comenzó a hablar de problemas laborales y a contar dificultades de pareja. En determinado momento, interrumpe su relato y le dice a Ulloa: “Doctor, necesito aclararle algo antes de continuar. Yo lo elegí a usted como terapeuta porque le tengo mucha confianza. Y necesito un terapeuta de confianza porque yo soy subversivo y sé que usted atiende subversivos…”. Entonces Ulloa se pone de pie, y señalándole la puerta le dice enfáticamente: “retírese inmediatamente de mi consultorio. Yo no atiendo subversivos”. El hombre se queda consternado, no atina a reaccionar, pero rápidamente se compone, y cuadrándose, se presenta como el capitán fulano de tal, de Inteligencia del Ejército, al tiempo que le dice: “lo felicito Doctor: nunca atienda subversivos”. Me pareció una intervención brillante, porque al tiempo que desmonta la farsa, introduce un plus que no podemos dejar de escuchar. Como buen analista, Ulloa no puede pasar por alto la impostura del discurso. En la Argentina de aquellos años, "subversivo" no era un adjetivo que se utilizaba en primera persona –alguien a quien los militares tildaban de subversivo nunca se presentaría como tal, diría “soy dirigente gremial”, o “militante popular”. En cuanto Ulloa advierte que el visitante es un espía responde enfáticamente para desbaratar la trampa que se le ha tendido. Pero hace algo más. Porque la fórmula "no atiendo subversivos" debe ser leída en este contexto como "no atiendo impostores". Si ese sujeto desea analizarse deberá regresar desde otro lugar. Para ello debe salir del lugar del impostor con el que entró a su consultorio. Inesperadamente, la intervención de Ulloa alcanza al sujeto en un punto no calculado. Ulloa nos decía en acto algo sobre la neutralidad, sobre una ética que puede abrirse paso incluso en las situaciones más extremas.

-En “Culpa y responsabilidad”, texto publicado en www.elsigma.com, refiere sobre el final: “No hay psicopatología del médico criminal, como tampoco la hay del torturador. Hay sí, elección. Y habrá, o no, responsabilidad respecto de ella.” ¿Lo que acaba de relatar tiene que ver con eso?, ¿Cuales son las consecuencias de esta diferencia?

-Creo que sí. Pero cuando escribí ese artículo no estaba pensando en Ulloa sino en Pavlovsky. Con Tato Pavlovsky supervisábamos, asistíamos a sus laboratorios de multiplicación dramática, que coordinaba junto a Hernán Kesselman y Susy Evans, pero sobre todo íbamos al teatro. Tato fue siempre un gran clínico en el teatro. Toda su dramaturgia puede ser leída como un gigantesco seminario clínico. Son obras brillantes estéticamente, pero sobre todo porque siempre suplementan la escena teatral con otra en la que vibra una cuerda inesperada del sujeto. Pensemos en “Potestad”, por ejemplo, un monólogo que indaga la cuestión de la paternidad en un médico apropiador. La obra recorrió el mundo arrancando ovaciones en los escenarios más diversos, pero además –y esto no es tan conocido– sigue siendo estudiada en las universidades a partir de las lecciones teóricas que ofrece. Nociones como “acto”, “acontecimiento”, “singularidad en situación”, “responsabilidad” y tantas otras que hoy son moneda corriente en la literatura psicoanalítica, fueron anticipadas en las propuestas estéticas de Pavlovsky. La crítica a  la supuesta “psicopatología” de los médicos torturadores es una de ellas. Fue introducida por primera vez en “El señor Galíndez”, una obra de inicios de los ´70 en la que Pavlovsky da cuenta del pasaje del sadismo individual a la maquinaria totalitaria. Muestra como la tortura no es la iniciativa de un psicópata individual, sino una nueva evidencia de lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal. El sujeto más pusilánime, el funcionario más gris, puede ser el torturador más eficiente. Porque justamente su pobre entidad subjetiva lo lleva a alienarse en otro que le otorgue consistencia. Y este otro puede ser perfectamente la maquinaria del horror.

-También fue uno de los exponentes locales de la crítica al lacanismo durante los años ’80, argumentando la toma de distancia que este movimiento implicaba de la realidad política y social, según su apreciación. ¿Qué elementos tuvo en cuanta para formular esa lectura?

-Yo ya había escrito en 1978 un artículo que analizaba el atravesamiento ideológico en la literatura psicoanalítica. No era un texto improvisado. Había comenzado a estudiar la obra de Lacan en 1974, con Carlos Villamor, en un grupo que integraban además Gustavo Zampichiatti y Mario Di Spalatro, estudiantes de psicología hoy desaparecidos. La presencia de la muerte era demasiado fuerte como para no interrogarnos respecto de sus efectos en nuestra práctica, en nuestra escritura. Era un artículo crítico, pero no tanto del descompromiso político, sino de la banalidad de los textos que pululaban en el ambiente. La obra de Lacan disponible en aquel entonces eran básicamente los Escritos y algún que otro seminario. Era ya una literatura formidable, de una riqueza y estilo inconfundibles. Para seguirla había que estudiar mucho, tener cierta disposición al ejercicio literario. Cuando escribí aquel artículo lo hice consternado por la proliferación de textos que pretendían copiar el estilo lacaniano. Años más tarde, cuando Enrique Guinsberg, que dirigía en México  Le Monde Diplomatique, nos pidió un artículo sobre el tema, emprendimos con Carlos Villamor un extenso trabajo de investigación que fue publicado de manera casi íntegra. Ese sí era un artículo de crítica política. Pero siempre respetuoso de la teoría lacaniana, que Villamor enseñaba cotidianamente en Buenos Aires.

-¿A más de 25 años sostiene ese pensamiento?

-Una aclaración más. Un par de años después de aquella publicación, la revista Territorios tomó un acápite de esa extensa investigación, que publicó bajo el título poco feliz de “Lacanismo y dictadura”. Ese fue el blanco de las críticas, en parte justificadas, porque en el recorte se perdía el objetivo general del estudio. Poca gente llegó a leer el artículo de Le Monde Diplomatique, el cual merecería ser reeditado porque creo mantiene toda su vigencia. Es un tema muy amplio y complejo, para el cual necesitaríamos tiempo y lecturas preliminares que permitan tratarlo con la seriedad que merece.

-¿Una de sus pasiones es el cine, lo considera una vía regia para el abordaje de la ética?, ¿por qué?

 

-En un pasaje que me gusta mucho, Giorgio Agamben dice que el hombre es el único animal que se interesa por las imágenes en sí mismas. Los animales también se interesan, pero sólo cuando las imágenes los engañan; en cuanto el  animal se da cuenta de que se trata de una imagen se desinteresa por completo en ella. Por el contrario, dice Agamben, el hombre es el animal que se siente atraído por las imágenes una vez que sabe que lo son. Por eso se interesa por la pintura y va al cine. Y propone entonces una hermosa definición de la condición humana, dice que el hombre es el animal que va al cine. También Alain Badiou se ha referido a la dimensión ética del cine, planteando que a diferencia de las otras artes, el cine no es contemplativo. En el cine libramos una batalla, una batalla cuerpo a cuerpo, una batalla contra la impureza, un combate que acontece durante la proyección misma de la película. Y es de esa batalla de la que a veces emergemos y otras no. Un buen film, nos dice, es aquel en el que participamos del combate, juzgamos las victorias, juzgamos las derrotas y participamos en la creación de algunos momentos de pureza. El cine es esencialmente una experiencia ética. Tal vez por eso todos los grandes pensadores del siglo XX y de lo que va del XXI se han ocupado en algún momento del cine. Uno de los pioneros ha sido sin duda Jorge Luis Borges, que ya en los años ´40 escribió “El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, transformados”, un texto que recomendamos siempre a nuestros estudiantes, porque a través de una crítica a la versión cinematográfica de la novela de Stevenson, Borges analiza con agudeza la dualidad moral de los seres humanos. Hay ya una tradición de lecturas ético-psicoanalíticas sobre cine, iniciada seguramente por Slavoj Zizek de manera sistemática, pero que tiene entre nosotros ilustres representantes. Muchos de ellos escribieron en nuestra sección Cine y Psicoanálisis de elSigma. Ante todo Daniel Zimmerman, con quien fundamos este espacio hoy compartido con Laura Kuschner. También Eduardo Laso, Jorge Mosner, Hugo Dvoskin, Jorge Baños Orellana, Oscar D´Amore, Clara Cruglak, Teodoro Lecman, Carlos Motta, Beno Paz, Carlos Pérez, Hugo Svetliza… el listado es interminable. También Yago Franco y Héctor Freire –que hacen un trabajo magnífico en Magma; Nestor Goldstein, que coordina un grupo muy activo en APA; Mariana Gómez en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Y por supuesto Alejandro Ariel, quien ha publicado textos hermosos, muchos de ellos fruto de conferencias memorables ante un público ávido y siempre masivo en las aulas de la UBA. Lo interesante es que esta modalidad de acceso a las cuestiones éticas a través del cine ha resultado altamente estimulante para los estudiantes. En tiempos en que se lee poco, en que poca gente va al teatro o visita museos, el cine sigue siendo el reservorio del arte. Ya en 1913, Lou Andreas-Salomé anticipaba que esa sería una de las funciones del cine: rescatar al sujeto de la alienación cotidiana. Y a lo largo de esta década hemos tenido el placer de publicar la ópera prima de muchos estudiantes que hoy son destacados profesionales en nuestro campo. Otro inesperado acontecimiento que nos ofrece el cine.

-Como director del proyecto de investigación “Concepciones éticas en la práctica profesional psicológica” dependiente del Programa de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, a grandes rasgos ¿cuáles diría que son las líneas fundamentales del proyecto?

-Hay dos grandes ejes. El primero tiene que ver con la obediencia y la responsabilidad. La participación de psicólogos y psiquiatras en los eventos de Guantánamo y Abu Ghraib reabrió la discusión en Estados Unidos, dando lugar a nuevas investigaciones empíricas. Una de ellas fue conducida en 2006 por Jerry Burguer, reeditando el experimento de Stanley Milgram a partir de una pregunta inquietante: ¿obedecerían las personas hoy en día? Simultáneamente, Derren Brown realizó un programa especial para la televisión inglesa recreando el experimento, con resultados similares a los obtenidos por Milgram 45 años atrás. ¿Qué indica todo esto? Para nosotros, evidentemente la actualidad de las tesis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal y una revalorización de los trabajos teóricos de psicoanalistas argentinos en torno a la obediencia. Nuestra investigación articula escenarios que habitualmente transitan sin tocarse. La cuestión tiene enorme importancia para la ética porque abre distintas vertientes. Una que nos interesa especialmente es cuáles son las condiciones para la transmisión, la enseñanza de un experimento metodológicamente y conceptualmente controvertido. Durante años se enseñó acríticamente la experiencia de Milgram, hasta que en 1987, cuando se promulgó la Ley de Obediencia Debida, hubo movilizaciones estudiantiles exigiendo retirarla de los programas académicos. Una vez pasado el torbellino, las cosas volvieron a su curso. Como decía Ignacio Lewkowicz, cuando la discusión es a favor o en contra, no hay nada que pensar. Una perspectiva ética supone generar condiciones para conocer de manera profunda y exhaustiva los principios del experimento, a la vez acceder a las objeciones metodológicas, conceptuales y sobre todo éticas que pesan sobre su realización. Objeciones que relativizan sus conclusiones y obligan a pensarlo en un contexto epistemológico y político más amplio.

-¿Qué otros aspectos del ejercicio de la psicología requieren una más rápida revisión o formulación en torno a la ética?

-El otro eje importante es el de la filiación. Asistimos actualmente a una serie de alteraciones del proceso filiatorio. Niños nacidos en cautiverio, niños apropiados, niños objeto del tráfico de menores, niños víctimas de ocultamientos y secretos familiares. Todos ellos tienen, aun sin saberlo, una historia pendiente de ser recuperada. Según la organización ¿Quiénes somos? son aproximadamente tres millones de argentinos los que viven en esta condición. La tarea de restitución llevada adelante por las Abuelas de Plaza de Mayo fue generando una matriz de pensamiento que hoy resulta imprescindible para abordar el problema. Pero para ello es necesario extender el modelo a otros escenarios más allá de los efectos de la dictadura militar. Desde el punto de vista investigativo es una tarea de alta relevancia porque se interrogan allí las relaciones entre la genética, el derecho, la psicología, el psicoanálisis y la política. Es a la vez un capítulo poco explorado en la ética profesional, porque se presenta en una complejidad que muchas veces excede la capacidad de análisis del psicólogo que interviene.

-¿Cuáles son los alcances que los desarrollos de esta investigación pueden tener en el campo del psicoanálisis?


-El psicoanálisis es una herramienta privilegiada para el abordaje de estos problemas. Pero a condición de ejercerse de manera rigurosa y no a partir de sus atravesamientos ideológicos. No olvidemos que en su momento una conocida psicoanalista de niños, Francoise Doltó se refirió a la restitución de niños por las Abuelas como a un “segundo trauma”, haciendo una equivalencia mecánica entre los niños desaparecidos y los niños judíos huérfanos por el nazismo. Fue en 1987, cuando afirmó que “si se los arranca de la familia adoptiva se le puede estar repitiendo la experiencia que vivieron con sus padres naturales”. La que habla allí no es la analista sino la persona moral que anida en ella. Nosotros deberíamos leerlo como un síntoma de la dificultad para comprender la complejidad que la situación impone.
En las antípodas de la afirmación de Doltó, hay una frase de Lacan de 1953, que ha sido ya profusamente citada: “…sabemos efectivamente del estrago, que alcanza hasta la disociación de la personalidad del sujeto, ejercido por una filiación falsificada cuando la coerción del medio se empeña en sostener la mentira”. Los trabajos de investigación de Lo Giúdice, Riquelme y Domínguez, por nombrar sólo a algunos integrantes del Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, retoman esta segunda vertiente, enormemente productiva en la construcción del conocimiento. Pero las afirmaciones de Doltó no son un hecho aislado, sino un síntoma. Ningún bien haríamos al psicoanálisis si tomamos sus dichos como un mero exabrupto. No se es analista sino en acto, y frente a los desafíos éticos cotidianos es que se templa la capacidad de escucha. De nuestra experiencia, el manejo clínico de las adulteraciones de la filiación es uno de los puntos ciegos que perdura en la práctica profesional. Hacia allí va dirigido nuestro esfuerzo docente e investigativo.

-Usted cita a Slavoj Zizek cuando habla de “la suspensión política de la ética”, ¿visualiza algún correlato de este postulado con aspectos de la realidad local en su dimensión clínica y/o institucional?

-Una vez más, es interesante analizar el contexto en que Zizek introduce el concepto. Es en el marco de su análisis sobre los sucesos de 2003 en Abu Ghraib. Frente al desconcierto de la sociedad norteamericana por las fotografías de prisioneros sometidos a humillaciones, aparecen dos explicaciones posibles: o bien los marines recibieron órdenes de sus superiores, en cuyo caso hay responsables jerárquicos que deben ser sancionados, o bien actuaron por su cuenta, y en consecuencia deben ser juzgados como traidores. Es allí que Zizek propone otra hipótesis. Sugiere que las torturas de Abu Ghraib no se corresponden con ninguna de esas dos opciones: ni fueron actos malvados de soldados individuales, ni tampoco algo directamente ordenado, sino que estuvieron legitimadas por una suerte de “Código Rojo” –de paso se refiere al film protagonizado por Tom Cruise, Demi Moore y Jack Nicholson. Para Zizek, son las condiciones en las que ingresan estos prisioneros –verdaderos “muertos vivos”, o “musulmanes”, en términos de Agamben– lo que legitima el trato que se hace luego de ellos. En Argentina no tuvimos que esperar la guerra de Irak para enterarnos de estas cuestiones. Ya habíamos tenido nuestro proceso de impunidad, nuestros tres tiempos de la exculpación, que se llamaron Punto Final, Obediencia Debida, Indulto. Tiempos cronológicos y lógicos del mayor dispositivo jurídico institucional de olvido que se haya pergeñado jamás. En un período de tiempo relativamente breve, entre 1986 y 1990, los responsables de los crímenes más graves de nuestra historia quedaron todos en libertad, la mayor parte de ellos sin siquiera haber tenido que ir a juicio por sus delitos. Y lo interesante es que todo el proceso fue justificado como una de las formas del bien, o del mal menor. Esa es la suspensión política de la ética. Es decir, la puesta entre paréntesis de los valores elementales y su alienación en una política de lo “posible”. Cuando se habla en los medios de la inseguridad cotidiana, de la violencia con la que los delincuentes se ensañan con sus víctimas, de la falta de garantías para los ciudadanos, casi nadie se refiere a este capítulo vergonzante de nuestra historia. Como si la violencia se engendrara sola y la impunidad hubiera nacido de un repollo…

-Recientemente usted publicó en elSigma un artículo sobre el film “El secreto de sus ojos”. ¿El éxito de público es un indicador de esta necesidad  de elaboración colectiva?

-Sin duda. Como lo fue en su momento el éxito de Montecristo, que también trataba el tema del amor y la venganza en el trasfondo de los años más terribles de nuestro país. 30 puntos de rating sostenidos en el tiempo y ya casi dos millones y medio de espectadores hablan a las claras de esto. Jean Cocteau decía que “todo éxito debe ser estudiado, porque debe tener sus razones, y en estas razones podemos reconocer nosotros algo del alma de una época”. Por eso es importante para los analistas ocuparse de estas manifestaciones estéticas, porque dan cuenta de la tan mentada “subjetividad de la época”. Como en Montecristo, también en “El secreto…” se juegan dos escenarios. Uno es el del sujeto frente a los deberes sociales. Por qué Morales hace lo que hace en relación al orden jurídico, al contexto político, a sus convicciones sobre el bien y el mal. Pero también se juega el compromiso del sujeto frente a su fantasma. ¿Por qué Morales queda anclado a su propia prisión perpetua? El primer andarivel nos dice mucho sobre la insuficiencia de la ley, sobre el justiciero como analizador de las falencias de la justicia. El segundo nos permite entender la posición del sujeto y tal vez ofrecerle una salida para su calvario.

-El avance vertiginoso de la tecnología plantea cambios sin precedentes en la historia de la humanidad. La vejez podría dejar de ser una etapa de la vida para convertirse en una enfermedad con miras a ser curada, a través de la ectogénesis se podría lograr la gestación completa de un bebé fuera del útero materno, la clonación permitiría obtener un nuevo espécimen idéntico a si mismo, etc. ¿Provocarían estos cambios modificaciones en el sujeto tal como lo pensamos hasta ahora?

-Esta pregunta me parece especialmente pertinente. Me permite hablar del tercer eje que, junto con la responsabilidad y la filiación, organiza nuestros escenarios de interrogación ética en los cursos universitarios. Aquí resulta imprescindible hacer mención a las investigaciones de Armando Kletnicki, quien propuso un método de análisis ético de los avances científico-tecnológicos. Hace poco vi una película que no tiene mayores méritos cinematográficos, pero que introduce una ficción inquietante. Tanto ha avanzado la ciencia en materia de prótesis, que finalmente ha logrado externar del cuerpo todas sus funciones, físicas y mentales. Podemos quedarnos en nuestras casas, descansando plácidamente, mientras un sustituto nuestro al que estamos conectados, se desempeña en nuestro lugar. Pero no en una realidad virtual, como en Matrix, sino en este mundo de todos los días. Cuando comienza la película lo vemos a Bruce Willis escandalosamente rejuvenecido y con un abundante mechón de pelo sobre la frente. El maquillaje resulta casi grotesco y pronto nos damos cuenta que se trata del sustituto. El original está en casa, y es  pelado, gordo y arrugado. Y así ocurre con todos los personajes. Ya que obtienen un doble, aprovechan y lo encargan “mejorado” –como cuando enviamos una foto a facebook, que elegimos la que más nos favorece, o la que hemos logrado retocar con el fotoshop! Imprevistamente, el film resulta un analizador del auge de la cirugía estética, consagrada como se sabe de manera casi excluyente a disimular el paso de los años, a borrar las arrugas, a velar la flacidez de los músculos, a levantar lo que se cae. Desde los párpados hasta el pene, Viagra mediante. Mesoterapia facial, Lifting, Hipoplasia mamaria, Pexia, Liposucción, Dermolipectomía, Blefaropastia, Rejuvenecimiento vaginal, ocupan dos tercios de la totalidad de intervenciones en las clínicas de cirugía estética durante los últimos cinco años. ¿Cómo analizar este proceso desde la perspectiva ética? Tanto para la cirugía estética como para las tecnologías reproductivas, se impone un método que nos sustraiga de los juicios morales. Un sistema de pensamiento que evite tanto la idealización del progreso, como el juicio apocalíptico sobre los avances tecnológicos. Y allí, una vez más, el psicoanálisis resulta una herramienta valiosa. Volvemos entonces al trabajo de Kletnicki, quien ha retomado una tesis de Jacques Lacan para establecer una línea divisoria entre lo que llama la “transformación de lo simbólico y la afectación de un núcleo real”. No se trata de pronunciarse a favor o en contra de determinada técnica sino analizar situacionalmente su sentido. Y éste puede ser perfectamente el de ofrecer una valiosa mediación instrumental para potenciar la capacidad simbólica de un sujeto. Y no necesariamente ubicarlo en déficit, como tiende a considerarlo la mayor parte de la literatura disponible. Este tema de las mediaciones instrumentales y normativas, introducido por Narciso Benbenaste, constituye una importante herramienta para tratar el problema despojado de ideologías. Como diría Lewkowicz, para transformar una discusión estéril en empresa pensamiento.

-En nombre de elSigma le agradezco su participación en este espacio a través del aporte de sus reflexiones, las que promueven líneas para seguir pensando temáticas centrales en el ejercicio de una práxis ligada a la Salud Mental, al tiempo que posibilitan la apertura de nuevos interrogantes.


 

 

 

 

 

Juan Michel Fariña Es miembro del Comité Editorial de la Revista Universitaria de

Psicoanálisis (UBA) y director del International Journal on Subjectivity, Politics and the Arts. Se desempeña a tiempo completo como Profesor Titular Regular de la cátedra de Ética y Derechos Humanos en la Facultad de Psicología de la UBA. (concurso que obtuvo en 1992), e Investigador categoría I en el Programa de la UBA para la Ciencia y la Tecnología (UBACyT), donde dirige el International Bioethical Information System. En www.elsigma.com creó en el año 2000, junto a Daniel Zimmerman la sección Cine y psicoanálisis, que aún coordina. Fue organizador del Congreso Internacional de Alternativas a la Psiquiatría, que trajo al país por primera vez a Felix Guattari, Robert Castel, Diana Mauri y Franco Rotelli, sentando las bases de lo que serían más adelante distintos programas de reforma psiquiátrica.

Ha publicado medio centenar de artículos y varios libros, todos ellos en un estilo que combina el ensayo fluido con el rigor académico, incorporando siempre escenarios del cine, el cómic, la literatura y el teatro. Entre sus libros se encuentran: Ética Profesional y Derechos Humanos (Ediciones CBC/UBA, 1995, 2002), Ética: un horizonte en quiebra (Eudeba, 1998, 2002), Ética y Cine (Eudeba, 2000, 2001), La encrucijada de la filiación: tecnologías reproductivas y restitución de niños (Lumen-Humanitas, 2000, 2003). Ética y Magia a través del Cine: el acto de prestidigitación y el acontecimiento clínico (Dynamo, 2009), y La filiación como pregunta epistemológica y como acto creador (Ediciones Letra Viva, en prensa)

 

 

 

 

 


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