Introducción al Psicoanálisis
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por Mario Cingolani
Las dificultades sexuales femeninas expresan la mala relación que la mujer tiene con su cuerpo y con el pene del hombre. Generalmente la frigidez pone en juego intentos envidiosos que pretenden socavar toda ostentación viril que pueda hacer el hombre, en todo lo que al entender de ella puedan ser los campos de la masculinidad. Su anestesia sexual, en muchos casos, más que un síntoma que genere angustia, será un blazón, un estandarte de valoración en el cual la vagina será vista como un pene hueco, pero inervado, a la que no habría más que dar vuelta como un guante para encontrarse con la virilidad añorada. Estas fantasías que obviamente son inconscientes, hacen que no se necesite del hombre, ni de un pene; es más, la eficacia de estas fantasías sostienen la frigidez.
Funciona aquí la ecuación vagina igual a falo hueco. En otros casos nos encontramos con que la ecuación es otra: clítoris igual a pequeño pene. En este último caso solemos ver que el deseo por un hombre existe, pero expresado en relaciones de conflicto y enfrentamiento. Aquí sí, la insatisfacción sexual genera angustia; y esta angustia hace que muchas mujeres que la padecen recurran al tratamiento psicoanalítico para solucionar sus problemas sexuales.
por Silvia Migdalek
El trauma es una problemática que abarca toda la obra de Freud. Su giro más importante lo ubicamos en el texto Más allá del Principio del Placer. En él, el trauma se hace inherente a la estructura misma del aparato psíquico. Si digo inherente es porque evito decir interno, ya que eso no destacaría el verdadero estatuto de lo traumático, que es precisamente que ese lugar de interno a la estructura del aparato no deja en algún punto de ser exterior- algo externo que se hace interno- llamemos traumáticas, dice Freud, a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo.
por Lucila Donnarumma
por Claudia Castillo
Hay en Freud una serie de textos que pertenecen a lo que podríamos denominar, junto con Lacan, “Escritos Técnicos”. Dichos textos abarcan un período de 1910-1920, anterior a la metapsicología. El apelativo de “técnicos” no significa que solamente allí Freud habló de técnica, sino que nos sirven de base para responder a la pregunta ¿qué hacemos cuando hacemos psicoanálisis? En la “iniciación del tratamiento” (1913) Freud propone la posibilidad de un “ensayo previo” destinado a determinados enfermos de los cuales posee pocos datos y que le hacen sospechar de la aplicabilidad del psicoanálisis. Si el análisis continuaba este período se convertía en la iniciación del tratamiento y le daba la posibilidad de definir ciertas cuestiones diagnósticas. Luego en “Observaciones sobre el amor de transferencia” (1914-1915), Freud hace referencia a un fenómeno de enamoramiento dirigido al analítico que resulta por un lado: motor de la cura, y por otro: resistencia a su continuación. Aquí se ven esbozadas las dos vertientes de la transferencia: la rememoración significante que posibilita la instalación del sujeto supuesto saber y el amor, que constituye la repetición de un acto.
por Adriana Trindade de Bergallo
El significante nunca remite a sì mismo, no es idéntico a sì mismo por estar en relación con otros en la cadena.
La letra, una vez definida en un discurso, es idéntica a sì misma, no depende del lugar que ocupe, si bien no escribe cualquier cosa, es transmisible, transmite aquello de lo que es soporte. No depende de la significación, no está regida por las leyes del significante.
Ustedes se preguntarán ¿pero, no depende la letra del significante? Y si depende del significante ¿acaso ese significante no remite a otro? Sí remite a otro, pero la letra mantiene su autonomía no tiene esa interremisión que es propia del significante. Bàsicamente porque el significante está buscando siempre una significación y la letra no. Está desprovista de significación. Siempre frente a ella nos aparece la pregunta ¿y esto què es? ¿Qué quiere decir?
por Mirta Goldstein
El deseo del analista es un concepto solidario con lo que Lacan denominó “ética psicoanalítica” y, por lo tanto, con la responsabilidad del analista en la dirección de la cura. Posición del analista, ética y política del psicoanálisis son conceptos confluyentes en el Deseo del Analista y congruentes con el Discurso del Analista.
Por esta razón parece pertinente poner a trabajar la siguiente pregunta ¿por qué la posición del analista se sostiene en el deseo del analista como una ética y una política?
De alguna manera Freud descubrió que el efecto del “amor de transferencia” consiste en poner en acto la diferencia entre la posición analista y la posición analizante. Lacan destaca y nomina la “posición del analista” en relación a la praxis del discurso.
Una posición es un lugar simbólico y la relevancia del lugar del analista radica en que escribe la diferencia entre significante y objeto a, entre goce y deseo, entre el universal fálico y el no-toda de la verdad.
por Ernesto Sinatra
El énfasis que Jacques Lacan ha puesto en el concepto de suposición (al reconsiderar la superestructura de la transferencia), debe ser leído como una respuesta precisa a la yuxtaposición freudiana. Se trata de dos versiones de la autoridad analítica: una cifrada en el padre y la otra, no necesariamente en el padre.
La autoridad analítica no puede basarse en el empleo de una técnica centrada en el poder del saber usurpado al inconsciente, ni en el poder del sujeto usurpado al analizante (en los traspiés que éste produce en la asociación libre). Cobra relevancia en Lacan, su énfasis para lograr el “adelgazamiento” del poder sugestivo en el analista ubicado en posición de dominio: saber y sujeto son dos conceptos supeditados a un tercero, el de suposición. La “bulimia” del concepto de técnica se manifiesta.
Jacques Lacan en sus Escritos, prestó especial atención al problema de la sugestión al precisar la relación entre transferencia e interpretación: se preguntó si correspondía al psicoanalista: aprovecharse de ese error –transferencial– sobre la persona, –para responder que:
“la moral del análisis no lo contradice, a condición que interprete ese efecto, a falta de lo cual el análisis se quedaría en una sugestión grosera”.
por Ricardo Rodulfo
Supongamos que observo a un bebé. Hay una sola cosa, y solo una, que me va a dar la pauta de que no estoy en presencia de un mero organismo, limitado a comer, llorar, dormir y cosas así: es descubrir, acaso en un momento fugaz, que juega. El que juegue excede su naturaleza de organismo; jugar no es un capítulo de la biología (sí de la etología y sobre todo de la primatología, que ya son otra cosa). No puedo justificar el que juegue en ninguna necesidad “básica” o “biológica” tradicionalmente considerada, no responde a ninguna “apetencia” concreta determinable como tal. Otro punto decisivo: no se lo enseñó nadie. El deseo de jugar, la necesidad de jugar, la emergencia espontánea del jugar, no se lo enseñó nadie, es una emergencia incondicionada, impredecible, irreductible. Esto es particularmente incómodo para el adulto, acostumbrado a pensar – adultocéntricamente – que él “da” y el pequeño “recibe”. Ciertamente, él juega con – si todo anda bien – pero no le “dio” eso al bebé, eso que hace que cualquier cosa – un sonido, un pezón, un botón – devenga objeto de juego. El no ha puesto eso allí. ¿Y entonces? Es a esta emergencia incondicionada, originaria sin origen, que – siguiendo a Winnicott – denominamos espontaneidad.
por Ricardo Rodulfo
Supongamos que observo a un bebé. Hay una sola cosa, y solo una, que me va a dar la pauta de que no estoy en presencia de un mero organismo, limitado a comer, llorar, dormir y cosas así: es descubrir, acaso en un momento fugaz, que juega. El que juegue excede su naturaleza de organismo; jugar no es un capítulo de la biología (sí de la etología y sobre todo de la primatología, que ya son otra cosa). No puedo justificar el que juegue en ninguna necesidad “básica” o “biológica” tradicionalmente considerada, no responde a ninguna “apetencia” concreta determinable como tal. Otro punto decisivo: no se lo enseñó nadie. El deseo de jugar, la necesidad de jugar, la emergencia espontánea del jugar, no se lo enseñó nadie, es una emergencia incondicionada, impredecible, irreductible. Esto es particularmente incómodo para el adulto, acostumbrado a pensar – “adultocéntricamente” – que él “da” y el pequeño “recibe”. Ciertamente, él juega con – si todo anda bien – pero no le “dio” eso al bebé, eso que hace que cualquier cosa – un sonido, un pezón, un botón – devenga objeto de juego. El no ha puesto eso allí. ¿Y entonces? Es a esta emergencia incondicionada, originaria sin origen, que – siguiendo a Winnicott – denominamos espontaneidad.
por Mónica Rodríguez
Ricardo Rodulfo nos recordará que no existe ninguna adquisición subjetiva, ningún aprendizaje existencial que pueda llevarse satisfactoriamente a cabo si no pasa por el jugar. Actividad primordial de la constitución subjetiva, jugar que no se enseña y que no se aprende. En este punto ayuda introducir la conceptualización de Winnicott de espacio potencial, sobre todo para poner el acento sobre la noción de superposición de zonas de juego que se da en ese tipo de espacialidad. Winnicott dirá “Espacio para el sentimiento de unidad entre dos personas que en realidad son dos y no una sola” .”Espacio que le posibilitaría la experiencia de ser, espacio común, la tierra de nadie, que es la tierra de cada hombre” . Espacio de las experiencias entre la madre y su bebé, espacio que favorece la integración del psique/soma, que para Winnicott, como sabemos, no es innata, sino que es un logro del desarrollo. Superposición de zonas de juegos mentales y corporales, tanto del bebé como de su mamá. Estado paradojal donde se asemejan y se diferencian. Espacio donde la intersubjetividad puede tener su lugar. Superposición no es fusión. Hablar de superposiciones implica hablar de distintos lugares que se combinan pareciendo por momentos uno solo.