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Lo virtual en el aislamiento

23/06/2020- Por Facundo D'onofrio - Realizar Consulta

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El aislamiento obligatorio ha traído una pluralidad de opiniones y posicionamientos de los cuales el psicoanálisis es parte. En este artículo nos preguntaremos si el psicoanálisis debería considerar el efecto subjetivo del aislamiento de los individuos o, más bien, el estatuto de lo virtual para la disciplina, tal como en esta ocasión se revela. De esta forma podemos volver a preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de sujeto y de qué hablamos cuando hablamos de goce.

 

 

                                                                  “Hopes” (Esperanzas) por Anna Zhilyaeva

 

 

  Que en medio de una situación de aislamiento obligatorio pensemos la continuación de los lazos sociales a través de plataformas virtuales sólo es posible porque el sujeto con el que trabaja el psicoanálisis actualmente es el sujeto de la civilización científico-tecnológica[1], nombrando así la particular operatoria “en más” que la tecnología ejerce como brazo oficioso de la ciencia y que nos hace pensar ya no en un sujeto de la ciencia a secas.

 

  En el tiempo que llevamos de acontecido el proceso de pandemia y de aislamiento –a nivel mundial–, han abundado plurales perspectivas y análisis respecto de los efectos de estos sobre las personas y, particularmente en el mundo psi, respecto de la aparición o reaparición de significativas cantidades y cualidades de angustia.

 

  Sea que esas opiniones partan de estudios estadísticos –es decir, del campo heterogéneo de las psicologías experimentales– o de la ética casuística del psicoanálisis, circula como un “saber” el efectivo acontecimiento de tales efectos y su atribución al aislamiento.

 

  En pocas palabras, a la angustia por la irrupción de un virus para el que no hay cura –un real biológico, es decir, un real para la biología–; a la consecutiva angustia por su acontecer desatado (la pandemia); aparecería una sintomatología efecto de la medida para contrarrestar las anteriores: el aislamiento.

 

  No lo negamos. Sin embargo, siguiendo el mismo método de observación –cuyos déficits no omitimos– parece haber otro importante colectivo de personas que, paradojalmente, han experimentado con ese aislamiento una liberación. Pero no una liberación respecto de los otros dos grandes motivos identificados como angustiantes sino una renovada sensación de sosiego y tranquilidad, incluso de bienestar.

 

  Pasada la zozobra inicial, el principal motivo de malestar para ellos parece ser, muy al contrario del aislamiento, la posibilidad de una vuelta a la normalidad. Es decir, qué hacer cuando el aislamiento termine.

 

  Mi primera reacción ante esas posiciones fue la rápidamente aportada por la lógica plenaria del sentido común: sorprenderme. E inmediatamente preguntarme: ¿qué sucede en esos casos? ¿A qué se debe ese renovado bienestar?

 

  No obstante, siguiendo los hilos de esas preguntas me encontré con una contradicción. ¿Acaso no sostenemos hasta el hartazgo, desde el psicoanálisis, la existencia de un malestar en la cultura? ¿Y no decimos, también hasta el hartazgo, que no nos referimos sólo al malestar inevitable propio del lenguaje y de la erradicación para el hablante de la satisfacción instintiva sino también al malestar inherente al lazo social en un determinado momento históricamente ubicable, y así, nombramos un “malestar en la cultura patriarcal”, un “malestar en la sociedad capitalista”, un “malestar en la civilización científica” o, en mi caso, un “malestar en la civilización científico-tecnológica”?

 

  Si esto es así, entonces no hay nada de sorprendente en que ciertos individuos –no hablo de sujeto– encuentren sosiego en la puesta en pausa, en el sostenimiento entre paréntesis, del lazo social. Y mejor aún, para la paz neurótica, si dicho aislamiento reviste una condición de obligatorio, es decir, que no sea del orden de una decisión individual.

 

  Sin embargo, creo que esa no es la respuesta. Que el aislamiento sea, en sí mismo, un coto para el malestar en algunos y un disparador del malestar en otros, sería o un exceso de simpleza o una falla en un aspecto de la teoría. Me parece, al revés, que esa dicotomía encierra el verdadero problema a pensar para el psicoanálisis: el estatuto de “lo virtual”.

 

  Sobre los efectos del aislamiento en los cuerpos y sus consecuencias, sobre los efectos de la abstinencia sexual en términos de encuentros corporales, sobre la subversión en los ritmos del sueño, etcétera, el psicoanálisis no tendría nada para decir. Sólo podríamos dar nuestra opinión de divulgación, lo cual no es lo mismo. Excepto si establecemos la radical diferencia entre la existencia de un aislamiento corporal de individuos y la continuidad de la actividad subjetiva.

 

  Esa diferencia anida, en este momento histórico pensable como civilización científico-tecnológica, en el seno de “lo virtual” (que, a pesar del frecuente error etimológico, no tiene nada de virtuoso, sino de artificioso y teatral, como bien nombró esto último Artaud) y su dimensión específica: la virtualidad.

 

  El problema que se nos presenta, entonces, no se trata del aislamiento sino de la posibilidad de totalización del artificio tecnológico: el registro virtual. No ha habido una interrupción del lazo social sino un aislamiento de la dimensión individual para la que aún no hay virtualidad posible. Es el aspecto no virtualizable del cuerpo.

 

  Justamente porque no ha habido una interrupción del lazo social, podemos seguir operando con el sujeto, entendiendo a éste radicalmente distinto del individuo, de la res extensa, de la sustancia viva individual. Si cayéramos en la trampa de ubicarlo en la sustancia corporal, ¿cómo responderíamos a la aporía de la ambivalencia bienestar-malestar que contradeciría la teoría del malestar en la cultura?

 

  En otras palabras, el aislamiento concerniente al individuo, junto con el registro virtual concerniente al sujeto, más que nunca ponen en relevancia la relación, la separación, entre la sustancia extensa y el goce. Lo que el aislamiento obligatorio aisló es la dimensión corporal del otro para la que no hay virtualización posible. Se puso en pausa el tacto, el gusto, el olfato. Dimensiones sensibles de la experiencia.

 

  Pero en esta serie brillan por su ausencia dos dimensiones pulsionales: la escópica y la invocante. Articuladoras de la subjetividad y el cuerpo que sí encuentran lo virtual como condición de posibilidad de su artificio gramatical: mirar, ser mirado; llamar, ser llamado. Y, por lo tanto, sostenes bidimensionales de la extimidad.

 

  Mientras la noción de aislamiento, que concierne a la res extensa, propone un adentro y un afuera incomunicables, es en la noción de lo virtual donde encontramos las coordenadas para pensar lo que concierne al sujeto: las zonas íntima, pública y éxtima, concebidas topológicamente. Si no hiciéramos este corte, nos estaríamos ocupando de la sustancia gozante como sustancia extensa.

 

  Entonces la oscilación bienestar – malestar inicialmente planteada no se desprende del aislamiento sino de la incidencia de lo virtual, para lo cual no hay binarismo. Es decir, no existe una “realidad virtual” y una “¿realidad real?”.

 

  Deberemos pensarlo como un registro que anilla lo real, lo simbólico y lo imaginario, que por lo tanto ya estaba ahí, y que en su modalidad actual está posibilitado por el artificio tecnológico propio de un momento histórico ubicable de la civilización, al que nombro de la civilización científico-tecnológica, y que hace realidad en lo tridimensional la separación lógica entre la sustancia corporal y el goce.

 

  Escena sostenible, sin dudas, por condiciones de estructura: el Goce del Otro no se interrumpe por la ausencia de otro en un cuerpo presente, ni por su presencia en forma de holograma –es decir, como proyección de un fotograma tridimensional de un objeto real–. Puede incluso estar muerto –en términos biológicos de la sustancia extensa– el que goza. Escena sostenible, entonces, porque el Otro ya está en su lugar en el sistema del mundo.

 

  La oscilación bienestar-malestar respecto del aislamiento y de la puesta en souffrance de ciertos aspectos del contacto corporal se vincula, más bien, con la ficción yoica que arriesga el narcisismo en el encuentro y que es desbaratada por el cachetazo, cada vez, de la inexistencia de relación, cachetazo del que lo virtual pone al sujeto, relativamente, en un aparente resguardo.

 

  Pero dudaría al afirmar que dicho aparente resguardo tenga alguna otra relevancia más allá que en lo relativo a la completitud de la experiencia sensible –que, por supuesto, no es poca cosa–, ya que la función no depende de la existencia o disolución de la sustancia tridimensional si nos ubicamos en el asunto del parlêtre.

 

  La novedad del aislamiento, si hay una, es la sustracción obligatoria de la ficción de totalidad del cuerpo del otro en el encuentro y de la ficción de entrega entera del propio. Esa sustracción es a la vez la angustiante y aliviadora. Lo virtual revela una parte del cuerpo del otro y quita el velo ficcional de la posibilidad de totalidad que encierra el encuentro “real”, totalidad que –sabemos– es siempre ficcional ya que no se puede gozar más que de una parte del cuerpo del otro.

 

  Finalmente, observo una tendencia a confundir la prepotencia y la proliferación de la imagen en la virtualidad con la preponderancia del registro imaginario, lo cual considero no sólo equivocado sino contraproducente para pensar sus efectos. ¿Acaso no hay simbólico y real, como también imaginario, en una imagen intercambiada virtualmente? ¿Acaso no hay significado y sentido añadido en el mismo acto de intercambio?

 

 

Imagen*: https://twitter.com/annadreambrush/status/1176138349469474816

Full version & story: https://youtu.be/YxtWVkAJTKY

 

Anna Zhilyaeva – Virtual Reality Artist - Artista rusa que vive actualmente en Francia. Innovadora, escenifica obras en las utiliza una gran pantalla para que el público pueda visualizar el resultado de lo que crea con sus pinceles virtuales.

 

 



[1] Propusimos llamarlo así en https://www.elsigma.com/psa-y-ciencias/la-transmisibilidad-cientifica-del-psicoanalisis-y-el-riesgo-enloquecedor-del-freudolacanismo-de-divulgacion/13784 siguiendo los desarrollos de Eidelsztein en Las estructuras clínicas a partir de Lacan I, Letra Viva, Buenos Aires, 2003. Sexta edición: 2019; y lo dicho por Lacan en “Función y Campo de la palabra”, LACAN, J., Escritos I, pág. 270, quien sostiene: “Por metafísica que parezca su definición, no podemos desconocer su presencia en el plano de nuestra experiencia. Pues es ésta enajenación más profunda del sujeto de la civilización científica y es ella la que encontramos en primer lugar cuando el sujeto empieza a hablarnos de él”.

 


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