Columnas
por Norma E. Alberro
Partiendo del principio que todo síntoma quiere decir algo que no sabe decirse de otra manera, el síntoma anoréxico es paradojal porque es a través del borramiento que la anorexia se afirma. Es necesario ver en esta afirmación más un programa para sobrevivir y una estrategia de resistencia al sufrimiento que una auténtica voluntad de morir.
El niño que desencadena un síntoma anoréxico, es un niño pantalla sobre el cual se han proyectado demasiados deseos parentales.
Cuando la familia no ha sabido o no ha podido cuestionarse las dificultades de relación con su hijo, al niño solo le queda sustraerse a los alimentos que recibe de sus padres y que para él resultan mortíferos.
por Juan Carlos Volnovich
Haber descubierto a la infancia como segmento de público potencialmente
consumidor se ha vuelto una fatalidad. La infancia como porción de población
consumidora impone la necesidad de clasificarla, de psicopatologizarla, de
criminalizarla, para tenerla cautiva y sometida a las leyes del Mercado.
Desde que la reconversión neoliberal de la economía global tomó a la
infancia como segmento de público consumidor no han cesado de reproducirse
los proyectos destinados a ofrecerle servicios. Servicios alimenticios,
servicios de salud, servicios educativos, servicios de entretenimiento.
por Amelia Haydée Imbriano
El discurso analítico puede ofertar una dirección posible a un desabonado del inconsciente.
Es una constatación clínica frecuente que el sujeto psicótico trata de crearse una nueva ley, un nuevo ordenamiento del universo, que él tendría la misión de sostener, colocándose en la posición de ser su garante, sosteniendo el Todo, ubicándose él como objeto que falta a ese Todo.
Se puede plantear la introducción del sujeto psicótico en el funcionamiento de un dispositivo como el analítico a través de la transferencia. No se trata de la transferencia como re-edición de la neurosis infantil, en tanto esta no se constituye, sino de la transferencia de valor, del goce encarnado al significante. A través de una prudente intervención puede intentarse la operación denominada maniobra de transferencia, pasaje de sujeto de goce (sujeto subsumido por la pulsión de muerte desenfrenada) al de sujeto acotado por el significante (en donde el significante opera como freno a la pulsión de muerte).
por Roberto Harari
Desde la teoría del caos con la manera tan especial de entender las cuestiones del espacio y su traslación al tiempo, diría que se trata de avanzar en función de bifurcaciones, de retroacciones, de fractalizaciones, que hacen que en algún momento lo que efectivamente parecía avanzar de cierta forma, avance de una manera que no era previsible. Quiero decir que entonces, tendríamos que diferenciar determinismo de previsión, cosa que el movimiento rectilíneo y uniforme no hace, por cuanto supone que es previsible el paso ulterior, por lo tanto no habría sorpresa, sino al revés, habría anticipación que sabemos que responde a lo Imaginario.
por Sergio Zabalza
Si el Otro que constituye la realidad psíquica resulta de las significaciones que comparte una comunidad hablante, está claro que la actitud social frente al terrorismo de Estado inevitablemente ejercerá su influencia en el momento en que un sujeto -enfrentando en soledad los fantasmas que son de muchos- brinde testimonio de aquellos aberrantes hechos. Atendiendo al principio freudiano según el cual es la realidad psíquica la que prevalece por sobre cualquier otra y habida cuenta de los penosos avatares con que esta sociedad intenta hacer justicia, no es de extrañar la angustia e incertidumbre por la suerte de un testigo.
por Mirta Goldstein
El peso y el espesor de nuestro presente, se manifiesta en el exilio del mundo simbólico de varias generaciones identificadas con la nada o el todo, desecho o Ideal Salvador; estas identificaciones que alimentan la impotencia como síntoma más allá de lo particular y de las particularidades, exacerban el odio al que no es yo o lo que no es mi -es decir odio a lo que no se incluye en tanto pertenencia o propiedad: pueblo, sexo, religión, raza, clase, etc.- y provocan la reiteración de las pretendidas soluciones finales. La Segunda Guerra Mundial comenzó con el propósito de una solución final; han cambiado los tiempos pero no los propósitos. Los diversos fundamentalismos de nuestra época insisten en desmentir el germen de nihilismo y autodestrucción que implosiona en su propio seno.
por Amelia Haydée Imbriano
El sujeto está inmerso en una cultura que reniega de las diferencias. El capitalismo es un intento de borrar las diferencias para aumentar el consumo, siendo una conveniencia para la lógica económica del sistema.
El discurso capitalista impone un ser social, y ello implica que cada hombre tiene un valor como mercancía. No es un valor como ser de deseo sino que está en juego un mero valor de cambio en el mercado de trabajo. Los síntomas contemporáneos lo revelan...
Sabemos que ningún objeto del mundo es el objeto del deseo, porque el objeto del deseo falta. Todos esos señuelos de los nuevos gadgets que produce el sistema pueden venir a templar y a calmar la exigencia de goce, pero no a satisfacer al sujeto.
Estos objetos que resultan del saber de la ciencia y de la industria, solo agravan la falta de regulación pulsional, lo cual va en un incremento de la pulsión de muerte.
por Álvaro Couso
La acumulación de muertos en la guerra, nos dice Freud es la otra variable por la que tomamos conciencia de la muerte, el cúmulo de cadáveres la instala como un destino posible para el hombre, porque como anticipáramos, esa imagen se vuelve insoslayable. Ese efecto de la guerra que nos ofrece sin velos la cantidad, el acopio de muertos, de la muerte, hace imposible negar la existencia de tal designio para cada hombre. Pero también porque la guerra al hacer de la muerte un efecto necesario, un producto en si mismo la instala como un bien, un valor forzoso.
No alcanzará entonces con derrotar al adversario, será necesaria su desaparición, su aniquilación.
Hoy se trata de no dejar del otro, rastro sobre la tierra.
Esta actitud desafectada de cualquier culpa o remordimiento es posible porque el otro no es un semejante.
por Teodoro Pablo Lecman
Una noticia reciente, multiplicada en los medios, convertida en noticia vedette, da cuenta de que Günter Grass, premio Nobel 1999 publica ahora su autobiografía donde confiesa que fue miembro de las S.S. en su juventud, hace más de 60 años. Noticia que produce gran polémica.
Lo primero que llama la atención es el desfasaje cronológico implícito en este acontecimiento.
Lo que más llama la atención es que Günter Grass alega no haberse enterado del genocidio de los judíos hasta 1945. Aquí es donde introducimos el inconsciente, ese territorio sin patria, ese limbo de la ética -Lacan, Seminario XI-. Sobre todo el sentimiento inconsciente de culpa.
por Ana María Gómez
Para quienes hacemos nuestra La causa de los niños, como la llamó Dolto, para quienes atendemos a los seres más pequeños aquejados por el malestar para que alcancen el objetivo de sentirse más felices por vivir, comprometiéndonos a partir de nuestro deseo de analistas en derrotar en lo posible el territorio de los goces del síntoma para hacer lugar al principio del placer, esta nueva guerra, innominada aún, nos estremece en el horror del error. Supuesto error, error profundamente humano tan humano como la pulsión de destrucción, de aniquilamiento, tan humano como la pasión del odio, que junta lo Imaginario con lo Real. Nada más Real, en tanto convoca al mal encuentro del sin palabras, de lo sin nombre, que la visión o el conocimiento, o la precognición, de tanta niñez masacrada por la imbecilidad del fanatismo y del fundamentalismo, por una parte, y de la codicia y el ansia de poder sin límites por la otra.