Columnas
por Ana María Gómez
No cabe duda que si después de más de un siglo transcurrido desde las primeras publicaciones de sus trabajos teóricos, clínicos y antropológicos, Freud sigue dando tanto que hablar, y que escribir, es porque entre otras cosas descubrió algo sumamente inquietante. Freud fue de la visión tranquilizadora de lo constatable, al territorio de la audición y de la escucha. El valor de la palabra, y su instrumentación en la cura, pasaban a primer plano. Desde los antiguos griegos en más, la palabra es un instrumento de cura pero no tan rentable como la química actual.
La concepción del ser humano no volverá a ser la misma después de Freud.
por José E. Milmaniene
El psicoanálisis, en tanto práctica de la palabra y ejercicio responsable de la Ley, está comprometido en la tarea de la imprescindible reconstrucción, en el interior del espacio discursivo, de la figura simbólica del Padre. La carencia de este movimiento reparatorio del Padre y la dignidad de su función, deja al sujeto anclado en las inevitables restituciones sintomáticas de su invalorable figura. Al insistir en el valor de la palabra y la escucha, y al situar a las prácticas sublimatorias en el centro de sus políticas rectificativas, el psicoanálisis se constituye en un marco privilegiado para la reivindicación de lugar del Padre Muerto, en tanto agente de la Ley.
por Sergio Zabalza
Antes que nada, el nombre del padre es la tumba en torno a la cual los vivientes, por renunciar a un goce ominoso, advienen sujetos de un mundo simbólico.
Esto explica por qué el culto funerario nos llega desde el fondo de la historia: con el duelo nace el tiempo, la identidad, las narraciones, los mitos y el papel que cada sujeto ocupa en la diaria comedia que nos toca vivir.
Quizás se vislumbre el agujero simbólico que para una comunidad supone carecer de las tumbas donde renovar el pacto que asegura la convivencia. Quizás se pueda advertir el lugar que las cotidianas tragedias ocupan en tanto torpes y fallidos intentos de simbolizar lo imposible.
por Sergio Rodríguez
A esta altura de la experiencia psicoanalítica, es imprescindible destituir los encuadres reglamentados obsesivamente. Para eso debemos buscar las condiciones necesarias para que esa destitución no lleve a arbitrariedades. La obsesivización de los encuadres es uno de los mayores obstáculos a la capacidad generatriz y la eficacia de los psicoanálisis.
Nuestra función reside en utilizar en transferencia el espacio potencial en que se irá transformando nuestro consultorio y la aceptación de ser tomados como objetos transicionales, para procurar que los pacientes se vayan con condiciones de posibilidad que optimicen el uso de sus herramientas simbólico-imaginarias para trabajar lo real que la vida les proponga.
por Teodoro Pablo Lecman
La singularidad, a veces a contrapelo de la historia, a-histórica, como lo postulamos en nuestra tesis, retraumatiza el sueño, la pesadilla hegeliana de la historia, despierta en lo real: yo soy el hijo de esa historia. Enorme tarea para los que nacieron en la época del proceso, en la brecha de dos culturas y en el seno del trauma.
por Ana María Gómez
Desapareci- dos. Hay una doble vertiente, al menos de esa palabra, para nuestra historia, un significante. Desaparecidos de la vida, pero no definitivamente muertos, y desaparecidos, en la pretensión del exterminio de las filiaciones. La tarea a cumplir era la de borrar todos los rastros de esos seres, por ello tanto interés en robar o sustraer a sus hijos y darlos a cualquiera que, a su vez, les diera cualquier nombre y, por ende, otra historia. La vida humana comienza con un acto, el de nacimiento, y culmina con otro acto, el de la muerte. Ambos actos se inscriben en actas, la del nacimiento, la de la defunción. Como de esos seres no se podía borrar su nacimiento, al menos borrar su muerte y como pretensión anular su genealogía y su descendencia.
por Carlos D. Pérez
Ese otro tablero, que los psicoanalistas llamamos inconsciente, no fue ajeno a Adán, quien sin el rodeo por el pasado debió sostenerse directamente en el designio del Otro, como un inconsciente sujetado al puro presente, para dar curso a los elementos que lo habían tramado, que no eran la mera arcilla. Si Borges menta un inicio de polvo y tiempo y sueño y agonías, Wiesel cuenta que cierta vez un filósofo, dirigiéndose a Rabán Gamaliel le dijo que Dios concibió a Adán con material de excepcional calidad; fuego, viento, polvo, a los que sumó caos, abismo y oscuridad. Por eso Adán fue fogosamente impulsivo, voluble como el viento, caóticamente imprevisible y padeció la agonía de perpetuos remordimientos, a los que sólo su Hacedor hubiese podido consolar, pero éste se negó con estrategia de supremo ajedrecista.
por Silvia Ons
El mercado da para todo y los fantasmas se ofrecen cual mercancías. A medida que se debilita el espacio público, lo privado se hace obscenamente público. Internet favorece que los fantasmas privados adquieran inusitada consistencia y se realicen, lo cual guarda relación con la ausencia real del rostro ya que el rostro está omitido en ese tipo de contactos, pese a las fotos, pese a las cámaras en las que se ven las imágenes de las personas en juego, pese a que luego, en un encuentro se vean la cara. Claro que para profundizar en este punto, es necesario detenerse en la significación de la presencia real del rostro ya que, es mi hipótesis, esa presencia tiene función de límite en las consumaciones fantasmáticas.
por Sergio Zabalza
Lejos de reducir el punto a un conflicto entre empleados y usuarios de una disco, nuestra tesis reside en que el fino borde entre muerte y diversión habita en la subjetividad de todo aquel que consume satisfacción en la fiesta. Más allá que en sus horas de trabajo se desempeñe como médico, obrero o patovica. Para decirlo todo, la atroz violencia que suele palpitar en los boliches anida en una exigencia que sofoca la naturaleza siempre renuente del deseo.
por Sergio Zabalza
A menudo se torna difícil transmitir las herramientas conceptuales con que el psicoanálisis intenta explicar el comportamiento humano. Sin embargo, la realidad suele brindarnos inesperadas ayudas cuando -como en el caso de los pulcros skin heads- la razón se une a la más atroz violencia.
En efecto, no hace mucho una persona sumamente ilustrada me confesaba su perplejidad ante la hipótesis freudiana según la cual la civilización se funda en un crimen. Le expliqué entonces que se trataba de un mito inventado por Freud para dar cuenta del origen del sentimiento de culpa y conciencia moral, ambos imprescindibles para vivir en comunidad.
Ubiquemos a los personajes del mito freudiano en la escena de nuestra polis. Los skin heads encarnan la irrefrenable pulsión destructiva de aquel padre originario. Son el espejo del cinismo.